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Authors: Alfred Bester

Las Estrellas mi destino (13 page)

BOOK: Las Estrellas mi destino
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—Pensé que no te interesaba su rostro, cariño. Tendría que estar limpia. No creo haberme dejado ni una gota de pigmento. Tienes que admirar mi habilidad, Jisbella... y también mi sagacidad. Voy a financiar el viaje de rescate de Foyle.

—¿Cómo? —rio Quatt—. ¿Va a aceptar una apuesta de uno contra un millar, Baker? Creí que era más listo.

—Lo soy. El dolor era demasiado fuerte y habló bajo la anestesia. Hay veinte millones en lingotes de platino a bordo del Nomad.

—¡Veinte millones! —el rostro de Sam Quatt se oscureció y se volvió hacia Jisbella. Pero ella también estaba furiosa.

—No me mire, Sam. No lo sabía. También me lo ocultó. Me juró que no sabía por qué lo perseguía Dagenham.

—Fue Dangenham el que se lo dijo —comentó Baker—. También confesó eso.

—Lo mataré —dijo Jisbella—. Lo despedazaré con mis propias manos y seguro que en su interior no encontraré más que podredumbre. Será una curiosidad para tu zoo, Baker; ¡desearía habértelo cedido!

Se abrió la puerta del quirófano y dos enfermeros sacaron una camilla sobre la que yacía Foyle, estremeciéndose ligeramente. Toda su cabeza era una masa de vendajes.

—¿Está consciente? —preguntó Quatt a Baker.

—Déjemelo a mí —estalló Jisbella—. Yo hablaré con este hijo de puta... ¡Foyle!

Foyle respondió débilmente a través de la máscara de vendajes. Mientras Jisbella tomaba una furiosa bocanada de aire para iniciar su ataque, desapareció una pared del hospital y se oyó el restallar de un trueno que los derribó por el suelo. Todo el edificio se agitó por repetidas explosiones, y a través de las aberturas en las paredes comenzaron a jauntear hombres uniformados procedentes del exterior, como piezas de ajedrez moviéndose en un tablero.

—¡Incursión! —gritó Baker—. ¡Incursión!

—¡Cristo Jesús! —Se agitó Quatt.

Los hombres uniformados estaban hormigueando por el edificio, gritando:

—¡Foyle! ¡Foyle! ¡Foyle! ¡Foyle!

Baker desapareció con un chasquido. Los enfermeros también jauntearon, abandonando la camilla en la que Foyle agitaba sus brazos y piernas, haciendo débiles sonidos.

—¡Es un maldito asunto! —dijo Quatt, empujando a Jisbella—. ¡Váyase, muchacha, váyase!

—¡No podemos dejar a Foyle! —gritó Jisbella.

—¡Despierte, muchacha! ¡Váyase!

—No podemos dejarlo solo.

Jisbella agarró la camilla y corrió a lo largo del pasillo. Quatt lo hizo a su lado. El rugido en el hospital sonó más fuerte:

—¡Foyle! ¡Foyle! ¡Foyle!

—¡Déjelo, por Dios! —urgió Quatt—. Que se lo lleven ellos.

—No.

—Nos harán la lobo si nos cogen, muchacha.

—No podemos dejarlo.

Giraron una esquina y tropezaron con una aullante masa de pacientes postoperatorios: hombres pájaro que agitaban las alas, sirenas que se arrastraban por el suelo como focas, hermafroditas, gigantes, pigmeos, gemelos bicéfalos, centauros, y una maullante esfinge. Se abalanzaron sobre Jisbella y Quatt aterrorizados.

—¡Saquémoslo de la camilla! —aulló Jisbella.

Quatt arrancó a Foyle de la camilla. Éste se puso en pie y se tambaleó. Jisbella lo tomó de un brazo y, entre ella y Sam, lo llevaron a través de una puerta hasta una sala repleta de los fenómenos temporales de Baker: individuos con un sentido del tiempo acelerado, que pasaban como flechas de un lado a otro de la sala con la rapidez de colibríes y emitiendo agudos chillidos como murciélagos.

