La vida perra de Juanita Narboni (15 page)

BOOK: La vida perra de Juanita Narboni
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No podrías soportar a tantísimo nuevo rico. Rezaré por ti, sí, hija, y por mí y por todos. Que Dios nos dé salud. Eso es lo que importa. ¿Qué me das, Mohamed? ¿Un prospecto? ¡Hace años que no me dan prospectos! Hubo un tiempo en que Marinita Medina me los guardaba. «Si desea que usted y los suyos disfruten de unas dignas honras fúnebres, asegúrese en "El Ocaso".» ¡Guós por ti se haga, no haya un mal! Toma, toma, para ti, no lo quiero... ¡A bueno está! Y yo que creí que era de cine... ¡Bonita película! ¡De terror! ¿No te digo? Están oyendo misa desde la calle. ¿Y cómo entro yo ahora? A empujones. Esto no deberían permitirlo. Los que no puedan oír misa que se queden fuera, o que vayan a otra iglesia. Si no fuera porque la de la iglesia italiana me pilla tan lejos... Y en el Sagrado Corazón hay que subir tanta cuesta y van muchas que no quiero ver... Mi parroquia es ésta, aquí me bautizaron y aquí se casaron mis padres. Perdón, ¿me permite? En el Nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo... Mira, ahí está Mercedes, si pudiera hacerle señas, pero como la desgraciada no ve... No, pues yo de pie no oigo misa, ¡ea! Gracias, Juanito, gracias, mi rey, te dedico la mejor de mis sonrisas. Pobre muchacho, yo creo que esta mañana se ha volcado todo un tarro de «Narcisse Noir», amigo de Adolfito, el gran pianista... ¡Que Dios me perdone, ya estoy desbarrando! Yo, pecador, me confieso a Dios... ¿quién es aquélla? Parece una artista alemana. No veo a nadie conocido. Ahí está la prenda que estaba a punto de ahogarse ayer en la playa. Con su madre. Deja que salga, le tengo que contar a su madre que el niño me dio el día. ¡Mira tú que lanzarse al mar con bandera negra! ¡Qué guapo es! Que Dios se lo conserve, la gente guapa no debe morir. De tonto no tiene un pelo, mira cómo él también se fija en la actriz alemana. Se le van los ojos al niño. Esa no es de aquí. Gente nueva. Se está llenando la ciudad de gente nueva. Extraña. Mujeres que se parecen a Kay Francis y hombres vestidos como Adolphe Menjou
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. Espionaje, seguro.

Pues para ser alemana, esa mantilla blanca que se ha puesto no le sienta mal. ¿Qué está haciendo aquella criatura? ¡Niño, los cirios no se lamen! Gracias, Juanito. Me ofreces el pañuelo para que me arrodille. Ya no hay hombres así. El altar parece una nevada con tanta cala y tantísima azucena. ¡Qué bonito! Ese niñito me está poniendo nerviosa, aparte de que se puede envenenar. ¿Qué hacen esos padres? Menos mal. Ésa parece una institutriz. Claro, pero si están con la Gran Dama. Si lo sé no vengo. Ella va al Sagrado Corazón, ¿qué hace hoy aquí esa orgullosa? El pecado del orgullo, tarde o temprano se paga. En el fondo me encantaría ser como ella, pasar por delante de todos ignorándolos, con la cabeza erguida... Juani, mañana sin remedio tendrás que confesarte. Amén. Ten tu pañuelo, Juanito, gracias. Otra sonrisa. Estoy a punto de marearme con ese perfume, menos mal que con la puerta grande abierta, de vez en cuando viene una oleada de aroma a café desde El Chiquet. «Ay mamá Inés, ay mamá Inés, todos los negros tomamos café»
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. ¡Señor, Señor, apiádate de mí! Estoy enloquecida, lo mismo me entra de pronto unas ganas enormes de reír, como otras de llorar. Eso no es bueno. Mañana voy a un médico. Hablaré antes con un médico. Ahora me está entrando hambre, casi me arrepiento de haber comprado el quesito y los dátiles. Si cuando salga está abierto García o Furlán —da igual—, me compraré unos fiambres. Juanita, que tienes el dinero justo. Empeñaré el anillo de mamá.

