Las cinco personas que encontrarás en el cielo (17 page)

BOOK: Las cinco personas que encontrarás en el cielo
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—Tú bañar mí —volvió a decir tendiéndole la piedra.

Eddie avanzó pesadamente hasta el río. Cogió la piedra. Le temblaban los dedos.

—No sé cómo… —murmuró de modo apenas audible—. Nunca tuve hijos…

Ella levantó su mano abrasada y Eddie se la cogió suavemente y frotó la piedra lentamente por su antebrazo hasta que las costras empezaron a soltarse. Frotó con más fuerza; se cayeron. Aceleró sus esfuerzos hasta que la piel chamuscada cayó y quedó a la vista la carne sana. Entonces le dio la vuelta a la piedra y frotó la huesuda espalda de la niña y sus menudos hombros, la nuca y, finalmente, las mejillas, la frente y la piel de detrás de las orejas.

Ella se inclinó hacia delante, apoyando la cabeza en la clavícula de él; cerró los ojos como si echara un sueñecito. Eddie siguió suavemente la línea de los párpados. Hizo lo mismo con sus resecos labios y las costras de la cabeza; el pelo color ciruela volvió a salir por las raíces y la cara que había visto al principio estaba nuevamente ante él.

Cuando ella abrió los ojos, los blancos de sus pupilas relampaguearon como unos faros.

—Yo ser cinco —susurró.

Eddie dejó la piedra y notó un escalofrío. Respiró entrecortadamente.

—Cinco… vaya… ¿Cinco años?

Ella negó con la cabeza. Alzó cinco dedos. Luego se apoyó otra vez en el pecho de Eddie, como diciendo «tu cinco». Tu quinta persona.

Soplaba una brisa cálida. Una lágrima se deslizó por la cara de Eddie. Tala la examinó como si se tratara de un bicho en la hierba. Luego habló al espacio entre ellos.

—¿Por qué triste? —dijo.

—¿Por qué estoy triste? —susurró él—. ¿Aquí?

Ella señaló hacia abajo.

—Allí.

Eddie sollozó, un sollozo final inexpresivo, como si tuviera el pecho vacío. Había derribado todas las barreras; ya no hablaba como un adulto habla a un niño. Dijo lo que ya había dicho a Marguerite, a Ruby, al capitán, al Hombre Azul y, más que a ninguna otra persona, a sí mismo.

—Estaba triste porque no hice nada con mi vida. No era nada. No conseguí nada. Estaba perdido. Me sentí como si no me correspondiera estar allí.

Tala sacó el perro de limpiapipas del agua.

—¿Tú estar allí? —dijo.

—¿Dónde? ¿En el Ruby Pier?

Ella asintió con la cabeza.

—¿Reparando atracciones? ¿Qué vida es ésa? —Lanzó un profundo suspiro.— ¿Qué sentido tiene?

Ella ladeó la cabeza, como si fuera evidente.

—Niños —dijo—. Tú mantener a ellos a salvo. Tú hacer bien por mí.

La niña movió el perro hacia la camisa de él.

—Es donde tú deber estar —dijo, y luego le tocó la etiqueta de la camisa soltando una risita, y añadió dos palabras—: Eddie Man-te-ni-mien-to.

Eddie se hundió en el agua que corría. Las piedras de sus historias ahora estaban todas a su alrededor, debajo de la superficie, una tocándose a otra. Notaba que su forma se fundía, se disolvía, y tuvo la sensación de que no le quedaba mucho, de que lo que le tenía que pasar después de estar con las cinco personas que se conocen en el cielo estaba por encima de él.

—¿Tala? —susurró.

Ella alzó la vista.

—¿La niña del parque? ¿Sabes algo de ella?

Tala se miró las puntas de los dedos. Asintió con la cabeza.

—¿La salvé? ¿Conseguí apartarla?

Tala negó con la cabeza.

—No apartar.

Eddie se estremeció. Se hundió de nuevo. Conque era eso. El fin de la historia.

—Empujar —dijo Tala.

Él alzó la vista.

—¿Empujar?