—Jauntéelo fuera, Sam.

—¿Después de la forma en que trató de engañarnos a todos?

—No podemos dejarlo ahora, Sam. Debería de haberse dado cuenta. Jauntéelo fuera. ¡A donde Caister!

Jisbella ayudó a Quatt a echarse a Foyle al hombro. Los fenómenos temporales parecían llenar la sala con relámpagos gritones. Se abrieron violentamente las puertas. A través de la sala aullaron una docena de descargas de armas neumáticas, derribando a los pacientes temporales en sus giros. Quatt fue aplastado contra una pared, dejando caer a Foyle. Un hematoma apareció en su sien.

—Escape de aquí —rugió Quatt—. Estoy acabado.

—¡Sam!

—Estoy acabado. No puedo jauntear. ¡Váyase, muchacha!

Tratando de luchar contra la contusión que le impedía jauntear, Quatt se irguió y abalanzó, chocando contra los hombres uniformados que entraban en la sala. Jisbella tomó el brazo de Foyle y lo arrastró a la parte trasera del piso, a través de una despensa, un dispensario, una lavandería y bajando viejas escaleras que crujían y dejaban escapar nubes de polvo de termitas.

Llegaron hasta una bodega que contenía alimentos. El zoo de Baker se había escapado de sus celdas en el caos y sus componentes se hallaban en la bodega como si fueran abejas comiendo glotonamente la miel de una colmena enemiga. Una muchacha cíclope estaba atiborrándose la boca con puñados de manteca sacados de un barril. Su único ojo situado sobre el puente de la nariz los contempló con ira.

Jisbella arrastró a Foyle a través de la bodega. Encontró una puerta cerrada y la abrió de una patada. Medio cayeron por unos escalones ruinosos y se encontraron en lo que en otro tiempo había sido una carbonera. Los golpes y rugidos de allá arriba sonaban más profundos y huecos. Una rampa de caída en un lado del sótano estaba cerrada con una puerta de hierro asegurada por barras. Jisbella colocó las manos de Foyle sobre las barras. Juntos las apartaron y salieron de la carbonera a través de la rampa de descarga.

Estaban fuera de la fábrica de fenómenos, apretados contra la pared de atrás. Ante ellos se hallaban los pozos de cohetes de Trenton, y mientras trataban de recobrar el aliento Jiz vio cómo un carguero se deslizaba bajando por los haces antigravitatorios hasta un pozo que lo esperaba. Sus ojos de buey brillaban, y sus luces de señalización parpadeaban como signos de neón, iluminando la pared trasera del hospital.

Una figura saltó del techo del hospital. Era Sam Quatt intentando un vuelo desesperado. Atravesó el espacio, agitando brazos y piernas, tratando de alcanzar el haz antigravitatorio del pozo más cercano para así ser atrapado en el aire y caer lentamente. Su intento fue perfecto. A veinte metros sobre el suelo se encontró directamente sobre la vertical del haz. No estaba en funcionamiento. Cayó y se aplastó contra el borde del pozo.

Jisbella sollozó. Manteniendo automáticamente aferrado el brazo de Foyle, corrió a lo largo del concreto hasta el cuerpo de Sam Quatt. Al llegar, dejó a Foyle y tocó tiernamente la cabeza de Quatt. Sus dedos estaban manchados de sangre. Foyle se arrancó la venda de los ojos, haciendo un par de agujeros en la gasa. Murmuró para sí mismo, escuchando cómo Jisbella lloraba y oyendo los gritos que provenían de la fábrica de Baker allá atrás. Sus manos palparon el cuerpo de Quatt, luego se levantó y trató de alzar a Jisbella.

—Tenemos que irnos —croó—. Tenemos que escapar. Nos han visto.

Jisbella no se movió. Foyle hizo acopio de toda su fuerza y la alzó.

—Times Square —murmuró—. ¡Jauntea, Jiz!

