La tregua de Bakura (20 page)

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Authors: Kathy Tyers

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La tregua de Bakura
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—¿Estás despierto, pequeño?

Dev parpadeó. Estaba tendido sobre una cubierta caliente y rugosa, cerca de un par de enormes patas traseras provistas de garras. Conocía aquel silbido melódico y el olor de aquel aliento. Una cabeza azul de cara estrecha se inclinó sobre él. Se sentía limpio y puro, como una cría al salir del huevo.

—Te he curado —dijo… Dev se esforzó por recordar el nombre—. Bienvenido a la felicidad plena.

Dev extendió los brazos y rodeó a…, rodeó a… ¡Escama Azul! Una molesta humedad brotó de sus ojos.

—Gracias —susurró.

—Posees tan sólo los pensamientos, sentimientos y recuerdos que te fortalecerán. Nada de aquella penosa confusión que complica la vida a tus amos.

Escama Azul cruzó sus esbeltos brazos sobre el pecho.

Dev inhaló una profunda bocanada de aire, contento.

—Me siento tan limpio.

No podía recordar cómo hacía esto Escama Azul. Nunca podía recordar. Era evidente, pues, que la memoria no le había ayudado a continuar su vida de servicio abnegado. Algo capaz de proporcionar tanta paz tenía que ser bueno. Quien lo proporcionara tenía que ser la bondad personificada. Debía ser un trabajo largo y duro.

El maestro Firwirmng aguardaba ante la cámara de Escama Azul; su cola musculosa se agitaba ansiosamente. Dev se encogió al percibir la preocupación que entornaba los cálidos ojos negros. Era evidente que Firwirrung había sufrido por él, lo cual le llevó a la conclusión de que habían purificado algo malvado.

—Me siento mucho mejor, amo —dijo Dev—. Ya he dado las gracias a nuestro querido anciano. Gracias a ti también.

Firwirrung tocó su hombro izquierdo con la garra delantera e inclinó su gran cabeza, con las lenguas olfativas extendidas.

—Sé bienvenido —respondió.

—Ahora iremos a ver al almirante Ivpikkis —cantó Escama Azul.

¡Sí, la misión! Ahora se acordaba: un supremo privilegio por el bien del imperio ssi-ruuvi. Dev caminó entre el anciano y su amo con la cabeza gacha y las manos sin garras enlazadas. Tenía ojos blancos, piel cubierta de vello y un cuerpo pequeño carente de cola. ¿Quién era él para merecer tales esfuerzos por su parte, tanta felicidad en el servicio, una labor tan importante?

Un campanilleo despertó a Luke de un sueño inquieto. Una luz parpadeó junto a su cama, pero por lo demás la habitación continuó a oscuras.

—¿Qué? —preguntó, atontado. Había tenido una pesadilla macabra, no, una advertencia—. ¿Qué pasa?

—¿Está despierto, comandante Skywalker? —preguntó una voz masculina desde la consola de la cama.

—Más o menos —contestó—. ¿Qué ocurre?

—Al habla la Dirección del Espaciopuerto de Salis D'aar. Algunas de sus, hum, tropas, se han visto mezcladas en un alboroto. En el complejo Bakur hay varios vehículos ligeros para uso oficial. ¿Cuánto tardará en llegar al aeródromo del tejado?

¿Una trampa? ¿Tendría algo que ver con la advertencia sonada? Saltó de la caliente y confortable cama. Al menos, se sentía descansado, y sus dolores habían cesado.

—Voy ahora mismo.

Se vistió a toda prisa y decidió despertar a Chewbacca, para que le acompañara. Chewie no necesitaba perder tiempo en vestirse, y contaría con la ayuda suplementaria de otro par de ojos, un cerebro y, sobre todo, músculos. Han debía quedarse con Leia. Ésta había dicho algo acerca de desayunar con el tío de Gaeriel.

Un alboroto. No podía imaginar a las tropas rebeldes causando problemas…

Bueno, sí. Sí podía. Se ciñó la espada de luz.