¡Y pensar que yo me puse furiosa cuando aquella pecadora empeñó las alhajas de mamá! Claro que yo lo hago por necesidad, que no es lo mismo. «Ya no estás más a mi lado, corazón...»
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. Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo... Amén. ¿Cómo está tu madre, Juanito, hijo? Me alegro. Dale recuerdos de mi parte. Gracias por dejarme un sitio. Estás muy guapo. No, yo no... Los años no pasan en balde. Bueno, claro que no son tantos... ¡Adiós! Recuerdos. Mercedes, hija, no ves nada. Sí, llegué tarde y me he pasado media hora de pie haciéndote señas. ¿Te tocó la Tovar? ¡Pobrecita, tendrás las piernas amoratadas de cardenales! Lo siento, mujer. Sal, sal por aquí, vámonos a la acera de Galerías Lafayette, que allí estaremos más tranquilas. ¿Tienes que hacer la compra? ¡No me digas! ¡Ah, bueno, como yo, chucherías! ¿Te has puesto a régimen? No, yo voy para arriba. Acompáñame, mujer. Luego te vas por la calle de los Plateros y llegas enseguidita. Ayer estuve todo el día en la playa. Se nota, ¿no? Tú tendrías que tomar baños de mar. Mucho viento. Pues ya ves, hoy que no hace viento, no voy.

Por callarme, por prudencia y por educación, siempre he sido mal interpretada. Si yo me atreviera a decir las cosas a la cara... Este jamón de York está seco. El hijo de su madre me ha vendido lo peor. Dátiles, y un poco de foiegras en esas galletas crackers. Tráeme el vino, Hamruch. ¿Está fresquito? No te rías... ¿Te has preparado la tortillita de huevos y patatas? Prueba este queso roquefort, no tiene jalufo. Puedes probarlo con toda tranquilidad, tiene gusanos. Si probaras el vino... No puedo con Ana María. La quiero mucho y tengo mucho que agradecerle, pero intenta protegerme, que es algo que no soporto. Mi vida es mía, y muy mía. Y si quiero destruirme me destruyo. Y si quiero seguir viviendo, seguiré viviendo. Ya se murió mamá, la única que podía conmigo. Por prudencia.

Si yo hubiera sido como la otra, hubiera salido huyendo. ¡Y que a estas alturas me digan lo que tengo que hacer y cómo administrarme! Ya sé que lo hacen por mi bien. Pero mi bien no es ése. Mi vida se ha convertido en un dictado lleno de faltas. Cada gesto mío se convierte en un pecado, en una falta, como si ellas no tuvieran ninguna. Ellas son perfectas, no cometen ningún error. Yo sí. Ellas pueden hacer lo que les dé la gana. Juanita no, con Juanita hay que tener cuidado, hay que vigilarla. ¡Que me dejen en paz! Las quiero mucho, pero por favor... Que no haga disparates Juanita. Ellas sí, hacen y cometen los peores disparates del mundo. Mamá, te juro que hay días que no puedo más. Te prefiero a ti porque al fin y al cabo contigo, al final, siempre hacía lo que me daba la gana, que no era mucho, porque tenía que haber hecho lo que hizo ésa: escaparme. Y escapándome estoy siempre, huyendo siempre. Las quiero mucho, pero les tomo manía y cuando les tomo manía, las odio. «Acuérdate de tu madre...» me dicen, y me dejan como cohibida porque yo me acuerdo mucho de ti, pero no es eso. Lo ven todo desde el lado cómodo de sus vidas. Es muy bonito dirigir a las gentes desde un pulpito. No saldré más a la calle, me encerraré, no quiero que me vea nadie. ¡Nunca, nunca jamás! Como en
Washington Square
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esta puerta quedará cerrada para siempre. Y, ahora que me acuerdo, tengo que ir a la mercería para ver si Flores o Alberta me han guardado el esmalte nacarado de rosas «Carpe». Lo tienen desde antes de la guerra. Necesito un pretexto para salir, tengo culo de mal asiento, lo comprendo, y una vez en la calle añoro esta casa. Hamruch, mi reina, salgo un momento, bueno, también tengo que ver si ha llegado el dinero de papá. No, claro, si hoy es domingo, ¿adonde voy a ir yo a estas horas? Bueno, mi bien, friegas los platos y te vas. Yo voy a echarme un rato. Intentaré leer un poco, después llamaré a Esther. ¡La de cosas que me ha contado Mercedes! Parece mentira que esa mujer, que no se entera de nada porque no ve, se entere de todo por lo que oye. ¡El dineralazo que están haciendo los Cazorla! Los niños creo que van a jugar al tenis. Un mundo nuevo que nunca será para mí. Mamá, ¿por qué me has engañado? ¿A qué has llamado tú una familia bien? No me negarás que nuestra familia... No, no quiero discutir contigo, es inútil, no me comprenderías. En el fondo quien ha acertado es la que tú sabes, si está viva porque está viva y si ha muerto porque ha descansado ya y se ha librado de toda esta gusanera. Las huellas que ha dejado esa bastarda en esta casa... esos muebles, que yo ahora mismito tiraría por la ventana. Esos búcaros que son como los que salían en
La Millona
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esa señorita con galgos de escayola, que la muy farajmá aseguraba que eran de terracota. ¡Cuánta mierda! Y el descansado de papá con su imitación de despacho inglés, mierda todo, nada es auténtico en esta casa —ni yo misma—, nadie es auténtico en esta ciudad, ni nada es auténtico. Esta ciudad es como una caracola que va recogiendo los peores ruidos del mundo. Acabaremos como en San Francisco, con un gran terremoto. «San Francisco, tú eres faro de luz...»
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. Nos quemaremos todos en esa luz, nos achicharraremos. ¡Buen final nos espera! Que llegue pronto, para lo que tengo que perder, pero por tal de que otros revienten... Lo malo es que, al final, nos reventaremos los desgraciados, los inocentes, como siempre. ¡Mamá, mamá, mira lo que te digo, hiciste muy bien en irte a tiempo, de buena te has librado!

