La velocidad de la oscuridad (35 page)

BOOK: La velocidad de la oscuridad
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En uno de esos destellos interiores, sé que Lucía está pensando más en sus sentimientos que en los míos ahora mismo. Está dolida porque Don la engañó; piensa que la hizo parecer estúpida y no quiere ser estúpida. Está orgullosa de ser inteligente. Quiere que lo castiguen porque la ha herido... al menos ha herido sus sentimientos sobre sí misma.

No es una situación muy agradable, y no sabía que Lucía fuera así. ¿Tendría que haberlo sabido? ¿Cómo cree ella que tendría que haber conocido a Don? Si las personas normales esperan saberlo todo las unas de las otras, todo lo oculto, ¿cómo pueden soportarlo? ¿No los marea eso?

—No eres telépata, Lucía —dice Marjory.

—¡Ya lo sé! —Lucía se mueve con gestos entrecortados, sacudiendo el pelo, agitando los dedos—. Es que... maldición, odio quedar en ridículo, y así es como me siento. —Me mira—. Lo siento, Lou. Estoy siendo egoísta. Lo que realmente importa eres tú y cómo te encuentras.

Es como contemplar un cristal formándose en una solución supersaturada para ver su personalidad normal (su personalidad habitual) regresar desde la persona furiosa que era hace un momento. Me siento mejor porque ella ha comprendido lo que estaba haciendo y no lo va a volver a hacer. Es más lento que la forma en que ella analiza a otras personas. Me pregunto si la gente normal tarda más tiempo que los autistas en mirar en su interior y ver lo que está sucediendo realmente o si nuestros cerebros funcionan en eso a la misma velocidad. Me pregunto si ella ha necesitado lo que Marjory le ha dicho para volverse capaz de ese autoanálisis.

Me pregunto qué piensa realmente Marjory de mí. Ahora está mirando a Lucía, con rápidas miradas de nuevo hacia mí. Su pelo es tan hermoso... me encuentro analizando el color, la proporción de diferentes colores de pelo y la forma en que la luz cambia en ellos cuando se mueve.

Me siento en el suelo y comienzo mis estiramientos. Al cabo de un momento las mujeres se ponen a estirar también. Me noto un poco envarado: me hacen falta varios intentos para tocarme las rodillas con la frente. Marjory sigue sin poder hacerlo; su pelo cae hacia delante, rozando sus rodillas, pero su frente no se acerca ni un palmo.

Cuando termino, me levanto y voy a la otra sala en busca de mi equipo. Tom está fuera con Max y Simon, el árbitro del torneo. El anillo de luces crea una zona brillante en el centro del patio oscuro, con fuertes sombras por todas las demás partes.

—Eh, amiguete —dice Max. Llama amiguete a todos los hombres cuando llegan. Es una tontería, pero así es él—. ¿Cómo estás?

—Estoy bien.

—He oído que usaste un movimiento de esgrima con él. Ojalá lo hubiera visto.

Creo que Max no hubiese querido estar allí en la vida real, no importa lo que piense ahora.

—Lou, Simon se preguntaba si puede batirse contigo —dice Tom. Me alegra que no me pregunte cómo estoy.

—Sí —digo yo—. Me pondré la careta.

Simon no es tan alto como Tom, y es más delgado. Lleva una vieja chaqueta acolchada, igual que las chaquetas blancas que se usan en las competiciones formales de esgrima, pero con franjas verdes.

—Gracias —dice. Y entonces, como si supiera que estoy mirando el color de su chaqueta, añade—: Mi hermana quería una verde para un disfraz... y sabía más de esgrima que de teñir ropa. Era peor al principio; ahora se ha desteñido.

—Nunca había visto una verde.

—Ni nadie —dice él. Su careta es de un blanco ordinario, amarillento por el tiempo y el uso. Sus guantes son marrones. Me pongo la careta.

—¿Qué armas? —pregunto.

—¿Cuál es tu favorita?

