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Authors: Michel Foucault

Las palabras y las cosas (14 page)

BOOK: Las palabras y las cosas
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Una observación aún. Si las nociones de naturaleza y de naturaleza humana tienen, en la época clásica, cierta importancia, esto no se debe a que se haya descubierto bruscamente, como campo de investigaciones empíricas, esta potencia sorda, inagotablemente rica, a la que se da el nombre de naturaleza; tampoco se debe a que se haya aislado, en el interior de esta vasta naturaleza, una pequeña región singular y compleja que sería la naturaleza humana. De hecho, estos dos conceptos funcionan a fin de asegurar la pertenencia, el lazo recíproco de la imaginación y de la semejanza. Sin duda alguna, la imaginación no es, en apariencia, sino una de las propiedades de la naturaleza humana y la semejanza uno de los efectos de la naturaleza. Pero si seguimos la red arqueológica que da sus leyes al pensamiento clásico, veremos que la naturaleza humana se aloja en este mínimo desbordamiento de la representación que le permite representarse (toda la naturaleza humana está allí: justo lo bastante al exterior de la representación para que se presente de nuevo, en el espacio en blanco que separa la presencia de la representación y el "re" de su repetición); y que la naturaleza no es sino un inasible embrollamiento de la representación que hace que la semejanza sea sensible antes de que el orden de las identidades sea visible. Naturaleza y naturaleza humana permiten, dentro de la configuración general de la
episteme
, el ajuste de la semejanza y de la imaginación que fundamenta y hace posible todas las ciencias empíricas del orden.

En el siglo xvi, la semejanza estaba ligada a un sistema de signos; era su interpretación la que abría el campo de los conocimientos concretos. A partir del siglo xvii, la semejanza es rechazada hasta los confines del saber, del lado de sus fronteras más bajas y más humildes. Allí, se liga a la imaginación, a las repeticiones inciertas, a las analogías empañadas. Y en vez de abrirse sobre una ciencia de la interpretación, implica una génesis que remonta desde estas formas gastadas de lo Mismo a los grandes cuadros del saber desarrollados según las formas de la identidad, de la diferencia y del orden. El proyecto de una ciencia del orden, tal como se lo fundó en el siglo xvii, implicaba que fuera duplicado de una génesis del conocimiento, como lo fue efectivamente y sin interrupción de Locke a la Ideología.

6. "MATHESIS" Y "TAXINOMIA"

Proyecto de una ciencia general del orden, teoría de los signos que analiza la representación, disposición en cuadros ordenados de las identidades y de las diferencias: así se constituyó en la época clásica un espacio de empiricidad que no había existido hasta fines del Renacimiento y que estará destinado a desaparecer a principios del siglo xix. Para nosotros resulta ahora muy difícil de restituir, y está tan profundamente recubierto por el sistema de positividades al que pertenece nuestro saber, que por mucho tiempo ha pasado desapercibido. Se le deforma, se le enmascara por medio de categorías o de un recorte que son los nuestros. Se quiere reconstituir, al parecer, lo que durante los siglos xvii y xviii fueron las "ciencias de la vida", de la "naturaleza" o del "hombre". Olvidando simplemente que ni el hombre, ni la vida, ni la naturaleza son dominios que se ofrezcan espontánea y pasivamente a la curiosidad del saber.

Lo que hace posible el conjunto de la
episteme
clásica es, desde luego, la relación con un conocimiento del orden. En cuanto se trata de ordenar las naturalezas simples, se recurre a una
mathesis
cuyo método universal es el álgebra. En cuanto se trata de poner en orden las naturalezas complejas (las representaciones en general, tal como se dan a la experiencia), es necesario constituir una
taxinomia
y, para ello, instaurar un sistema de signos. Los signos son con respecto al orden de las naturalezas compuestas lo que el álgebra con respecto al orden de las naturalezas simples. Pero en la medida en que las representaciones empíricas deben poderse analizar en naturalezas simples, se ve que la taxinomia se relaciona por entero con la
mathesis
; a la inversa, dado que la percepción de las evidencias no es más que un caso particular de la representación en general, se puede decir también que la
mathesis
no es más que un caso particular de la
taxinomia
. Así también, los signos que el pensamiento mismo establece constituyen algo así como un álgebra de las representaciones complejas; y a la inversa, el álgebra es un método para proporcionar signos a las naturalezas simples y para operar sobre estos signos. Se tiene, pues, la disposición siguiente:

