La vida perra de Juanita Narboni (3 page)

BOOK: La vida perra de Juanita Narboni
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Y creerán otra cosa. Malditas. Si cuando miro, miro porque no quiero, que si mirar quisiera... Lo hace muy bien. Y eso que no quiero mirarte a la cara. La presiento, esa cara, cara que está hecha de mar. ¡Qué misterio el de la gente pobre! El mar es azul. Con eso me basta. Nunca deberemos pasar de ahí. El campo es verde. Y cada cosita tiene su color, no cambiemos las cosas de sentido. Todo en esta vida tiene un color, que a veces no es el color con que se mira. Estoy disparatando. ¡Qué humazo! Dicen que en Madrid y en París han prohibido fumar en los cines. Claro, esto no es Madrid. Y el cine se las trae, con estas butaquitas de madera que se te clavan en sendas partes. Ya me están llamando esas malditas. Sí, ya lo sé. Tenéis un sitito para mí. Pero esto que tenía era pasillo, de fácil salir, malgré le pecheur d'Islande
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. Me da terror atravesar todo esto. Ahora tendré que pasar por esta fila. Siempre hay alguno que se aprovecha. Odio que me rocen. Voy, voy malditas. Al pasar la barca, me dijo el barquero, las niñas bonitas... Ya le di a éste un pisotón. La que me espera. Tiene cara de ser del Patio Rúa
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. Bolchevique, seguro... Me insultará. Menos mal. He pedido perdón. Esta gente, a veces son mucho mejores de lo que pensamos. Me da terror sentarme en aquella esquinita. Con toda esta gentuza. No olvidaré nunca la noche que, siendo niñas, papá nos leyó lo que había ocurrido en una kermesse en París y cuando leímos en
ABC
lo del incendio del Novedades, que nos quedamos sin dormir toda la noche
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. Mamá rezando por un lado y nosotras como aterrorizadas. Si hubiera venido con mamá, nos hubiéramos sentado cerca de la salida. Al lado del bombero, que es un hombre que da tanta seguridad. Pero lo que a ellas les gusta es el barullo. Eso es, hijito, échame encima del abrigo las cascaritas de pipa. Te entre un mal. ¿Cuándo va a empezar esto? No, gracias, no quiero caramelos de limón. Me irritan la garganta. Ya va a empezar. Se está oscureciendo todo. ¿Mira que si muriéramos achicharradas? Mejor no pensarlo. ¿Quién se alza de aquí? Yo, con el dolor que tengo en esta pierna, no puedo. Es nervioso. Guós, guós
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, ¿qué es esto? Esto no es en colores naturales. «La cría del gusano de seda en el Japón.» ¡Para kimonos estoy yo! Tenía razón Mohamed. De cucaracha, nada. ¡Gusanitos! Y ahora que me acuerdo... ¡Claro!
La cucaracha
la daban en el Cinema Capitol. Me engañaron. Me han engañado estas hijas de puta. ¡Les caiga un mal encima de la cabeza! No tengo perdón de Dios. De buena gana me levantaba y me salía. ¡Pero cualquiera se levanta! Empezarán a protestar, y aunque el Capitol esté enfrente, a estas horas ya no encontraré entradas. Ni en supletoria. ¡Y mañana la quitan! Me la perdí, ¡maldita sea mi estampa! Me la perdí por culpa de estas bribonas. ¡Qué tostón! Me están entrando ganas de llorar. Soy una desgraciada. Un asqueroso gusanito. Eso es lo que soy. Arrinconada. Me siento arrinconada. Si me dejaran llorar en paz... Ya terminó. ¿Qué es esto? «El negro que tenía el alma blanca»
