La tierra de las cuevas pintadas (67 page)

BOOK: La tierra de las cuevas pintadas
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Ayla examinó primero a los niños. El menor, Jonlevan, hijo de Levela, parecía haber superado la fiebre, aunque seguía apático y lleno de manchas rojas, que al parecer le picaban.

Sonrió al ver a Ayla.

—¿Dónde está Jonayla? —preguntó.

Ayla recordó que a su hija le gustaba jugar con él. Aunque el pequeño tenía tres años, uno menos que Jonayla, ya casi estaba tan alto como ella. A la niña le gustaba hacer el papel de madre suya y a veces de compañera, y tenerlo dominado. Su madre, Levela, era hermana de Proleva, la compañera del hermano de Jondalar, Joharran; por tanto, eran primos carnales y no podían emparejarse.

—Está fuera —contestó Ayla mientras tocaba la frente del niño con el dorso de la mano. No le notó una temperatura muy alta, ni vio en sus ojos el aspecto vidrioso propio de la fiebre—. Ya te encuentras mejor, ¿verdad? Ya no estás tan caliente.

—Quiero jugar con Jonayla.

—Todavía no, tal vez más tarde —contestó Ayla.

A continuación reconoció a Ginadela. Parecía bastante recuperada, aunque las manchas rojas desde luego eran muy visibles.

—Yo también quiero jugar con Jonayla —dijo.

Los gemelos Ginadela y Gioneran contaban cinco años. Jonayla y Ginadela se parecían mucho, al igual que Kimeran y Jondalar —los dos eran altos y rubios—, pese a no estar emparentadas. También eran rubias, de tez clara y ojos azules, si bien el azul de Jonayla era tan intenso y llamativo como el de los ojos de Jondalar.

Gioneran tenía el pelo castaño oscuro, y ojos de un color avellana verdoso, como su madre, pero parecía haber heredado la estatura de Kimeran. Cuando Ayla le tocó la frente con el dorso de la mano, notó que aún estaba un poco caliente y en sus ojos advirtió el brillo de la fiebre. Empezaban a salirle manchas con virulencia, aunque no las tenía tan claramente desarrolladas.

—Dentro de un rato te daré algo para que te sientas mejor —dijo al niño—. ¿Quieres un poco de agua? Después creo que deberías acostarte.

—Bueno —accedió él con una débil sonrisa.

Ayla cogió el odre, sirvió agua en un vaso que había al lado de su piel de dormir y se lo sostuvo mientras bebía. Después el pequeño se tumbó.

Finalmente Ayla se acercó a Beladora.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Ayla.

—He estado mejor —respondió ella. Tenía los ojos aún vidriosos y moqueaba—. Me alegro mucho de verte aquí, pero ¿cómo nos habéis encontrado?

—Al descubrir que no estabais en la caverna de Camora, pensamos que debía de haberos retrasado algo. A Jondalar se le ocurrió coger los caballos y venir a buscaros. Ellos van más deprisa que las personas, pero ha sido Lobo quien ha encontrado vuestro rastro y nos ha traído hasta aquí —explicó Ayla.

—No me había dado cuenta de lo útiles que podían ser tus animales —comentó Beladora—. Pero espero que no contraigas esta enfermedad. Es tremenda, y ahora me pica todo el cuerpo. ¿Se me irán estas manchas rojas?

—Pronto empezarán a desaparecer —contestó Ayla—, aunque puede que tarden en irse del todo. Te prepararé algo para aliviar el picor y bajar un poco la fiebre.

Para entonces todos se habían apiñado en el interior de la tienda, Jondalar y Kimeran de pie junto al poste más alto y los demás en torno a ellos.

—Me pregunto por qué habrán enfermado Beladora y los niños y no los demás —dijo Levela—, al menos de momento.

—Si aún no lo habéis cogido, probablemente ya no lo cogeréis —respondió Ayla.

—Me preocupaba que alguien nos hubiera mandado los malos espíritus por envidia al ver que hacíamos un viaje —señaló Beladora.

—No sé qué decir —dijo Ayla—. ¿Habéis enojado a alguien?

