La vida perra de Juanita Narboni (8 page)

BOOK: La vida perra de Juanita Narboni
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. Si yo lo recuerdo todo, hija. Al principio yo era la niña más bonita del mundo. Mis tirabuzones eran los más hermosos de la ciudad, hasta que la niña, que yo también la adoraba —las cosas como son— empezó a soltar por esa boca, y entonces se acabó mi mundo feliz, porque esa boca no paró. Su lengua pecadora nos arrastró a todos. No sé si te acordarás, porque tú, por lo visto, no te acuerdas de lo que no quieres —y deja de apretar de una vez, mi reina—, no te acuerdas de aquella malograda tarde en que nos llevaste a las dos a casa de mi madrina, Mima de Castelán. Se celebraba el armisticio
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y como ella vivía en los pisos de la tenaza Reschhausen, que daban al tenaplén, ¿desde dónde mejor podíamos verlo? A las seis de la tarde, Mima se daba los últimos toques frente al espejo, porque ya sabes cómo era ella. Tú habías abierto las persianas del balcón y habías sentado a tu gatita en un sillón tapizado de chintz que a mí siempre me gustó, y que era «mío» antes de que naciese ella. Te fuiste a la cocina, porque aquella noche Mirna preparaba unas bécades y tú querías vigilar el punto del horno que le había dado la cocinera. Yo me quedé junto a la predilecta, mirando con el rabillo del ojo cómo Mima utilizaba todas aquellas cremas, mientras dejaba descansar la sombrilla a los pies de aquella cama cubierta por pieles de leopardo, y, de pronto, estalló el espejo y yo tuve un presentimiento y me tiré encima de la gatita y caímos las dos al suelo con sillón y todo, llorando sin saber por qué, hasta que vimos aparecer a Mima apoyándose en las puertas correderas de su alcoba que nos separaban del salón, con su vestido de muselina color melocotón manchado de sangre. Tú acudiste y estuviste a punto de desmayarte. Se oían gritos, estampidos, aullidos de dolor y un momento en que, imprudentemente, me asomé a la ventana, vi cómo ardía una mujer gruesa, que parecía una antorcha, y cómo muchos corrían ardiendo y todo se llenó de ayes y de gritos, y de tristeza... y fue terrible, mamá. Tú gritabas: «¡Mi hija, mi hija!»... Pero no era yo. Era tu hija. Porque, por lo visto, tú sólo tenías una hija: aquélla, la garita, volcada en su sillón. Ni te preocupabas de mí ni tampoco de Mirna, que sangraba y sangraba por las sienes dándole vueltas a la sombrilla que por nerviosismo había abierto, con la mala pata que eso trae. Hasta que vino la cocinera, Auicha. ¡Pobre Auicha! Después ya no recuerdo nada, eso sí, que estábamos en el vestíbulo del Hotel Fuentes, Auicha y yo llorando en las escaleras, mientras Mirna volvía de la Casa de Socono todo vendada y tú, pálida como una muerta, aganabas con fuerza a tu hija predilecta en tanto oíamos pasar a los camilleros dando voces y a las ambulancias y los llantos en las casas vecinas... No me lo recuerdes, mamá, no quiero recordarlo que no te lo perdono. Auicha me besaba, lloraba, me abrazaba... pero tú no. Isabel también me ha besado muchas veces. Y me ha estrechado contra su pecho. ¿Sabes por qué? Porque ellas se sentían solas, y tú no. Tú nunca te has sentido sola. Has tenido a papá, has tenido a Agustinito, has tenido tu mundo, por más que disimules, porque si te casaste con papá fue por algo, porque él era inglés, funcionario... Y tú, que ya en el pueblo habías leído muchos folletines, se te metió en la cabeza cambiar de vida. ¿Qué hubiera sido de ti si te hubieras casado con el sobrino del alcalde? Con Miguelito Ruiz... Pues mira lo que te digo, hubieras sido feliz. Porque aquello según tú me contabas era un hombre y no una barrica de whisky. Te equivocaste, encanto. ¿Te molesta? Pues te estoy cantando las cuatro verdades. Y no me ahogues, rica, que tengo que decirte muchas cosas todavía. Tú lo has querido. Espera, espera, mi bien, que te refriegue por esa cara todo lo que a ti te da tanto miedo. Isabel y papá se echaron por esas calles y estuvieron levantando camillas en las que sólo había cadáveres, esperando encontrar el nuestro.