Salió de su cuarto, se encaminó al de Chewie y luego se apartó de la cama. No quería entendérselas con un wookie despertado de repente.

—Chewie —susurró—, levántate. Hay problemas.

—Baja, Chewie.

Chewbacca condujo el vehículo terrestre por la carretera de acceso al arco exterior del espaciopuerto. Luke miró a su derecha. La Plataforma 12, base temporal de la Alianza, se encontraba justo detrás de la carretera radial que partía de la torre de control. Las luces del espaciopuerto brillaban a aquel lado de la carretera, pero en el otro, ocasionales destellos similares a ráfagas de desintegrador iluminaban la noche oscura. Alguien había apagado, a tiros o como fuera, las luces de la Plataforma 12. ¿Dónde estaba la Seguridad del espaciopuerto?

Giraron a la izquierda, dejaron atrás la Plataforma 12 y entraron en su carretera de acceso por una puerta abierta en la alta verja metálica.
Sin guardias
, observó Luke. Tal vez los guardias habían ido a reprimir el alboroto. Se arrebujó mejor en su parka. En plena noche, entre dos ríos, el aire húmedo no era muy agradable.

Cuatro plataformas de lanzamiento y aterrizaje para muchas naves se extendían entre las carreteras radiales y los límites del espaciopuerto, y en medio se alzaba una pequeña cantina, desprovista de todo atractivo, que recordaba a dos casetas unidas en ángulo recto. Alguien les hizo señas desde allí.

Chewie frenó el coche en el ángulo que formaban las dos casetas. Una vez cerrado el motor de repulsión, un silencio siniestro se prolongó unos diez minutos. Después otro zumbido de desintegrador erizó el vello de la nuca de Luke e iluminó la silueta de un andamio de reparaciones alto. Una persona corrió hacia ellos.

—¡Manchisco! —exclamó Luke—. ¿Qué sucede?

La capitán del
Frenesí
meneó sus trenzas negras.

—Nuestros aliados insisten en que tienen atrapados a un par de ssi-ruuk detrás de una de nuestras naves. No he podido acercarme lo suficiente para confirmarlo. Disparan a todo lo que se mueve.

—¿Nadie tiene unos macroprismáticos?

Han guardaba un par en el
Halcón
, a un cuarto de kilómetro de distancia.

Manchisco negó con la cabeza.

—Bien, vamos. Tú también, Chewie.

Luke corrió hacia el andamio y desenganchó su espada.

Antes de llegar, una voz gritó:

—¡Ustedes, a tierra! Retrocedan, si van desarmados. ¡Los alienígenas han aterrizado! ¡Han matado a dos de los nuestros!

Manchisco se refugió detrás de una unidad de recarga, del tamaño de Erredós.

—Los ssi-ruuk no matarían gente —murmuró Luke—. Tomarían prisioneros. Chewie, cúbreme.

Si los ssi-ruuk habían aterrizado, prefería negociar con ellos, pese a la siniestra advertencia.

Pero tenía un presentimiento inquietante. Desenvainó y encendió la espada. A su luz, vio que Chewbacca apuntaba la ballesta hacia la oscuridad.

—Quédate ahí —dijo Luke en voz baja—. Ya te has acercado bastante.

Un tétrico silencio se hizo de nuevo.

—Que nadie dispare —gritó Luke.

Avanzó paso a paso, con la espada alzada ante él. Aunque su luz era tenue comparada con los focos del espaciopuerto, era la única que alumbraba en la Plataforma 12.

Rodeó una cañonera de la Alianza. Dos cuerpos humanos estaban tendidos sobre aquella extraña superficie irregular y vidriosa. Siguió adelante, atento a cualquier intención hostil. Sólo percibió pánico.

Formas geométricas destellaban delante, la superficie metálica de otro andamio de reparaciones, que reflejaba la luz de su espada.

—¿Quién anda ahí? —gritó Luke—. ¡Salgan!

