Read Las palabras y las cosas Online
Authors: Michel Foucault
1. Pero es necesario sacar en seguida un cierto número de con secuencias. La
primera
es que se ve bien cómo se dividen, en la época clásica, las ciencias del lenguaje: por un lado, la retórica, que trata de las
figuras
y de los
tropos
, es decir, de la manera en que el lenguaje se espacializa en los signos verbales; por el otro, la gramá tica, que trata de la articulación y del orden, es decir, de la manera en que se dispone el análisis de la representación según un orden sucesivo. La retórica define la espacialidad de la representación, tal como nace con el lenguaje; la gramática define, respecto de cada lengua, el orden que reparte esta espacialidad en el tiempo. Por ello, como se verá más adelante, la gramática supone la naturaleza retórica de los idiomas, aun de los más primitivos y los más espontáneos.
2. Por otra parte, la gramática, como reflexión sobre el lenguaje en general, manifiesta la relación que éste tiene con la universalidad. Esta relación puede recibir dos formas según que se tome en consideración la posibilidad de una
lengua universal
o de un
discurso universal
. En la época clásica, lo que recibe el nombre de lengua universal no es el idioma primitivo inmaculado y puro, que podría restablecer, si se le volvía a encontrar más allá de los castigos del olvido, el entendimiento anterior a Babel. Se trata de una lengua que sería susceptible de dar a cada representación y a cada elemento de cada representación el signo que pudiera marcarlos de una manera inequívoca; sería también capaz de indicar de qué manera se componen los elementos en una representación y cómo se ligan unos a otros; al estar en posesión de los instrumentos que permiten indicar todas las relaciones eventuales entre los segmentos de la representación, tendría por ello mismo la facultad de recorrer todos los órdenes posibles. A la vez característica y combinatoria, la lengua universal no restablece el orden de las épocas pasadas: inventa signos, una sintaxis, una gramática en la que debe encontrar su lugar todo orden concebible. En cuanto al discurso universal, tampoco es el texto único que conserva en la cifra de su secreto la clave que aclara todo saber; es más bien la posibilidad de definir la marcha natural y necesaria del espíritu desde las representaciones más simples hasta los más finos análisis o las combinaciones más complejas: este discurso es el saber puesto en el orden único que le prescribe su origen. Recorre todo el campo de los conocimientos, pero de modo subterráneo, en cierta forma, para hacer surgir la posibilidad de tales conocimientos a partir de la representación, para mostrar cómo nacen y poner en vivo el lazo natural, lineal y universal. Este común denominador, este fundamento de todos los conocimientos, este origen manifestado en un discurso continuo, es la Ideología, un lenguaje que duplica en toda su extensión el hilo espontáneo del conocimiento: "El hombre, por naturaleza, tiende siempre al resultado más cercano y más apremiante. Piensa, en primer lugar, en sus necesidades y después en sus placeres. Se ocupa de agricultura, de medicina, de guerra, de política práctica, después de poesía y de arte, antes de soñar con la filosofía; y desde que se vuelve hacia sí mismo y empieza a reflexionar, prescribe reglas a su juicio, la lógica, a sus discursos, la gramática, a sus deseos, la moral. Se cree entonces en la cima de la teoría"; pero se da cuenta de que todas estas operaciones tienen "una fuente común" y que "este centro único de todas las verdades es el conocimiento de sus facultades intelectuales".
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La Característica universal y la Ideología se oponen como la universalidad del lenguaje en general (despliega todos los órdenes posibles en la simultaneidad de un solo cuadro fundamental) y la universalidad de un discurso exhaustivo (reconstituye la génesis única y valedera para cada uno de todos los conocimientos posibles en su encadenamiento). Pero su proyecto y su posibilidad común residen en un poder que la época clásica otorga al lenguaje: el de dar signos adecuados a todas las representaciones, sean las que fueren, y de establecer entre ellas todos los lazos posibles. En la medida en que el lenguaje puede representar todas las representaciones, es con pleno derecho él elemento de lo universal. Debe haber un lenguaje, posible cuando menos, que recoja la totalidad del mundo en sus palabras y, a la inversa, el mundo, como totalidad de lo representable, debe poder convertirse, en su conjunto, en una enciclopedia. El gran sueño de Charles Bonnet reúne aquí lo que el lenguaje es en su lugar y en su pertenencia a la representación: "Me complazco en contemplar la multitud innumerable de los mundos como otros tantos libros cuya colección forma la inmensa biblioteca del universo o la verdadera enciclopedia universal. Concibo que la gradación maravillosa que hay entre estos mundos diferentes facilita a las inteligencias superiores, a las que les ha sido dado recorrerlos o más bien leerlos, la adquisición de verdades de todo género que encierra y pone en su conocimiento este orden y este encadenamiento que son su principal belleza. Pero estos enciclopedistas celestes no poseen todos en el mismo grado la enciclopedia del universo; unos no poseen más que algunas ramas; otros las poseen en número mayor, otros a su vez las apresan aún más; pero todos tienen la eternidad para aumentar y perfeccionar sus conocimientos y desarrollar todas sus facultades".