Y a mí el dedo me sangraba porque se me habían clavado los cristales del espejo, y a Mima también se le clavaron cristales aunque le rozó las sienes un trozo de metralla que, desde entonces, tuvo que llevar unas voilettes de encargo hechas por Marmita Medina en la que se agolpaban los lunares de terciopelo o los tréboles de malla para ocultarle aquel defecto. No hables, no hables... que siempre te has librado de un castigo. No inites a Dios con tu conducta. Y ahora menos, que estás donde tú sabes. Yo salvé entonces a tu predilecta, ojalá hubiera sido la última vez. Pero he tenido que echar un capote tantas veces, para evitar que tú te irritaras, para evitar escenas, escenas e irritaciones, que cayeron todas sobre mí. ¡Que no me aprietes te digo! ¡Que me estoy hartando! Que ya ni siquiera te acuerdas de cuando hice la primera comunión, que estuve todo el tiempo pendiente de ti, que lo sabes muy bien, aparte de que por economías tuve que esperar a que la hiciera también esa maldita. Y todo el mundo dijo que parecía una novia, lo dijeron con segunda, pero olvidemos lo que debamos olvidar. De lo que yo quiero que te acuerdes, y que se te quede muy bien grabado, fue que al recibir por primera vez el Cuerpo del Señor... antes te miré. ¿O no te acuerdas? Porque, claro, tú no te acuerdas de lo que no quieres, que te conozco.

Y te miré, te miré con amor. ¿No te acuerdas? ¡Déjame en paz con esas manos enguantadas! ¡Déjame en paz de una vez! ¡Lo que me faltaba... ahora se están inflando! ¿Es que nunca podré deshacerme de ellas? ¿Es que mi destino es el de estar atenazada para toda la vida? ¿Qué quieres? ¿Qué pretendes de mí? ¡Dilo, suelta por esa boca de una vez! Pero ya está bien... ¿No te parece? Ya está bien. Con la otra no te atreves. Siempre os estáis aprovechando de la más débil. ¡Ahórcame de una vez! ¡Estrangúlame! Hasta las fotos de primera comunión nos las hicimos juntas. Nunca tuve individualidad. Y todo por ahonar. Las niñas de Narboni. Para mí se quede. Y de aquel vestidito de novia en ciernes me hiciste uno para el cumpleaños de la sobrina de Eugenia, mientras a ella le compraste uno nuevo en Galeries Lafayette. Yo no olvido nada, mi reina. Perdono, pero no olvido. Otras madres han usado siempre la ropa de la mayor para la pequeña, pero en mi caso no. A ella le has comprado siempre lo nuevo y yo me he tenido que conformar con los aneglitos. Que hasta hubo un invierno que llevé un abriguito de un aneglo de uno que tuvo la descansada de tía Carmen, y la malvada de tu hija predilecta no quería ni darme el brazo cuando íbamos por la calle, porque decía que tocaba a la muerta
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. Y yo me callaba, y sufría, y padecía, y todo para que tú no sufrieras. Mira de lo que me sirvió: para esto. Todo para que ahora vengas con tus guantecitos negros y me retuerzas el pescuezo. Más vale serlo que no parecerlo. Mentira. Dios le da pañuelo a quien no tiene mocos. ¡Ahógame de una vez si quieres! Pero todo lo que tengo dentro lo soltaré, no pienso callar esa boca, ya estoy harta de ser prudente, con la prudencia y la educación no se va a ninguna parte. Acaricíame, sigue, anda, sigue con tus caricias de muerte, un día de sabbat al campo fuimos vimos dos gatos negros y los matimos...
