La vidente de Kell (15 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La vidente de Kell
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—No soy totalmente malo, Vella.

—Podré soportarte hasta que llegue mi verdadera oportunidad —dijo mientras se ajustaba la correa de piel alrededor del cuello—. La verdad es que me gustas.

Yarblek abrió mucho los ojos y esbozó una amplia sonrisa.

—Tampoco tanto —añadió ella.

El Perro Tuerto era la peor taberna que Vella había conocido, y eso que la joven había entrado en muchos antros miserables y despreciables en su vida. A partir de los doce años, siempre había confiado en sus dagas para protegerse de atenciones indeseables, y aunque con la excepción de unos pocos perseverantes rara vez se había visto obligada a matar a alguien; se había ganado la reputación de ser una mujer a quien ningún hombre sensato osaba molestar. En ocasiones, esa fama le había molestado, pues de vez en cuando Vella hubiese recibido con agrado ese tipo de atenciones. Un par de tajos infligidos a un ardiente admirador en sitios poco peligrosos habrían probado su honra y entonces..., bueno, ¿quién sabe?

—No bebas cerveza en este lugar —le advirtió Yarblek cuando entraron—. La cuba no tiene tapa y suele haber algunas ratas flotando dentro —explicó mientras se enrollaba la cadena alrededor de la mano.

—Es un sitio repulsivo, Yarblek —dijo ella.

—Has pasado demasiado tiempo con Porenn —respondió él—. Te estás volviendo delicada.

—¿Qué tal si te degüello para demostrarte lo contrario? —preguntó ella.

—¡Esa es mi chica! —sonrió él—. Vamos arriba.

—¿Qué hay arriba?

—Mujeres. Drosta no viene aquí por la cerveza con sabor a rata.

—Eso es inmoral, ¿sabes?

—Aún no conoces a Drosta. Inmoral es una palabra demasiado refinada para definirlo. Es capaz de hacerme sentir náuseas a mí.

—¿No pensarás entrar directamente? Primero deberías explorar un poco el terreno.

—Has estado demasiado tiempo en Drasnia —respondió él mientras comenzaban a subir la escalera—. Drosta y yo nos conocemos y él sabe que no le conviene mentirme. Llegaré al fondo de este asunto de inmediato y luego podremos salir de esta apestosa ciudad.

—Creo que tú también te estás volviendo delicado.

Había una puerta al final del pasillo y el par de soldados nadraks que la flanqueaban anunciaban, con su sola presencia, que el rey Drosta se encontraba en el interior.

—¿Cuántas van? —preguntó Yarblek al llegar junto a la puerta.

—Tres, ¿verdad? —le dijo un soldado a otro.

—He perdido la cuenta —respondió el guardia encogiéndose de hombros—. Todas me parecen iguales. Tres o cuatro, lo he olvidado.

—¿Ahora está ocupado? —preguntó Yarblek.

—Está descansando.

—Eso prueba que está envejeciendo. Antes tres no bastaban para cansarlo. ¿Podéis decirle que estoy aquí? Tengo que hacerle una proposición comercial —añadió agitando con un gesto sugestivo la cadena de Vella.

Uno de los soldados miró a la joven de arriba abajo.

—Es probable que ella logre despertarlo —dijo con tono burlón.

—Y luego volveré a hacerlo dormir con la misma rapidez —dijo Vella abriéndose la andrajosa túnica para mostrar sus dagas.

—Eres una de esas salvajes del bosque, ¿eh? —preguntó el otro soldado—. Creo que no deberíamos dejarte entrar con esas dagas.

—¿Quieres intentar quitármelas?

—Yo no —respondió él con prudencia.

—Bien. Afilarlas es un trabajo tedioso y últimamente he tenido muchas disputas.

El otro soldado abrió la puerta.

—Es ese tal Yarblek otra vez, Majestad —dijo—. Quiere venderte una chica.

