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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (6 page)

BOOK: La vidente
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—¡No chilles! —grita Tuula y sube el volumen.

Joona se sienta de cuclillas delante de Caroline, le busca la mirada y la aguanta con una calma llena de seriedad.

—¿Cuál es la habitación de Vicky?

—La última, al fondo del pasillo —responde Caroline.

19

Joona sale de la caseta y atraviesa el patio a paso ligero, se cruza con el asistente, que vuelve con el aspirador, saluda a los técnicos, sube los escalones de una zancada y vuelve a entrar en el edificio principal. Está oscuro, han apagado los focos, pero las láminas adhesivas brillan como piedras de silicio.

«Falta una chica —piensa Joona—. Nadie la ha visto. Puede que haya aprovechado el tumulto para huir, puede que las demás alumnas la intenten ayudar ocultando lo que saben.»

El examen de la escena del crimen tan sólo acaba de empezar y las habitaciones ni siquiera están escrutadas. Deberían haber peinado todo el Centro Birgitta, pero no ha habido tiempo, se han juntado demasiadas cosas a la vez.

Las alumnas están estresadas y tienen miedo.

Los de Atención a las Víctimas ya deberían estar allí.

La policía necesita refuerzos, más técnicos, más recursos.

Joona siente un escalofrío al pensar que la chica que falta pueda estar escondida en su cuarto. Es posible que haya visto algo y que esté tan asustada que no se atreva a salir.

A medida que recorre el pasillo va dejando atrás las puertas de las habitaciones.

De vez en cuando crujen las paredes y las vigas de madera, pero por lo demás todo está en silencio. En la alcoba, la puerta sin manija está ajustada. Al otro lado se encuentra la víctima, tumbada en la cama con las manos sobre la cara.

Joona se percata de pronto de que había visto tres líneas de sangre horizontales en el marco de la alcoba. Tres trazos de sangre hechos con tres dedos, pero sin huellas dactilares. Joona había mirado las líneas, pero estaba tan centrado en estructurar sus impresiones de la escena del crimen que hasta ahora no ha caído en la cuenta de que estaban en el lado equivocado. Los trazos no se alejaban del asesinato, sino que apuntaban en dirección contraria, hacia el fondo del pasillo. Hay huellas de botas, zapatos y pies descalzos en todas direcciones, pero las tres líneas señalan hacia el interior.

Quien tuviera las manos manchadas de sangre tenía algo que hacer en alguna de las habitaciones de las demás chicas.

«Que no haya más víctimas», pide Joona para sí.

Se pone los guantes de látex y sigue caminando hasta que llega al último cuarto. Cuando abre la puerta oye un ruido, detiene el movimiento e intenta ver algo. El ruido cesa. Joona mete con cuidado la mano en la oscuridad para llegar al interruptor.

Vuelve a oír el ruido, al que sigue un curioso tintineo metálico.

—¿Vicky?

Palpa la pared, encuentra el botón y enciende la luz. Un haz amarillo ilumina de inmediato la austera habitación. Se oye un crujido y la ventana se abre hacia el bosque y el lago Himmelsjön. Vuelve a oírse el ruido en una esquina y Joona ve que hay una jaula volcada en el suelo. Un periquito amarillo agita las alas mientras trepa por el techo de la prisión.

El olor a sangre resulta muy penetrante. Una mezcla de hierro y algo más, algo dulce y rancio.

Joona coloca varias láminas de plástico en el suelo y entra poco a poco en el cuarto.

Hay manchas de sangre en los cierres de la ventana. Unas huellas evidentes revelan que alguien se ha subido al alféizar, se ha apoyado en el marco y, seguramente, ha bajado de un salto al césped de fuera.

Joona se acerca a la cama. Un escalofrío le sube por la nuca cuando retira el edredón. La sábana está llena de sangre reseca. Pero la persona que ha dormido ahí no estaba herida.

La sangre está seca, extendida, untada.

En esa cama ha dormido alguien bañado en sangre.

Joona se queda un rato donde está para interpretar los movimientos.

«Ha dormido de verdad», piensa.

Cuando intenta levantar la almohada encuentra resistencia. Está pegada a la sábana y al colchón. Joona la arranca de un tirón. Debajo hay un martillo pintado de sangre oscura con pelos y pegotes marrones. La mayor parte de la sangre ha sido absorbida por las telas, pero alrededor de la cabeza del martillo todavía está fresca.

20

El Centro Birgitta está acunado por una luz suave y hermosa y el lago Himmelsjön resplandece mágico entre los altos árboles centenarios. Pero hace apenas unas horas Nina Molander se levantó para ir al baño y se encontró a Miranda muerta en su cama. Despertó a todo el mundo, cundió el pánico y llamaron al asistente social Daniel Grim, quien se puso inmediatamente en contacto con la policía.

Nina Molander estaba en tal estado de
shock
que tuvieron que llevársela en ambulancia al hospital de Sundsvall.