—Empujar sus piernas. No apartar. Cosa grande cae. Tú salvar a ella.

Eddie cerró los ojos negándolo.

—Pero si yo noté sus manos —dijo—. Es lo único que recuerdo. No pude haberla empujado. Noté sus manos.

Tala sonrió y cogió agua del río, luego colocó sus deditos mojados en las manos cerradas de adulto de Eddie. Éste se dio cuenta de inmediato de que habían estado allí antes.

—No sus manos —dijo ella—. Mis manos. Yo traer a ti al cielo. Salvarte.

Después de eso, el río creció rápidamente, y la cintura, el pecho y los hombros de Eddie quedaron cubiertos. Antes de que pudiera respirar otra vez, el ruido de los niños desapareció por encima de él; estaba sumergido en una fuerte pero silenciosa corriente. Sus manos estaban entrelazadas con las de Tala, pero notaba que su cuerpo se separaba de su alma, la carne de los huesos, y entonces desapareció todo dolor y pesar de su interior, todas las cicatrices, todas las heridas, todos los malos recuerdos.

Ahora no era nada, una hoja en el agua. Tala tiró suavemente de él por entre la luz y la sombra, conduciéndolo entre formas azules y marfil, de color limón y negras. Eddie comprendió entonces que todos esos colores, desde el principio, eran las emociones de su vida. Ella tiró de él entre las olas que rompían de un gran océano gris, y emergió en medio de una brillante luz y se encontró con una escena inimaginable:

Había un parque de atracciones lleno de miles de personas, hombres y mujeres, padres, madres y niños —muchísimos niños—, niños del pasado y del presente, niños que todavía no habían nacido, uno junto al otro, cogidos de la mano, con gorro, con pantalones cortos… Llenaban la pasarela y las atracciones y las plataformas de madera, estaban sentados unos sobre los hombros de los otros, sentados unos en el regazo de los otros. Estaban allí, o estarían allí, gracias a las cosas sencillas, normales, que Eddie había hecho en la vida, gracias a los accidentes que había evitado, a las atracciones que había mantenido seguras, a las tuercas que había apretado todos los días. Y aunque no movían los labios, Eddie oía sus voces, más voces de las que podría haber imaginado, y le invadió una paz que nunca había sentido antes. Ahora Tala le había soltado y flotaba por encima de la arena y por encima de la pasarela, por encima de los picos de las tiendas y las agujas de la avenida, en dirección a la punta de la gran noria blanca, donde en una vagoneta que oscilaba suavemente había una mujer con un vestido amarillo, su mujer, Marguerite, que le esperaba con los brazos extendidos. Fue hacia ella y vio su sonrisa, y las voces se fundieron en una sola palabra de Dios:

Hogar
.

Epílogo

El parque Ruby Pier volvió a abrir tres días después del accidente. La historia de Eddie salió en los periódicos durante una semana, y luego otras historias sobre otras muertes ocuparon su puesto.

La atracción que se llamaba la Caída Libre estuvo cerrada durante toda la temporada, pero al año siguiente se volvió a abrir con un nombre nuevo: la Caída Audaz. Los adolescentes la consideraban un símbolo emblemático del valor, y atrajo a mucho público, de forma que los propietarios estaban encantados.

El apartamento de Eddie, aquel en el que se había criado, lo alquilaron a una persona nueva, que puso cristales emplomados en la ventana de la cocina que impedían la visión del viejo carrusel. Domínguez, que aceptó ocupar el puesto de Eddie, puso las escasas pertenencias de éste en un baúl del taller de mantenimiento, junto con recuerdos del Ruby Pier, incluidas fotos de la entrada original.

Nicky, el joven cuya llave había cortado el cable de la atracción, hizo una llave nueva cuando volvió a casa y vendió su coche cuatro meses más tarde. Volvió con frecuencia al Ruby Pier, donde presumía ante sus amigos de que su bisabuela era la mujer para quien lo habían construido.