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. ¡Lo que me faltaba! Pues, entonces, yo soy la blanca que tenía el alma negra. Achicharrada estoy. Mucha música tiene esto para ser un drama. De drama nada, seguro. Estas han venido por lo del negro, las muy putas. Ya lo sabía yo. Me lo presentía. Las conozco. Y mi hermanita, la peor de todas. Limpiabotas. Limpiabotas como de Algeciras. Ella es una desgraciada, descaradilla, simpática la cabrona. Me has hecho reír. La negra, con esos nenes. El negro de verdad no es para tanto. Claro que, al fin y al cabo, qué entiendo yo de eso. Es un hombretón. Y, ahora, el limpiabotas otra vez. ¡Cómo canta! Canta que te canta. Y el chusmerío rugiendo. Estas, mucho presumir de mujeres modernas y avanzadas y lo que son unas chabacanas. Esa risa es de Magda. Otra que tal. Una mujer con su casa, su marido y sus hijos, y todo se le importa un pepino. Le ha escrito una carta a José Mojica
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y creo que le ha mandado una foto en pelotas. ¿Qué no le habrá dicho en esa carta? Está loca. Este rouge sabe a frambuesas. Bien sabe Dios que no quiero retoques, y estas malditas no se conforman con pintarme, sino que también querían ponerme un lunar artificial. Dicen que es muy excitante. Para ellas se quede. Como un escupitajo, eso es lo que es. Hay que ser modernas. No quiero ser moderna. Quiero que me dejen en paz, eso es lo que quiero. Mamá me comprende, pero es una pesada. ¡Anda, se murió el limpiabotas! La gente pobre siempre se muere. Comprendo que estén pasando esas cosas en Madrid. De buena gana me metía a pistolera. Me iba a cargar a medio mundo. Ea, y ahora el negro se mata en ese coche, que es un coche precioso. Cayó por el barranco. Y éstas llorando. No está mal. ¡Y me he perdido
La cucaracha,
en colores naturales! fin. Las carcajadas de éstas no son normales. Son carcajadas uterinas. ¡Magda! Viene a saludamos. «¡Y Amelita? No me digas que has venido sola. No tienes pudor. No, claro, has venido con Marmita Medina y el niño
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. Tapaderas. Marmita es buena. Inocente, la pobre. Está como yo, que nunca se entera de nada. ¿Te gustó? Y, ahora, todas juntas —Andresito, mi rey, tápate la boca con la bufanda antes de salir que hace mucho frío—. Es un niño muy enclenque pero gracioso. Yo le quiero mucho. Es puñetero. Eso, todas juntas al Café Colón. Mamá, un besito. Hace un frío espantoso. No te digo nada porque sé que vas a sufrir. Tempestad en el Estrecho. Mañana no sale el
Djebel Dersa
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, seguro. La pobre esperándonos, y ésta, habla que te habla, no para. Yo, calladita. Nos ha dejado la comida en la cocina. Cansada está la pobre. Digan lo que digan, yo la encuentro de lo peor. Sí, mi reina, lo que tú quieras. Lo que tiene mamá no es bueno. Esta loca no se da ni cuenta. Le importa todo un comino. Y papá, en su despacho, leyendo. Leyendo en el pasado. Habría que hacer algo. No sé. Mañana llamaré al doctor Decrop. Esto no se puede dejar así. Estoy muerta. En esta casa huele demasiado a pipí. Una tortillita y un poco de mortadela. Lo que tiene mamá no es bueno. Está guapa, porque mamá fue bonita siempre. Pero lo que ella tiene es por dentro. Un mal que le está royendo las entrañas. No tiene ganas de nada. Ella, que siempre ha sido tan viva, tan predispuesta para todo y ahora está como apagada. Y esta idiota me mira y se ríe. ¿Es que, acaso, tengo monos en la cara, preta?