Aparecieron figuras uniformadas a su lado. Foyle dio un tirón al brazo de Jisbella y jaunteó a Times Square, donde masas de jaunteadores que se hallaban en la gigantesca plataforma contemplaron asombrados al enorme hombre que tenía un globo de vendajes blancos por cabeza. La plataforma tenía el tamaño de dos campos de fútbol. Foyle contempló a su alrededor a través de los vendajes. No se veía ni señales de Jisbella, pero podía estar en cualquier lugar. Alzó la voz en un grito:

—¡Montauk, Jiz! ¡Montauk! ¡La plataforma de la Locura!

Foyle jaunteó con una última chispa de energía y una oración. Un gélido viento del noreste estaba soplando desde Block Island y desparramando frágiles cristales de hielo a lo largo de la plataforma situada junto a una ruina medieval conocida como la Locura de Fisher. Había otra persona en la plataforma. Foyle llegó hasta ella por entre el viento y la nieve. Era Jisbella, que parecía perdida y helada.

—Gracias a Dios —murmuró Foyle—. Gracias a Dios. ¿Dónde guarda Quatt su nave?

Sacudió el hombro de Jisbella.

—¿Dónde guarda Sam su nave?

—Sam está muerto.

—¿Dónde guarda ese Fin de Semana en Saturno?

—Se ha retirado, Sam se ha retirado. Ya no tiene miedo.

—¿Dónde está la nave, Jiz?

—En los pozos junto al faro.

—Ven.

—¿Adónde?

—A la nave de Sam. —Foyle llevó su enorme mano ante los ojos de Jisbella: en su palma se encontraba un grupo de radiantes llaves—. Tengo sus llaves. Ven.

—¿Te las dio?

—Las cogí de su cadáver.

—¡Ogro! —comenzó a reír—. Mentiroso... sanguijuela... tigre... ogro. El cáncer que camina: Gully Foyle.

No obstante, lo siguió a través de la tempestad de nieve hasta el faro de Montauk.

A los tres acróbatas ataviados con pelucas empolvadas, a las cuatro vistosas mujeres que llevaban serpientes pitones, a un niño de rizos dorados y cínica boca, a un duelista profesional con armadura medieval, y a un hombre que usaba una pierna de cristal hueca en la que nadaban peces de colores, Saúl Dagenham les dijo:

—De acuerdo, la operación ha terminado. Llamad a los demás y decidles que regresen a los cuarteles de los Correos.

La compañía de variedades jaunteó y desapareció. Regis Sheffield se frotó los ojos y preguntó:

—¿Qué es lo que se suponía que era esta locura, Dagenham?

—¿Le preocupa a su mente legal? Era parte del equipo de nuestra operación FFCC: Follón, Fantasía, Confusión y Catástrofe. —Dagenham se volvió hacia Presteign y le sonrió con su sonrisa de calavera—. Le devolveré lo que me pagó si así lo desea, Presteign.

—No se irá a retirar.

—No, me lo estoy pasando en grande. Lo haría gratis. Jamás me he enfrentado con un hombre del calibre de Foyle. Es único.

—¿En qué sentido? —preguntó Sheffield.

—Lo preparé todo para que escapase de la Gouffre Martel. Y lo hizo, pero no a mi manera. Traté de mantenerlo lejos de las manos de la policía con confusión y catástrofe. Evitó a la policía. Pero no a mi manera, sino a la suya. Traté de tenerlo a salvo de la Central de Inteligencia con el follón y la fantasía. Y estuvo a salvo... de nuevo a su manera. Traté de llevarlo a una nave para que pudiera ir en busca del Nomad. No siguió mi pista, pero consiguió su nave. Ahora está a bordo de ella.

—¿Lo siguen?

—Naturalmente —Dagenham dudó—. Pero ¿qué es lo que estaba haciendo en la factoría de Baker?

—¿Cirugía plástica? —sugirió Sheffield—. ¿Una nueva cara?

—No es posible. Baker es bueno, pero no puede hacer una operación de cirugía estética tan rápidamente. Debió de ser algo menos complicado. Foyle caminaba por sí mismo con sólo la cabeza vendada.

—El tatuaje —dijo Presteign.