En el patio del centro están Gunnarsson, el asistente Daniel Grim y Sonja Rask. Gunnarsson ha abierto el maletero de su Mercedes blanco y ha dispuesto los bocetos que han hecho los técnicos de la escena del crimen.

El perro sigue ladrando nervioso y tirando de la correa.

Cuando Joona se detiene detrás del coche y se pasa la mano por el pelo alborotado, las tres personas ya se han vuelto para mirarlo.

—La chica ha huido por la ventana de su cuarto —dice.

—¿Huido? —pregunta Daniel consternado—. ¿Vicky ha huido? ¿Por qué iba a…?

—Había sangre en el marco de la ventana, había sangre en la cama y había…

—Pero eso no significa que…

—Y había también un martillo ensangrentado debajo de su almohada —concluye Joona.

—Esto no cuadra —dice Gunnarsson irritado—. No encaja con la fuerza empleada para las agresiones.

Joona vuelve a mirar al asistente Daniel Grim. Su cara se ve desnuda y frágil a la luz del sol.

—¿Tú qué opinas? —le pregunta Joona.

—¿Cómo? ¿Si Vicky…? No tiene ningún sentido —responde Daniel.

—¿Por qué?

—Pues simplemente porque hace… —dice el asistente y sonríe forzado—. Hace un momento estabais completamente seguros de que se trataba de un adulto. Vicky es pequeña, no pesa ni cincuenta kilos, tiene las muñecas finas como…

—¿Es violenta? —pregunta Joona.

—Vicky no ha hecho esto —dice Daniel con tranquilidad—. He trabajado con ella durante dos meses y puedo asegurar que no es ella.

—¿Era violenta antes de llegar aquí?

—Me veo obligado a guardar secreto profesional, como ya sabéis —responde Daniel.

—Entenderás que nos estás haciendo perder el tiempo con tu mierda de secreto profesional —replica Gunnarsson.

—Puedo decir que a algunas alumnas les enseño alternativas a las reacciones agresivas… para que no reaccionen con ira ante la decepción o el miedo, por ejemplo —explica Daniel manteniendo la calma.

—Pero no a Vicky —dice Joona.

—No.

—¿Y por qué está ella aquí? —pregunta Sonja.

—Lo siento, pero no puedo entrar en detalles personales de ninguna alumna.

—Pero no la consideras violenta.

—Es una buena chica —responde Daniel.

—Entonces ¿tú qué crees que ha pasado? ¿Por qué hay un martillo ensangrentado debajo de la almohada?

—No lo sé, no me cuadra. A lo mejor ha ayudado a alguien escondiendo el arma.

—¿Cuáles son las alumnas violentas? —pregunta Gunnarsson enfadado.

—No puedo señalar a nadie, debéis comprenderlo.

—Lo hacemos —contesta Joona.

Daniel se vuelve agradecido hacia él y trata de relajar la respiración.

—Pero intenta hablar con ellas —dice Daniel—. No tardarás mucho en darte cuenta de quiénes estoy hablando.

—Gracias —dice Joona y empieza a caminar.

—Piensa que han perdido a una amiga —se apresura a decir Daniel.

Joona se detiene y se vuelve hacia el asistente.

—¿Sabes en qué habitación encontraron a Miranda?

—No, pero doy por hecho que…

Daniel se queda callado y niega con la cabeza.

—Porque me cuesta creer que sea la suya —dice Joona—. Está casi vacía, queda a la derecha, después de los lavabos.

—Aislamiento —responde Daniel.

—¿Cómo llegan allí? —pregunta Joona.

—Pues…

Daniel deja la frase sin terminar y pone cara interrogante.

—¿En qué estás pensando?

—La puerta debería haber estado cerrada con llave —dice.

—Hay una llave en la cerradura.

—¿Qué llave? —pregunta Daniel alzando la voz—. Sólo Elisabet tiene la llave de aislamiento.

—¿Quién es Elisabet? —pregunta Gunnarsson.

—Mi esposa —dice Daniel—. Ella es la que estaba haciendo el turno de noche…

—Pero ¿dónde está ahora? —pregunta Sonja.

—¿Qué? —dice Daniel y la mira desconcertado.

—¿Está en casa? —pregunta ella.

Daniel parece sorprendido e inseguro.

—Daba por hecho que Elisabet había acompañado a Nina en la ambulancia —dice despacio.

—No, Nina Molander se ha ido sola —responde Sonja.

—Claro que Elisabet ha ido al hospital, ella nunca dejaría a una alumna…

—He sido la primera en llegar —interrumpe Sonja.

El cansancio hace que su voz suene brusca y afónica.

—Aquí no había personal —continúa ella—. Sólo un montón de chicas asustadas.

—Pero… mi mujer estaba…

—Llámala —dice Sonja.

—Lo he intentado pero tiene el teléfono apagado —dice Daniel en voz baja—. Creía que… daba por hecho…

—Joder, qué lío —dice Gunnarsson.

—Mi mujer, Elisabet —continúa Daniel con voz cada vez más temblorosa—, tiene problemas de corazón, puede haber…, a lo mejor…

—Intenta hablar con calma —dice Joona.