La cabeza cónica de un calamariano apareció detrás del andamio. Luego otra.

Luke gruñó y corrió hacia ellos.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó.

—Permiso para ir a tierra —zumbó el más cercano, y estiró su rígido cuello redondo.

—¿Autorizado? —preguntó Luke. Su comandante habría tenido el sentido común de…

El calamariano agitó una mano palmeada.

—Por supuesto, comandante. Nuestro turno terminó. Estamos tan cansados como el que más, pero esos extraños nos salieron al encuentro.

—¿Mataron a los dos?

—¡Nos atacaron, comandante! ¡Eran diez! Dispararon primero, comandante.

Luke deseó regresar a Endor.

—Uno de ustedes venga conmigo.

—¿Señor?

El calamariano retrocedió y aferró su desintegrador.

—Es una orden —dijo Luke con serenidad—. Sígame de cerca, para que pueda cubrirle.

Poco a poco, el alienígena salió de su escondite. Un rayo desintegrador surgió desde el otro lado. Luke giró en redondo y lo desvió.

—¡Alto el fuego! —gritó—. ¡Chewie, vuélales la cabeza, si es necesario!

Un rugido wookie resonó en la zona desierta comprendida entre la nave y el andamio.

—De acuerdo —dijo Luke—. Vamos.

Luke volvió sobre sus pasos hacia la cañonera, pero esta vez más despacio, porque el calamariano no estaba dispuesto a ir más deprisa. Evitó el punto donde yacían los cadáveres.

—¿Dónde estás, Chewie?

Otro disparo de desintegrador, y otro. Luke saltó y se volvió, parando los rayos sin pensar.

El tiroteo enmudeció de repente. Desde el andamio de delante se oyó un siniestro gruñido… y el rugido inconfundible de un wookie furioso. Luke levantó la espada para ver mejor. La torre metálica osciló violentamente. En lo alto, varias formas oscuras se aferraban a los rebordes. Los desintegradores cayeron al suelo con un ruido metálico.

—Buen trabajo, Chewie —gritó Luke. Apretó con fuerza la espada—. Muy bien, todo el mundo abajo. Fijaos bien. Esto es un mon calamari, no un ssi-ruuk. ¡Miradle bien! —Oyó ruidos apagados, pero ningún rostro apareció en el círculo de luz verde—. Vamos —gritó, impaciente.

Al cabo de tres segundos de silencio, oyó un rugido de Chewbacca.

Diez humanos salieron, ocho hombres y dos mujeres, vestidos con chaquetas sueltas y voluminosas y sombreros calefactores. Daba la impresión de que ya no iban armados. Un hombre, más bajo y delgado que los demás, señaló al calamariano.

—No es un Flauta —dijo.

Luke reconoció la voz. Era el hombre que había intentado disuadirle.

Un hombre de mayor envergadura avanzó, con los ojos bien abiertos. La luz verde no favorecía a nadie, pero Luke supuso que aquel tipo tendría círculos oscuros bajo sus ojos saltones a cualquier luz.

—Tranquilo, Vane.

El hombre delgado cerró la boca, pero se acercó más a Luke y el calamariano. Tessa Manchisco entró en el círculo de luz. Sus ojos reflejaban una cólera verde.

—Esta plataforma está reservada a los tripulantes de la Alianza —dijo Luke con severidad—. ¿Qué hacen aquí?

Círculos oscuros cruzó sus fornidos brazos.

—Éste es nuestro planeta, espadachín. Le agradeceremos que mantenga alejados a monstruos como ese pez y aquel peludo.

Chewbacca avanzó hacia el grupo.

Luke necesitaba información, y deprisa. ¿El Imperio habría enviado a aquellos rufianes, o actuaban por su cuenta? El bakurano delgado estaba lo bastante cerca para que Luke sondeara su mente un instante. Luke estaba seguro de que tenía buenos motivos para hacerlo, sin correr el riesgo de desviarse hacia el lado oscuro.

