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Authors: Julio Verne

Tags: #Aventuras

La vuelta al mundo en 80 días (12 page)

BOOK: La vuelta al mundo en 80 días
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¿Qué hacía durante la travesía el inspector Fix, tan desgraciadamente arrastrado en aquel viaje de circunnavegación? Al salir de Calcuta, después de haber dejado instrucciones para que, si llegase el mandamiento, le fuese remitido a Hong-Kong, había podido embarcar a bordo del
"Rangoon"
sin haber sido visto de Picaporte, y confiaba en disimular su presencia hasta la llegada a puerto. En efecto, difícil le hubiera sido explicar por qué se hallaba a bordo sin excitar las sospechas de Picaporte, que debía creerle en Bombay. Pero la lógica misma de las circunstancias reanudó sus relaciones con el honrado mozo. ¿De qué modo? Vamos a verlo.

Todas las esperanzas, todos los deseos del inspector de policía se concentraban ahora en un solo punto del mundo, Hong-Kong; porque el vapor se detenía muy poco tiempo en Singapore para poder obrar en esta ciudad. La prisión debía verificarse por consiguiente en Hong-Kong, porque, si no, se le escaparía el ladrón sin remedio.

En efecto, Hong-Kong era todavía tierra inglesa, pero la última. Más allá, la China, el Japón, la América ofrecían un refugio casi seguro a míster Fogg. En Hong-Kong, si llegaba por fin el mandamiento de prisión, Fix prendería a Fogg, y lo entregaría a la policía local. No había dificultad; pero más allá de

Hong-Kong, no bastaría ya un simple mandamiento de prisión, sino que sería necesaria un acta de extradición. De aquí resultarían tardanzas, lentitudes y obstáculos de toda naturaleza, que el ladrón aprovecharía para escaparse definitivamente. Si la operación no se podía verificar en HongKong, sería, si no imposible, mucho más difícil poderla efectuar con alguna probabilidad de éxito.

"Por consiguiente —decía Fix para sí durante las dilatadas horas que pasaba en el camarote— o el mandamiento estará en Hong-Kong y prendo a mi hombre, o no estará y será necesario retrasar su viaje a toda costa. ¡Salido mal en Bombay y en Calcuta, si no doy el golpe en Hong-Kong, pierdo mi reputación! Cueste lo que cueste, es necesario triunfar. Pero, ¿qué medio emplearé para retardar, si fuese necesario, la partida de ese maldito Fogg?"

En última instancia, Fix estaba decidido a revelárselo todo a Picaporte, dándole a conocer el amo a quien servía y del cual no era ciertamente cómplice. Picaporte, con esta revelación, debería creerse comprometido, y entonces se pondría de parte de Fix. Pero éste era un medio aventurado que sólo podía emplearse a falta de otro. Una sola palabra dicha por Picaporte a su amo hubiera bastado para comprometer irrevocablemente el negocio.

El inspector de policía se hallaba pues, muy apurado, cuando la presencia de Aouda a bordo del
"Rangoon",
en compañía de Phileas Fogg, le abrió nuevas perspectivas.

¿Quién era aquella mujer? ¿Qué concurso de circunstancias la habían traído a ser compañera de Fogg? El encuentro había tenido lugar evidentemente entre Bombay y Calcuta. Pero, ¿en qué punto de la península? ¿Era él acaso quien había reunido a Phileas Fogg con la joven viajera? Ese viaje al través de la India, por el contrario, ¿había sido emprendido con el fin de reunirse con tan linda persona? ¡Porque era lindísima! Bien lo había reparado Fix en la sala de audiencias del tribunal de Calcuta.

Fácil es comprender cuán caviloso debía estar el agente. Ocurriósele la idea de algún rapto criminal. ¡Sí! ¡Eso debía ser! Este pensamiento se incrustó en el cerebro de Fix, reconociendo todo el partido que de esta circunstancia podía sacar. Fuese o no casada la joven, había rapto, y era posible suscitar en Hong-Kong tales dificultades al raptor, que no pudiera salir de ellas ni aun a fuerza de dinero.