—Acabo de comprar tres —respondió él con una risita obscena.

—Ninguna como ésta, Majestad.

—Siempre es agradable que sepan apreciarte —murmuró Vella.

El soldado le sonrió.

—¡Pasa, Yarblek! —ordenó Drosta con su voz aguda.

—De inmediato, Majestad. Ven conmigo, Vella —dijo Yarblek y tiró de la cadena para conducirla a la habitación.

Drosta lek Thun, rey de Gar og Nadrak, estaba tendido semidesnudo sobre la desordenada cama. Era el hombre más feo que Vella había visto en su vida. Hasta el enano Beldin podía considerarse guapo a su lado. Tenía un cuerpo esquelético, la cara llena de cicatrices de viruela, ojos saltones y una barba muy rala.

—¡Idiota! —le gritó a Yarblek—. Yar Nadrak está atestada de agentes malloreanos. Saben que eres socio del príncipe Kheldar y que prácticamente vives en el palacio de Porenn.

—Nadie me ha visto, Drosta —replicó Yarblek—, y aunque lo hubieran hecho, tengo una razón perfectamente válida para estar aquí —añadió y agitó la cadena de Vella.

—¿De verdad quieres venderla? —preguntó Drosta estudiando a la joven.

—No, pero podríamos decirle a cualquier curioso que no nos pusimos de acuerdo en el precio.

—Entonces ¿por qué estás aquí?

—Porenn siente curiosidad por tus actividades. Javelin tiene algunos espías en tu palacio, pero tú eres lo bastante listo para ocultarles lo que haces. Pensé que ahorraría tiempo si venía a preguntártelo directamente.

—¿Qué te hace pensar que estoy tramando algo?

—Siempre es así.

—Supongo que es verdad —respondió Drosta con una risita aguda—. Pero ¿por qué iba a querer contártelo a ti?

—Porque si no lo haces, me instalaré en tu palacio y los malloreanos pensarán que los estás traicionando.

—Eso es chantaje, Yarblek —lo acusó Drosta.

—Sí, podría definirse así.

—De acuerdo —suspiró el rey—, aunque espero que esta información llegue sólo a oídos de Porenn y no quiero que ni tú ni Seda saquéis provecho de ella. Intento hacer las paces con Zakath. Él se enfadó mucho cuando cambié de bando en Thull Mardu, y como no tardará mucho en someter Cthol Murgos, no quiero que se le ocurra la idea de avanzar hacia el norte en mi busca. He estado negociando con Brador, el jefe de su departamento de asuntos internos, y casi hemos llegado a un acuerdo. Si permito que los agentes de Brador pasen por Gar og Nadrak para infiltrarse en el oeste, salvaré el pellejo. Si me muestro útil, Zakath será lo bastante pragmático como para renunciar al placer de hacerme despellejar vivo.

—De acuerdo, Drosta —dijo Yarblek con escepticismo—. ¿Qué más? Ésa no es razón suficiente para evitar que Zakath te pele como a una manzana.

—A veces eres más listo de lo que te conviene, Yarblek.

—Dímelo, Drosta. No quiero pasarme un mes entero en Yar Nadrak llamando la atención.

Drosta se dio por vencido.

—He bajado los impuestos de importación de las alfombras malloreanas. Zakath necesita ingresos tributarios para continuar con la guerra de Cthol Murgos. Si yo bajo los impuestos, los mercaderes malloreanos podrán hundiros a ti y a Seda en el mercado occidental. La idea es convertirme en una persona tan indispensable para Su Majestad imperial, que él decida dejarme en paz.

—Sentía curiosidad por saber por qué había bajado la venta de alfombras —dijo Yarblek con aire pensativo—. ¿Eso es todo? —preguntó.

—Sí, Yarblek, te lo juro.

—Tus juramentos no tienen ningún valor, mi querido rey.

—¿Estás seguro de que no quieres vender a esta chica? —preguntó Drosta, que había estado mirando a Vella con admiración.

