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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (4 page)

BOOK: La vidente
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A Rosa Bergman se le cae la taza al suelo y después empieza a llorar. La enfermera entra y la tranquiliza con familiaridad.

—Le acompañaré a la salida —le dice a Joona en voz baja.

Caminan juntos por el pasillo adaptado para el paso de sillas de ruedas.

—¿Cuánto tiempo lleva así? —pregunta Joona.

—Con Maja ha ido rápido… Percibimos las primeras señales el verano pasado, así que hará más o menos un año que ella… Antes se le llamaba entrar en la infancia, lo cual resulta bastante adecuado en la mayoría de los casos.

—Si ella… si de repente se le aclara la mente —dice él muy serio—, por favor, llámenme.

—La verdad es que a veces ocurre —afirma ella.

—Llámenme inmediatamente —dice Joona entregándole su tarjeta.

—¿Comisario? —dice sorprendida la enfermera, y clava la tarjeta en un tablón que hay detrás de la mesa de la oficina.

12

Cuando Joona sale al exterior abre la boca e inspira como si hubiera estado conteniendo la respiración. «A lo mejor Rosa Bergman tenía algo importante que decirme —piensa—. Es posible que alguien le haya encomendado una misión. Pero la demencia la ha alcanzado antes de que pudiera cumplirla.»

Joona jamás podrá saber de qué se trata.

Han pasado doce años desde que perdió a Summa y a Lumi.

El último rastro que conducía a ellas se ha borrado en la mente senil de Rosa Bergman.

Se acabó.

Joona se sienta en el coche, se seca las lágrimas de las mejillas, cierra los ojos un rato y gira la llave en el tambor de arranque para regresar a Estocolmo.

Cuando lleva conducidos trescientos kilómetros en sentido sur por la autovía E-45 en dirección a Mora recibe una llamada de Carlos Eliasson, el jefe de la policía judicial.

—Tenemos un cadáver en un centro de acogida en el norte, en Sundsvall —dice Carlos, tenso—. La centralita recibió la llamada poco después de las cuatro de la mañana.

—Estoy de permiso —dice Joona sin apenas alzar la voz.

—Podrías haber venido a la cena-karaoke de todos modos.

—La próxima vez —dice Joona como para sí mismo.

La carretera avanza recta por el bosque. A un lado, por detrás de los árboles, se ven los destellos de un lago plateado.

—¿Joona? ¿Ha pasado algo?

—No, nada.

Al fondo se oye cómo alguien llama a Carlos.

—Tengo una reunión con la junta directiva, pero quiero que… Acabo de hablar con Susanne Öst y dice que la policía provincial de Västernorrland no tiene intención de solicitar oficialmente ayuda a la judicial.

—Entonces ¿por qué me llamas?

—Les he dicho que les mandaría un observador.

—Nosotros nunca mandamos observadores, ¿no?

—Ahora sí —le explica Carlos bajando la voz—. El tema es delicado, ¿sabes? ¿Te acuerdas del entrenador del equipo nacional de hockey, Janne Svensson…? La prensa nunca dejó de hablar de la incompetencia policial.

—Porque nunca encontraron…

—Ni lo menciones. Fue el primer caso importante de Susanne Öst como fiscal —continúa Carlos—. No quiero decir que la prensa tuviera razón, pero en aquella ocasión la policía de Västernorrland te necesitaba a ti. Fueron demasiado lentos, se ciñeron a la partitura y el tiempo no dejaba de correr, lo cual es bastante habitual, pero a veces se levanta la polémica.

—No puedo seguir hablando —dice Joona con intención de colgar.

—Sabes que no te lo diría si se tratara de un simple caso de asesinato —dice Carlos, y toma aire—. Pero la prensa va a hablar, Joona… Es realmente brutal, hay mucha sangre… y el cuerpo de la chica está intervenido.

—¿Cómo? ¿Cómo lo han intervenido? —pregunta Joona.

—Por lo visto está tumbada en una cama con las manos tapándose la cara.

Joona permanece callado con la mano izquierda sobre el volante. Los árboles parpadean a ambos lados de la autovía a medida que el coche avanza. Se oye la respiración de Carlos a través del teléfono, y también unas voces de fondo. Sin decir nada, Joona sale de la E-45 y toma la carretera de Losvägen en dirección a la costa este para luego continuar hasta Sundsvall.

—Tú sólo ve, Joona, por favor… Sé amable y ayúdales a resolver solos el caso, preferiblemente antes de que la prensa se entrometa.

—¿Ya no soy un observador?

—Sí, lo eres… Tú sólo mantente cerca, observa la investigación, aporta sugerencias… Siempre y cuando tengas claro que no tienes ningún objetivo operativo de ninguna clase.

—¿Porque Asuntos Internos me está investigando?

—Es importante que seas discreto y no hagas ninguna tontería —dice Carlos.

13

Al norte de Sundsvall, Joona deja atrás la costa y toma la carretera 86, que continúa tierra adentro siguiendo el río Indalsälven.