—Si lo he hecho, ha sido sin querer. Estaba ilusionada con la idea de ver a mi familia y mi caverna. Cuando me marché con Kimeran, no sabía si volvería. Quizá alguien tuvo la impresión de que me jactaba —respondió Beladora.

—¿Sabes si alguien visitó la Primera Caverna de los zelandonii en las Tierras del Sur poco antes que vosotros? ¿O enfermó alguien mientras estabais allí?

—Ahora que lo dices, una gente cruzó el río antes que nosotros, más de un grupo, y me parece que su Zelandoni cuidaba de alguien que estaba enfermo —dijo Kimeran—. Pero no pregunté.

—Si había malos espíritus presentes, puede que no fueran dirigidos contra vosotros —explicó Ayla—. Puede que fueran vestigios dejados por las personas que estuvieron allí antes que vosotros, Beladora, pero algunas enfermedades se producen sin que nadie te desee ningún mal: sencillamente se contagian. Esta fiebre con manchas rojas podría ser algo así. Si la coges de pequeña, normalmente no la pasas de mayor. Eso me dijo un Mamut. Me atrevería a decir que todos vosotros la tuvisteis de niños, o estaríais también enfermos.

—Creo recordar que una vez, en una Reunión de Verano, muchos de nosotros estuvimos enfermos —dijo Jondecam—. Nos juntaron a todos en una tienda, y cuando empezamos a encontrarnos mejor, nos sentimos especiales por toda la atención que recibíamos. Era como un juego. Si la memoria no me engaña, también nos salieron manchas. ¿Vosotros os acordáis?

—Yo debía de ser demasiado pequeña para acordarme —respondió Levela.

—Y yo tenía una edad en la que no me fijaba en los niños menores que yo, tanto si enfermaban como si no —dijo Jondalar—. Si no la tuve entonces, debió de ser porque era tan pequeño que ni me acuerdo. ¿Y tú, Kimeran?

—Creo que sí me acuerdo, más o menos, pero sólo porque mi hermana pertenecía a la zelandonia —contestó el otro hombre alto—. En una Reunión de Verano siempre pasan muchas cosas, y los niños de una misma caverna tienden a estar juntos. No se preocupan demasiado por lo que hacen los demás. ¿Y tú, Ayla? ¿Has tenido la fiebre de las manchas rojas?

—Recuerdo que de niña alguna vez estuve enferma y tuve fiebre, pero no sé si también me salieron manchas rojas —respondió Ayla—. Sin embargo, no enfermé cuando fui con un Mamut al campamento de los mamutoi donde se había propagado la enfermedad, para aprender cómo era y cómo tratarla. Y hablando de eso, quiero salir a ver qué encuentro para aliviarte, Beladora. Llevo encima unos cuantos medicamentos, pero las plantas que necesito crecen casi en todas partes, y las prefiero frescas si es posible.

Todos salieron de la tienda excepto Kimeran, que se quedó a cuidar de Beladora y sus hijos, así como del hijo de Levela.

—¿No puedo quedarme aquí, madre? ¿Con ellos? —preguntó Jonayla, señalando a los demás niños.

—Ahora mismo no pueden jugar, Jonayla —contestó su madre—. Tienen que descansar, y quiero que me acompañes a recoger unas plantas para que se sientan mejor.

—¿Qué buscas? —preguntó Levela cuando salieron—. ¿Puedo ayudarte?

—¿Conoces la milenrama? ¿O la fárfara común? También quiero corteza de sauce, pero ya sé dónde hay. He visto sauces justo antes de llegar aquí.

—¿La milenrama tiene hojas finas y unas flores blancas y pequeñas que crecen como en racimos? —preguntó Levela—. ¿Más o menos como las zanahorias, pero con un olor más fuerte? Se distinguen así, por el olor.

—Es una descripción excelente —señaló Ayla—. ¿Y la fárfara?

—Tiene unas hojas verdes, grandes y redondeadas, que por debajo son pegajosas, blancas y suaves.