Dagenham asintió, y la sonrisa abandonó sus labios.

—Esto es lo que me preocupa. ¿Se da cuenta, Presteign, de que si Baker le quitó el tatuaje jamás reconoceremos a Foyle?

—Querido Dagenham, su rostro no habrá cambiado.

—Nunca le vimos el rostro... tan sólo la máscara.

—Jamás he visto a ese hombre —dijo Sheffield—. ¿Cómo es esa máscara?

—Como un tigre. Tuve dos largas entrevistas con Foyle. Debería saberme de memoria su rostro, pero no es así. Todo lo que recuerdo es el tatuaje.

—Ridículo —dijo rudamente Sheffield.

—No. Hay que ver a Foyle para darse cuenta. No obstante, no importa. Nos llevará hasta el Nomad. Nos llevará hasta sus lingotes y el Piros, Presteign. Casi lamento que todo esté acabado o casi. Como le dije, me lo he estado pasando en grande. Realmente es único.

Siete

El Fin de Semana en Saturno estaba construido como un yate de placer; era amplio para cuatro, espacioso para dos, pero no lo bastante espacioso para Foyle y McQueen. Foyle dormía en la cámara principal; Jiz permanecía en el camarote.

Al séptimo día, Jisbella habló con Foyle por segunda vez.

—Saquemos esos vendajes, ogro.

Foyle dejó la cocina donde estaba calentando café y avanzó a patadas hasta el baño. Flotó en el interior siguiendo a Jisbella y se asió delante del espejo del lavabo. Jisbella se aferró a éste, abrió una cápsula de éter y comenzó a humedecer y arrancar el vendaje con manos duras y de odio. Las tiras de gasa se desprendían lentamente. Foyle estaba en una agonía de suspenso.

—¿Crees que Baker hizo un buen trabajo? —preguntó.

No hubo respuesta.

—¿Se dejaría algo?

Continuó desprendiendo.

—Me dejó de doler hace dos días.

No hubo respuesta.

—¡Por Dios, Jiz! ¿Aún sigue la guerra?

Las manos de Jisbella se detuvieron. Contempló el rostro vendado de Foyle con odio.

—¿Qué crees?

—Te lo he preguntado.

—La respuesta es sí.

—¿Por qué?

—Nunca lo comprenderías.

—Haz que lo comprenda.

—Cállate.

—Si estamos en guerra, ¿por qué viniste conmigo?

—Para obtener lo de Sam y mío.

—¿Dinero?

—Cállate.

—No tenías por qué haberlo hecho. Podías haber confiado en mí.

—¿Confiado en ti? ¿En ti? —Jisbella rió sin humor, y volvió a comenzar su tarea. Foyle le apartó las manos.

—Lo haré yo mismo.

Lo abofeteó a través del vendaje.

—Harás lo que te diga. ¡Estate quieto, ogro!

Continuó desenrollando el vendaje. Sacó una tira que dejó al descubierto los ojos de Foyle. Contemplaban a Jisbella, oscuros y pensativos. Los párpados estaban limpios; el puente de la nariz estaba limpio. Apartó otra venda de la barbilla de Foyle. Tenía un color negroazulado. Foyle, mirando al espejo, se atragantó.

—¡Se olvidó de la barbilla! —exclamó—. Baker metió la pata...

—Cállate —le contestó secamente Jiz—. Eso es tu barba.

Los vendajes internos salieron rápidamente, revelando las mejillas, la boca y la frente. La frente estaba limpia, las mejillas bajo los ojos estaban limpias, el resto estaba cubierto por una barba negroazulada de siete días.

—Aféitate —ordenó Jiz.

Foyle tomó agua, se empapó la cara, se pasó el ungüento de afeitar y se lo limpió con agua, llevándose la barba. Entonces se acercó al espejo y se inspeccionó, sin darse cuenta de que la cabeza de Jisbella estaba cerca de la suya mientras también contemplaba el espejo. No quedaba ni una marca del tatuaje. Ambos dieron un suspiro.

—Está limpia —dijo Foyle—. Limpia. Hizo un buen trabajo.

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