Abro los ojos y ya es lunes. He dormido muy bien con el bellergal, con luminal intentaba suicidarse Ana María Custodio en
La hija de Juan Simón
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. Tengo una montaña de cosas que hacer. ¿Se suicidaba o no se suicidaba? Ya no me acuerdo. ¿Te acuerdas tú, mamá? Lo primerito: ir al Consulado para ver si ha llegado la paga de papá, después al banco, a cambiar las libras por pesetas, si vieras, mamá, los manojos de billetes que sacan las gentes hoy en día de las carteras... ¡Y qué gentes! Si tú levantaras la cabeza, te volvías a morir del susto. Si cobro..., inmediatamente iré a la peluquería, pero si no cobrara, me llevaré tu anillo de platino y brillantes. Perdóname, mamá, pero ¿no crees que eso es mejor que pedirle a alguien dinero prestado? Me da mucha vergüenza ir al Crédit Mobilier, porque allí me conoce todo el mundo... Tengo que ir a la Compañía Electra, yo no me paso otra noche a la luz de las velas. Me pondré un vestido clarito y, por supuesto, te lo prometo, mamá, iré a confesarme con el padre Alfonso. De hoy no pasa. Y mañana, si Dios quiere, comulgaré. ¿No es maravilloso, mamá, no tenerle que pedir nada a nadie? ¿No deberle nada a nadie? Es el único medio de conseguir que me dejen en paz. Agradecida, agradecida, tengo que pasarme toda mi puñetera vida agradecida. Gracias a Dios, pero a nadie más. A la hora de la verdad, cuando tengo que fastidiarme, me fastidio yo sola. Hace un día espléndido. No, no, nada de playa. Hoy tengo un día muy atareado. Además, no pienso volver de la Marinetti. Ha sido muy buena conmigo y le estoy muy agradecida por lo del sábado, ¿no te digo? Gracias por todo, gracias, gracias... ¡Bueno, ya está bien! Que me estoy poniendo de mal humor. Hamruch, buenos días, eres un sol, ya me tienes el desayuno preparado. ¡Que Dios me libre de pensar mal, pero esta mujer me está echando cosas en el té! Se le está poniendo la cara muy estirada, como la de una india, y eso no me gusta nada. No, no debo pensar mal, soy una desagradecida, pero como a mí esta mañana me entren esos picores, esos mareos y esa desazón, voy en seguida al Instituto Pasteur a que me analicen la sangre. ¡Basta ya! Deja de pensar atrocidades, Juani. No quieres reconocerlo, no quieres confesártelo, pero lo que tú tienes no es ni más ni menos que le retour d'áge.