De todos modos, vaciló antes de enfocar su atención en el hombre delgado, y se abrió para escuchar las sensaciones del individuo (
confusión, miedo, turbación, suspicacia
…). Se internó en su memoria.

No tuvo que profundizar mucho. Les habían prometido «una pequeña recompensa, directamente desde el despacho del gobernador», si se acercaban a la Plataforma 12 y tomaban medidas para impedir que los ssi-ruuk se infiltraran en Bakura mediante aquella zona de aterrizaje cedida a la Alianza.

Luke interrumpió el contacto y bajó la espada.

—Vuelvan a sus casas. —Confió en que su voz transmitiera el disgusto que sentía—. Díganle al gobernador Nereus que nosotros nos encargaremos de vigilar la Plataforma 12.

Nadie se movió.

Un rugido profundo y gutural se oyó desde la dirección de Chewbacca.

—Adelante —dijo Luke, al captar la intención—. Aún no han visto a un wookie enfurecido.

El hombre delgado salió del círculo de luz verde y se encaminó hacia los cadáveres. Uno tras otro, los demás le siguieron. Pronto, un grupo cabizbajo caminó arrastrando los pies hacia la entrada principal de la Plataforma 12, cargando a sus camaradas.

En cuanto salieron, la batería principal de luces volvió a encenderse.

Alguien debía de estar vigilando desde la guarnición imperial, que sólo distaba unos kilómetros en dirección sur. Y la Seguridad del espaciopuerto estaría indudablemente ocupada en las Plataformas 2, 6 o 9. En asuntos imperiales.

Exhaló un suspiro.

—Vamos a comprobar que el
Halcón
esté bien, Chewie.

Cuando Cetrespeó despertó temprano a Leia, la joven encontró un mensaje de Luke: había ido a Chewbacca al espaciopuerto para supervisar las reparaciones de las naves. Se vistió a toda prisa en el cuarto de baño y se hizo las trenzas. Salió y vio a un humano alto, parado junto a la pared mural. La joven se detuvo y boqueó. A la tenue luz de la habitación, la silueta brillaba débilmente y bañaba la imagen en tiempo real de una ciudad rutilante.

Luke había dicho que, en ocasiones, veía a Ben Kenobi así. Leia retrocedió y forzó la vista. El hombre no se parecía al viejo general, ni a nadie que conociera.

Fuera quien fuese, no debía estar en su apartamento. Desvió la vista hacia su desintegrador, fuera de su alcance, sobre la cama repulsora. Debía de carecer de eficacia contra las apariciones, si se trataba de una.

—¿Quién es usted? —preguntó—. ¿Qué desea?

—No temas —dijo la figura con calma—. Recuerda a Luke que el miedo pertenece al lado oscuro.

¿Quién era esta persona, que llevaba mensajes para Luke a sus aposentos privados? ¿Un bakurano? ¿Un imperial?

—¿Quién es usted?

El extraño se alejó hacia un punto más oscuro, donde su resplandor aumentó. Era alto, de cara ancha y agradable, y cabello oscuro.

—Soy tu padre, Leia.

Vader. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Su sola presencia agitaba todas las emociones oscuras que anidaban en su interior: miedo, odio…

—Leia —repitió la figura—, no me temas. He sido perdonado, pero aún debo expiar muchos pecados. Debo purificar de ira tu corazón y tu mente. La ira también pertenece al lado oscuro.

Su desintegrador no le serviría de nada. Incluso cuando estaba vivo, desviaba los rayos con las manos desnudas. Le había visto hacerlo en Ciudad Nube.

—Quiero que te marches. —El oscuro frío heló su voz—. Que abandones ese cuerpo. Esfúmate, o lo que hagas.

—Espera. —La aparición no se movió de su sitio. A lo sumo, dio la impresión de que disminuía de tamaño y proximidad—. Ya no soy el hombre que temías. Podrías verme como un extraño, al menos, no como un viejo enemigo.

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