La vida perra de Juanita Narboni (12 page)

BOOK: La vida perra de Juanita Narboni
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Lo meteré en el horno con unas patatitas. ¡Parece mentira, cómo se va la mañana! Ya son las doce. Y esa malograda sigue durmiendo. ¿Terminaste con la ropa? ¡Daddy, encanto, te has puesto de tiros largos! Necesito dinero, dear. No frunzas el ceño, si fuera a la otra... Es para la casa. ¡Cómo se va el dinero! Eso. Veinte duros, que Dios te lo pague, no vuelvas muy tarde, daddy. ¿Adonde irá? Vete con Dios. Llevas un paquetito, los misterios de París
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, aquí cada uno va a lo suyo. Y yo sin enterarme de nada, como siempre. Anda, Hamruch, ponte el jaique. Que te lo den bueno, que no pase del medio kilo, y fresco, no me traigas una viejería. Ni siquiera tenemos fresquera, y con este calor. ¡Date prisa! Yo prepararé la habitación del señor. ¡A muévete, maldita, tienes un papo! Lo que tardas para todo. Pareces una muñeca mecánica
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. No haya un mal. No sé si despertarla, la conozco, se pone de un humor de perros. La dejaré. Me pareció que la oí cantar. Es en la calle. La criada de Augusta limpiando los cristales de las ventanas. Tendrá invitados esta tarde, invitados de alto copete, ¿cómo no? Se ha creído que es una Ponce de León
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. Mujer más soberbia y orgullosa nunca vi. Cuando te saluda lo hace como si te estuviera perdonando la vida. Pondré las lentejas a cocer, estén como estén... «Muchos consejos me dieron, serrana, yo no los quise, yo no los quise, con uno que a ti te han dao, me aboneciste...»
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. No canto mal, la descansada de mamá siempre dijo que tenía bonita voz. ¡Bueno está, ojalá eso fuera todo en la vida! ¿Ya estás aquí, Hamruch? ¿Qué te han dado? A ver a ver... lo que traes. ¿Jach?
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. ¿Quince pesetas? ¡Qué barbaridad, cómo se está poniendo todo! No está mal, fresquito, más de medio kilo. Anda, mi reina, ponte a limpiarlo. Ño me gustan nada los pescados muertos, te miran como con rencor. Yo pelaré las patatas y encenderé el horno. Ya está entrando el vapor-correo, ¡guós por mí se haga! ¿qué hora será? Las tantas. Ño te pongas nerviosa, Juani, mi niña. ¡Cálmate! El teléfono... voy, voy... ¡A deja de berrear, negro! Ya voy, ya voy, ¡vaya unas horitas de llamar, cuando estoy más atareada! ¿Quién será? ¿Será una rosa, será un clavel?
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. ¿Sí...? ¡Mercedes! ¿cómo estás, bendita? Atareada, preparando la comida. Estás hecha una descastada. ¡Llámame luego! Me he dejado la cocotte al fuego y se me está quemando el aceite, perdona, yo te llamaré. Me alegro de oírte. Tirando, hija, como siempre. (Esta preta cuando coge el hilo...) Sí, sí, de lo mejor. (Se te caiga el massaj.) (No pares.) (Esa boca pecadora no callará.) (¿Qué puñemas me importa a mí lo que me estás contando?) Sí, hija, sí, a quien Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos, paciencia, eso es. La Divina Providencia, claro, hija, si no confiáramos en Dios ¿en quién íbamos a confiar? Eso, eso. Hasta lueguito. Adiós, adiós... ¡Hamruch, Hamruch!, ¿le echaste un ojo al aceite? Estás en todo, gracias, eres una santa, una cherifa bendita, que Dios te lo pague. Si no fuera por ti... La una durmiendo y el otro de pananda. Nosotras, Hamruch, al pie del cañón. Ahora que estoy pelando las patatas, que por cierto tienen un saborcillo a humedad que para mí se quede, me viene a la cabeza el sueño que he tenido esta noche. Lo que no sé es si lo tuve antes, o después de que me despertara esa memloca de mi hermana. Estaba yo en un huerto lleno de naranjitos en flor, con una fuente en el centro donde nadaban unos peces como de plata, y de pronto aquello