—Esa también la conoces. Bien. Vamos a buscarlas —dijo Ayla. Jondalar y Jondecam estaban junto a la fogata delante de la tienda, charlando, y Jonayla, a su lado, los escuchaba—. Beladora y Gioneran todavía tienen un poco de fiebre. Vamos a buscar unas plantas para bajarles la temperatura. Y también algo para aliviar el picor a todos. Me llevo a Jonayla y Lobo.

—Estábamos diciendo que habría que ir a por un poco de leña —informó Jondalar—. Y he pensado que debería buscar unos cuantos árboles que podamos emplear como varas para construir un par de angarillas. Aunque Beladora y los niños se recuperen, es posible que no estén en condiciones de hacer una larga caminata, y deberíamos volver a la caverna de Camora antes de que empiecen a preocuparse por nosotros.

—¿Crees que Beladora estará dispuesta a subirse a una angarilla? —preguntó Ayla.

—Todos hemos visto a la Primera montada en una. Parecía ir a gusto. Después de verla a ella, ya no impresiona tanto —señaló Levela—. ¿Por qué no se lo preguntamos a Beladora?

—En cualquier caso, tengo que ir a buscar mi cesto de recolección —dijo Ayla.

—Yo también voy a buscar el mío, y deberíamos avisar a Kimeran y Beladora de que salimos un rato —afirmó Levela—. Y le diré a Jonlevan que vamos a por algo que lo aliviará.

—Él se encuentra mejor y querrá acompañaros, y más cuando se entere de que Jonayla va contigo —señaló Jondecam.

—Ya lo sé —convino Levela—, pero creo que todavía no puede. ¿Tú qué opinas, Ayla?

—Si conociera la zona mejor y supiera adónde vamos, podría ser, pero creo que todavía es pronto.

—Eso le diré —contestó Levela.

—Yo llevaré a Beladora —se ofreció Ayla—. Whinney está más acostumbrada a tirar de una angarilla.

Habían pasado varios días desde que encontraron a las familias desaparecidas, pero Beladora no se había restablecido del todo. Si realizaba demasiados esfuerzos antes de tiempo, temía Ayla, podía acabar con una secuela crónica que entorpeciera el resto del viaje.

No añadió que Corredor no sería un buen caballo para tirar de la parihuela porque era más difícil de controlar. Incluso Jondalar, que lo dominaba bastante, tenía a veces problemas cuando el corcel se rebelaba. Gris era aún joven, y Jonayla todavía más en lo que se refería a aptitud, y con Whinney arrastrando la parihuela, a Ayla le costaría más tirar del dogal para ayudar a su hija a controlar la yegua. No estaba muy segura de que conviniera hacer una angarilla para Gris.

Sin embargo, la gran tienda utilizada para acampar por el resto de los viajeros mientras los enfermos se recuperaban se había construido con el material de las tiendas de viaje más pequeñas y otras piezas de cuero, y la tercera parihuela podría cargar con los postes de esas tiendas y otras cosas que habían confeccionado durante su estancia. De lo contrario, todo eso tendrían que abandonarlo. Los niños se encontraban mucho mejor, pero se cansarían enseguida. También podían emplear las angarillas para descansar mientras viajaban sin tener que detenerse. Ayla y Jondalar deseaban regresar cuanto antes. Estaban seguros de que quienes los esperaban se preguntaban ya qué había sido de ellos.

La noche antes de emprender la marcha lo organizaron todo en la medida de lo posible para poder salir temprano. Ayla, Jondalar, Jonayla y Lobo durmieron en su propia tienda de viaje. Por la mañana prepararon una comida rápida con las sobras de la noche anterior, lo cargaron todo en las angarillas, incluidos los morrales que solían llevar para acarrear lo esencial: la tienda, ropa y comida. Aunque los adultos estaban acostumbrados a viajar con los morrales a cuestas, les resultaba mucho más fácil caminar sin tanto peso. Avanzaron a buen ritmo y recorrieron una distancia mayor de la habitual, pero al atardecer casi todos estaban cansados.