Pero no había que aguardar la llegada del
"Rangoon"
a Hong-Kong. Ese Fogg tenía la detestable costumbre de saltar de un buque a otro, y antes que la denuncia se entablase podía estar lejos.

Lo que importaba era prevenir a las autoridades inglesas y señalar el paso del
"Rangoon"
antes del desembarque. Nada era más fácil, puesto que el vapor hacía escala en Singapore, y esta ciudad se hallaba enlazada con la costa de China por un alambre telegráfico.

Sin embargo, antes de obrar, y con el fin de proceder con más seguridad, Fix resolvió interrogar a Picaporte. Sabía que no era muy difícil hacerle hablar, y se decidió a romper el disimulo que hasta entonces había guardado. Pero no había tiempo que perder, porque era el 31 de octubre, y al día siguiente el
"Rangoon"
debía hacer escala en Singapore.

Saliendo, pues, aquel día de su camarote, Fix apareció en el puente con intento de ir al encuentro de Picaporte con señales de la mayor sorpresa. Picaporte se estaba paseando a proa cuando el inspector corrió hacia él, exclamando:

¡Vos aquí en el
"Rangoon"!

¡El señor Fix a bordo! —respondió Picaporte, absolutamente sorprendido al reconocer a su compañero de travesía del
"Mongolia"—.
¡Cómo! ¡Os dejo en Bombay y os encuentro en camino de Hong-Kong! Entonces, ¿también estáis dando la vuelta al mundo?

—No —respondió Fix— y pienso detenerme en Hong-Kong, al menos durante algunos días.

—¡Ah! —dijo Picaporte que tuvo un momento de asombro—. ¿Y cómo no os he visto desde la salida de Calcuta?

—Cierto malestar... un poco de mareo... He guardado cama en mi camarote... El golfo de Bengala no me prueba tan bien como el Océano de las Indias. ¿Y vuestro amo míster Phileas Fogg?

—Con cabal salud y tan puntual como su itinerario. ¡Ni un día de atraso! ¡Ah, señor Fix, no lo sabéis; pero también está con nosotros una joven señora!

—¿Una joven señora? —respondió el agente, que aparentaba perfectamente no comprender lo que su interlocutor quería decir.

Pero Picaporte lo puso pronto al corriente de la historia. Refirió el incidente de la pagoda de Bombay, la adquisición del elefante al precio de dos mil libras, el suceso del
"sutty",
el rapto de Aouda, la sentencia del tribunal de Calcuta, la libertad bajo caución. Fix, que conocía la última parte de estos incidentes, fingía ignorarlos todos, y Picaporte se dejaba llevar por el encanto de contar sus aventuras a un oyente que tanto interés demostraba en escucharlas.

—Pero en suma —preguntó Fix—, ¿es que vuestro amo intenta llevarse a esa joven a Europa?

—No, señor Fix, no. Vamos a entregarla a uno de sus parientes; rico comerciante de Hong-Kong.

—¡Nada por hacer! —dijo entre sí el detective disimulando su despecho—. ¿Queréis una copa de gin, señor Picaporte?

—Con mucho gusto, señor Fix. ¡Nuestro encuentro a bordo del
"Rangoon"
bien merece que bebamos!.

Capítulo XVII

Desde aquel día, Picaporte y el agente se encontraron con frecuencia; pero Fix estuvo muy reservado con su compañero y no trató de hacerle hablar. Sólo vio una o dos veces a míster Fogg que permanecía en el salón del
"Rangoon",
ora haciendo compañía a Aouda, ora jugando al
whist,
según su invariable costumbre.

