Read Las corrientes del espacio Online
Authors: Isaac Asimov
Los tres puntos eran, por consiguiente, éstos:
1º ¿Cuál era el peligro que amenazaba Florina o, mejor dicho, toda la Galaxia?
2º ¿Quién era la persona que había sometido a Rik a la psicoprueba?
3º ¿Por qué había esta persona utilizado la psicoprueba?
Estaba decidida a profundizar en el asunto hasta quedar satisfecha. No hay nadie suficientemente modesto para no creerse un competente analista aficionado y Samia estaba muy lejos de ser modesta.
En cuanto pudo evadirse decentemente después de la cena, se precipitó hacia el cuchitril.
—Abre la puerta —le dijo al marinero de guardia.
El marinero permaneció perfectamente rígido e inmóvil mirando hacia delante respetuosamente, sin ver.
—Con permiso de Su Excelencia, la puerta no debe abrirse —dijo.
—¿Cómo te atreves a decir eso? —dijo Samia con la boca abierta—. Si no me abres la puerta inmediatamente, informaré al capitán.
Rápidamente subió a las habitaciones del capitán y entró como un ciclón en un cuerpo de mujer.
—¡Capitán!
—Milady...
—¿Ha dado usted orden de que el Terrestre y la mujer me estén vedados?
—Creía, milady, que se había acordado entre nosotros que sólo podría interrogarlos en mi presencia...
—Antes de cenar, sí. Pero ya ha visto usted que son inofensivos.
—He visto que parecen inofensivos.
—En ese caso, le ordeno que venga usted inmediatamente conmigo.
—No puedo, milady. La situación ha cambiado.
—¿En qué sentido?
—Deben ser interrogados por las autoridades de Sark y hasta entonces deben permanecer solos.
La mandíbula inferior de Samia cayó, pero la recuperó en el acto de su poco digna posición.
—No va usted a entregarlos al Centro de Asuntos Florinianos...
—Pues... —transigió el capitán—, ésta era, en efecto, la intención original. Han abandonado su pueblo sin permiso. Han abandonado incluso su planeta sin permiso. Además, han tomado un pasaje secreto en una nave sarkita.
—Eso fue un error.
—¿De veras?
—En todo caso conocía usted todos sus crímenes antes de nuestra última conversación.
—Pero fue sólo durante esta conversación cuando me enteré de todo lo que el llamado Terrestre tenía que decir.
—El «llamado»... Usted mismo dijo que el planeta Tierra existe.
—Dije que podía existir. Pero, milady, ¿puedo tener la osadía de preguntarle qué desearía usted que se hiciese con esa gente?
—Creo que hay que investigar la historia del Terrestre. Habla de un peligro para Florina y de alguien de Sark que ha intentado deliberadamente evitar que las autoridades competentes tuviesen conocimiento de este peligro. Creo que es incluso un caso para mi padre. En realidad, le llevaré a ver a mi padre cuando llegue el momento oportuno.
—¡Qué inteligente es todo esto! —exclamó el capitán.
—¿Se siente usted sarcástico, capitán?
—Perdón, milady —dijo él sonrojándose—. Me refería a nuestros prisioneros. ¿Me permite usted que hable con cierta extensión?
—No sé lo que quiere usted decir por «cierta extensión», pero me parece que puede usted empezar —respondió ella con ira.
—Gracias. En primer lugar, milady, espero que no quitará usted importancia a los disturbios de Florina.
—¿Qué disturbios?
—No puede usted haber olvidado el incidente de la Biblioteca.
—¿Un patrullero muerto? ¡Realmente, capitán...!
—Y un segundo patrullero muerto esta mañana, milady, y un indígena, además. No es cosa corriente que los indígenas maten patrulleros, y aquí hay uno que lo ha hecho dos veces y sigue sin haber sido detenido. ¿Es obra de un solo hombre? ¿Ha sido un accidente? ¿O forma parte de un plan cuidadosamente elaborado?
—Al parecer, cree usted esto último.
—Sí, milady. El asesino indígena tiene dos cómplices. Su descripción concuerda con nuestros dos cautivos.
—¡No lo había dicho usted nunca!
—No quería asustar a Su Excelencia. Recordará, sin embargo, que le dije repetidamente que podían ser peligrosos.
—Muy bien. ¿Qué conclusiones saca usted de esto?
—¿Y si los asesinatos de Florina no eran más que detalles accesorios destinados a llamar la atención de los escuadrones de patrulleros mientras estos dos se metían a bordo de esta nave?
—Me parece algo tan tonto...
—¿Sí? ¿Por qué huyen de Florina? No se lo hemos preguntado. Vamos a suponer que huyen de los patrulleros, puesto que ésta es la suposición más razonable. ¿Se les ocurriría elegir Sark entre todos los sitios? ¿Y en una nave que es transporte de Su Excelencia? Y, además, él pretende ser un analista del espacio.
—¿Qué hay con eso? —preguntó Samia frunciendo el ceño.