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. Te entre un mal por cachonda. Inconsciente. Quisiera hablarte, mamá, quisiera ser como ella es, que lo suelta todo por esa boca. Todo mentira. Pero tú te ríes, siempre le has estado riendo las gracias. Tarde o temprano te la pegará
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. La conozco. Crees, mamá, que yo soy como tonta. Mañana iremos las dos a La Española, a merendar, te invitaré. Lenguas, que te encantan, y tocinitos de cielo. Hasta mañana, mi reina. Quisiera decirte muchas cosas, mamá, con una mirada quisiera decírtelo todo. Hasta mañana. Yo no entro en el despacho a besar a papá, como hace ésa, que le baila el agua a todo el mundo. Papá es un egoísta, como todos los hombres. Hasta mañana, bendita. Ya tengo mi cama destapada, y la botella con el agua caliente. ¡Cómo eres, mamá! Si supieras cómo te quiero, sólo que no puedo demostrártelo. Y ahora esta perra se quedará con la lamparita encendida hasta las tantas. Ya sé, hija, que le robas las novelas de Felipe Trigo a papá
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. Lee, lee verdulerías. Así acabarás. Y yo no me puedo dormir con luz. Eso es, si lo que pretendes es fastidiarme, lo haces de maravillas. Canta, hija, canta. Canta «Me voy a París con el negro». Tú eres capaz de irte a París con el primero que se te presente. Negro, blanco, judío, moro, cristiano o abisinio. Con el Negus
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, que viniera ahora mismo. La que está cayendo, santo Dios, ¡de buenas nos libramos! Te conozco. Mascarita, que te conozco. ¡Qué miedo me han dado siempre las máscaras! ¡Qué sustazo! Los antifaces me horrorizan. Y, ahora, yo, frente a un espejo, parezco una máscara. Mirándome extrañada como si no fuera yo misma. El día de aquel martes de carnaval en que aquella mujer que no era una mujer, pues luego resultó que era un hombre, se levantó la falda y por entre medio de las medias negras nos enseñó la cosa, el grito que yo di. Un chusma. Pero la que se llevó el susto fui yo. Porque esta puta y sus amigas se echaron a reír, tan tranquilas. Señor, a ti te lo pido: no dejes que me lleven arrastrada a todas partes. No me abandones, Señor, que una es torpe, que una baila siempre al son que le tocan, por debilidad. No me abandones, Señor, que una es torpe y mientras menos se entera, más mete la pata y menos entiende. Cuida de mamá, Señor. Haz que vuelva a ser la de antes, aquella que salía con ánimo a la calle y me acompañaba a todas partes sin que yo tuviera que tirar de ella. Haz, Señor, que yo me sienta segura en determinados momentos, sobre todo cuando la gente me mira con esa cara de maldad, y dicen cosas en voz baja para que yo no me entere. Porque me entero. Y lo que dicen no es nada bueno. Lo dicen con doble sentido. Quiero ser como las demás. No moderna, pero sí como las demás. Que nadie tenga que decir nunca nada de mí. Ni bueno, ni malo. Con eso me conformo. Ayúdame, Señor, a no tropezar; tropiezo con todo. No me abandones, Señor, que una es torpona. Hazme coger el sueño. Haz que me duerma, Señor. Haz que me duerma, y que cuando despierte, todo haya cambiado.

Mamá, gracias por aquel eucalipto que tú me escondías de bajo de la almohada. Todo para que respirara bien. Y la albahaca en la mesilla de noche, para que no me molestaran los mosquitos. ¡Qué pena más grande que nunca haya podido respirar como yo quiero y que haya personas que son peores que los mosquitos! Siempre estuve acobardada y mi mal, como el tuyo, no tiene cura. Viviré siempre acobardada. Pero te lo agradezco todo, porque tú lo haces por mi bien. Y te juro, bendita, que nunca sabré cuál es mi bien. A veces pienso que no soy tan inconsciente como parezco. Lo que me ocurre es que pienso al revés. ¡Cómo me gustaría ser como esa maldita! Y, sin embargo, ella, a la larga, te hará daño. Y yo, por prudencia, y por miedo, nunca te lo haré. Como siempre. No quiero a papá. Me da terror confesarlo, que Dios me perdone. Pero nunca lo quise. Me mira con lástima, que es lo que más me molesta. Me mira como si toda mi vida hubiera de ser terrible, como si de pronto yo me convirtiera en una huérfana de la tormenta
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. Eso no es, mamá. Tú lo sabes. Alguna salida tendré. Dios aprieta, pero no ahoga. ¿No crees? En cambio, admira a esa perra. Torpe, una torpe, eso es lo que soy. No doy una. Y cuando intento demostrar mi cólera, tanto tú como papá os quedáis como de piedra. Porque, por lo visto, no tengo derecho a demostrar mi cólera, ni siquiera mis sentimientos. Tengo que ser como vosotros queráis que yo sea. Buena, tontona, atolondrada. Que nunca me entere. Y te juro, mamá, que me entero de demasiadas cosas de las que no quisiera enterarme. Corre que te corre, Juanita, no te quedes atrás. Se me tuercen los tacones, mamá. Y lloro y rabio, mamá, pero me aguanto. Porque sé que no puedo decir una palabra. Maldita boca la mía, que todo lo que por ella suelto se tuerce.