En cuanto a Picaporte, se puso a pensar formalmente sobre la extraña casualidad que traía otra vez a Fix al mismo camino que su amo. Y en efecto, con menos había para asombrarse. Ese caballero, muy amable y a la verdad muy complaciente, que aparece primero en Suez, que se embarca en el
"Mongolia",
que desembarca en Bombay, donde dice que debe quedarse; que se encuentra luego en el
"Rangoon"
en dirección de Hong-Kong; en una palabra, siguiendo paso a paso el itinerario de míster Fogg, todo esto merecía un poco de meditación. Había aquí extrañas coincidencias. ¿Tras de quién iba Fix? Picaporte estaba dispuesto a apostar sus babuchas —las había preciosamente conservado— que Fix saldría de Hong-Kong al mismo tiempo que ellos, y probablemente sobre el mismo vapor.

Aun cuando hubiera estado Picaporte discurriendo durante un siglo, nunca hubiera acertado con la misión de que estaba encargado el agente. Jamás se hubiera imaginado que Phileas Fogg fuera seguido a la manera de un ladrón, alrededor del globo terrestre. Pero como la condición humana quiere explicarlo todo, he aquí cómo Picaporte, por una repentina inspiración, interpretó la presencia permanente de Fix, y ciertamente que no dejaba de ser plausible su ocurrencia. En efecto, según él, Fix no era ni podía ser, más que un agente enviado en seguimiento de Phileas Fogg por sus compañeros del Reform-Club, a fin de reconocer si el viaje se hacía efectivamente alrededor del mundo, según el itinerario convenido.

—¡Es evidente, es evidente! —decía para sí el honrado mozo, ufano de su perspicacia—. ¡Es un espía que esos caballeros han enviado tras de nosotros! ¡Eso no es digno! ¡Míster Fogg, tan probo, tan hombre de bien! ¡Hacerle espiar por un agente! ¡Ah! ¡Señores del Reform-Club, caro os costará!

Encantado Picaporte de su descubrimiento, resolvió, sin embargo, no decir nada a su amo, por temor de que éste no se resintiese con razón ante la desconfianza que manifestaban sus adversarios. Pero se propuso bromear a Fix con este motivo, por medio de palabras embozadas y sin comprometerse.

El miércoles 30 de octubre, por la tarde, el
"Rangoon"
entraba en el estrecho de Malaca, que separa la península de ese nombre de las tierras de Sumatra. Unos islotes montuosos, muy escarpados y pintorescos, ocultaban a los pasajeros la vista de la gran isla.

Al siguiente día, a las cuatro de la mañana, habiendo el
"Rangoon"
ganado media jornada sobre la travesía reglamentaria, anclaba en Singapore a fin de renovar su provisión de carbones.

Phileas Fogg inscribió ese adelanto en la columna de beneficios, y esta vez bajó a tierra, acompañando a Aouda, que había manifestado deseos de pasear durante algunas horas.

Fix, a quien parecía sospechosa toda acción de Fogg, lo siguió con disimulo. En cuanto a Picaporte, que se reía
"in petto",
al ver la maniobra de Fix, fue a hacer sus ordinarias compras.

La isla de Singapore no es grande ni de imponente aspecto. Carece de montañas y, por consiguiente, de perfiles, pero en su pequeñez es encantadora. Es un parque cortado por hermosas carreteras. Un bonito coche, tirado por esos elegantes caballos importados de Nueva Zelanda, transportó a mistress Aouda y a Phileas Fogg al centro de unos grupos de palmeras de brillante hoja y de esos árboles que producen el clavo de especia formado con el capullo mismo de la flor entreabierta. Allí, los setos de arbustos de pimienta, reemplazaban las cambroneras de las campiñas europeas; los sagús y los grandes helechos con su soberbio follaje, variaban el aspecto de aquella región tropical; los árboles de moscada con sus barnizadas hojas saturaban el aire con penetrantes perfumes. Los monos en tropeles, que ostentaban su viveza y sus muecas, no faltaban en los bosques, ni los tigres en los juncales. A quien se asombre de que en tan pequeña isla no hayan sido destruidos esos terribles carnívoros, les responderemos que vienen de Malaca atravesando el estrecho a nado.

