—La señorita Pease y yo estábamos muy ocupadas cuando pasó la joven cerca de nuestra sala —dijo la señora Nelson—. Debimos haberla detenido. A propósito… El doctor Collins necesita hablarle.
—¿De qué se trata?
—Le dimos cuenta de lo sucedido con la joven. Y le dijimos dónde podía encontrarle a usted.
Travis se acercó al lecho del anciano muerto.
—¿Me permite? —dijo.
—Si puede soportarlo…
Ambas mujeres le miraban mientras levantaba la sábana. La piel del viejo había adquirido un color negro, tan negro como el carbón. Las zonas rojizas se habían dilatado y, en algunos lugares, se abrían como si fueran heridas. No pudo resistir más que unos pocos segundos. Dejó caer la sábana.
Al salir de la habitación, Travis vio al doctor Collins que venía caminando por el corredor.
—Usted no se encontraba en su habitación —dijo el joven médico—. ¿Qué hacía en la trescientos veintiséis?
—Sólo quería ver cómo seguía el viejo.
Se encaminaron hacia la habitación de Travis.
—Ya he mandado llamar a la policía y al juez de primera instancia —dijo el doctor Collins—. Ellos querrán hablar con usted.
—Tendrían que conversar con la joven y no conmigo —opinó Travis.
—La señora Nelson dijo algo acerca de una muchacha y de una jeringa. ¿Qué significa todo eso?
Llegaron a la habitación de Travis. Éste sacó un cigarrillo y ofreció otro al médico.
—¿Qué quiere que le explique? —dijo Collins.
Travis se sentó en un lado de la cama, dejando que sus pies se balancearan.
—He tenido oportunidad de conocer a muchísimos médicos, Collins —dijo—. Mi trabajo consistía en obtener datos e informaciones para crónicas periodísticas. Sólo muy pocos parecían dispuestos a colaborar en seguida. Si mal no recuerdo, hace pocas horas le hice algunas preguntas acerca de ese viejo, y usted apenas me respondió.
El doctor Collins se sentó en la silla, apoyando sus lustrosos zapatos negros sobre la cama.
—Ustedes tienen su código, Travis; nosotros también tenemos el nuestro. En realidad, no sé absolutamente nada sobre la joven que le preocupa. ¿Por qué no comienza contándome lo que usted sabe?
—Hace un rato afirmó que el anciano había tenido un momento de lucidez.
—No debí haberlo dicho. Por otra parte, es todo lo que sé.
—Bien, hagamos un trato. Yo le cuento todo lo que sé de la muchacha y usted, a cambio, me dirá algo más sobre el muerto.
El médico movió la cabeza.
—No debiera hacer un trato de esta clase, pero, en vista de las circunstancias, transigiré. Sí, en verdad tuvo un momento de lucidez, si es que puede llamársele así. Pero temo que su lucidez haya sido bastante precaria.
El doctor Collins extrajo un pedazo de papel del bolsillo superior de su chaqueta.
—Cuando entré en la habitación trescientos veintiséis, minutos antes de tropezar con usted en el pasillo, encontré al viejo tratando de sentarse. Créalo o no. Cuando me vio, comenzó a murmurar algo. Su mirada era implorante. Me señalaba el bolsillo superior de mi chaqueta, del que asomaba un sobre y la estilográfica.
»Saqué el sobre y la pluma y se los alcancé. Comenzó a dibujar algo sobre el papel, pero sus movimientos eran muy lentos. Insistió varias veces. Yo le ayudé a incorporarse para que pudiera manejar la pluma con más facilidad. Hizo esta figura y estos números. Había comenzado a dibujar algo más cuando se desplomó hacia delante y su respiración se volvió dificultosa. Lo recosté nuevamente, tomé el sobre y me fui. Estaba tratando de descifrar su significado, al salir de la habitación, y tropecé con usted.
—Déjeme verlo.
El doctor Collins le alargó el papel. Contenía un dibujo que se parecía a un círculo. Por lo visto, había sido el primer intento del hombre, ya que de todos los puntos del contorno de esa figura salían líneas desordenadas en varias direcciones.
Al otro lado del sobre podía verse la misma figura pero más definida. No obstante, el círculo no era completamente redondo y la línea de su circunferencia se interrumpía en algunos trozos. En el centro del mismo había escrito «23X». El dibujo era más o menos así:
—Es semejante a la tecla de una máquina de escribir, o a raqueta de tenis —dijo Travis.
—Si lo miramos en esa posición, así es. Es decir, si la cruz va en la parte inferior. Supongo que es de este modo como se debe mirar el dibujo.
—¿Qué deduce de esto?
