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Authors: Kathy Tyers

Tags: #Ciencia ficción

La tregua de Bakura (21 page)

BOOK: La tregua de Bakura
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Leia había vivido demasiado tiempo con el miedo a Darth Vader.

—No puedes resucitar Alderaan. No puedes resucitar a la gente que asesinaste, o consolar a sus viudas y huérfanos. No puedes enmendar lo que hiciste a la Alianza.

Un antiguo dolor la traspasó, como una herida reciente.

—Yo reforcé la Alianza, aunque no fuera ésa mi intención. —Extendió un brazo resplandeciente. La voz dulce se le antojó errónea. El rostro desnudo y bondadoso no daba la impresión de haber estado oculto durante décadas bajo una máscara respiratoria—. Leia, las cosas están cambiando. Puede que jamás pueda regresar a ti.

Leia apartó la vista. Quizá no podría herirle con el desintegrador, pero tenerlo en las manos la aliviaría. Si extendía la mano, casi podría tocarlo.

—Mejor.

—No estoy justificando… mis actos. No obstante, tu hermano me salvó de la oscuridad. Debes creerme.

—Escuché a Luke. —Leia se cruzó de brazos y rodeó los codos con sus manos—. Pero yo no soy Luke. Ni tu maestro. Ni tu confesor. Sólo tu hija, gracias a una jugarreta cruel del destino.

—De la Fuerza —insistió la visión—. Que sirvió a un propósito. Estoy orgullosa de vuestra energía. No pido la absolución. Sólo tu perdón.

Leia tensó la mandíbula y siguió con los brazos cruzados.

—¿Y lo que le hiciste a Han? ¿Vas a pedirle perdón?

—Sólo por tu mediación. Tengo poco tiempo.

La joven tragó saliva. Notó la garganta seca.

—Casi puedo perdonar que me torturaras. —La figura inclinó la cabeza—. Y las atrocidades que hiciste a otras personas, por haber arrastrado sus planetas al seno de la Alianza. Pero lo de Han… No, si me utilizas como intermediaria, jamás lograrás su perdón. Jamás.

La figura se encogió todavía más.

—Jamás es una palabra demasiado fuerte, hija mía.

¿Darth Vader, dándole lecciones sobre virtud y eternidad?

—Jamás te perdonaré. Desmaterialízate. Vete.

—Leia, tal vez no vuelva a hablar contigo, pero te oiré si me llamas. Si cambias de opinión, estaré atento.

Le miró fijamente. ¿Cómo se atrevía, después de sus crueldades y perversidades? Que Luke tratara con él. Ella no pensaba hacerlo.

¿Cómo soportaba Luke saber que era su padre?

Salió como un rayo del dormitorio. La luz de la mañana penetraba por la larga ventana de la habitación principal, bañaba las paredes amarillas y el suelo oscuro. Han se levantó del saloncito más alejado.

—Vas a llegar tarde, No —Alteza.

Cetrespeó anadeó hacia ella.

—¿Está preparada, ama L…?

Leia cogió el Propietario y desconectó a Cetrespeó. Se volvió hacia la puerta del dormitorio. No salió nadie.

—No puede hacerme esto —murmuró—. Destrozar mi vida. ¡No puede!

Han contempló al androide, petrificado en una postura cómica, y después frunció los labios.

—¿Quién? ¿Te ha llamado aquel capitán?

Leia lanzó los brazos al aire y paseó frente a la ventana.

—Oh, estupendo. ¿Sólo se te ocurre pensar en tus mezquinos —cogió una almohada del sofá— y despreciables —la estrujó entre sus manos— celos? Vader ha estado aquí, y tú sólo sabes pensar en… ¡Aj!

—Uau, princesa. —Han extendió las palmas—. Vader está muerto. Luke lo frió. Salí en una bicicleta y vi el montón de cenizas.

Leia sintió un nudo en el estómago.

—Viste su cuerpo. Yo vi… el resto.