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. ¡Suelta tus asquerosos gatos negros de mi cuello, suéltalos! Están llenos de calor, me oprimen, mientras yo cada vez me voy quedando más helada. Pero no lo conseguirás, ¿cómo puedes pensar que yo he venido aquí buscando tus alhajas? Piensa mal y acertarás, ¿no es eso? Era tu lema. Pues conmigo te equivocas de cabo a rabo, de todas, todas. ¿No será acaso por aquello, mamá? ¿No? ¿Es que se te olvidó? Una tarde me mandaste a La Sultana para que te comprara unos ovillos de lana «El Pingüino», color violeta número 5, estaba lloviendo, me diste una carta para que te la franqueara y me dejaste tu adorado paraguas para que no me mojara; de paso, me pediste que trajera de La Española una docena de bizcochitos de plantilla. Salí de casa a las seis ¿y sabes a qué hora volví? A las nueve y media. ¿A que es por eso? ¡Dime que es por eso, por favor! Sí, es por eso, porque en vez de obedecerte, me metí en el cinema Le Paris para ver
Mentirosilla
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,
un film que canta y encanta, y con el barullo, porque no estaban las entradas numeradas, perdí el paraguas
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. Eso fue lo peor. ¡Aquel paraguas que había sido de tía Carmen y tenía un mango de marfil en forma de cabecita de galgo! ¿Te acuerdas? Te pusiste conmigo hecha una fiera... ¡lo que soltaste por esa boca! Con razón, mi reina, si yo lo comprendí enseguida. Enseguida me di cuenta de que había hecho una locura. ¡Dime que es por eso, mamá, dime que es por eso, pero dímelo! Dime que me quieres, dime que te mueres
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. ¡Ah conque no es tampoco por eso! Pues entonces... ¿por qué es? Porque ya me estoy hartando. ¡No puedo más con este sofoco! ¡Me ahogo, me ahogo! ¿Quién está ahí? ¿Quién? ¡Ay, Dios mío, es El Zono! ¿Qué hace ése detrás tuya? ¡Zono maldito, ¿es que aún me persigues? ¿Es que no me habías hecho todavía de sufrir bastante con tu rabanito de azúcar cande? Que me puse toda perdida y todo el mundo creía cuando me vio salir del Teatro Cervantes que había tenido un vómito de sangre. Te veo reflejado en el espejo, maldito. A ti, mamá, no te veo. De ti sólo veo esas manos negras hinchadas que me atenazan la garganta como si fueran ventosas. ¿Qué haces tú ahí con tu látigo, quieres decírmelo? ¡Reencarnación endemoniada, apártate de mí! ¡Vade retro, Satanás! Creo en Dios Todopoderoso, creo... creo... ¡No me acuerdo! ¡Se me ha olvidado! ¡Se me ha olvidado el Credo! ¡Qué vergüenza! ¿Dónde está mi piedad? Yo siempre he sido una buena creyente. Que le pregunten al padre Alfonso. Corazón Santo, Tú reinarás... Olas que al llegar plañideras muriendo a mis pies me hablan de un amor que ha de serme funesto después...
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. ¿Qué hace ése ahí con el látigo? ¿Qué tramáis ahí los dos? No he hecho nada malo, lo juro. Por lo más sagrado... ¿Es que sigues empeñado en flagelarme? ¡No haya un mal! ¡Qué obsesión! ¿Qué te ha dicho éste, mamá? ¿Qué habéis tramado juntos? ¡Zorrón maldito! ¿acaso te propones estigmatizarme? ¡Ah, bueno está, lo que me faltaba! ¿Qué te ha dicho, mamá? En aquel baile de máscaras fue verlo y no verlo. Bueno, sí, mamá, me quedé con las ganas. Nada más que eso: ¡las ganas! Esto es un castigo... ¡Es un castigo! Pequé con el pensamiento. ¡Vete, vete, Zorro! Soy una mujer indefensa. Estoy a punto de morir ahogada por mi madre. Soy inocente. ¡Dios mío, di una sola palabra y mi alma quedará sana y salva! ¡Ay, no me flageles! ¡No... no, por piedad! ¡Se me ha pegado el látigo a las carnes! Sangro, sangro... soy toda fuego. ¡Que estas llamas me rediman!