Al cabo de dos horas empieza a acercarse al centro de acogida.

Reduce la velocidad y gira por un camino de grava. Los rayos del sol intentan abrirse paso entre los altísimos abetos y se filtran como pueden entre los troncos.

«Una chica muerta», piensa Joona.

Mientras todo el mundo dormía, una chica fue asesinada y colocada en su cama. La violencia empleada había sido brutal, según afirmaba la policía local. No hay ningún sospechoso, es demasiado tarde para poner controles en las carreteras, pero todos los compañeros de la provincia están informados y el comisario Olle Gunnarsson lleva el caso.

Son poco menos de las diez cuando Joona para el coche y se baja, delante de un primer cordón policial. En la cuneta se oye el zumbido de los insectos. El bosque se ha abierto en un gran claro. Los árboles húmedos brillan en la cuestecita que baja hasta el lago Himmelsjön. En un lado del camino hay una placa metálica en la que pone: CENTRO BIRGITTA, CENTRO ESPECIAL DE ACOGIDA Y CUIDADOS.

Joona se acerca a un conjunto de casas rojas que se reúnen en torno a un patio, como una típica granja de Hälsingland. Frente a las casas hay una ambulancia, tres coches patrulla, un Mercedes blanco y tres turismos.

Hay un perro atado a una correa entre dos árboles que no deja de ladrar.

Delante del edificio principal hay un hombre mayor con bigote de morsa, barriga prominente y traje arrugado. Ha visto a Joona, pero no hace el menor ademán de saludarlo, sino que sigue liándose un cigarrillo y luego lame el borde del papel de fumar. Joona pasa por debajo de otro cordón y ve que el hombre se pone el cigarro detrás de la oreja.

—Soy el observador de la policía judicial —dice Joona.

—Gunnarsson —dice el hombre—. Comisario.

—Me han ordenado que os acompañe en el caso.

—Sí, siempre y cuando no te entrometas —dice el hombre con ojos fríos.

Joona mira la casa más grande. Los técnicos ya están trabajando en ella. Han colocado focos en las distintas estancias y la luz es tan intensa que, desde fuera, las ventanas brillan con una fuerza antinatural.

Un policía con la cara pálida sale por la puerta. Se ha tapado la boca con una mano, baja la escalera a trompicones, se apoya en la pared mientras se agacha y vomita entre las ortigas que hay junto a un bidón de agua de lluvia.

—Tú harás lo mismo cuando hayas entrado en la casa —le dice Gunnarsson a Joona, sonriendo.

—¿Qué sabemos por ahora?

—No sabemos una mierda… El aviso llegó esta madrugada, el que llamó era el asistente social del centro… Daniel Grim, se llama. Eran las cuatro. Estaba en su casa en la calle Bruksgatan, en Sundsvall, y acababa de recibir una llamada desde aquí… no sabía gran cosa cuando llamó a la centralita, sólo dijo que las niñas gritaban que había sangre.

—O sea que fueron las chicas las que llamaron —dice Joona.

—Sí.

—Pero no a la centralita sino al asistente en Sundsvall —continúa.

—Exacto.

—Pero aquí había personal del turno de noche, ¿no?

—No.

—¿No debería haber sido así?

—Seguramente —responde Gunnarsson con voz cansada.

—¿Cuál de las chicas llamó al asistente? —pregunta Joona.

—Fue una de las mayores —dice Gunnarsson mirando su libreta—. Caroline Forsgren, se llama… Pero tal como yo lo he entendido, no ha sido Caroline quien ha encontrado el cuerpo, sino… esto es un lío, varias de las niñas han entrado en la habitación. Lo que hay allí es de lo más desagradable, te lo aseguro. A una de las chicas se la han llevado al hospital. Estaba histérica, y para el personal de la ambulancia era lo más seguro.

—¿Quiénes fueron los primeros en llegar? —pregunta Joona.

—Dos compañeros… Rolf Wikner y Sonja Rask —contesta Gunnarsson—. Y yo habré llegado… digamos que a las seis menos cuarto, y entonces he llamado al fiscal… y por lo visto le ha entrado el cangueli y ha llamado a Estocolmo… y ahora te tenemos a ti encima.

Sonríe sin simpatía.

—¿Tienes algún sospechoso? —pregunta Joona.

Gunnarsson respira hondo y dice en tono académico:

—Mi larga experiencia me dice que hay que dejar que el caso avance según lo establecido… tenemos que traer a gente, interrogar a los testigos, sacar huellas…

—¿Puedo entrar a mirar? —pregunta Joona con la mirada fija en la puerta.

—No te lo recomiendo… dentro de poco ya tendremos fotos.

—Necesito ver a la chica antes de que se la lleven —dice Joona.

—Estamos hablando de violencia extrema, pura bestialidad, muy agresiva —dice el comisario—. El asesino es de complexión adulta. Después de morir, la víctima fue colocada en la cama. Nadie se enteró de nada hasta que a una de las chicas le entraron ganas de ir al baño y metió el pie en el charco de sangre que salía por debajo de la puerta.