—Hace un año se comunicó la desaparición de un analista del espacio. Al hecho no se le dio nunca una gran publicidad. Yo lo supe, desde luego, porque mi nave fue una de las que navegaron por el próximo espacio en busca de rastros de la suya. Quienquiera que apoye esos desórdenes de Florina está indudablemente enterado de este hecho y el mero hecho de que la desaparición del analista del espacio les sea conocida demuestra cuán firme y sorprendentemente perfecta organización tienen.
—Podría ser que el analista desaparecido y el Terrestre no tuvieran relación alguna.
—No una relación real, indudablemente, milady. Pero no esperar relación alguna es creer en demasiadas coincidencias. Estamos tratando con un impostor. Por eso pretende haber sido psicoprobado.
—¡Oh...!
—¿Cómo podemos probar que no es el analista del espacio? No conoce ningún detalle del planeta Tierra salvo el hecho de que es radiactivo. No sabe gobernar una nave. No conoce nada del análisis del espacio. Y se cubre insistiendo en que ha sido psicoprobado. ¿No lo ve, milady?
Samia era incapaz de dar una respuesta directa.
—Pero ¿con qué propósito...? —preguntó.
—El de que pudiese usted hacer exactamente lo que tenía intención de hacer, milady.
—¿Averiguar el misterio?
—No, milady. Llevarlo a su padre.
—No veo el objeto.
—Hay varias posibilidades. En el mejor de los casos, podía estar espiando a su padre, y proceder de Florina o posiblemente de Trantor. Imagino que el viejo Abel de Trantor vendría inmediatamente a identificarlo como Terrestre, no por otra razón que la de embarazar a Sark pidiéndole la verdad acerca de esa ficticia psicoprueba.
En el peor de los casos, podría ser el asesino de su padre.
—¡Capitán!
—¿Milady...?
—¡Eso es ridículo!
—Quizá, milady. Pero si es así, el Departamento de Seguridad es ridículo también. Recordará usted que poco antes de cenar recibí un mensaje de Sark.
—Sí.
—Aquí lo tiene.
Samia cogió la delgada cinta transparente con sus letras rojas y leyó: «Se comunica que dos florinianos han tomado pasaje clandestino e ilegal en su nave. Hágase cargo de ellos inmediatamente. Uno de ellos puede pretender ser un analista del espacio y no un indígena floriniano. No debe usted tomar decisión alguna en este asunto. Se le considerará a usted responsable de esas personas. Han de estar bajo custodia hasta su entrega al Depsec. Extremo secreto. Extrema urgencia».
Samia estaba como aturdida.
—¿«Depsec»? —dijo—. Departamento de Seguridad...
—Y Extremo Secreto —dijo el capitán—. Cometo una infracción al decirle esto, pero no me ha dejado usted elección, milady.
—¿Qué le van a hacer? —preguntó ella.
—No podría decírselo con seguridad —dijo el capitán—. Por supuesto que un presunto espía y asesino no puede esperar que se le trate muy gentilmente. Es muy probable que su ficción se convierta en realidad y se entere del sabor que tiene una psicoprueba.
Los cuatro Grandes Nobles miraron al Señor de Fife cada cual a su manera. Bort estaba enfadado, Rune se divertía, Balle estaba contrariado y Steen, asustado.
—¿Alta traición? —dijo Rune siendo el primero en hablar—. ¿Trata quizá de asustarnos con una frase? ¿Qué significa esto? ¿Traición contra quién? ¿Contra usted? ¿Contra Bort? ¿Y quién es el traidor? Y por la salvación de Sark, Fife, estas conferencias cambian mis horas de sueño.
—El resultado puede cambiar las horas de sueño de mucha gente, Rune —dijo Fife—. No me refiero a traición contra ninguno de nosotros, sino traición contra Sark.
—¿Sark? —preguntó Bort—. ¿Y qué es Sark, sino todos nosotros?
—Llamémoslo un mito. Llamémoslo algo en lo cual los sarkitas ordinarios creen.
—No lo entiendo —dijo Steen—. Parece que tengan ustedes interés en derrotarse unos a otros. Realmente, desearía que hubiesen terminado con todo esto.
—Estoy de acuerdo con Steen —dijo Balle.
—Estoy perfectamente dispuesto a explicarme inmediatamente —dijo Fife—. Habrán oído hablar, supongo, de los recientes disturbios de Florina...
—Los despachos del Depsec hablan de varios patrulleros muertos. ¿Es a eso a lo que se refiere?
—¡Pardiez, si tenemos que celebrar una conferencia, vamos a hablar de esto! —saltó Bort con cólera—. ¡Patrulleros muertos! ¡Pues bien se lo merecen! ¿Pretende decirnos que un indígena puede acercarse lo suficiente a un patrullero para acabar con él sencillamente? ¿Cómo va a dejar un patrullero que un indígena se le acerque lo suficiente para matarlo? ¿Cómo no ha sido abrasado el indígena a los veinte pasos?
»También me gustaría ver todo el cuerpo de patrulleros desde el capitán al último recluta reducidos a papilla. Todo el cuerpo no es más que un cúmulo de idiotas. Tienen una vida demasiado fácil allí. Yo digo que cada cinco años deberíamos proclamar la ley marcial en Florina y limpiarla de perturbadores. Esto mantendría a los indígenas tranquilos y a nuestros hombres en guardia.
