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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (9 page)

BOOK: La vidente
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Olle Gunnarsson suelta un taco entre dientes, se acerca a la radio y llama a la agente Mirja Zlatnek.

—Aquí Gunnarsson —dice—. ¿Le has tomado testimonio a la madre?

—«Sí, he…»

—¿Tenemos señas del supuesto secuestrador?

—«No ha sido fácil, la madre está muy conmocionada y no logra dar una imagen coherente» —responde Mirja y respira por la nariz—. «Está de los nervios y sólo habla de un esqueleto con trizas de tela colgando de las manos que ha salido del bosque. Una niña con sangre en la cara, una niña que tenía ramas en lugar de brazos…»

—Pero habla de una niña.

—«Tengo el testimonio grabado, pero sólo dice cosas extrañas, tendría que tranquilizarse antes de que podamos tomarle un testimonio en regla…»

—Pero ¿insiste en que era una niña? —pregunta Gunnarsson despacio.

—«Sí…, una y otra vez.»

29

Joona detiene el coche en el puesto de control de la carretera 330, saluda a uno de los agentes apostados, le muestra su identificación y luego continúa siguiendo el río Indalsälven.

Le han informado de que las alumnas del Centro Birgitta están provisionalmente albergadas en el hotel Ibis. Daniel Grim ha sido ingresado en urgencias psiquiátricas en el hospital provincial, Margot Lundin, la encargada, está en su casa en Timrå y Faduumo Axmed, que trabaja a media jornada como terapeuta adjunto, está de permiso y ha bajado a ver a sus padres a Vänersborg.

Cuando la agente de policía Mirja Zlatnek explicó que Pia Abrahamsson insistía en que había visto a una niña delgada con vendas en las manos, todo el mundo supo que era Vicky Bennet quien había robado el coche con el niño dentro.

—Pero es un misterio que no la hayan cogido en los puestos de control —había dicho Bosse Norling.

Mandaron un helicóptero para peinar la zona, pero no habían encontrado ni rastro del coche, ni en la pequeña localidad ni en los caminos forestales de las explotaciones.

«En verdad no es ningún misterio —piensa Joona—. La explicación más probable es que, simplemente, ha conseguido esconderse antes de llegar a los controles.»

Pero ¿dónde?

«Debe de conocer a alguien que viva en Indal, alguien con garaje.»

Joona ha pedido permiso para hablar con las alumnas acompañado de una psicóloga de menores y una persona de apoyo de Atención a las Víctimas, y está tratando de recordar el primer encuentro que tuvo con ellas en la caseta, cuando Gunnarsson entró con las dos que se habían fugado en el bosque. La niña pelirroja estaba viendo la tele y dándose golpes en la cabeza contra la pared. La chica a la que llamaban Indie había asociado las manos en la cara con Vicky y luego todas se habían puesto a gritar y a hablar a la vez cuando descubrieron que Vicky había desaparecido. Alguna de las alumnas pensó que estaría durmiendo por culpa de una sobredosis de Stesolid. Almira escupió al suelo e Indie se frotó la cara hasta que las manos le quedaron llenas de rímel.

Joona piensa que había algo que se le había pasado por alto con Tuula, la niña pelirroja con cejas blancas y chándal rosa. Primero les había gritado a las demás que se callaran, pero ella también había dicho algo cuando todas estaban hablando a la vez.

Tuula había dicho que Vicky se había escapado a ver a su amiguito follador.

30

El hotel Ibis, de dos estrellas, está en la calle Trädgårdsgatan, no muy lejos de la comisaría de Sundsvall. Es un hotel que huele a aspiradora, a alfombras y a humo viejo de tabaco. La fachada está recubierta de chapa de color crema. En el mostrador de recepción hay un cuenco con caramelos. La policía ha distribuido a las alumnas del centro en cinco habitaciones colindantes y ha puesto a dos guardias uniformados en el pasillo.

Joona camina a grandes zancadas por el desgastado suelo.

La psicóloga Lisa Jern está esperando a Joona delante de una de las puertas. Tiene el pelo oscuro pero encaneciendo en el flequillo, y la boca delgada y nerviosa.

—¿Tuula ya está aquí? —pregunta Joona.

—Sí, está aquí…, pero espera —dice la psicóloga cuando Joona pone la mano sobre la manija—. Tengo entendido que estás aquí como observador de la policía judicial y…

—La vida de un niño está en peligro —la corta Joona.

—Tuula no dice casi nada y… Mi recomendación como psicóloga infantil es que esperemos a que ella tome la iniciativa y empiece a hablar sobre lo que ha pasado cuando ella quiera.

—No hay tiempo —dice Joona y vuelve a coger la manija.

—Espera, yo… Es muy importante estar al mismo nivel que ellas, no pueden sentirse de ninguna manera tratadas como enfermas ni como…

Joona abre la puerta y entra en la habitación. Tuula Lehti está sentada en una silla de espaldas a la hilera de ventanas. No es más que una niña, una chiquilla de doce años con chándal y zapatillas de deporte.

