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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (21 page)

BOOK: La vidente
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Elin es muy consciente de que lleva puesto el vestido cobre de tirantes delgados. Alrededor del cuello lleva un collar plano de oro blanco martilleado, a juego con los pendientes, que le refleja la luz en la barbilla y en el terso cuello.

Nassim quiere que se pegue a la baranda de la terraza con un chal blanco enorme de Ralph Lauren en los hombros. Elin deja que el viento juegue con él, procurando que la tela se infle como una vela y se curve de forma hermosa a sus espaldas.

Él no utiliza fotómetro, pero inclina una pantalla reflectante plateada para que la cara de Elin se inunde de luz.

Le toma muchas fotos seguidas a cierta distancia con un teleobjetivo, luego se le acerca, se pone de rodillas, tensando aún más los vaqueros de por sí ya bastante ajustados, y toma una secuencia de fotos con una anticuada Polaroid.

Elin ve las perlas de sudor en la frente de Nassim. Él no para de lisonjearla, pero enfocando todo el tiempo la atención en otras cosas, como la composición y la luz.

—Peligrosa, sexy —murmura.

—¿Te parece? —responde ella sonriendo.

Él se detiene, la mira a los ojos, asiente con la cabeza y luego dibuja una sonrisa ancha y avergonzada.

—Sobre todo sexy.

—Eres un amor.

Elin no lleva sujetador y siente que se le eriza el vello con el viento. Sus pezones duros se quedan marcados en el vestido. Se descubre a sí misma deseando que Nassim lo vea y comprende que el vino le está haciendo efecto.

El fotógrafo se tumba justo debajo de Elin con una vieja cámara Hasselblad y le pide que se incline hacia adelante y haga morritos como si estuviera pidiendo un beso.


Une petite pomme
—dice él.

Sonríen los dos y de pronto Elin se siente animada, casi contenta, con el flirteo.

En esta posición puede ver claramente la silueta del torso de Nassim marcándose en la camiseta, que se le ha salido del pantalón dejando al descubierto sus abdominales.

Elin hace morritos y él aprieta el disparador, murmura que es la mejor, que es una
top model
, y luego descansa la cámara sobre su pecho y se la queda mirando.

—Podría seguir así toda la vida —dice con sinceridad—. Pero veo que tienes frío.

—Vamos adentro. Prepararé un whisky —propone ella.

64

Cuando entran, Ingrid ha encendido el fuego en la chimenea de cerámica. Se sientan en el sofá con sendas copas de whisky de malta y hablan de la entrevista y los microcréditos, que se han vuelto de lo más relevantes para que muchas mujeres tengan la oportunidad de cambiar su situación.

Elin siente que la combinación de Valium y alcohol la relaja por dentro, apaciguando hasta la menor brizna de ansiedad.

Nassim dice que el periodista francés estaba muy contento con la entrevista. Después le cuenta que su madre es de Marruecos.

—El gesto que has hecho es muy importante —dice él sonriendo—. Si mi abuela hubiese tenido acceso a un microcrédito la vida de mi madre habría sido completamente diferente.

—Intento hacer algo, pero…

Se queda callada contemplando la seriedad en los ojos de Nassim.

—Nadie es perfecto —dice él y se le acerca un poco.

—Decepcioné a una niña… a la que no podía decepcionar y que…

Él la consuela acariciándole la mejilla y le susurra algo en francés. Ella sonríe y siente un cosquilleo etílico en el cuerpo.

—Si no fueras tan joven me enamoraría de ti —dice ella en sueco.

—¿Qué has dicho? —pregunta él.

—Envidio a tu novia —le explica.

Elin percibe el aliento de Nassim. Huele a menta y whisky. «Como a especias», piensa. Observa la bonita línea de su boca y de repente tiene ganas de besarlo, pero piensa que, de hacerlo, lo asustaría.

Recuerda que Jack dejó de acostarse con ella poco después de que Vicky desapareciera de sus vidas. A Elin le costaba entender que él, simplemente, ya no la deseaba. Creía que era por culpa del estrés, de que pasaban poco tiempo juntos, de que estaban cansados. Así que empezó a esforzarse más. Comenzó a vestirse para él, a preparar cenas románticas, a reservar ratos a solas.

Pero él ya no la miraba.

Una noche Jack llegó a casa y cuando la vio tumbada con su
négligé
de color salmón le dijo que ya no la quería.

Quería separarse, había conocido a otra mujer.

—Cuidado, estás derramando el whisky —dice Nassim.

—Dios —susurra ella en el mismo instante en que se echa un poco de whisky en el vestido.

—No pasa nada.

Nassim coge una servilleta de tela, se pone de rodillas, la coloca con delicadeza sobre la mancha y la sujeta con una mano mientras con la otra dibuja el contorno de la cintura de Elin.

—Tengo que cambiarme —dice ella, se levanta y hace un esfuerzo por no caerse de lado.

Nota la mezcla de Valium, vino y whisky contaminándole el cerebro.