Malentendidos. Mi vida está llena de malentendidos. Un gesto mío nunca expresa lo que quiere decir. Es como si ese gesto no respondiera a mis reflejos. No soy una mujer moderna. No lo seré nunca, porque nunca llegaré a tiempo. ¿Y sabes lo que te digo, mamá? Que yo no puedo correr más. A ella la llevaste al Lycée porque entonces estaba de moda. Yo me quedé en casa. Y lo poco que aprendí, lo aprendí en la escuelita de la señorita de Hortá. Ahora, perdona que te lo diga, pero cuanto más se sabe, menos se ve. Aquella terrible mujer que se lavaba los pies en una palangana descascarillada, con bicarbonato, y nos recomendaba que volviéramos la cara, porque, a lo peor, me imaginaba yo, tendría un principio de elefantiasis. Nos obligaba a echar una perra gorda en lo alto de un armario para acertar la puntería, pues la perra tenía que caer dentro de un bote vacío de leche condensada, y gracias a aquel truco ella se compraba el mejor trozo de mero que salía del mercado. Tuvo un retrato de Don Alfonso XIII con una escarapela roja y gualda, y años después, cuando volvimos a verla, porque ya estaba vieja y enferma, nos topamos de pronto con Madame la République con las tetas fuera. El único recuerdo agradable que guardo de todo aquello fue un reparto de premios; me tocó
Corazón,
de Edmundo d'Amicis
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, y aquel verano que nos fuimos a Cortes de la Frontera me lo pasé llorando como una mula. Debajo de aquel retrato de Madame la République ponían: Liberté, Égalité, Fraternité. Y estaba envuelta en la bandera francesa. Envuelta era un decir, porque se le marcaba todo, sin contar aquellas dos inmensas tetonas que eran una indecencia. La pobre nos explicó que no había podido encontrar la lámina española, que se habían agotado. Que a ella la obligaban a poner un retrato de aquella pendona. Que, al fin y al cabo, cada uno enseña lo que tiene, que más sufre el que ve que el que enseña, que había tenido que comprarla precipitadamente en la papelería de Monsieur Lebrun —con lo que a ella le dolían los pies aquella tarde—, que se fue arrastrando, porque no se atrevió a mandar a ninguna niña no fuera a traerle un cromo del Sagrado Corazón, y una ensarta de estupideces por el estilo. Pero a mí aquello me marcó. Ahora, cuando me toco las tetitas, me siento como disminuida. Y no soy tortillera, bien lo sabe Dios, que me gustan los hombres. Pero en silencio, con discreción, no como a mi hermana, que es de las que se meten en los portales. Una buscona. Eso es lo que es. Siempre hablando de lo mismo, machacando mi cerebro con sus cochinerías. Bueno, con lo que sea. Superficial. No es una señorita. Está obsesionada con el sexo, y la muy estúpida se cree moderna. Moderna y elegante. No sabe valorar. No siente, ni padece, como no sea por lo mismo de siempre. Y yo porque me invita a todas partes, me callo. Y porque no quiero hacerte sufrir. Que si yo te contara... Te morías ahora mismo de vergüenza y de pena. Callar, aguantar, soportar, ése es mi lema. Ana María dice que existen tres clases de noblezas: la de la sangre, la del dinero y la mía. ¡Lástima que Ana María sea una mujer casada y que ya tenga dos niños como dos soles, porque si no sería una amiga maravillosa, y yo no tendría que salir para nada con esa pandilla de pencas, que no sueltan más que disparates por esa boca! Tú sabes muy bien la clase de hombres que me gusta, porque a ti nunca se te escapó nada. Acuérdate de aquella película que fuimos a ver tres veces. Por alguna razón sería. Y tú lo sabes. Ya sabes lo que te digo, y de quién te hablo, que nos enloquecía. ¿A que sí, bendita? Que muy bien vi que se te subían los colores a la cara en cuanto él apareció, y nerviosa perdida no hacías más que abrir y cerrar el bolso. Yo creo, que por dentro, pensabas que ojalá papá hubiera sido así. ¡Qué honor! Gracias a Dios no se parece nada, porque si no el incesto hubiera sido espantoso. Esos hombres no existen en la realidad. Para mal o para bien nuestro. Son de celuloide. Esta semana me olvidé de comprar el
Cinegrama
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,