Entre las láminas de madera de las persianas puede verse una calle con coches aparcados. La mesa está chapada en haya y en el suelo hay una gran alfombra de moqueta verde.

Al fondo de la habitación hay un hombre sentado, bien peinado, vestido con una camisa de franela a cuadros azules que mira su teléfono móvil. Joona lo identifica como la persona de apoyo de las alumnas.

El comisario se sienta enfrente de Tuula y la observa. Sus pestañas son claras y tiene el pelo liso, desgreñado.

—Nos hemos visto un momento esta mañana —dice Joona.

Tuula cruza los brazos sobre el regazo. Tiene los labios finos y sin apenas color.

—Mata a un poli —murmura.

Lisa Jern rodea la mesa y se sienta al lado de la acurrucada chiquilla.

—Tuula —dice con voz dulce—. ¿Recuerdas que te conté que a veces me siento como Pulgarcita? No es nada raro, porque aunque seas adulto, a veces puedes sentirte pequeño como un pulgar.

—¿Por qué todos hablan como si fueran imbéciles? —pregunta Tuula y mira a Joona a los ojos—. ¿Es porque sois un poco lerdos… o porque os pensáis que yo soy la lerda?

—Seguramente porque pensamos que tú eres un poco lerda —responde Joona.

Tuula sonríe asombrada y está a punto de decir algo justo cuando Lisa Jern empieza a asegurarle que no es verdad, que el comisario estaba haciendo una broma.

Tuula hace aún más fuerza con los brazos cruzados, clava la vista en la mesa e infla las mejillas.

—Tú no eres lerda en absoluto —repite Lisa Jern al cabo de un rato.

—Sí —susurra Tuula.

Escupe un salivazo viscoso sobre la mesa, después se queda callada, empieza a jugar con la flema y la extiende hasta dibujar una estrella.

—¿No quieres hablar? —susurra Lisa.

—Sólo con el finlandés —dice Tuula de forma casi imperceptible.

—¿Qué has dicho? —pregunta Lisa sonriendo.

—Qué sólo hablaré con el finlandés —dice Tuula levantando la barbilla.

—Qué bien —responde rígida la psicóloga.

Joona pone en marcha la grabadora y tranquilamente empieza con los aspectos formales: lugar y hora, personas presentes y propósito de la conversación.

—¿Cómo llegaste al Centro Birgitta, Tuula? —pregunta.

—Estaba en Lövsta… Habían pasado algunas cosas que a lo mejor no fueron tan buenas —explica y deja caer la mirada—. Me metieron con las que están encerradas, a pesar de ser demasiado pequeña… Me mantuve tranquila, sólo veía la tele, y al cabo de un año y cuatro meses me llevaron al Centro Birgitta.

—¿Cuál es la diferencia… comparado con Lövsta?

—Es… el Centro Birgitta es como un hogar de verdad, al menos da esa sensación. Hay alfombras en el suelo y los muebles no están clavados a las putas paredes con tornillos… Y no está todo cerrado y lleno de alarmas de mierda… Puedes dormir tranquila, te dan comida casera…

Joona asiente con la cabeza y ve con el rabillo del ojo que la persona de apoyo sigue mirando el móvil. La psicóloga Lisa Jern respira por la nariz mientras los escucha.

—¿Qué comisteis ayer?

—Tacos —responde Tuula.

—¿Faltó alguien a la cena?

Tuula se encoge de hombros.

—Creo que no.

—¿Miranda estaba? ¿Ella también comió tacos ayer por la tarde?

—Es tan simple como rajarle el estómago y echar un vistazo, ¿no lo habéis hecho?

—No, no lo hemos hecho.

—¿Por qué no?

—No hemos tenido tiempo.

Tuula dibuja media sonrisa y luego empieza a jugar con un hilo suelto de los pantalones. Tiene las uñas mordidas y se ha arrancado trocitos de las cutículas.

—Entré en el cuarto de aislamiento. Molaba bastante —dice Tuula y empieza a mecer el cuerpo.

—¿Viste cómo estaba tumbada Miranda? —pregunta Joona al cabo de un rato.

—Sí, así —dice Tuula de prisa y se tapa la cara con las manos.

—¿Por qué crees que estaba así?

Tuula levanta un borde de la alfombra con el pie y lo vuelve a pisar.

—A lo mejor estaba asustada.

—¿Has visto a alguien más haciendo eso? —pregunta Joona con naturalidad.

—No —responde Tuula y se rasca el cuello.

—¿No os encierran en vuestras habitaciones?

—Es casi como un régimen abierto —sonríe Tuula.

—¿Es normal que os escapéis por las noches?

—Yo no.

Pone la boca pequeña y rígida y luego hace ver que dispara a la psicóloga con el dedo índice.

—¿Por qué no? —pregunta Joona.

La chica le busca la mirada y dice en voz baja:

—Me da miedo la oscuridad.

—¿Y las demás?

Joona ve que Lisa Jern les está escuchando con un gesto de irritación en las cejas.

—Sí —susurra Tuula.