Él le sirve de apoyo mientras cruzan los salones uno tras otro. Elin se siente débil y cansada, se inclina sobre Nassim y le da un beso en el cuello. En el dormitorio la temperatura es un poco más baja y la luz es tenue. La única lámpara que hay encendida es la de color crema de la mesita de noche.

—Tengo que tumbarme.

Elin no protesta cuando Nassim la acuesta en la cama y le quita los zapatos.

—Te ayudo —dice él en voz baja.

Elin exagera su borrachera y se queda quieta como si no notara que él le está desabrochando el vestido con manos temblorosas.

Oye la respiración pesada de Nassim y se pregunta si se atreverá a tocarla, a aprovecharse de su estado de embriaguez.

Permanece inmóvil en la cama con sus braguitas doradas y mira un instante al fotógrafo en un nuboso vaivén antes de cerrar los ojos.

Él murmura algo y Elin nota que tiene los dedos helados por los nervios cuando le quita las bragas.

Lo mira con ojos entornados mientras él se desnuda. Tiene el cuerpo muy moreno, como si trabajara en el campo. Es delgado como un adolescente y lleva un tatuaje gris en el hombro, un ojo de Horus.

Nassim vuelve a murmurar algo y el corazón de Elin empieza a latir con fuerza cuando él se mete en la cama. Quizá debería pararle los pies, pero al mismo tiempo se siente agasajada por su deseo. Piensa que no dejará que la penetre, que tendrá que conformarse con mirarla mientras se masturba como un crío.

Elin intenta concentrarse en lo que está pasando, disfrutar del momento. Nassim respira de prisa, le separa las piernas a Elin con cuidado y ella lo deja hacer.

Está mojada, resbaladiza, pero al mismo tiempo no consigue anticiparse a la situación. Nassim se tumba encima de ella y Elin nota su miembro sobre el pubis, caliente y erecto. Con un movimiento perezoso Elin se retuerce y junta los muslos.

Abre los ojos, se encuentra con la mirada miedosa del joven y los vuelve a cerrar.

Con mucho cuidado, como para no despertarla, Nassim le vuelve a separar las piernas. Ella sonríe para sí, deja que él la mire, lo siente muy cerca otra vez y de repente la está penetrando.

Elin contiene un gemido y cuando Nassim se le tumba encima puede notar los latidos de su corazón.

Está dentro de ella y acto seguido comienza a empujarla al compás de sus propios jadeos.

El malestar comienza a crecer en Elin, le gustaría sentir el mismo deseo que él, pero Nassim tiene demasiada prisa, la penetra con movimientos rápidos y con demasiada fuerza. Elin se ve superada por una ola de soledad que se le echa encima y que le apaga hasta la última chispa de excitación. Se queda inmóvil a la espera de que él termine y se retire.

—Lo siento, lo siento —susurra Nassim y empieza a recoger sus cosas—. Creía que querías…

«Yo también lo creía», piensa ella, pero sin fuerzas para contestar. Oye a Nassim vestirse de prisa y en silencio y su único deseo es que se marche. Quiere meterse en la ducha y luego suplicarle a Dios que Vicky esté viva hasta quedarse dormida.

65

Joona está pegado a la barandilla y recorre con la mirada el descenso de la pared de hormigón. Veinte metros más abajo hay tres chorros de agua que salen disparados por las compuertas. Debajo de ellas, la pared se curva como un tobogán gigante. Cantidades ingentes de agua rebosan desde el fondo de la pared y avanzan hasta chocar contra el lecho rocoso del río.

Todavía lleva el brazo en cabestrillo y tiene la americana colgada sobre los hombros. Se inclina por encima de la barandilla, mira el río y piensa en el coche con los dos críos bajo la intensa lluvia. Visualiza el vehículo chocando con el semáforo en Bjällsta y las lunas estallando en mil pedazos. Vicky lleva puesto el cinturón, pero se golpea la cabeza con la ventana por la inercia de la colisión. En un instante el coche queda lleno de pedacitos de cristal y la lluvia comienza a entrar en el habitáculo.

Después reina el silencio durante unos pocos segundos.

El niño empieza a gritar de pánico. Vicky sale temblando del coche, un puñado de cristales cae de su regazo, abre la puerta de atrás, desata la silla y mira al pequeño a ver si está herido y luego trata de hacerlo callar antes de seguir su camino.

A lo mejor pensó cruzar el puente hasta que descubrió las luces del coche patrulla al otro lado. Se sale de la carretera presa del pánico, no consigue detener el coche y se va directa al agua. El frenazo hace que Vicky se golpee en el volante y quede inconsciente.

Cuando el coche acabó de meterse en el río, seguramente los dos se habían desmayado. La corriente pescó los cuerpos inertes y los sacó por los huecos de las ventanas, con paz y parsimonia, arrastrándolos por el fondo pedregoso.