Después de haber recorrido la campiña durante dos horas, Aouda y su compañero — que miraban un poco sin ver— volvieron a la ciudad, extensa aglomeración de lindos jardines donde se encuentran mangustos, piñas y las mejores frutas del mundo.

A las diez volvían al vapor, después de haber sido seguidos sin sospecharlo por el inspector, que también había tenido que hacer gasto de coche.

Picaporte los aguardaba en el puente del
"Rangoon".
El buen muchacho había comprado algunas docenas de mangustos, gruesos como manzanas medianas, de color pardo oscuro por fuera, rojo subido por dentro, y cuya fruta blanca, al fundirse entre los labios, procura a los verdaderamente golosos un goce sin igual. Picaporte tuvo una gran satisfacción en ofrecerlos a Aouda que se lo agradeció con suma gracia.

A las once, el
"Rangoon",
después de haberse abastecido de carbón, largaba sus amarras; y algunas horas más tarde los pasajeros perdían de vista las altas montañas de Malaca, cuyas selvas abrigan los más hermosos tigres de la tierra.

Singapore dista mil trescientas millas de la isla de Hong-Kong, pequeño territorio inglés desprendido de la costa de China. Phileas Fogg tenía interés en recorrerlas lo «más en seis días, a fin de tomar en Hong-Kong el vapor que partía el 6 de noviembre para Yokohama, uno de los principales puertos de Japón.

El
"Rangoon"
iba muy cargado. Se habían embarcado en Singapore numerosos pasajeros, indios, ceilaneses, chinos, malayos, portugueses, la mayor parte de los cuales iban en las clases inferiores.

El tiempo, bastante bello hasta entonces, cambió con el último cuarto de luna. La mar se puso gruesa. El viento arreció, pero felizmente por el Sureste, lo cual favorecía la marcha del vapor. Cuando era manejable, el capitán hacía desplegar velas. El
"Rangoon",
aparejado en bergantín, navegó a menudo con sus dos gavias y trinquete aumentando su velocidad bajo la doble acción del vapor y del viento. Así se recorrieron sobre una zona estrecha y a veces muy penosa las costas de Anam y Cochinchina.

Pero la culpa la tenía más bien el
"Rangoon"
que el mar; y los pasajeros, que se sintieron la mayor parte enfermos, debieron achacar su malestar al buque.

En efecto, los vapores de la Compañía Peninsular que hacen el servicio de los mares de China, tienen un defecto de construcción muy grave. La relación del calado en carga con la cabida, ha sido mal calculada, y por consiguiente ofrecen al mar muy débil resistencia. Su volumen cerrado, impenetrable al agua, es insuficiente. Están anegados, y a consecuencia de esta disposición bastaban algunos bultos echados a bordo, para modificar su marca. Son, por consiguiente, esos buques muy inferiores —si no por el motor y el aparato evaporatorio— a los tipos de las mensajerías francesas, tales como la "Emperatriz" y el "Cambodge". Mientras que, según los cálculos de los ingenieros, estos buques pueden embarcar una cantidad de agua igual a su propio peso, antes de sumergirse los de la Compañía Peninsular, el "Golconda", el "Corea" y el
"Rangoon"
no podrían recibir el sexto de su peso sin irse a pique.

Convenía, pues, tomar grandes precauciones durante el mal tiempo. Era menester algunas veces estar a la capa con poco vapor, lo cual era una pérdida de tiempo que no parecía afectar a Phileas Fogg de modo alguno, pero que irritaba mucho a Picaporte. Acusaba entonces al capitán, al maquinista, a la Compañía, y enviaba al diantre a todos los que se ocupan de transportar viajeros. Tal vez también la idea de aquel mechero de gas que seguía ardiendo por su cuenta en la casa de Saville-Row entraba por mucho en su impaciencia.

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