—¿Tú también ves cosas? —La miró con las manos en los bolsillos y las cejas enarcadas—. O estás adquiriendo más poder en eso de la Fuerza, o se trata de la mala influencia de Luke.

—Quizá las dos cosas —repuso ella con amargura—. Si tuviera que ver fantasmas, podría haber sido ese Yoda. Me encantaría hablar con el general Kenobi. ¿Y quién me sale?

Dejó caer la almohada y lanzó un puñetazo a la pared amarilla.

—Tranquila —murmuró Han—. No es culpa mía.

—Ya lo sé.

Los nudillos también le dolían. Frustrada, se apoyó contra la pared. Miró hacia su dormitorio.

—¿Qué quería?

—Te encantará. Disculparse.

Han emitió una breve carcajada de incredulidad y se pasó una mano sobre los ojos.

—Sí —dijo Leia—. Lo mismo pienso yo.

—Saltas cada vez que algo te lo recuerda. Ahora le has visto cara a cara. Quizá lo peor ha pasado ya.

—No. —Sus hombros se hundieron—. Han, aún sigue aquí. Yo soy…

Cerró los ojos, incapaz de concluir la frase.

—¿Y qué? —Han se acercó y apoyó una mano sobre su hombro—. Nadie habría podido alcanzar un puesto tan elevado en el Imperio sin un montón de capacidades y talentos. Tú los tienes, pero los utilizas de manera diferente.

¿Cómo podía ser tan insensible?

—Muchísimas gracias, Han.

Consideró la posibilidad de darle un puñetazo.

—¿Leia? —Han abrió los brazos—. Yo también lo siento. Lamento haber armado un follón por ese alderaaniano.

Leia exhaló un largo y lento suspiro, y siguió apoyada contra la pared.

—Lárgate.

—Muy bien —exclamó con brusquedad Han—. De acuerdo. He comprendido el mensaje.

Rodeó el saloncito, hecho una furia.

—¡Han, espera!

¿Qué había hecho, descargar su ira sobre la única persona que no lo merecía? Dejó atrás a Cetrespeó, el puesto de comunicaciones apagado y llegó casi a la puerta principal.

—Han, es…, es la herencia de Vader. No puedo evitar ser lo que soy.

Mientras el impacto de sus palabras la paralizaba, Han se detuvo junto a la consola negra. Se volvió poco a poco.

—No —dijo—. Es la herencia de Skywalker.

Aquel apellido, el apellido de Luke, no la afectó de la misma forma. Un súbito pensamiento cruzó por su mente. ¿Cómo había sido Vader…, antes de ser Vader?

—Voy a decirte una cosa. —Han se acercó al borde del saloncito—. Los gobiernos se necesitan mutuamente. Sí. Y los planetas, y las razas. Y también la gente.

Los gobiernos. Iba a llegar tarde al desayuno con el primer ministro…

—Sí. —Volvió a su lado—. Exacto. De todos modos, se ha ido. No me hizo daño. Quizá ya no pueda.

—Esto sería estupendo.

Han recorrió con un dedo sus trenzas.

Leia se quitó las hebillas. Han la contempló con atención, mientras ella se pasaba la mano por el cabello y agitaba la cabeza. Su cabello se desparramó como una cascada.

—Pero no voy a perdonarle —dijo con suavidad.

—¿Estás segura de que te encuentras bien?

Han acarició la cascada oscura y rodeó su cintura con el brazo.

Su hombro se convirtió en una firme y cálida almohada.

—Te quiero, manojo de nervios.

—Lo sé.

—¿De veras?

Han acarició su nuca.

—¿Por qué piensas que no?

—Lo siento —susurró la joven, y estiró el cuello. Retuvo los labios cerca de su cuello.

Han aceptó la invitación. Se inclinó y la besó. Leia sintió que su energía vital se concentraba en el beso, hasta que sólo existieron los perceptibles movimientos de la boca de Han. Apoyó las manos sobre sus hombros. Las piernas de Han se movieron hacia ella. Todas las percepciones se desvanecieron, excepto el sabor de su aliento. El pulso martilleó en sus oídos.