número extraordinario, con la cubierta a todo color, y esa asquerosa de Benita se habrá olvidado de apartármelo. Bien que se lo rogué. Benita, mi reina, ponme entre las apartadas. Me miró riéndose, como siempre. Y lo que ha hecho es apartarme, como si yo fuera una leprosa. Porque mañana, cuando vaya a recogerlo, me dirá que lo siente, que se agotaron. Le caiga un mal. Amiga de la pena de mi hermana, para que sea buena. Si hubiera sido a ella, no le haría lo mismo. Son del mismo percal. Mañana, cuando vaya a preguntar, me dirá que no. Siempre con el no por delante. Mañana, sin falta, llamaré a Ana María y juntas iré mos a ver al doctor Decrop para concertar una cita. Sin que se entere nadie. Ya verás qué pronto te pones buena, mamá. ¡Qué manera de llover! Con truenos y relámpagos, lo que faltaba. Santa Bárbara bendita... Será por bien. Así se limpiarán las calles. Ya ha dejado de llover. Me he quedado dormida, ¿qué hora será? ¡Qué silencio! No me atrevo a encender la luz porque esa perversa se revuelve en la cama como si fuera una serpiente. Se molesta por todo. ¡Cualquiera vuelve ahora a quedarse dormida! Esperaré a que dé la hora el reloj de la Purísima. Calla, Juani... ¿Han dado? No. Ha dado un cuarto, Dios sabe de qué hora. ¡Qué taconeo! ¿Quién será? A estas horas, ninguna mujer decente anda por esas calles. Y menos, sola. Alguna cabaretera. En mi vida he puesto un pie en un antro de ésos. Esta moderna estuvo una tarde en el Freddy's Embassy Club porque actuaba la orquesta «Canaro»
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. Estuvo con su pandilla. A mí no me quisieron llevar. Cargan conmigo cuando no tienen más remedio, o cuando les conviene. Si lo sé, mi vida, a mí no se me escapa nada. Esa condición la heredé de mamá. Despierta siempre, para desgracia mía, porque si ahora pudiera coger el sueño... ¡Qué lástima que esta casa no tenga habitaciones en la parte de atrás! y todo por esa manía de no tener enfrente un cementerio, el cementerio judío. Sólo la cocina, el cuarto de baño y el trastero. A mí no me imponen los cementerios. Hay vivos que son peores que cien muertos. Desde el otro lado se ve el mar y se oye el ruido de las copas de los pinos cuando hace viento, que la dejan a una como adormecida. Y la llegada de algún transatlántico, cuando no pueden atracar en el puerto y se quedan anclados en la bahía, como ocurrió con el
Comte di Savoia.
Fuimos a visitarlo con papá. ¡Qué bonito era! Nunca se me olvidará: aquellas alfombras, aquellos salones, el salón rosa, el salón jade, la biblioteca... ¡Lo que yo disfruté aquel día! Y eso que estaba el mar picadito. Con todas las luces encendidas, como una ciudad flotante. ¡Qué ilusión! Lo peor son las lechuzas con ese canto. Sólo de pensar que se me puede colar una en la habitación, me entran las siete cosas. Muchas tardes, sobre todo en invierno, no he querido entrar sola en la Purísima, y he esperado en la tienda de Marinita a que llegara Mercedes Barroso para entrar las dos juntas, porque un día nos contó un monaguillo que uno de esos pájaros había hecho un nido detrás de la imagen de San Antonio
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. Lo diría para asustamos, el cabrón. Desde entonces, cada vez que me acerco a esa imagen, me parece como si oyera detrás un revoloteo, y me pongo tan nerviosa que me da reparo. Mercedes, la pobre, cada día ve menos y cuando entra en la iglesia, como no vaya muy agarradita de mi brazo, va dándose tropezones contra todos los bancos, que es una pena. Como que cuando llega tarde, no tenemos necesidad de volver la cabeza, porque ya sabemos que es ella. ¡Pobrecita! Es más buena que el pan. Un día de éstos le va a dar un patatús. Ayer de mañana, en la misa de once, nos contó que entre ella y su marido se habían desayunado una rueda entera de tejeringos
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, media sandía y una fuente de sardinas fritas que habían sobrado de la noche anterior. Me entraron ganas de vomitar. Y mira que se lo digo. Se lo decimos todas, por su bien. «No comas tanto, mujer. No sólo es pecado, que es una imprudencia.» «Es que no puedo, Juanita, mi alma. No puedo. El doctor Gadea me ha dicho que tengo un estómago muy grande y que hay que llenarlo.» Ese bestia es capaz de matarla, la matará.

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