era la casa de la cherifa de Wazán. Yo nunca la vi, pero Grandma Daisy, mi abuela, la madre de papá, me había explicado muchas veces cómo era aquella mujer. A los nietos los veo de vez en cuando por la calle. Grandma Daisy era una inglesa de pura cepa y aunque murió siendo yo muy niña, dejó en mí un recuerdo imborrable. Todavía me parece que la estoy viendo, en aquella casa, la primera casa de mi vida que recuerdo, la casa del Tabor, por el Wad Ajardán, en aquella cocina, con un molinillo de café entre las piernas, moliendo café, mientras me contaba en inglés la historia de su amiga Emily Keene, cherifa de Wazán. Yo iba de la mano de Grandma Daisy atravesando la hilera de naranjitos en flor, al fondo había una casa encalada de añil con una escalinata a cuyo pie nos esperaba una figura extraña. Se convertía en una mujer alta, arrogante, aunque llevara el rostro cubierto por una gasa de color y se apoyara en un bastón. Cuando se acercó Grandma se besaron en las mejillas, pero sin que ella se alzara el velo, sin que yo pudiera adivinar su rostro, me acarició con una mano los cabellos. «Tengo el baraka»
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, dijo. Ambas entraron en la casa y a mí me dejaron sola, fuera, en aquel jardín que olía a azahar (el agua de azahar que me había puesto en la mesilla de noche por si me daba sed). Eché a coner por entre uno de aquellos senderos y sin saber por qué, de pronto, me topé con un camero, un carnerito joven, muy bonito, con unos ojos muy grandes, como los de Bette Davis. Yo lo acariciaba y él me miraba extasiado, como agradecido. De pronto, apareció un águila. La sombra de sus alas se dibujó en la grava del sendero. Se posó en lo alto de un pino inmenso. Asustada, apreté al carnerito junto a mi pecho. Estaba a punto de besar su hociquito cuando aquel pajanaco —no estoy muy segura de que fuera un águila— se abalanzó como una flecha sobre mí, amenazándome con sus ganas, y me arrebató el camero. Desperté llorando. ¿Qué quieres, Hamruch? ¡Ah, sí, el cuchillo! Toma, toma, perdona, estoy como atontada. Está bien, colócala en esa fuente de metal. Vamos a meterlo en el horno enseguida. Lo encenderé. ¡Qué sueño más extraño! Los ojos del camero se parecían un poco a los del pargo. Prefiero no mirar. Hamruch, dime la hora que es. Bueno, no. Tú no tienes ni idea. La una. La una ya. Ve poniendo la mesa, anda. Grandma Daisy no se parecía en nada a papá. Sólo recuerdo que tenía una piel muy fina, un cutis muy delicado, y que olía a vainilla. No haya un mal, ¿no le has echado sal gorda? Mal tiro te peguen. ¿Y el laurel? Las lentejas ya están en su punto, echaré la morcilla y el chorizo. ¡Apártate! No te asustes, tú primero te puedes freír un par de huevos. ¡Quítate de en medio! Anda, no te hagas la remolona. Pon el mantel limpio. Ya es hora de despertar a ésa. Esperaremos un poco. Papá no ha de tardar, a menos que se haya detenido en La Canebiére. ¡Una cruz, Hamruch, una cruz, eso es lo que llevamos encima las dos! ¡Déjame que te haga el jamsa! En la espalda. Mira cómo pongo mis cinco dedos. Tú también tienes el baraka, las solteras somos todas cherifas. ¡Jamsa, Jamsa! ¿Quedará vino? Me voy a echar un trago, lo necesito. ¿No quieres un poquito? ¿Gualo? Tú te lo pierdes, tant pis pour toi, ma chére. Déjame probar una patatita, todavía están duras. Esta cocotte era de Grandma Daisy, no puede con los años. ¡Qué sol, qué sol! Hamruch, ¿por qué no sacas fuera las aspidistras? Al patio, mi reina, y los helechos. Deja. Vete tú a poner la mesa, sabe Dios cómo la pondrás... Yo lo haré. ¡Qué solecito! Un caracol, un caracolito, ¡caracol, caracol, saca los cuernos y ponlos al sol! Ça porte bonheur... Hasta aquí llega el olor a café del tostadero, qué bendición. Esa fábrica de madera con su aserradora me pone nerviosa y los domingos, cuando no la oigo, me parece como si me faltara algo. El ritmo de la vida. ¡Ea, ya está! Una