El centro de comunicaciones sonó detrás de él.

—¡Mmmm! —rugió Han, antes de que Leia pudiera soltarse—. ¡No! ¡No es justo!

Leia rió de su desesperación y echó el pelo detrás de los hombros.

—¿Vas tú, o quieres que lo haga yo?

—Bien, eres… —La miró de arriba abajo y dibujó una sonrisa torcida—. Adorable.

—Pero no estoy presentable.

—No es tu imagen habitual —admitió Han, con un pesaroso movimiento de cabeza—. Yo iré.

Leia se apartó a un lado. Han tocó un control y parpadeó.

—¡Luke! —exclamó—. ¿Qué ocurre?

—Se ha producido un pequeño problema —dijo la voz de Luke.

Leia se puso al lado de Han. Luke parecía sereno. Intentó proyectarse con la Fuerza para sentir su presencia, pero no pudo. Aún debía de estar muy nerviosa.

—Pensaba que ibas a supervisar las reparaciones de la naves —dijo.

—Pensé que el centro de comunicaciones no era lo bastante seguro para dejar mensajes. Nuestros tripulantes mon calamari bajaron para un permiso autorizado. Algunos bakuranos que se encontraban en una parte del espaciopuerto donde no debían estar, a instancias de Nereus, les vieron y pensaron que lo ssi-ruuk habían aterrizado. Cuando llegué, los calamari habían disparado contra dos en defensa propia.

—Oh, no.

Los documentos de la tregua ardieron en la imaginación de Leia.

—Lamento habérmelo perdido —sonrió Han—. Parece que lo has arreglado todo. Luke asintió.

—Estaba tan oscuro que la espada de luz bastó para iluminar toda la zona de la plataforma. Una vez Chewie y yo atrajimos la atención de ambos bandos, y los bakuranos echaron un buen vistazo a los nuestros, declararon un alto el fuego.

Han enarcó una ceja.

—No está mal, granjero.

—Oye, Luke —Leia volvió a empujar el pelo hacia atrás—, ¿y los bakuranos heridos?

Luke apretó los labios y meneó la cabeza.

—¿He dicho heridos? Lo siento. Muertos. Hay que presentar una disculpa oficial a sus familiares. ¿Lo harás por mí? Esas cosas te salen mejor.

A Leia no le hizo ninguna gracia la idea, pero Luke tenía razón. Era preciso proceder con corrección.

—Lo haré.

Intentó proyectarse hacia él una vez más. Lo que tocó heló su sangre. Quizá la crisis había terminado, pero percibió en el fondo una oscura inquietud.

—Luke, ¿qué pasa?

Las mejillas del joven enrojecieron.

—Por favor, Leia. Este canal no es seguro.

Luke tenía mucho miedo. ¿Qué más había ocurrido aquella noche? Han enarcó una ceja y la miró. Leia sacudió la cabeza.

—Más tarde —dijo—. Han y yo iremos directamente a casa del primer ministro. Me disculparé ante él, antes que nadie. También me llevaré a Cetrespeó y Erredós, para traducir.

—Bien. Erredós estará en mi dormitorio, enchufado. Han, dejo a Chewie aquí para mantener la calma. Intentaré hablar con Belden, si le localizo.

—¿Belden?

—El senador de mayor edad. Tengo un presentimiento —dijo en voz baja.

—¿Sobre el tiroteo? —preguntó Han.

—Exacto. Hasta luego.

La imagen se desvaneció.

Han se cruzó de brazos.

—Supongo que cuanto antes pongamos manos a la obra, antes podremos largarnos de este planeta con la piel intacta.

Leia extendió una mano hacia el tablero de comunicaciones.

—Avisaré al primer ministro Captison de que llegaremos tarde.