Pero esto no es todo. La
taxinomia
implica por lo demás un cierto
continuum
de las cosas (una no discontinuidad, una plenitud del ser) y una cierta potencia de la imaginación que hace aparecer que no es, pero que permite, por ello mismo, sacar a luz el continuo. La posibilidad de una ciencia de los órdenes empíricos requiere, pues, un análisis del conocimiento —análisis que deberá mostrar cómo la continuidad oculta (y como embrollada) del ser puede reconstituirse a través del lazo temporal de representaciones discontinuas. De allí la necesidad, siempre manifiesta a lo largo de la época clasica, de preguntarse por el origen de los conocimientos. De hecho, estos análisis empíricos no se oponen al proyecto de una
mathesis
universal, como un escepticismo a un racionalismo; han estado implícitos en los requisitos de un saber que no se da ya como experiencia de lo Mismo, sino como establecimiento del Orden. En los dos extremos de la
episteme
clásica, se tiene pues una
mathesis
como ciencia del orden calculable y una
génesis
como análisis de la constitución de los órdenes a partir de series empíricas. Por un lado, se utilizan los símbolos de las posibles operaciones sobre las identidades y las diferencias; por el otro, se analizan las marcas progresivamente depositadas por la semejanza de las cosas y las vueltas de la imaginación. Entre la
mathesis
y la
génesis
se extiende la región de los signos —de los signos que atraviesan todo el dominio de la representación empírica, pero no la desbordan jamás. Limitado por el cálculo y la génesis, es el espacio del cuadro. En este saber, se trata de destinar un signo a todo lo que nuestra representación puede ofrecernos: percepciones, pensamientos, deseos; estos signos deben valer como caracteres, es decir, deben articular el conjunto de la representación en niveles distintos, separados unos de otros por rasgos asignables; autorizan así el establecimiento de un sistema simultáneo según el cual las representaciones enuncian su proximidad o su alejamiento, su vecindad y sus huidas —de allí la red que, fuera de la cronología, manifiesta su parentesco y restituye en un espacio permanente sus relaciones de orden. Sobre este modo se puede dibujar el cuadro de las identidades y de las diferencias.

Y en esta región nos encontramos con la
historia natural
—ciencia de los caracteres que articulan la continuidad de la naturaleza y su enmarañamiento. En esta región nos encontramos también con la
teoría de la moneda
y del
valor
—ciencia de los signos que autorizan el cambio y permiten establecer equivalencias entre las necesidades y los deseos de los hombres. Allí, por último, se aloja la
gramática general
, ciencia de los signos por medio de los cuales los hombres reagrupan la singularidad de sus percepciones y recortan el movimiento continuo de sus pensamientos. A pesar de sus diferencias, estos tres dominios han existido en la época clásica sólo en la medida en que el espacio fundamental del cuadro se ha instaurado entre el cálculo de las igualdades y la génesis de las representaciones.

Vemos que estas tres nociones —
mathesis, taxinomia, génesis
— no designan tanto dominios separados, como una red sólida de pertenencias que define la configuración general del saber en la época clásica. La
taxinomia
no se opone a la
mathesis
; se aloja en ella y se distingue de ella; ya que es también una ciencia del orden —una
mathesis
cualitativa. Sin embargo, entendida en sentido estricto, la
mathesis
es la ciencia de las igualdades y, por ello, de las atribuciones y de los juicios; es la ciencia de la
verdad
; la
taxinomia
, a su vez, trata de las identidades y de las diferencias, es la ciencia de las articulaciones y de las clases; es el saber acerca de los
seres
. De igual modo, la génesis se aloja en el interior de la
taxinomia
o, cuando menos, encuentra en ella su posibilidad primera. Pero la
taxinomia
establece el cuadro de las diferencias visibles; la génesis supone una serie sucesiva; la una trata los signos en su simultaneidad espacial, como una sintaxis; la otra los reparte en un
analogon
del tiempo, como una cronología. Con relación a la
mathesis
, la
taxinomia
funciona como una ontología frente a una apofántica; frente a la génesis, funciona como una semiología frente a una historia. Define, pues, la ley general de los seres y, al mismo tiempo, las condiciones bajo las cuales se les puede conocer. De allí el hecho de que la teoría de los signos, en la época clásica, haya podido servir de base a la vez a una ciencia de sesgo dogmático, que pretendía ser el conocimiento de la naturaleza misma, y a una filosofía de la representación que, en el transcurso del tiempo, fue convirtiéndose cada vez más en nominalista y cada vez más en escéptica. De allí también el hecho de que tal disposición haya desaparecido a tal punto que las épocas posteriores perdieran hasta la memoria de su existencia: pues después de la crítica kantiana y todo lo que ha pasado en la cultura occidental hasta fines del siglo xviii, se instauró una partición de tipo nuevo: por un lado la
mathesis
se reagrupó constituyendo una apofántica y una ontología; es ella la que, hasta nuestros días, ha reinado sobre las disciplinas formales; por el otro lado, la historia y la semiología (absorbida ésta por lo demás por aquélla) se han reunido en estas disciplinas de la interpretación que han desarrollado su poder desde Schleiermacher hasta Nietzsche y Freud.