¿Qué hacéis ahí los dos? No ha sido nada. Un mareíto. Ya estoy bien. No preocuparos por mí. ¡No me miréis así, por favor! No he hecho nada malo. Eso es, llevadme a la cama entre los dos. ¡Tengo una flojedad! ¡Ah, sí, son los guantes de mamá, se cayeron, se cayeron de lo alto... fui a buscar la manta de tigre para cubrir el colchón, y entonces... ¡No me creen, los malditos! No sonrías de esa forma, pena. Ni mires a papá con esa asquerosa complicidad, cree el ladrón que son todos de su condición. Eso es, mañana hablaremos... Claro, claro. Arrastradme, anastradme hasta el dormitorio, eso quisierais vosotros, verme arrastrada. ¿Pues sabéis lo que os digo? Que yo soy dura de roer... Yo no soy mamá. Aparentemente muy poquita cosa, pero por dentro... ¡Mucho cuidadito conmigo! ¡Pero que mucho cuidadito, que no sabéis bien dónde ponéis los pies! ¡Arrastradme por toda la casa! ¿Lo estás viendo, mamá? ¿Lo estás viendo? Bueno, mejor será que no lo veas, porque el mal rato que me has hecho pasar para mí se quede.

Hoy hace cinco días que entenamos a mamá. Hamruch, mi vida, te dije que me pelaras esas patatas más finitas, ¡qué lenta eres! Estás tardando un honor. ¿Qué hora es? Faltan veinte minutos para que vuelva papá. Y la otra memloca ¿dónde estará? Salió sin dar explicaciones a nadie, como de costumbre. Nunca te las dio a ti, mamá, ¿qué podemos esperar de ella ahora? Este aceite es una maldición ¡lo que tarda en hervir! Esta merluza está pasada, y te dije, Hamruch, mi reina, que compraras la carne de Prudencio. Te han dado una ternera que es toda grasa. Si es que soy yo la que tiene que ir al zoco, a esta pobre le dan lo que le echen. Y eso que le dije: si te preguntan, di que es para la señorita Narboni. Este salchichón de Ángel de la Guardia está rancio. Hamruch, mi vida, ¿sabes dónde fue la señorita? ¿No te dijo nada? Tengo que hablar con papá. ¿Qué pasa con maitre Saurín? Los funerales son el sábado y esta tarde tengo en casa a las amigas de la familia. Le podía haber dicho a ese penco que se trajera unas cositas de La Española, o de Pilo. Se me olvidó decirle que encargara una tarta. No tendré más remedio que salir en una estampida y llegarme hasta La Mariposa a ver si tienen unas medias de seda color humo. Hamruch, mi vida, ¿quieres acercarte a Ultramarinos Siglo XX y traerte un litro de vino tinto? Es para papá... Y de camino te traes cien gramos de jamón de York. Te lo apuntaré en un papelito. No tardes, mi vida, no me dejes sola, que en cuanto estoy sola pienso cosas. ¡Lo que tardan estos malditos! Papá se habrá detenido en La Gabriela. Toda su vida fue así. O en la tienda de Yudah, charlando mientras contempla la cigüeña disecada. ¡Pobrecito, es le retour d'age! Hay que tener consideración.

A quien no perdono es a esa mala pena, que sabe Dios lo que estará haciendo. Anda, Hamruch, deja las patatas y vete a hacer ese mandado, yo acabaré de pelarlas. Toma, aquí tienes, eso es. Hace un sol precioso, mira cómo están los pinos, parecen de terciopelo. Y han crecido unas florecitas amarillas allá al fondo, ¿serán vinajeras? Eso es. De niña, cuando chupaba el tallo estaba amargo, bueno, agrio, mamá siempre dijo que eso era como purgante, que limpiaba el estómago. Ya está ahí, ésa. Llama, llama, memloca, ¿piensas que no voy a abrirte? ¡Cómo se conoce que no tienes la conciencia tranquila! ¡Huy, qué cara traes! Mejor será no preguntarte. Pasa, pasa, mi amor, aquí estoy yo toda la mañana haciendo camas, preparando la comida, preocupándome por vosotros... ¿Qué traes? Un paquetito. Alguna tontería, no te preguntaré. No, no está Hamruch, ¿qué quieres? ¿Una cervecita? ¡A buena hora! Pues mira, encanto, baja un momento al Siglo XX y te la traes, estará fresquita. Muy acalorada vienes tú. ¡Sabe Dios lo que te habrá ocurrido! No sufras, mi vida, yo no puedo, me he dejado la sartén puesta. ¿Por qué no pones la mesa? Papá está al llegar y ya sabes cómo llega. Bueno, baja, anda. No, no tengo dinero. Busca en mi bolso. ¿Y por qué no en el tuyo? Esta cuestión dinero se tiene que acabar. Hoy mismo tenemos que aclararlo con papá. Me debéis 530 francos. Juani, paga. Juani, dale una propina al muchacho. Y vosotros... ¡Mal rayo os parta! Eso es. Anda, sé buena, baja tú, si tú por tal de bajar a la calle... si ves a Hamruch dile que se dé prisa, que la conozco, y se para un rato a hablar con la fátima de los Azenaf. Ahora que ha salido, voy a ver lo que trae en el paquetito. ¡Mira qué bien, pastas! Has tenido una idea, menos mal. Así esta tarde no tendremos problemas, prepararé un pudding. Espero, hermanita de mi alma, que esta tarde no tendrás ningún compromiso. Vienen las amigas de mamá, después iremos todas juntas a la Purísima, a la novena de San Antonio, tú, entonces, haz lo que quieras. Te esperaré en la tienda de Marmita, esa tienda es el refugio de todas las almas desamparadas, que Dios la colme de bienes, porque ha habido momentos en que me he sentido desesperada y ella me ha dado ánimos. Allí te espero. Una tarde me traeré al niño para que vea los libros de papá, es un niño que le encantan los libros y los papeles. Y es muy quietecito. Al menos me distraerá, porque de ahora en adelante ya sé que me pasaré horas y horas de soledad en esta casa. Espero que esa estúpida no se haya puesto a comprar cosas sin consultarme. Hay que pintar toda la casa. Hamruch, ¿eres tú? ¿Que es esto? Te dije jamón de York, no jabón de lavar. No es culpa tuya. Como tengo esa letra y estoy tan nerviosa... ¡También esos del siglo XX hacen lo que quieren! ¿Qué pregona ése? Saldré al balcón. ¡Mojamed...! Jureles... ¿Shal el kilo?
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. ¡Sube, sube! Esta noche tengo la cena resuelta. Me encantan los jureles. Hamruch, dile que te den un kilo. ¡Pésalo bien! Mojamed, buen peso... ¡Habla con ellos, mujer! ¿Están frescos? De la mar... Acaban de salir de la mar.

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