El doctor Collins se encogió de hombros:
—No voy más lejos que usted. He visto muchos símbolos parecidos a éste que se usan en botánica y en biología. Cuando era niño, la astronomía me enloquecía. También me recuerda un poco a los signos que emplea esta ciencia. Sin embargo, no logro interpretarlo. Tendría que estudiarlo. Travis le devolvió el sobre.
—¿Aún no sabe por qué murió?
—No sabía que existiera una enfermedad capaz de atacar al cuerpo en esa forma —dijo el doctor Collins—. La verdad es que no tengo autoridad en la materia. Acabo de salir de la universidad. Sé que hay afecciones muy parecidas, pero no tan intensas como ésta. No comprendo cómo puede haber vivido tanto tiempo. Pero usted prometió hablarme acerca de la muchacha.
—Temo desilusionarle —dijo Travis, poniendo un pie en el suelo—. Estaba junto a la ventana cuando ella llegó en su automóvil. Parecía terriblemente apurada. Cuando salió del coche, buscó algo en su cartera y en seguida entró al edificio. La oí subir las escaleras. Salí a la puerta y la observé. Era bastante bonita. Estaba a punto de decirle una galantería, cuando se acercó rápidamente a la puerta de mi habitación y miró adentro para ver si había alguien. Más tarde, descubrí que buscaba al anciano. La seguí y llegué a la habitación trescientos veintiséis en el momento en que iba a inyectarle el contenido de la jeringa. Todo parecía muy sospechoso. Por eso la interrumpí. En lugar de darme alguna explicación, ella comenzó a luchar conmigo. Estaba furiosa. Traté de arrebatarle la jeringa, pero no podía contenerla. Me dio un puntapié en la espinilla.
Travis se arremangó el pantalón del pijama. Justo en el centro de la espinilla se veía un gran cardenal.
—Salí de la habitación, pero ya era demasiado tarde. Luego subió a su automóvil y se alejó rápidamente.
—Estaba tratando de matarle.
—¿Usted cree?
—Me lo imagino. He recogido un fragmento de la jeringa para hacerlo analizar. ¿Qué otra razón podría tener para encontrarse aquí? Lo único que no comprendo es por qué trataba ella de evitar que el viejo hablara.
—Su sospecha es tan aceptable como la mía —replicó Travis.
El fuerte sol matinal atravesaba las ventanas de la oficina del capitán. Travis, que lo había soportado durante una hora, decidió correr la silla y ponerse fuera del alcance de los rayos solares.
Las espesas cejas del capitán Tomkins se fruncían mientras pensaba. Con la pipa en la boca, miraba atentamente al periodista.
—Esta joven… —dijo el capitán de policía—. No acabo de figurármela. ¿Qué aspecto tenía?
Travis se llevó el cigarrillo a la boca. Exhaló el humo con lentitud y se quedó observándolo mientras se disipaba.
—Me llegaba aproximadamente por el hombro. Tenía unas piernas perfectas y un cuerpo hermoso como un cuadro. Cabellos rubios que le caían sobre los hombros. Ojos azules y rasgos delicados. Llevaba un sombrerito de color azul y un vestido oscuro, ceñido a la cintura. No era precisamente una adolescente; diría que tiene alrededor de veintidós años.
El capitán se acomodó en su sillón giratorio. Sus ojos estaban fijos en los de Travis.
—Bien plantada, ¿eh?
—Exactamente. Tenía verdadera atracción.
—Como las chicas que a usted le gusta cortejar, según tengo entendido.
—¿A qué se refiere?
—Mire, Travis —dijo el capitán—. Hace mucho tiempo que le conozco. Durante diez años consecutivos sólo ha estado dándonos preocupaciones. Como aquella época en que se ocupó del asunto de Dutch McCoy. A causa de eso, el público nos volvió locos pidiéndonos que lo encerráramos. Dutch es bastante inteligente; no podíamos achacarle nada. Y para nosotros es imposible proceder si no hay cargos concretos. Ni una sola persona se quejó al fiscal; en cambio no dejaban de llamarnos para decirnos que teníamos que intervenir. Ahora, usted está sentado aquí, y me dice algo acerca de una muchacha que viene a apuñalar a un viejo con una jeringa cargada con… ¿con qué era? Sulfato de estricnina. ¡Diablos!, a nadie se le ocurriría perseguir a una joven por un pasillo, entrar en la habitación y evitar un asesinato si no conociera de antemano el motivo por el cual ella se encontraba allí. Usted debía saber cuál era el objeto de la visita de la muchacha.
—Usted tuvo la idea de interrogarme acerca de la joven. Usted y Dwight O'Brien.
—Un juez tiene que comprobar todos los detalles. El doctor Collins le habló a O'Brien sobre la chica.