—¿Qué hacen cuando se escapan?

La chica baja la mirada y sonríe para sí.

—Son mayores que tú —continúa Joona.

—Sí —responde Tuula y se le enrojecen las mejillas y el cuello.

—¿Quedan con chicos?

Ella asiente en silencio.

—¿Vicky también lo hace?

—Sí, ella se escapa por las noches —dice Tuula y se inclina hacia Joona.

—¿Sabes a quién va a ver?

—Dennis.

—¿Quién es?

—No sé —susurra y se lame los labios.

—Pero se llama Dennis. ¿Sabes el apellido?

—No.

—¿Cuánto tiempo está fuera?

Tuula se encoge de hombros y toquetea un trozo de cinta adhesiva suelta que hay debajo del cojín de la silla.

31

La fiscal Susanne Öst está esperando delante del hotel Ibis junto a un gran Ford Fairlane. Tiene la cara redonda y va sin maquillar. Se ha recogido la melena rubia en una coleta y lleva pantalones negros y americana gris. Se ha rascado con fuerza la garganta y una de las puntas del cuello de la camisa sobresale por la parte de arriba.

—¿Tienes algo en contra de que juegue un rato a ser policía? —pregunta y acto seguido se ruboriza.

—Al contrario —responde Joona estrechándole la mano.

—Estamos pasando por las casas, controlando garajes, graneros, zonas de aparcamiento y demás —dice ella en tono serio—. Estamos estrechando la red, no hay tantos sitios donde se pueda esconder un coche…

—No.

—Pero ahora que tenemos un nombre todo irá más rápido, evidentemente —sonríe la fiscal y abre la puerta del gran Ford—. Hay cuatro personas en la zona que se llaman Dennis.

—Te acompaño —dice Joona y se sube a su Volvo.

El turismo americano oscila al incorporarse al tráfico y en seguida pone rumbo a Indal. Joona lo sigue mientras piensa en Vicky.

Su madre, Susie Bennet, era toxicómana y vivía en la calle, hasta que el invierno pasado falleció. Vicky ha vivido en diferentes familias e instituciones desde los seis años y, probablemente, no tardó mucho en aprender a establecer y cortar nuevas relaciones.

Si Vicky se escapa por las noches para verse con alguien, ese alguien no puede andar muy lejos. Quizá la espere en el bosque o en el camino de grava, quizá ella siga la carretera 86 hasta la casa de Dennis en Baggböle o Västloning.

El asfalto se está secando, el agua de la lluvia se acumula en las cunetas y forma grandes charcos. El cielo ha clareado, pero en el bosque siguen cayendo gotas.

La fiscal llama a Joona y él ve que lo está mirando por el retrovisor mientras le habla.

—Hemos encontrado un Dennis en Indal —dice—. Tiene siete años… y hay otro en Stige, pero en este momento está trabajando en Leeds.

—Quedan dos —constata Joona.

—Sí, Dennis y Lovisa Karmstedt viven en una casa en las afueras de Tomming. Todavía no hemos estado allí. Y luego hay un Dennis Rolando que vive en casa de sus padres, un poco al sur de Indal. Hemos ido a ver a los padres, pero no había nadie. También es propietario de una nave industrial en Kvarnåängen en la que no conseguimos entrar… creo que no es el que buscamos, por lo visto han hablado con él y está sentado en su coche de camino a Sollefteå.

—Echad la puerta abajo.

—Vale —dice ella y cuelga.

El paisaje se abre y la carretera aparece rodeada de campos de cultivo. El suelo brilla se mire donde se mire. Delante de los linderos del bosque se ven granjas de color rojo y por detrás de ellas los mares de árboles se extienden durante decenas de kilómetros.

Al mismo tiempo que Joona atraviesa la apacible localidad de Östanskär, dos agentes uniformados echan mano de una radial para serrar los fuertes goznes que sujetan la puerta de hierro de la nave industrial. Una cascada de chispas sale a chorro y salpica la pared. Después los agentes introducen unas patas de cabra en la ranura de la puerta y hacen palanca hasta que consiguen abrirla. Debajo de un montón de lonas de plástico sucias encuentran medio centenar de viejas máquinas recreativas de Arcade con nombres como Space Invaders, Asteroids y Street Fighter.

Joona ve a Susanne Öst hablando por teléfono y luego lanzarle una mirada por el retrovisor. Al instante empieza a sonar su teléfono. Susanne le cuenta en pocas palabras que sólo queda una dirección por comprobar. No están lejos. Deberían llegar en diez minutos.

El Ford aminora la marcha y Joona lo sigue al girar a la derecha para tomar un camino que avanza entre dos pastos encharcados y que luego continúa por un bosque. Se acercan a una casa amarilla de madera con persianas bajadas en todas las ventanas. El jardín está bien cuidado, hay varios manzanos y en mitad del terreno hay una hamaca a rayas blancas y azules.

Detienen los vehículos y suben juntos hasta un coche patrulla estacionado en el arcén.

Joona saluda a los compañeros y luego echa un vistazo a la casa.

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