Menos mal que se habían retrasado. De lo contrario, no habrían recibido la transmisión de Luke.

Leia frunció el ceño y tecleó el código del primer ministro Captison. Tal vez algún día se arrepentiría de no haber aceptado las disculpas de Vader. De Anakin. De quien fuera. Había actuado con educación.

¿La vigilaba? Furiosa, agitó el puño en el aire.

Capítulo 11

L
uke salió de la cabina de comunicaciones cercana a la Plataforma 12, contento de no haber utilizado la red de comunicación no visual de la cantina. Al ver las caras de Leia y Han, había comprendido que estaban bien. Mejor que bien. Mientras mantenía la comunicación, había archivado un informe sobre el incidente en la memoria y buscado una dirección.

Chewie montaba guardia.

—Gracias, compañero —dijo Luke, y le pellizcó el brazo peludo.

El wookie respondió con una palmada sobre su hombro, y después se encaminó hacia el
Halcón
. Una minuciosa investigación había demostrado que nadie lo había tocado.

La capitana Manchisco estaba apoyada contra la pared acanalada de la cantina.

—¿Se marcha, comandante?

Se había arreglado para el permiso, pero el polvo gris del espaciopuerto había manchado su traje de navegación color crema durante el altercado. Tres trenzas negras colgaban todavía a cada lado de su cabeza, cubiertas de trozos de hojas y ramitas.

A bordo del
Halcón
, había anunciado (con gran sensatez) que ofrecía pagar horas extras a precio triple a su navegante duro por quedarse a bordo de la nave. Luke deseó que el capitán mon calamari hubiera pensado en eso. Un descrédito para la Alianza, pero sus líderes preferirían pagar horas extras a triple precio a provocar incidentes que costaran vidas bakuranas.

—¿Cómo está el
Frenesí
? —preguntó Luke.

Manchisco arrugó el entrecejo.

—Un pequeño problema con el escudo de estribor. Está solucionado, pero tuve que dejar un equipo de mantenimiento imperial a bordo. Todas sus peculiaridades estarán almacenadas en el ordenador de Thanas a estas alturas.

Hundió la mano en el bolsillo.

—¿Hicieron un buen trabajo, al menos?

—Parece que sí. —Se encogió de hombros—. No sé si le he dicho que ha sido un placer conocerle.

—A mí también me gusta trabajar con usted, y estoy seguro de que aún no hemos terminado.

El duro rostro de la mujer, curtido en mil batallas, perdió algunas arrugas.

—Usted es el experto en estas cosas, pero tengo la extraña sensación de que no volveremos a vernos.

Otra advertencia. ¿O habría experimentado Manchisco una premonición?

—No lo sé —contestó con franqueza—. El futuro siempre está en movimiento.

La mujer agitó su mano izquierda.

—Da igual. Hacemos lo que podemos, siempre que podemos, ¿eh, comandante?

—Exacto.

Un vehículo de dos plazas atravesó la puerta de la Plataforma 12, cargado con cuatro tripulantes de la Alianza. Justo lo que necesitaba. Las autoridades del espaciopuerto habían reclamado el coche en que había llegado.

—Una noche movida —observó Manchisco—. Esperemos que no surjan más problemas.

Los tripulantes parecían cansados, pero pacíficos.

—Creo que están bien. Que la Fuerza la acompañe, capitán.

Luke requisó el vehículo y salió a la carretera periférica.

Cinco minutos después, aparcó en lo alto de una torre residencial. Encontró el apartamento del senador Belden cerca del ascensor. Se pasó una mano por el pelo, alisó su traje de vuelo gris y tocó el panel de alarma.

Mientras aguardaba la respuesta, miró en ambas direcciones del polvoriento pasillo, muy diferente de la lujosa mansión de Captison. Quizá la familia Belden poseía una casa mejor en otra parte, o tal vez el gobernador Nereus se encargaba de que la cuenta corriente de los disidentes no se engrosara demasiado.

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