Mientras apuraban la infusión de la tarde, Kimeran y Jondecam propusieron hacer un alto para ir de caza y así llevar comida a los parientes de Camora. Ayla estaba preocupada. Hasta ese momento el tiempo les había sido propicio. Sólo había caído un breve chaparrón la noche del día en que Ayla y Jondalar encontraron a los viajeros; después el cielo se aclaró. Pero Ayla dudaba que siguiera así mucho tiempo. Jondalar sabía que ella tenía «olfato» para el tiempo, y solía adivinar cuándo amenazaba lluvia.

No era exactamente un olor lo que anunciaba la lluvia; Ayla percibía más bien cierto sabor especial en el aire y a menudo una sensación de humedad. En tiempos posteriores, algunos identificarían como «aire puro» el ozono presente en la atmósfera antes de la lluvia; otros capaces de detectarlo creían percibir un matiz metálico. Ayla no sabía cómo llamarlo y le costaba explicarlo, pero lo reconocía, y desde hacía unas horas sentía esa insinuación de lluvia. Lo último que deseaba en ese momento era tener que avanzar por el barro bajo un aguacero torrencial.

Ayla despertó cuando aún no había clareado. Se levantó con la idea de usar el cesto de noche, pero al final prefirió salir. El resplandor de las brasas de la fogata situada delante de la tienda aún daba luz suficiente para permitirle ir a orinar detrás de un arbusto cercano. El aire era frío pero tonificante, y cuando volvió a la tienda, advirtió que la profunda negrura de la noche se teñía ya del azul nocturno previo al amanecer. Se quedó contemplando el horizonte durante un rato mientras un rojo intenso asomaba por el este y ponía de relieve unas nubes dispersas de color violeta oscuro. Poco a poco, una luz resplandeciente bañó el cielo de un rojo aún más vivo y se propagó por las nubes en forma de cintas de vibrantes colores.

—Estoy segura de que no tardará en llover —dijo a Jondalar cuando volvió a la tienda—, y será una gran tormenta. Sé que no quieren presentarse allí con las manos vacías, pero si seguimos sin detenernos, quizá lleguemos antes de que empiece. No convendría que Beladora se mojase y cogiera frío justo cuando empieza a recuperarse, ni me gusta la idea de que se empape y se embarre todo cuando podríamos evitarlo si nos damos prisa.

Los demás despertaron temprano con la intención de ponerse en marcha poco después de salir el sol. Todos vieron aquellas nubes oscuras en el horizonte, y a Ayla no le cupo duda de que pronto caería una lluvia torrencial.

—Ayla dice que se avecina una gran tormenta —anunció Jondalar a los otros dos hombres cuando sacaron el tema de la cacería—. Cree que sería mejor ir a cazar después de llegar.

—Sé que hay nubes en el horizonte —respondió Kimeran—, pero eso no significa que vaya a llover aquí. Parecen bastante lejos.

—Ayla tiene buen ojo para la lluvia —insistió Jondalar—. Lo he comprobado en otras ocasiones. No me apetece mucho tener que poner a secar la ropa mojada y el calzado lleno de barro.

—Pero sólo conocemos a esa gente de la ceremonia matrimonial —replicó Jondecam—. No quiero pedirles hospitalidad sin dar nada a cambio.

—Sólo estuvimos allí medio día antes de marcharnos para venir en vuestra busca, pero vi que no conocen el lanzavenablos. ¿Por qué no les pedimos que salgan a cazar con nosotros y les enseñamos a usarlo? Ese puede ser un regalo mucho mejor que simplemente llevarles carne —propuso Jondalar.

—Supongo que… ¿De verdad crees que lloverá tan pronto? —preguntó Kimeran.

—Confío en el «olfato» de Ayla para prever la lluvia. Rara vez se equivoca —respondió Jondalar—. Lleva varios días oliendo la lluvia y cree que será una gran tormenta, una de esas que, cuando llegan, es mejor estar a cubierto. Ayla no quiere detenerse ni para la comida del mediodía. Según ella, debemos beber agua y comer las tortas de viaje por el camino para llegar cuanto antes. No querrás que Beladora se moje ahora que empieza a estar mejor. —De pronto se le ocurrió una idea—: Llegaríamos antes si fuéramos a caballo.

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