En todo caso, es posible definir la
episteme
clásica, en su disposición más general, por el sistema articulado de una
mathesis
, de una
taxinomia
. y de un
análisis genético
. Las ciencias llevan siempre consigo el proyecto, aun cuando sea lejano, de una puesta exhaustiva en orden; señalan siempre también hacia el descubrimiento de los elementos simples y de su composición progresiva; y en su medio, son un cuadro, presentación de los conocimientos en un sistema contemporáneo de sí mismo. El centro del saber, en los siglos xvii y xviii, es el
cuadro
. Por lo que se refiere a los grandes debates que han ocupado la opinión, se alojan en forma muy natural en los pliegues de esta organización.

Es muy posible escribir una historia del pensamiento clásico tomando como puntos de partida o como temas estos debates. Pero con ello no se hará más que la historia de las opiniones, es decir, de las elecciones hechas según los individuos, los medios, los grupos sociales; y va implícito en ello todo un método de investigación. Si se quiere intentar un análisis arqueológico del saber mismo, no son pues estos célebres debates los que deben servir como hilo conductor y articular el propósito. Es necesario reconstituir el sistema general del pensamiento, cuya red, en su positividad, hace posible un juego de opiniones simultáneas y aparentemente contradictorias. Es esta red la que define las condiciones de posibilidad de un debate o de un problema, y es ella la que porta la historicidad del saber. Si el mundo occidental ha luchado por saber si la vida no es más que movimiento o si la naturaleza está ordenada a fin de probar la existencia de Dios, esto no se debe a que se haya abierto un problema; se debe a que, después de haber dispersado el círculo indefinido de los signos y de las semejanzas y antes de organizar las series de la causalidad y de la historia, la
episteme
de la cultura occidental ha abierto un espacio en cuadro que no deja de recorrer desde las formas calculables del orden hasta el análisis de las representaciones más complejas. Y este recorrido se percibe en el surco de la superficie histórica de los temas, de los debates, de los problemas y de las preferencias de opinión. Los conocimientos han atravesado de un cabo a otro un "espacio del saber" que fue dispuesto de golpe, en el siglo xvii, y que no debía cerrarse sino ciento cincuenta años más tarde.

Es necesario ahora hacer el análisis de este espacio en cuadro, allí donde aparece en la forma más clara, es decir, en la teoría del lenguaje, de la clasificación y de la moneda.

Quizá se objetará que el hecho mismo de querer analizar a la vez y de un solo golpe la gramática general, la historia natural y la economía, poniéndolas en relación con una teoría general de los signos y de la representación, supone una pregunta que sólo puede surgir en nuestro siglo. Es indudable que la época clásica, más que ninguna otra cultura, no pudo circunscribir o nombrar el sistema general de su saber. Pero este sistema ha sido lo bastante obligatorio para que las formas visibles de los conocimientos esbocen por sí mismas sus parentescos, como si los métodos, los conceptos, los tipos de análisis, las experiencias adquiridas, los espíritus y, por último, los hombres mismos se hubieran desplazado voluntariamente en una red fundamental que definía la unidad implícita, pero inevitable, del saber. La historia muestra mil ejemplos de estos desplazamientos. Trayecto tantas veces recorrido entre la teoría del conocimiento, la de los signos y la de la gramática: Port-Royal entregó su
Grammaire
como complemento y continuación natural de su
Logique
, con la que se enlaza por un análisis común de los signos; Condillac, Destutt de Tracy, Gerando, articularon uno sobre otro la descomposición del conocimiento en sus condiciones o "elementos" y la reflexión sobre estos signos, de la que el lenguaje no es más que la aplicación y el uso más visibles. Trayecto también entre el análisis de la representación y de los signos y el de la riqueza; Quesnay el Fisiócrata escribió un artículo, "Évidence", para la
Encyclopédie
; Condillac y Destutt han colocado en la línea de su teoría del conocimiento y del lenguaje la del comercio y de la economía que, para ellos, tenía tanto valor de política como de moral; se dice que Turgot escribió el artículo "Étymologie" de la
Encyclopédie y
el primer paralelo sistemático entre la moneda y las palabras; que Adam Smith escribió, además de su gran obra económica, un ensayo sobre el origen de las lenguas. Trayecto entre la teoría de las clasificaciones naturales y las del lenguaje: Adanson no sólo quiso crear una nomenclatura a la vez artificial y coherente en el dominio de la botánica; intentó (y en parte aplicó) toda una reorganización de la escritura en función de los datos fonéticos del lenguaje; Rousseau dejó entre sus obras postumas elementos de botánica y un tratado sobre el origen de las lenguas.

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