—No podrías pagarme, Majestad —le dijo Vella—. Además, como tarde o temprano tus instintos acabarían traicionándote, yo me vería obligada a tomar medidas.

—No serías capaz de clavarle una daga a tu propio rey, ¿verdad?

—Ponme a prueba.

—Ah, otra cosa, Drosta —añadió Yarblek—. De ahora en adelante, Seda y yo pagaremos los mismos impuestos que les has estado cobrando a los malloreanos.

—¡Eso es imposible! —exclamó Drosta con los ojos desorbitados—. ¿Y si Brador se enterara?

—Tendremos que asegurarnos de que no lo haga, ¿verdad? Ése es mi precio por mantener la boca cerrada. Si tú no nos bajas los impuestos, tendré que correr la voz de que sí lo has hecho. A partir de ese momento dejarás de ser indispensable para Zakath, ¿no crees?

—Me estás robando, Yarblek.

—Los negocios son los negocios, Drosta —respondió Yarblek con indiferencia.

El rey Anheg de Cherek había viajado a Tol Honeth para conferenciar con el emperador Varana. Una vez dentro del palacio imperial, fue directamente al grano.

—Tenemos un problema, Varana —dijo.

—¿Ah sí?

—¿Conoces a mi primo, el conde de Trellheim?

—¿Barak? Por supuesto.

—Nadie lo ha visto desde hace un tiempo. Se ha largado con su enorme barco en compañía de varios amigos.

—El océano es libre, pero ¿quiénes son esos amigos?

—Hettar, el hijo de Cho-Hag, el mimbrano Mandorallen y el asturio Lelldorin. También ha llevado consigo a su hijo Unrak y al fanático Relg.

—Un grupo peligroso —señaló Varana con una mueca de preocupación.

—Estoy de acuerdo. Es como una especie de catástrofe natural en busca de un sitio donde desatarse.

—¿Tienes idea de lo que pretenden?

—Si supiera hacia dónde se dirigen, podría aventurar algunas conjeturas.

En ese momento, alguien llamó respetuosamente a la puerta.

—Majestad Imperial —anunció uno de los guardias de la puerta—, un marinero cherek dice que necesita hablar con el rey Anheg.

—Hazlo pasar —ordenó el emperador.

Era Greldik y estaba algo borracho.

—Creo que he solucionado tu problema, Anheg. Después de dejarte en el desembarcadero, caminé un poco por los muelles para recoger información.

—En las tabernas, por lo que veo.

—Es difícil encontrar marineros en una casa de té. Bueno, la cuestión es que me topé con un comerciante tolnedrano que había recogido un cargamento de productos malloreanos y había cruzado el Mar del Este en dirección al extremo sur de Cthol Murgos.

—Eso está muy bien, pero no veo qué interés puede tener para nosotros.

—Vio un barco cuya descripción coincide con la de La Gaviota.

—Eso ya es algo. ¿Hacia dónde se dirigía Barak?

—A Mallorea, por supuesto, ¿a qué otro sitio podía ser?

Después de una semana de viaje, La Gaviota atracó en el puerto de Dal Zerba, situado en la costa sudoeste del continente malloreano. Barak hizo algunas preguntas y luego condujo a sus amigos a las oficinas que el agente de Seda tenía en la ciudad.

El agente era un hombre excesivamente delgado, aunque no por falta de alimentos, sino por constitución.

—Necesitamos localizar al príncipe Kheldar —le dijo Barak con su voz atronadora—. Es un asunto urgente y te agradeceremos cualquier información que puedas suministrarnos sobre su paradero.

—Lo último que supe de él fue que estaba en Melcene, en el otro extremo del continente —dijo el agente con aire pensativo—. Sin embargo, ya hace un mes de eso y el príncipe Kheldar nunca permanece demasiado tiempo en el mismo sitio.

—Típico de Seda —murmuró Hettar.