cochinilla... Que os dé el sol. Voy para adentro. Mesa de tefelines me estará poniendo ésta, no la puedo dejar sola un minuto. ¿Estás viendo esta copa, Hamruch? Chuf, chuf, mi vida. Te lo he dicho mil veces. Tienes que fregar con agua caliente, la cristalería siempre con agua caliente, y un poquito más de salero, mi alma. ¿No lo ves? Empañado. Cristal empañado. No se puede contigo. Esta servilleta la has planchado doblándola al revés. ¡Qué desastre! Como para invitar a Augusta. Las malas lenguas dicen que es la casa donde se pasa más hambre de toda la ciudad. Copas de cristal de Venecia con vino tinto a granel. No me atrevo a despertar a esa mula, bien sabe Dios que te tengo miedo, maldita. ¡Y papá sin venir! Llamaré a Mercedes, haremos tiempo, uno, tres, tres, seis... ¿Eres tú? Soy yo, Juani, perdona, hija, me llamaste antes y no te pude atender. Estaba con la comida. ¿Paella? Mercedes, ¿acaso tienes invitados? ¿Para ti y Gabriel? ¡Es una exageración! Tienes que cuidarte. A bueno está, hija, Gabriel estará muy delgado, pero tú tienes que cuidarte, estás haciendo un disparate. Te lo digo por tu bien, ya sabes que pesas más de lo normal. ¿A cómo estaban las gambas esta mañana? No se encuentra azafrán. ¿Angelito Delaguardia? Tienes razón. Yo puse arroz anteayer..., claro, Furlán no tenía. Luego, como mando a ésta le dan lo que le echen. ¿Papá fue a pelarse? Te lo ha dicho Gabriel. Está salido, hija. Se fue tempranísimo. Lo encuentro muy raro. Llevaba la corbata que sólo se pone a final de año. ¿Luto? Ya sabes cómo es él, aparte de que la descansada de mamá dejó dicho bien claro que no quería lutos en esta casa. Nosotras, por el qué dirán, hemos llevado medio. Durmiendo. Anoche estuvo en casa de las Briones, con el novio. No quiero hablar. No, no, Mercedes, no me hagas hablar. ¿Papi? Sabe Dios a qué hora volverá. No, le pregunté y me contestó con un gruñido. Sí, hija, sí, ya lo sé, las que ayer tocaban hierro cuando veían pasar a un fraile, hoy en la Purísima en primera fila y los hijos jefes de flechas. No, Anita me mandó una carta. No. Yo soy inglesa, soi-disant. Todo el bien que pueda hacer lo haré, pero sigo el consejo de papá que en eso es muy sensato: la no intervención. Bueno, a ella ya la conoces, unos pantalones la vuelven loca cuanto más un uniforme. Debilidades, hija. ¿Oportunidad? ¿Oportunidad de qué? ¿Un novio? No se hizo la miel para la boca del asno. Mira, si es la verbena de Viudas y Huérfanos, iré. Va todo Gibraltar. Pero al Gran Bailo di Primavera, no; demasiado evidente. Sí, hija, sí, te dejo, no se te pase el anoz. Iré. Esta tarde. Te espero en la tienda de Marinita. Adiós, besos. Sí, tengo que llevarle unas redecillas. Adiós, mi bien. Hamruch, ¿cómo va eso? Creo que ya es hora de despertar a esa vaga. ¡Dónde estará papá! Le dije que no se retrasara. Estas naranjas están de lo peor, secas las negras. Las aprovecharé para hacer una ensalada. Me da lástima gastar el azúcar blanca que nos dan en el Consulado, lo que no se va en lágrimas, se va en suspiros. Ya sale el tren para Casablanca, quién se fuera en él, a veces me gustaría coger un tren y que me llevara a donde él quisiera, pero lejos, muy lejos, lejos de esta ratina, de este cansancio, de este aburrimiento. Encontrarme de pronto en un sitio desconocido donde nadie supiera quién soy, haría disparates, fumaría, me pintaría, me cambiaría el peinado y me sentaría en las tenazas de los cafés a tomar granadina o un «Byhrr» con una pajita, como en los abanicos de papel. Miraría a los hombres sin miedo porque nadie sabría quién era esa mujer, dirían «¿quién es?». Es una espía, una actriz... Hamruch, ¿quieres apartar las lentejas? Mi amor, tengo la impresión de que se han pegado. ¡Maldito teléfono, maldito aparato negro que pones mis nervios de punta! Y te temo. Te temo y tú lo sabes, por eso abusas de mí. No te quiero. Nunca te quise, y siempre te cojo con reparos, porque nunca