—¿Todavía estaba caliente?

—Oye…, no es fácil comunicarse con las niñas —dice Gunnarsson—. Tienen miedo y siempre están de muy mala leche, protestan contra todo lo que decimos, no escuchan, nos gritan y… Antes querían cruzar el cordón por la fuerza porque querían coger algunas cosas de sus cuartos: los iPod, la crema de cacao y las chaquetas, y cuando las hemos llevado a la cabaña de al lado, dos han salido corriendo hacia el bosque.

—¿Se han escapado?

—Las acabamos de encontrar, pero… sólo tenemos que conseguir que vuelvan de forma voluntaria. Se han tirado al suelo y exigen que Rolf las lleve en hombros.

14

Joona se pone ropa protectora, sube los escalones del edificio principal y cruza la puerta. Dentro de la casa se oye el zumbido de los ventiladores de los focos y el aire ya está caliente. Bajo esa luz intensa cualquier cosa se ve, por pequeña que sea. El polvo se mueve despacio en el aire.

Joona avanza lentamente por las láminas adhesivas que los técnicos han puesto sobre los anchos tablones del parquet. Un cuadro se ha desprendido del techo y los cristales rotos brillan con la fuerte luz. Hay huellas de botas en diversas direcciones por el pasillo, hacia la puerta y hacia dentro.

La casa ha mantenido su estilo campestre. Hay pinturas hechas con plantillas de gran colorido pero empalidecidas por el paso del tiempo, y los cuadros de los pintores ambulantes de la región de Dalicardia serpentean por las paredes y las vigas de madera.

En el pasillo hay un técnico llamado Jimi Sjöberg que ilumina una silla negra con un foco verde tras haberle aplicado solución
Hungarian red
al tapizado.

—¿Sangre? —pregunta Joona.

—En ésta no —murmura Jimi y sigue buscando con la luz verde.

—¿Habéis encontrado algo inesperado?

—Erixon ha llamado de Estocolmo y nos ha dicho que no tocáramos ni una cagada de mosca hasta que Joona Linna haya dado su consentimiento —responde con una sonrisa.

—Se agradece.

—Así que, la verdad, casi se podría decir que no hemos empezado —continúa Jimi—. Hemos ido poniendo las putas láminas y lo hemos fotografiado y grabado todo y… me he tomado la libertad de tomar muestras de sangre de las huellas del pasillo para poder enviar algo al laboratorio.

—Bien.

—Y Siri ha sacado las huellas del pasillo antes de que se las cargaran.

La otra técnica, Siri Karlsson, acaba de desmontar la manija de latón de la puerta del cuarto de aislamiento. La mete cuidadosamente en una bolsa de papel y después se acerca a Joona y a Jimi.

—Le va a echar un vistazo al lugar del crimen —explica Jimi.

—Es bastante desagradable —dice Siri por detrás de la máscara protectora. Tiene los ojos cansados y nerviosos.

—Lo entiendo —responde Joona.

—Puedes mirar las fotos, si quieres —dice ella.

—Es Joona Linna —le aclara Jimi.

—Perdón, no lo sabía.

—Sólo estoy aquí como observador —dice Joona.

Siri baja la mirada y cuando la vuelve a alzar se ve el rubor en su cara.

—Todo el mundo habla de ti —dice—. Y quiero decir…, yo… No me importa lo que digan los de Asuntos Internos. Creo que será genial trabajar juntos.

—Lo mismo digo.

Se queda donde está, escucha el zumbido eléctrico de las lámparas y se concentra un momento en sí mismo, preparándose para captar las primeras impresiones sin sucumbir al impulso de apartar la mirada.

15

Joona se acerca a la alcoba y a la puerta sin manija.

La cerradura con la llave sigue en su sitio.

Cierra los ojos unos segundos y luego sigue avanzando hasta entrar en la pequeña habitación.

Todo está quieto e iluminado.

El aire recalentado está saturado de olor a sangre y orina. Hace un esfuerzo por respirar para percibir también el resto de olores: madera húmeda, sábanas sudadas y desodorante.

El metal de los focos chasquea a causa de la temperatura. Unos ladridos atenuados atraviesan las paredes.

Joona permanece inmóvil y se obliga a contemplar el cuerpo que está sobre la cama. Aguanta la mirada unos segundos en cada detalle a pesar de las ganas que tiene de marcharse de allí, abandonar la casa, salir al aire libre y perderse en el bosque.

La sangre ha caído al suelo y ha salpicado los muebles y los envejecidos motivos bíblicos de la pared. Ha salpicado hasta el techo y el lavabo sin puerta. En la cama hay una chica delgada en sus primeros años de pubertad. La han tumbado boca arriba con las manos sobre la cara. Sólo lleva unas braguitas blancas de algodón. Los pechos quedan ocultos por los codos y los pies están cruzados por los tobillos.

Joona siente la fuerza con que late su corazón, se percata de su propia sangre corriendo por sus venas hasta el cerebro, siente las pulsaciones en las sienes.

BOOK: La vidente
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