Las estaciones iban y venían. Y cuando terminaban las clases y los días se hacían largos, la gente volvía al parque de atracciones situado junto al gran océano gris. No era tan enorme como los parques temáticos, pero era lo suficientemente grande. En verano, los ánimos se avivan y la playa recibe el sonido de las olas, y la gente acude a los carruseles y norias, y toma bebidas dulces heladas y algodón de azúcar.

Se formaban colas en el Ruby Pier, igual que se formaban colas en cualquier otro sitio: cinco personas esperaban, en cinco recuerdos diferentes, que una niña que se llamaba Amy o Annie creciera, se enamorase, envejeciese y muriera, y finalmente consiguiera que se respondieran a sus preguntas de por qué había vivido y para qué. Y en aquella cola había ahora un anciano con patillas, con una gorra de tela y una nariz ganchuda, que esperaba delante de un sitio que se llamaba Pista de Baile Polvo de Estrellas para compartir su parte del secreto del cielo: que cada uno influye en el otro y éste lo hace en el siguiente, que el mundo está lleno de historias, pero que las historias son todas una.

Agradecimientos

El autor desea dar las gracias a Vinnie Curci, de Amusements of America, y a Dana Wyatt, responsable de operaciones del Pacific Park del Santa Monica Pier. Su ayuda durante la investigación para este libro fue inestimable. Gracias también al doctor David Collon, del hospital Henry Ford, por la información sobre las heridas de guerra. Y a Kerri Alexander, que lo controló, bien, todo. Mi aprecio más profundo a Bob Miller, Ellen Archer, Will Schwalbe, Leslie Wells, Jane Comins, Katie Long, Michael Burkin y Phil Rose por su entusiasta confianza en mí; a David Black, por cómo deberían ser las relaciones agente-autor; a Janine, que escuchó pacientemente la lectura de este libro en voz alta, muchas veces; a Rhoda, Ira, Cara y Peter, con los que hice mi primer viaje en noria; y a mi tío, el auténtico Eddie, que me contó sus historias antes de que yo contara la mía.

MITCHELL DAVID "MITCH" ALBOM
(n. 23 de mayo de 1958) es un escritor, periodista, guionista, dramaturgo, locutor de radio, presentador de televisión y músico estadounidense. Sus libros han vendido más de veintiséis millones de copias alrededor del mundo. Más allá del reconocimiento a nivel nacional que obtuvo a principios de su carrera, es principalmente reconocido por su libro Martes con mi viejo profesor, en el cual narra sus experiencias junto a Morrie Schwartz, y por sus trabajos filantrópicos en Detroit, Míchigan.

Albom nació en Passaic, Nueva Jersey y vivió por un tiempo en Buffalo, Nueva York antes de mudarse nuevamente a su estado natal de niño. Después de haber cursado sus estudios secundarios en Nueva Jersey y en Filadelfia, Albom ingresó en la Universidad Brandeis en Waltham, Massachusetts en la carrera de sociología. Luego de su graduación decidió perseguir su sueño de ser músico en varios clubes nocturnos de Estados Unidos y de Europa. Descubrió que tenía facilidad para escribir y finalmente volvió a la universidad, donde obtuvo un título en la Escuela de Graduados de Periodismo de la Universidad de Columbia y otro en negocios.

Albom nació en Passaic, Nueva Jersey y vivió por un tiempo en Buffalo, Nueva York antes de mudarse nuevamente a su estado natal de niño. Después de haber cursado sus estudios secundarios en Nueva Jersey y en Filadelfia, Albom ingresó en la Universidad Brandeis en Waltham, Massachusetts en la carrera de sociología. Luego de su graduación decidió perseguir su sueño de ser músico en varios clubes nocturnos de Estados Unidos y de Europa. Descubrió que tenía facilidad para escribir y finalmente volvió a la universidad, donde obtuvo un título en la Escuela de Graduados de Periodismo de la Universidad de Columbia y otro en negocios.

En 1995, contrajo matrimonio con Janine Sabino. Viven en los suburbios de Detroit, Míchigan.

Ha escrito otras obras. "The Five People You Meet in Heaven" (Las cinco personas que encontrarás en el cielo), "For One More Day" (Por un día más), "Have a Little Faith"

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