sé lo que me espera y cuando llega la voz, no es la voz, es algo así como una copia, como si esa voz quedara planchada en una lámina. No me acostumbro y tú lo sabes, lo sabemos los dos. A ti hay que cogerte con descaro, natural y agresiva. ¿De qué sirve haber visto tanto cine? Si hay veces que se te me caes de las manos. En cambio ésa, la que ahora duerme como una bendita, desde el primer momento se encaró contigo. Imitando a las actrices de Hollywood dijo entonando la voz: «Hallow, hallow...», Hamruch y yo nos partíamos de risa. A mamá tampoco le gustaba, pero era tan prudente la pobre que cuando te aganaba parecía como si lo hiciera con guantes de terciopelo. ¡Qué quenás ahora, negro! Nada bueno, seguro. Te caiga un mal. Se te caiga y no se te levante. ¡Con todo lo que tengo que hacer! ¡Llama, llama más fuerte si puedes! ¡Da un timbrazo que se hunda toda la casa! Así acabaremos de una vez. Sigue, sigue tú con las naranjas, Hamruch; vamos a ver quién es, a ver qué quiere ese preto. ¿Quién será? ¡Voy, voy! ¿Daddy, eres tú? Dime, mi rey. ¡Ah, no! Pero, hijo, tenemos lentejas, con lo que a ti te gustan, y he puesto un pargo al horno. ¡No puedes hacerme eso! Bueno, ¡a bueno está!, le diré a Hamruch que se traiga una barra de hielo, será por bien. ¡Vaya faena, daddy! Si es tan importante, que se lleve el mal. ¿Un regalito? Daddy dear, perdona que te lo diga, te soy franca, mi bueno, prefiero el dinero del regalito. No. A ella le da igual, ya la conoces. Está dormida. Ha pasado muy mala noche. Gracias, mi bien, eso es, dinero, ya me conoces. Que te siente bien. Adiós. Te caiga un mal. Ese paquetito me dio a mí muy mala espina.

¿Un regalito? Chanel N.° 5, te conozco. Como si fuera eso lo que me remediara el problema, y para no tener cargo de conciencia, ahora mismo llamo al Crédit Mobilier y pregunto por Margarita Dahl. Las alhajas de mamá, como si lo estuviera viendo... ¡viejo verde, asqueroso! ¡Me las vas a pagar! ¿Cuándo pararé de sufrir? Nunca, por lo visto. Hamruch, lo bueno, ¿no has visto por ahí el listín de teléfonos? ¿Sabes lo que digo? El libro... la papela... ¡La papela del teléfono! Menos mal. Ahora no sé dónde he puesto las gafas. ¡Qué difícil, Señor! A estas horas ya habrán cerrado. Llamaré a su casa, no me quedaré tranquila hasta que no me entere. Estoy nerviosa, lo dejaré hasta después de comer, a las tres ya han abierto, tampoco hay por qué dar tres cuartos al pregonero. Llamaré a esa maldita dormilona de una vez. Le tengo miedo, bien sabe Dios que le tengo miedo. ¡Es tan descarada! Y al mismo tiempo me da pena, la pobre, con esa cabeza de chorlito no irá nunca a ninguna parte. Claro que yo, por otra parte, si bien se mira, ¿de qué me sirve ser tan razonable? Una desgraciada, eso es lo que soy, porque no me atrevo... no me atrevo ¿a qué? Llamaré con los nudillos en la puerta. ¡Elena, Elenita, soy yo, Juani, tu hermana! ¿Me oyes? ¿No habrás echado el pestillo, verdad? Ele... No hay nadie. Elena, ¿dónde estás? La cama está sin deshacer. Elena, no me asustes. Pienso lo peor, no me asustes, no puedes hacerme esto. El armario... El... ¡está vacío! No. ¡Hamruch, Hamruch! Calla, Juani, calla esa boca. Lo presentía. Ese llanto de anoche no me dio nada bueno que pensar... Nada, nada, Hamruch. No lo sé. La señorita se ha marchado. ¡Dignidad, Juani, dignidad, manténte firme como Her Majesty! Cómo... como te dé la gana. Es tu mejor escena. Me encantaría que alguien me viera, más drama que esto que está ocurriendo, no puede ser. ¿Estás ahí, Hamruch? No, no, deja que me apoye en tu hombro. Si no lloro, mujer, es una mota. Una mota que se me ha metido en el ojo, ¿lo ves? ¡Qué es eso? Un sobre. Déjame, Hamruch. Un sobre encima de la almohada... ¿Lo abro? Tiemblo. Lo sabía, lo sabía... «Perdón... —perdón por lo de ayer, te conozco malograda—, os hago mucho daño, pero me voy con el hombre que más quiero en esta vida.» Nos haces daño, pero no te