No tengo favoritas: cada arma y combinación tiene su propia pauta de habilidad.

—Prueba con sable y daga —dice Tom—. Será divertido verlo.

Recojo mi sable y mi daga y los sopeso en las manos hasta que se vuelven cómodos; apenas puedo sentirlos, lo cual está bien. El sable de Simon tiene una gran cazoleta, pero su daga lleva un anillo simple. Si no es muy bueno en las paradas, puede que consiga un botonazo en su mano. Me pregunto si lo aceptará o no. Es árbitro: sin duda será honrado.

Empieza relajado, las rodillas dobladas, es alguien que ha practicado lo suficiente para sentirse cómodo. Nos saludamos; su hoja silba en el aire en el golpe del saludo. Siento que el estómago se me encoge. No sé qué hará a continuación. Antes de que pueda imaginarme nada se lanza hacia mí, algo que casi nunca hacemos en este patio, con el brazo plenamente extendido y la pierna atrás y recta. Me giro, bajando la daga y extendiéndola para el bloqueo y apuntando hacia su daga, pero él es rápido, tan rápido como Tom, y sube ese brazo, listo para la parada. Se recupera del ataque tan rápidamente que no puedo aprovecharme de esa momentánea falta de movilidad, y asiente mientras regresa a la posición de guardia neutral.

—Buena parada —dice.

El estómago se me encoge todavía más y me doy cuenta de que no es por miedo, sino por excitación. Puede que él sea mejor que Tom. Ganará, pero yo aprenderé. Se mueve de lado y lo sigo. Realiza varios ataques más, todos rápidos, y consigo detenerlos todos, aunque no ataco. Quiero ver su pauta, y es muy diferente. Otra vez, otra. Bajo alto alto bajo bajo alto bajo bajo bajo alto alto: anticipando el siguiente, lanzo mi propio ataque cuando él viene bajo de nuevo, y esta vez no llega a pararme y consigo un ligero botonazo en su hombro.

—Bien —dice, dando un paso atrás—. Excelente.

Miro a Tom, que asiente y sonríe. Max une las manos sobre la cabeza; también sonríe. Me siento un poco mareado. En el momento del contacto he visto la cara de Don y he sentido el golpe que di y lo he visto doblarse con el golpe. Sacudo la cabeza.

—¿Te encuentras bien? —pregunta Tom. No quiero decir nada. No sé si quiero continuar.

—Me vendría bien un descanso —dice Simon, aunque sólo hemos tirado un par de minutos. Me siento estúpido; sé que lo hace por mí y no debería molestarme, pero estoy molesto. Ahora viene otra y otra vez la sensación en mi mano, el olor del aliento de Don al escapar, el sonido y la visión y el tacto todo junto. Parte de mi mente recuerda el libro, la alteración de la memoria y el estrés y el trauma, pero sobre todo siento simplemente tristeza, una tensa espiral de tristeza y miedo y furia todo junto.

Me debato, parpadeando, y una frase de ondas musicales ondula en mi mente; la espiral se abre de nuevo y se alza.

—Yo... estoy... bien... —digo. Sigue costándome hablar, pero ya me encuentro mejor. Alzo mi hoja; Simon da un paso atrás y alza la suya.

Nos saludamos de nuevo. Esta vez su ataque es igual de rápido pero diferente; no puedo leer en absoluto su pauta y decido atacar de todas formas. Su hoja atraviesa mi parada y me alcanza bajo en el abdomen.

—Bien —digo.

—Me estás haciendo esforzarme —dice Simon. Oigo que respira con dificultad; sé que yo también—. Casi me has alcanzado cuatro veces.

—He fallado esa parada —digo—. No he sido lo bastante fuerte...

—Veamos si cometes de nuevo ese error —dice él. Saluda, y esta vez soy yo quien ataca primero. No consigo un botonazo y su ataque parece más rápido que el mío; tengo que esquivar dos o tres golpes antes de poder ver una abertura. Antes de conseguir el contacto, él logra uno en mi hombro derecho.