—¿Ha terminado? —preguntó Fife.
—Por ahora, sí. Pero volveré a empezar. Es mi misión aquí, además, ya la sabe. Puede no ser importante como la suya, Fife, pero es lo suficiente como para preocuparme.
Fife se encogió de hombros y se volvió hacia Steen súbitamente.
—¿Y usted, ha oído hablar de disturbios?
—¿Eh...? Sí. Bueno, quiero decir que le he oído a usted decir...
—¿No ha leído usted los comunicados del Depsec?
—¡Hombre, pues...! —Steen parecía intensamente interesado por sus afiladas uñas con su capa cobriza exquisitamente aplicada—. No siempre tengo tiempo de leer todos los comunicados. No me creía obligado a ello. En realidad... —agarró coraje con las dos manos y miró fijamente a Fife—. No sabía que me estuviese usted dictando reglas, Fife.
—No las dicto. De todos modos, en vista de que en todo caso no conoce usted ninguno de los detalles, permítame que le haga un sumario. Los demás pueden encontrarlo interesante también.
Fue sorprendente en cuán pocas palabras podían condensarse todos los acontecimientos de cuarenta y ocho horas, y cuán insignificantes parecían. Primero hubo una inesperada referencia a las pruebas espacio-analíticas. Después el golpe en la cabeza al patrullero con una fractura de cráneo. Después la persecución que terminó en la inviolabilidad del antro de un agente de Trantor. Después, otro patrullero muerto al alba por el asesino disfrazado con el uniforme del patrullero y el agente de Trantor muerto a su vez pocas horas más tarde.
—Y si quiere el último ejemplar de noticias, puede añadir ésta a esas aparentes trivialidades —terminó Fife—. Hace unas horas un cuerpo, mejor dicho, los huesos que quedaban de un cuerpo, fueron encontrados en City Park, Florina.
—¿El cuerpo de quién? —preguntó Rune.
—Un momento, por favor. A su lado se encontró un montón de cenizas que parecían ser los restos carbonizados de telas. Todo lo que fuese metal había sido cuidadosamente retirado de allí, pero el análisis de las cenizas probó que era el resto de un uniforme de patrullero carbonizado.
—¿Nuestro amigo el impostor? —preguntó Balle.
—No es probable —dijo—. ¿Quién lo hubiera matado en secreto?
—Suicidio —dijo Bort con maldad—. ¿Hasta cuándo espera el maldito bastardo este escapar a nuestras manos? Imagino que tuvo mejor muerte así. Personalmente, averiguaré quién es el responsable de haberle dejado llegar al suicidio poniendo una carga explosiva en sus manos.
—No es probable —dijo Fife nuevamente—. Si el hombre se suicidó, se mató primero, se quitó el uniforme, lo redujo a cenizas, quitó botones y hebillas y se liberó de ellas. O bien, primero se quitó el uniforme, lo quemó, quitó botones y hebillas, salió de la cueva desnudo, o quizás en ropa interior, regresó y se suicidó.
—¿El cuerpo estaba en una cueva? —preguntó Bort.
—En una de las cuevas ornamentales del parque, sí.
—En ese caso tuvo mucho tiempo y mucho secreto —dijo Bort en tono beligerante, porque odiaba abandonar una teoría—. Pudo quitar botones y hebillas primero, y después...
—¿Ha tratado alguna vez de quitar los galones a un uniforme que no ha sido reducido a cenizas primero? —preguntó Fife sarcásticamente—. ¿Y puede usted insinuar un motivo, si el cuerpo era el de un impostor después del suicidio? Además, tengo la memoria de los analistas médicos que estudiaron la estructura ósea. El esqueleto no es ni de un patrullero ni de un floriniano. Es de un sarkita.
—¿De veras? —exclamó Steen.
Balle abrió sus ojos fatigados; los dientes de metal de Rune, que captaban un rayo de luz aquí y allá y añadían un poco de vida al cubo de oscuridad en que estaba sentado, se desvanecieron con los brillos al cerrar Rune la boca. Incluso Bort estaba turbado.
—¿Me siguen? —preguntó Fife—. Ahora comprenden ustedes por qué el metal fue retirado del uniforme. El que mató al sarkita quería que la ceniza pareciera la de las ropas del sarkita; se quitó el uniforme y lo quemó antes de cometer la muerte, a fin de que se pudiese pensar en un suicidio o en el resultado de algún rencor privado completamente ajeno a nuestro amigo el patrullero-impostor. Lo que no sabía era que el análisis de la ceniza podía distinguir el kyrt de las ropas sarkitas de la celulita de los uniformes de los patrulleros, incluso cuando los botones y galones se han quitado. Ahora bien, dada la ceniza de un uniforme patrullero y el cuerpo de un sarkita muerto, sólo podemos suponer que en alguna parte de Ciudad Alta vive un Edil con ropas sarkitas. Nuestro floriniano, después de haberse hecho pasar por patrullero un tiempo suficiente, y considerando el peligro demasiado grande y creciendo por momentos, decidió convertirse en Noble. Y lo hizo como pudo.