creas, no tanto como tú piensas. Lo estaba viendo venir. Naciste puta. Todo ese llanto no era natural. Huyes con el hombre que amas, ¡dichosa tú que puedes huir con algo! Nos haces una faena, pero siempre nos has hecho faenas, se lleven el mal, te veas como yo quiero que te veas. Lo malo de todo esto, negra, es que seré yo la que tenga que dar la cara, aguantarlo todo. Yo, siempre yo. Aquí está Juanita para lo que ustedes gusten, a mandar. Ella se va, yo me quedo. Ella disfruta. El placer, el gran placer en los hoteles de Rabat, Port-Lyautey y Casablanca. ¡Que Juanita apenque con todo! Y Juanita está harta. Porque ahora viene el momento solemne: decírselo a papá. De lo peor. Para mi peor enemigo no lo quisiera. Papá me echará la culpa, la culpa de todo, como siempre. ¡Caiga sobre nosotros y sobre nuestras cabezas lo más negro! ¿A quién llamo? ¿A quién recurro? ¿Con quién me desahogo? No me mires, no me mires así Hamruch, inshaalá
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, pero no me mires así, no me mires con tanta piedad. Llamaré a Esther, Esther, mi bueno, a ti recurro, a tu razonamiento y a tu sabiduría, a nuestra infancia juntas, a ti que eres mi hermana del alma. Mamá, mamá bendita, ¿qué será de mí? Nada de lágrimas, ya lo sé, mamá, lo sé, y no me digas que resignación porque te suelto un par de bofetadas. Perdona. Perdóname, mi amor, ¿lo estás viendo? Si no me puedo contener. Estaba deseando que tú te fueras para hacer la faena. Si te hubiera hecho caso, mi vida, si hubiera seguido tus consejos y me hubiera casado con Adolfito o me hubiera escapado aquella noche con El Zorro, o me hubiera dejado tocar por aquel pescador cuando fuimos a ver
El negro que tenía el alma blanca,
¡maldita de mí que siempre tuve la cabeza sentada! ¡A bueno está, no me lo reproches! ¿Pero sabes lo que me espera? De momento, mentir. Pero todo se sabe. En casa de las Briones se cocieron todos los guisos de escándalo habidos y por haber. Tarde o temprano lo sabrá todo el mundo. No quiero imaginarme la cara que pondrá Mercedes, si se lo dijera ahora mismo se le indigestaba la paella, y no quiero pensar en la lengua de Anita. Ya la conoces. Llamaré a Esther. No, a Bella tampoco. De Bella me da vergüenza, ¿qué quieres que te diga? Por León, un hombre tan serio... Y ya me dirás qué le digo al farajmá que tenemos en casa cuando venga, si es que viene en condiciones —que me perdone Dios—, pero ojalá haya cogido la trompa del siglo. Sabe Dios a qué hora vendrá. Tiene comida de negocios. Eso dice él. Ya sabes tú cómo son sus negocios... Hamruch, come tú, mi reina. Prepárame una tacita de tila, de tila, mujer. ¿Nanna? ¡Para yerbabuena estoy yo! Come, come, mi bueno. Juntas, siempre juntas, para lo mejor y para lo peor. Buena pareja hacemos, un par de gitanos, que me inventé. Tú y yo, siempre juntas. Llamaré a Esther. Tengo que hacer algo, no quedarme parada. Deja la taza ahí, encima de la mesa. Y ponte a comer de una vez, no quiero verte vagando detrás mía, como si fuéramos los payasos del Circo Americano. ¿Luna? Soy yo, Juanita. ¿Cómo estás? Quiero hablar con tu hermana. ¡A bueno está! ¿De mimona?
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. En Tetuán... ¡Guos por mí se haga! No, hija, nada de particular, es que estoy resfriada. ¿Quién se casa? ¿El hijo de Olimpia? Mañana. Sí, eso, mi bueno, llamaré mañana por la tarde. Nada de importancia, el placer de saludaros. Me alegro, niña. Iré, iré un día de éstos. Ahora tengo mucho tiempo por delante. Besos. Eso, que me llame cuando vuelva. Para bien. Hay días negros, sólo te tengo a ti, Hamruch. ¿Me has puesto un poquito de pargo? ¡Que Dios te bendiga! Mira lo que te digo, tengo hambre. Hambre, hambre, maldita perra, ¿adonde andarás a estas horas? Trae la botella de Valpierre. No, ésa es Chaudsoleil, no. Valpierre. Esto hay que celebrarlo. Se lleve el mal.

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