—Decididamente demasiado difícil —dice—. Lou, eres muy bueno. Eso me pareció en el torneo: los novatos nunca ganan y tú tuviste algunos problemas típicos del novato, pero era evidente que sabías lo que estabas haciendo. ¿Has pensado alguna vez dedicarte a la esgrima clásica?

—No. Sólo conozco a Tom y Lucía...

—Deberías pensártelo. Tom y Lucía son mejores entrenadores que la mayoría... —Simon le sonríe a Tom, quien le devuelve el gesto—. Pero un poco de técnica clásica mejoraría tu juego de piernas. Lo que ha permitido que te alcanzara esta última vez no ha sido la velocidad, sino la ventaja de saber cómo colocar exactamente mi pie para lograr la mejor extensión con la menor exposición.

Simon se quita la careta, cuelga el sable, y me tiende la mano.

—Gracias, Lou, por un buen combate. Cuando recupere el aliento, tal vez podamos batirnos de nuevo.

—Gracias —digo yo, y le estrecho la mano. El apretón de Simon es más fuerte que el de Tom. Estoy sin aliento; cuelgo mi hoja y pongo mi careta bajo una silla y me siento. Me pregunto si le gusto de verdad a Simon o si será como Don y me odiará más tarde. Me pregunto si Tom le ha dicho que soy autista.

16

—Lo siento —dice Lucía; ha salido con su equipo y se sienta junto a mí, a mi derecha—. No tendría que haber estallado de esa forma.

—No estoy molesto —digo. No lo estoy, ahora que ella sabe que estuvo mal y no lo está haciendo.

—Bien. Mira... sé que te gusta Marjory y que a ella le gustas tú. No dejes que este lío con Don te lo estropee, ¿de acuerdo?

—No sé si le gusto a Marjory de una manera especial —digo—. Don dice que sí, pero ella no ha dicho que sí.

—Lo sé. Es difícil. Los adultos no son tan directos como los niños de preescolar y se crean muchos problemas por ello.

Marjory sale de la casa, subiéndose la cremallera de la chaqueta de esgrima. Sonríe, a mí o a Lucía (no estoy seguro de la dirección de su sonrisa), mientras la cremallera se atasca.

—He comido demasiados donuts —dice—. O no he paseado lo suficiente o algo.

—Trae.

Lucía extiende la mano y Marjory se acerca para que Lucía pueda desatascar la cremallera y ayudarla. Yo no sabía que extender la mano fuera una señal para ofrecer ayuda. Creía que extender la mano era una señal para pedirla. Tal vez tiene que ver con el «trae».

—¿Quieres tirar, Lou? —me pregunta Marjory.

—Sí —respondo. Noto que mi rostro se acalora. Me pongo la careta y recojo el sable—. ¿Quieres usar sable y daga?

—Claro.

Marjory se pone la careta y no le veo la cara, sólo veo el brillo de sus ojos y sus dientes cuando habla. Pero distingo su forma bajo la chaqueta. Me gustaría tocar esa forma, pero no es adecuado. Sólo los novios con sus novias.

Marjory saluda. Tiene una pauta más sencilla que la de Tom y yo podría conseguir un botonazo, pero entonces se acabaría. Paro, ataco en corto, paro de nuevo. Cuando nuestras hojas se tocan siento su mano a través de la conexión: estamos tocándonos sin tocarnos. Ella gira, invierte, retrocede y avanza, y yo me muevo con ella. Es como una especie de baile, una pauta de movimiento, excepto que no hay música. Rebusco en la música que recuerdo, intentando encontrar la apropiada para este baile. Me produce una extraña sensación encajar mi pauta con la de ella, no para derrotarla sino sólo para sentir esa conexión, ese toque-y-toque de las hojas a las manos y viceversa.