Me lo temía, me lo estaba temiendo, lo presentía: no ha llegado nada. Y para colmo de males, me descontarán la conferencia con Gibraltar. ¡Levanta el ánimo, mujer! Gracias, Tommy, paciencia, sí, no te preocupes. Recuerdos a tu mujer, y cuando le escribas a Fanny dile que me mande una postal desde Valletta. Lo importante es que estén todos bien. A lo mejor también a ti te trasladan algún día. (Cuanto antes mejor, falso, que eres un falso.) (Tengo unas ganas de perderte de vista.) No, no, gracias, Tommy, no sabes cómo te lo agradezco, pero todavía me queda algún dinerito (mentira podrida) y si, al fin y al cabo, como tú dices, es cuestión de pocos días (te veas como yo me veo, que tengas que empeñar todas las alhajas de tu mujer y ese anillo de casado que llevas al dedo). Qué bonito está el jardín. Adiós, recuerdos. ¿Y ahora qué hacemos, Juani? Lo dicho, al Crédit Mobilier. ¡Qué calor! Ya está empezando el calor. Voy a llegar a la peluquería sudada. ¡Adelante, Juani, siempre adelante! Ya me está entrando el picor. Es nervioso. Todo en mí es nervioso. ¡Reina, mi vida!, ¿cómo estás? ¡Cuánto tiempo sin verte! Hija mía, ese buche está cada vez peor. Mamá la pobre decía que parecías una gallina de Guinea. Tú, con tus gatos, como siempre. ¡Qué peste a pescado podrido echa esa bolsa! Estás muy guapa. ¿Sin novio, reina? Los hombres... No, yo tampoco. ¿Para qué mentir? Tú y yo, hija, somos las novias de la Muerte. ¡No toques hierro, mujer, si es un decir! Nos veremos, nos veremos, a ver si refresca un poco... Sí, iré por tu casa. Deja que pasen estos calores. No puedo resistir la peste a meado que echa tu casa. Sí, mujer, con favor de Dios. Aparece tú también por casa. Cuando quieras. Yo no salgo casi nunca. ¿Periódicos y revistas atrasadas? Sí, mujer. Algo tendré en el trastero, te los guardaré.

¿Qué hará esta mujer con tanto periódico, tanta sardina podrida y tanto gato? Bueno, me alegro de verte buena. Adiós. Con otro encuentro como éste y tengo hecha la mañana. No sé por dónde tirar. Ojalá Margarita esté de buen humor, siempre se ha portado muy bien conmigo. Y este anillo es de mucho valor. No, eso sí que no: la Memé. Me esconderé detrás de este arco para que no me vea, si me la tropiezo, la mañana perdida. Y además tiene un bajío preto, la negra. Bajó el platino, seguro.

Lo que tú quieras, Julián, en tus manos me pongo, tú me conoces y sabes mejor que nadie lo que me favorece. No son un año, ni dos, pero, por favor, no me peines como a Alegría, que va diciendo por ahí que ella es mitad Cristo, mitad Greta Garbo. Eso es: algo que me rejuvenezca. No me parece mala idea. «Una mujer devorada por sus propios gatos en Aviñón», si se enterara Reina, lo malo es que a ella la iban a devorar los gatos ajenos. «Niño arrebatado por un águila en Calabria»... Conchita, ¿podrías acercarme otra revista? Con este casco en la cabeza, hija mía, tengo la impresión de que acaba de arrebatarme un buitre. Gracias, mujer, ¿cómo está tu madre? Oye, ¿ésa no es la de Pinzón? ¡Qué vieja está! Mamá, la pobre, se reía mucho con ella, se las daba de culta y decía: En mi casa cada cosa en su sitio, mujer más adúltera que yo no hay. Y se quedaba tan tranquila. ¡Qué tormento es aguantar este peso en la cabeza! En cuanto salga de aquí me voy a tomar un refresquito. ¿Las uñas? Bueno, sí, Conchita. A ver si esas tontas de la mercería se han acordado de buscarme el esmalte nacarino de rosas «Carpe». ¡Cómo voy a salir de aquí, madre, hecha una reina! Cuando me vea Hamruch se va a creer que soy una de las mujeres del Sultán y va a empezar a lanzar yus-yus
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por toda la casa. «Modas», «El Hogar», «Consultorio»... «Nena contesta al Zorro», ¡qué coincidencia! ¿Y por qué no yo? Si yo le hubiera contestado aquella noche... Vamos a ver qué dice: «Mi querido amigo, a su pregunta debo contestarle que, en efecto, los espárragos con mayonesa o a la vinagreta se comen exclusivamente con los dedos. Es lo correcto. Por lo tanto, no tiene usted por qué ser víctima de las burlas de sus compañeros, y, llegado el caso, no tiene más que mostrarles un ejemplar de nuestra revista, me refiero, naturalmente, a este número en el que le envío la respuesta adecuada. Un saludo muy afectuoso de — Nena.» Este pobre Zorro es maricón. Dime, Conchita... ¿Ya están? ¡Qué maravilla! Me han quedado preciosas.

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