—Mi mujer tiene el corazón delicado y… Estuvo haciendo el turno de noche y debería estar aquí… Su teléfono está apagado y…

21

Daniel los mira angustiado, juega con la cremallera de la chaqueta y repite que su esposa tiene problemas de corazón. El perro ladra y tira de la correa tan fuerte que está a punto de asfixiarse, carraspea un poco y luego sigue ladrando.

Joona se acerca al perro debajo del árbol. Intenta tranquilizarlo mientras desata la correa del collar. En cuanto Joona lo suelta, el perro sale corriendo y cruza el patio hasta una pequeña cabaña. Joona lo sigue con grandes pasos. El perro araña el umbral de la puerta gimoteando y resoplando.

Daniel Grim clava la mirada en Joona y en el perro y echa a andar hacia allí. Gunnarsson le ordena que se detenga, pero el asistente sigue avanzando. Su cuerpo está rígido y tiene la cara desencajada. La grava restalla bajo sus pies. Joona intenta tranquilizar al perro, consigue cogerlo por el collar y tira hacia atrás para alejarlo de la puerta.

Gunnarsson cruza corriendo el patio y agarra a Daniel por la chaqueta, pero éste se libera de un tirón, cae al suelo, se araña la mano en la grava y vuelve a ponerse de pie.

El perro ladra, tira del collar y tensa el cuerpo.

El policía uniformado se pone delante de la puerta para bloquearle el paso a Daniel. El asistente intenta apartarlo y empieza a gritar con voz rota:

—¡Elisabet! ¡Elisabet! Tengo que…

El agente trata de llevárselo de allí mientras Gunnarsson corre hasta Joona y lo ayuda con el perro.

—Mi mujer —gime Daniel—. Puede ser mi…

Gunnarsson vuelve a llevarse al perro hasta el árbol.

El animal jadea, hurga en la grava con las patas y ladra mirando la puerta.

Cuando Joona se pone los guantes de látex otra vez siente una punzada de dolor detrás de los ojos.

Muy cerca del bajo alero de la cabaña hay un cartel de madera tallada en el que pone DESTILERÍA.

Con mucho cuidado, Joona abre la puerta y pasea la mirada por la oscura sala. Hay una ventanita abierta y cientos de moscas se mueven en el aire. Los tablones del suelo están llenos de huellas de perro ensangrentadas. Sin llegar a entrar, Joona se hace a un lado para poder ver detrás del horno de leña.

Allí descubre el reverso brillante de un teléfono móvil al lado de un rastro de sangre.

Cuando Joona se asoma por la puerta, el zumbido de las moscas aumenta de intensidad. Una mujer de unos cincuenta años está tumbada boca arriba en un charco de sangre, tiene la boca abierta. Lleva vaqueros, calcetines de color rosa y una rebeca gris. Es evidente que la mujer se ha arrastrado por el suelo en un intento de ponerse a salvo, pero no ha logrado evitar los golpes mortales que le han destrozado la cara y la cabeza.

22

Pia Abrahamsson observa en el velocímetro que va más de prisa de lo que debería.

Había contado con salir antes, pero al final la reunión de pastores eclesiásticos en Östersund se ha alargado más de lo esperado.

Pia mira a su hijo por el retrovisor. Su cabeza descansa en la orejera de la sillita. Tiene los ojos cerrados detrás de las gafas. El sol matutino destella entre los árboles y le acaricia la cara.

Reduce la velocidad hasta ochenta kilómetros por hora a pesar de que la carretera avance en línea recta entre un bosque de abetos.

Por ahí los caminos están tan desiertos que resultan fantasmagóricos.

Hace veinte minutos se ha cruzado con un tráiler cargado de troncos, pero desde entonces no ha visto ningún otro vehículo.

Entorna los ojos para ver bien.

La valla de protección del bosque titila monótona en los arcenes.

«El ser humano debe de ser el animal más miedoso del planeta», piensa.

Ese país tiene ocho mil kilómetros de valla protectora. Y no para proteger a la fauna salvaje sino a las personas. Cortando esos océanos de bosque corren estrechas carreteras que a ambos lados están protegidas por altas vallas de tela metálica.

Pia Abrahamsson echa un vistazo rápido a Dante en el asiento de atrás.

Se quedó embarazada cuando trabajaba de pastora en la parroquia de Hässelby. El padre era el redactor del periódico de la iglesia. Recuerda estar con la prueba de embarazo en la mano pensando que tenía treinta y seis años.

Se quedó con el niño, pero no con el padre. Su hijo es lo mejor que le ha pasado en la vida.

Dante duerme en su sillita infantil. La cabeza le cuelga pesada sobre el pecho y su mantita preferida se ha caído al suelo.

Antes de quedarse dormido estaba tan cansado que lloraba por cualquier cosa. Porque el coche olía mal, por el perfume de mamá y porque Super Mario había sido devorado.

Faltan por lo menos doscientos kilómetros para llegar a Sundsvall y después otros cuatrocientos sesenta hasta Estocolmo.

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