Paganini.
Concierto para violín en re mayor
, opus 6, tercer movimiento. No es del todo adecuado pero se acerca más que ninguna otra cosa que se me ocurra. Firme pero rápido, con las pequeñas pausas en que Marjory no mantiene un ritmo exacto al cambiar de dirección. Mentalmente, acelero o freno la música para que cuadre con nuestros movimientos.

Me pregunto qué oye Marjory. Me pregunto si puede oír la música que yo oigo. Si los dos estuviéramos pensando en la misma música, ¿la oiríamos de la misma manera? ¿Estaríamos sincronizados o no? Yo oigo los sonidos de los colores en la oscuridad; ella podría oír los sonidos como líneas oscuras de luz, tal como se imprime la música.

Si ponemos ambas cosas juntas, ¿se cancelarían y desaparecerían de la vista, oscuridad sobre luz y luz sobre oscuridad? O...

Marjory rompe la cadena de pensamiento al alcanzarme.

—Bien —digo, y doy un paso atrás. Ella asiente, y volvemos a saludarnos.

Leí algo una vez acerca de que pensar era como luz y no pensar como oscuridad. Estoy pensando en otras cosas mientras practicamos y Marjory ha sido más rápida que yo. Así que si no está pensando en otras cosas, ¿este no-pensar la ha hecho más rápida y es esa oscuridad más rápida que la luz de mi no-pensar?

No sé cuál es la velocidad del pensamiento. No sé si la velocidad del pensamiento es la misma para todo el mundo. ¿Es pensar más rápido o pensar más allá lo que hace diferente el pensar diferente?

El violín se eleva en una pauta en espiral y la pauta de Marjory se deshace y yo avanzo en el baile que ahora es un solo y hago contacto.

—Bien —dice ella, y retrocede. Su cuerpo se mueve al compás de su respiración agitada—. Me has agotado, Lou. Ha sido un enfrentamiento largo.

—¿Y yo? —pregunta Simon. Me gustaría estar más con Marjory, pero me ha gustado batirme con Simon antes y quiero hacerlo también.

Esta vez la música empieza cuando lo hacemos nosotros, música diferente. La fantasía de
Carmen
, de Sarasate... perfecta para los andares felinos de Simon a mi alrededor, buscando una abertura, y para mi intensa concentración. Nunca pensé antes que podría bailar (es una cosa social, y siempre me siento torpe y envarado). Ahora, con una espada en la mano, me parece bien moverme con la música interior.

Simon es mejor que yo, pero eso no me molesta. Estoy ansioso por ver qué hace, qué puedo hacer. Consigue un botonazo, otro, pero luego yo consigo uno.

—¿El mejor de cinco? —pregunta.

Yo asiento, sin aliento. Esta vez ninguno de los dos consigue un botonazo inmediatamente; esta vez seguimos tirando, hasta que por fin consigo otro contacto, más por suerte que por habilidad. Ahora estamos empatados. Los otros guardan silencio, observando. Puedo sentir su interés, un cálido espacio en mi espalda mientras giro. Adelante, de lado, alrededor, atrás. Simon conoce y contrarresta cada movimiento que hago; apenas soy capaz de detener los suyos. Finalmente hace algo que ni siquiera veo: su hoja reaparece justo donde yo pensaba que la había esquivado y consigue el botonazo final del encuentro.

Estoy chorreando sudor aunque la noche es fría. Estoy seguro de que huelo mal, y me sorprende que Marjory se acerque y me toque el brazo.

—Ha sido maravilloso, Lou —dice. Me quito la careta. Sus ojos brillan, la sonrisa de su cara se extiende por todo su pelo.

—Estoy sudando.

—Es normal, después de eso —dice—. Guau. No sabía que pudieras batirte de esa forma.

—Ni yo tampoco.

—Ahora que lo sabemos —dice Tom—, tenemos que llevarte a más torneos. ¿Qué te parece, Simon?

—Está más que preparado. Los mejores esgrimistas del estado podrán vencerlo, pero cuando supere los nervios de los torneos, tendrán que esforzarse.

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