Joona saca el teléfono para llamar a Carlos Eliasson. El buzo de Salvamento ya está en el muelle de la central hidroeléctrica. El traje azul se le ciñe a la espalda mientras con las manos revisa todos los conductos del regulador.

—Carlos —contesta su jefe.

—Susanne Öst pretende cerrar el caso —dice Joona—. Pero aún no he terminado.

—Sé que es triste, pero el homicida está muerto… y, lamentablemente, ya no es económicamente viable continuar.

—No tenemos ningún cuerpo.

Oye a Carlos mascullar algo al otro lado y luego le entra un ataque de tos. Joona espera mientras su jefe toma un poco de agua. Recuerda el paseo que hizo por el pasado de Vicky cuando descubrieron la sillita infantil, su intento de encontrar a alguien en quien Vicky confiara, alguien que supiera dónde se podía haber metido.

—Pueden pasar semanas antes de que aparezcan los cuerpos —susurra Carlos y carraspea.

—Pero aún no he terminado —replica Joona.

—Ya te estás poniendo tozudo otra vez —dice Carlos levantando la voz.

—Necesito que me dejes…

—Ni siquiera es tu caso —lo interrumpe Carlos.

Joona observa un tronco negro que se desliza con la corriente hasta golpear el borde de la represa con un impacto sordo.

—Sí que lo es —dice él.

—Joona —suspira Carlos.

—Las pruebas técnicas apuntan a Vicky, pero no hay testigos y no ha sido juzgada.

—No se puede juzgar a los muertos —dice Carlos en tono cansado.

Joona piensa en la chica, en la ausencia de móvil, en que durmió en su cama después de los brutales asesinatos. Piensa en las palabras de Nålen, quien asegura que a Elisabet la asesinaron con un martillo pero a Miranda con una piedra.

—Dame una semana, Carlos —dice muy serio—. Necesito algunas respuestas antes de volver a casa.

Carlos murmura algo al otro lado de la línea.

—No te he oído —dice Joona.

—No es oficial —repite Carlos en voz más alta—. Pero mientras los de Asuntos Internos sigan con tu expediente tú puedes seguir con lo tuyo.

—¿Qué recursos tengo?

—¿Recursos? Aún eres observador y no puedes…

—He pedido un buzo —dice Joona sonriendo.

—¿Un buzo? —pregunta Carlos alterado—. ¿Sabes lo que cuesta meter…?

—Y un perro.

Joona oye ruido de motor, se vuelve y ve un cochecito viejo de color gris que se acerca y aparca al lado del suyo. Es un Messerschmitt Kabinenroller de principios de los años sesenta, con dos ruedas delante y una detrás. La puerta se abre y aparece Gunnarsson con un cigarrillo en la mano.

—¡Soy yo el que decide si hay que bajar con un buzo o no! —grita desde lejos y se acerca a toda prisa hasta donde está Joona—. Tú aquí no pintas nada.

—Soy observador —responde Joona tranquilamente y sigue bajando hasta el muelle, donde el buzo ya se está preparando para la inmersión.

66

El buzo es un hombre que ronda los cincuenta, con evidente sobrepeso pero de espalda ancha y antebrazos fuertes. El traje de goma de cloropreno se ciñe a su ostentosa barriga y al cuello.

—Hasse —se presenta.

—No se pueden cerrar las compuertas, hay riesgo de desborde —dice Joona.

—Entiendo la situación —responde Hasse y echa un vistazo a las aguas rápidas e inquietas.

—La corriente es muy fuerte —le aclara Joona.

—Sí —responde el buzo con la mirada tranquila.

—¿Podrás con ello? —pregunta Joona.

—Fui desactivador de minas en el regimiento de artillería…, seguro que no es peor que aquello —responde Hasse con un atisbo de sonrisa.

—¿Llevas nitrox en las botellas? —pregunta Joona.

—Sí.

—¿Qué coño es eso? —pregunta Gunnarsson, que se les acaba de unir.

—Es como aire, pero con un poco más de oxígeno —responde Hasse mientras se pone el chaleco.

—¿Y cuánto tiempo puedes estar ahí abajo?

—Con esto puede que unas dos horas… con calma.

—Agradezco mucho tu predisposición —dice Joona.

El buzo se encoge de hombros y explica con sinceridad:

—Mi hijo está de campamentos de fútbol en Dinamarca… Ishøj, se llama el sitio… Le había prometido que lo acompañaría, pero ya sabes, estamos los dos solos…, así que necesitamos un poco de pasta extra…

Niega con la cabeza y luego señala la máscara de buceo con cámara incorporada, de la que sale un cable que va pegado al cabo de seguridad hasta conectarse a un ordenador.

—Siempre grabo mis inmersiones. Veréis todo lo que yo veo…, y podemos hablar mientras tanto.

Un tronco llega flotando y embiste el borde de la represa.

—¿Por qué hay troncos en el agua? —pregunta Joona.

Hasse se cuelga las botellas y dice indiferente:

—Quién sabe…, seguramente sea alguien que ha echado al agua madera carcomida.

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