—¿Podrías darnos alguna pista sobre dónde puede haberse dirigido tras abandonar Melcene? —le preguntó Barak.

—Esta oficina es bastante nueva —respondió el agente—, y estoy situado al final de la ruta de los mensajeros —añadió con expresión de amargura—. El agente de Dal Finda se molestó un poco cuando Kheldar y Yarblek abrieron esta delegación, pues sin duda creyó que yo le haría la competencia, de modo que a menudo olvida pasarme la información. Su oficina lleva mucho tiempo establecida y todos los mensajeros se detienen allí. Él es el único que puede saber algo de Kheldar en esta región de Dalasia.

—Muy bien, pero ¿dónde está Dal Finda?

—A unos doscientos kilómetros río arriba.

—Gracias por tu ayuda, amigo. ¿Por casualidad tienes un mapa de esta zona de Mallorea?

—Creo que podré conseguirte uno.

—Te lo agradecería, pues no estamos familiarizados con esta parte del mundo.

—¿De modo que iremos río arriba? —preguntó Hettar mientras el agente salía de la habitación a buscar el mapa.

—Si es el único lugar donde podemos encontrar información sobre Garion y los demás, tendremos que hacerlo —respondió Barak.

El Finda era un río de corrientes tranquilas y los remeros pudieron avanzar deprisa. Llegaron a la ciudad ribereña a última hora del día siguiente y se dirigieron directamente a las oficinas de Seda.

El agente local era el polo opuesto del de Dal Zerba. Más que gordo, era corpulento, tenía unas enormes manos rollizas y una cara rubicunda.

—¿Cómo sé que sois amigos del príncipe? —preguntó con desconfianza—. No pienso revelar su paradero a unos perfectos desconocidos.

—¿Intentas causarnos dificultades? —preguntó Barak.

El agente miró al gigantón de barba roja y tragó saliva.

—No, pero a veces el príncipe prefiere que su paradero se mantenga en secreto.

—Sobre todo cuando tiene intenciones de robar algo —añadió Hettar.

—¿Robar? —preguntó el agente escandalizado—. El príncipe es un respetable hombre de negocios.

—También es mentiroso, timador, ladrón y espía —dijo Hettar—. Y ahora dinos dónde está. Sabemos que estuvo en Melcene hace poco tiempo. ¿Adonde fue desde allí?

—¿Puedes describirlo? —contraatacó el agente.

—Es bajo —respondió Hettar—, más bien delgado, tiene cara de rata y una nariz larga y puntiaguda. Es un lengua larga y se cree muy gracioso.

—Es una buena descripción del príncipe Kheldar —admitió el agente.

—Hemos oído que nuestro amigo podría hallarse en dificultades —dijo Mandorallen—, y hemos viajado desde muy lejos para ofrecerle nuestra ayuda.

—Ya me preguntaba yo por qué llevabais armadura. Oh, de acuerdo. Lo último que supe de él es que se dirigía a un sitio llamado Kell.

—Enséñamelo —dijo Barak desplegando el mapa.

—Está aquí —respondió el agente.

—¿Ese río es navegable?

—Sólo hasta Balasa.

—Bien. Podemos rodear el extremo sur del continente y subir por ese río. ¿A qué distancia está Kell del canal principal?

—A unos cinco kilómetros de la orilla este, al pie de una enorme montaña. Sin embargo, debéis tener cuidado, pues Kell tiene una extraña reputación. A los videntes que viven allí no les gustan las visitas de extraños.

—Tendremos que correr el riesgo —dijo Barak—. Gracias por tu ayuda, amigo. Le daremos recuerdos tuyos a Kheldar cuando lo encontremos.

A la mañana siguiente iniciaron la travesía río abajo. Había suficiente viento como para que las velas ayudaran a los remeros y pudieron navegar a gran velocidad. Poco después del mediodía oyeron una serie de detonaciones procedentes de un sitio cercano.

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