Travis se levantó, caminó hasta la ventana y miró afuera. Había automóviles policiales junto al edificio. La escena le recordaba la vista que tenía desde la habitación del hospital, de donde había salido aquella mañana después de la autopsia.
—Ya le he dicho todo lo que sé, capitán. La vi llegar en el automóvil, la seguí hasta la habitación porque me inspiró curiosidad. Había llegado después de la hora en que se marchan todas las visitas. Además, parecía muy preocupada. Y, por último, era endiabladamente hermosa y no había visto una dama como ella en los diez días de hospital.
—Bien, no queremos presionarle, por supuesto —dijo el capitán, sacudiendo la ceniza de su pipa—. No hay ninguna razón para hacerlo. Es, simplemente, un intento de asesinato, y hasta ahora sólo conocemos la descripción que usted nos hizo de lo sucedido en la habitación. Seguiremos investigando. Tendrá que presentarse como testigo ante el jurado que convoque el juez cuando se realice el interrogatorio.
—Hay algo que no comprendo, capitán —dijo Travis, apartándose de la ventana y dejando su cigarrillo en el cenicero del escritorio—. ¿Qué necesidad tiene O'Brien de preparar un interrogatorio? La muchacha no consiguió matar al viejo.
—No, es verdad. Pero nadie ha podido averiguar la causa de su muerte.
—Más difícil resultaría saber cómo vivía. ¿Le ha visto usted?
—Estuve allí esta mañana. Parecía un caso difícil. Los médicos llenaban formularios y fichas. Oí decir a alguien que lo presentarían en el congreso de la Asociación Médica como uno de los casos más raros del año.
—Yo me imaginé que padecía cáncer o algo por el estilo —dijo Travis—. Su piel estaba desintegrándose por todas partes.
Travis dio media vuelta para salir, pero se giró de nuevo y dijo:
—Sólo dos cosas más. ¿Han tomado las huellas digitales del individuo?
—No pudimos sacarle huellas buenas a causa del estado de su piel. Sin embargo, ello no significa que en Washington no puedan identificarlo.
—¿Y qué opina del dibujo que hizo en el papel? Supongo que el doctor Collins se lo ha mostrado.
El capitán Tomkins suspiró, y abrió el cajón de su escritorio.
—Ustedes son realmente cargantes, ¿verdad? Seguramente se debe a la forma en que los entrenan. Bueno, ya que no hablo para la prensa, le diré lo que quiere.
Revisó las hojas que extrajo del cajón.
—Anoche hemos sacado a muchas personas de la cama. Varios profesores, un astrólogo, un historiador, un químico, un astrónomo, un biólogo, un ingeniero… A todos ellos les hemos mostrado el dibujo.
—¿Y bien?
—Es uno de los símbolos que representan a Venus…
—¡Aja! Naves interplanetarias, etcétera, etcétera. El viejo fue la primera víctima de una nueva y terrible enfermedad traída a la Tierra por los habitantes de Venus.
—¿Prefiere hacerse el gracioso u oír lo que dice aquí?
El capitán había dejado los papeles sobre el escritorio y le miraba fijamente.
—Muy bien, capitán. Le pido disculpas. No volveré a interrumpirle. Solamente me imaginaba lo que el «Star» podría hacer con una historia como ésa.
—Es mejor que no vea a ninguno del «Star» mezclado en este asunto, porque le costará la cabeza. Además, el dibujo tiene muchísimos otros significados.
Volvió a levantar los papeles.
—Es el símbolo de Venus, la diosa. El dibujo representa un atributo de Venus, el espejo, según uno de los profesores. También es el símbolo del viernes. Ayer era lunes. En botánica significa una flor femenina, un pistilo, una planta fértil o una planta de flores de ese tipo. En biología también significa algo femenino. Si lo hubiera dibujado invertido, representaría un organismo masculino, una célula o un órgano. Y otro ha dicho que si estuviera lo de arriba hacia abajo sería un Ankh o algo parecido a una cruz ansata, un antiguo símbolo egipcio representativo de la vida; luego, los coptos de Egipto lo emplearon como símbolo de la cristiandad.
—¿Nadie ha podido interpretar los números y la equis?
—Nadie sabe a qué atenerse al respecto.
—Según parece —dijo Travis—, significa el comienzo de una guerra interplanetaria, o que el viejo enfermó un viernes, o que sufrió el contagio de una flor, o que una mujer lo mató, o que recibió la maldición de una tumba egipcia.
—Exacto, y todas las interpretaciones son posibles.
—Por supuesto. En todo caso, la imitación es muy buena.
—Nada de imitaciones, Travis.
—Muy bien, capitán, nada de imitaciones.