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Sobre el fondo de una enciclopedia absoluta, las humanas constituyen formas intermedias de universalidad compuesta y limitada: enciclopedias alfabéticas que alojan la mayor cantidad posible de conocimientos en el orden arbitrario de las letras; pasi- grafías que permiten transcribir según un mismo y único sistema de figuras todas las lenguas del mundo,
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léxicos polivalentes que establecen las sinonimias entre un número más o menos considerable de idiomas; por último, las enciclopedias razonadas que pretenden "exponer, en la medida de lo posible, el orden y encadenamiento de los conocimientos humanos", examinando "su genealogía y su filiación, las causas que los han hecho nacer y las características que los distinguen".
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Sea cual fuere el carácter parcial de todos estos proyectos, hayan sido las que fueren las circunstancias empíricas de su empresa, el fundamento de su posibilidad en la
episteme
clásica es que, si el ser del lenguaje estaba ligado a su funcionamiento en la representación, ésta a su vez no tenía otra relación con lo universal que no fuera por intermedio del lenguaje.
3. Conocimiento y lenguaje se entrecruzan estrictamente. Tienen el mismo origen y el mismo principio de funcionamiento en la representación; se apoyan uno en otro, se complementan y se critican sin cesar. En su forma más general, conocer y hablar consisten, en primer lugar, en analizar lo simultáneo de la representación, distinguir sus elementos, establecer las relaciones que los combinan, las posibles sucesiones de acuerdo con las cuales se puede desarrollarlos: en el mismo movimiento, el espíritu habla y conoce, "por los mismos procesos por los que se aprende a hablar se descubren los principios del sistema del mundo o el de las operaciones del espíritu humano, es decir, todo aquello que de sublime hay en nuestros conocimientos".
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Pero el lenguaje sólo es conocimiento en una forma irreflexionada; se impone del exterior a los individuos, que guía, de grado o por fuerza, hacia las nociones concretas o abstractas, exactas o poco fundadas; el conocimiento, por el contrario, es como un lenguaje en el que cada palabra habría sido examinada y cada relación verificada. Saber es hablar como se debe y como lo prescribe la marcha cierta del espíritu; hablar es saber como se puede y según el modelo que imponen quienes comparten el nacimiento. Las ciencias son idiomas bien hechos, en la medida misma en que los idiomas son ciencias sin cultivo. Así, pues, todo idioma está por rehacer: es decir, por explicar y juzgar a partir de este orden analítico que ninguno de ellos sigue con exactitud; y por reajustar eventualmente a fin de que la cadena de los conocimientos pueda aparecer con toda claridad, sin sombras ni lagunas. Así, pertenece a la naturaleza misma de la gramática el ser prescriptiva, no porque quiera imponer las normas de un lenguaje bello, fiel a las reglas del gusto, sino porque refiere la posibilidad radical de hablar al ordenamiento de la representación. Destutt de Tracy dijo un día que los mejores tratados de lógica del siglo xviii habían sido escritos por gramáticos: porque las prescripciones de la gramática eran de orden analítico y no estético.
Y esta pertenencia del idioma al saber nos entrega todo un campo histórico que no había existido en épocas precedentes. Se hace posible algo así como una historia del conocimiento. Pues si el lenguaje es una ciencia espontánea, oscuro para sí mismo y torpe —es a su vez perfeccionado por los conocimientos que no pueden depositarse en sus palabras sin dejar en ellas su huella y como el emplazamiento vacío de su contenido. Los idiomas, saber imperfecto, son la memoria fiel de su perfeccionamiento. Inducen a error, pero registran lo que se ha aprendido. En su desordenado orden, hacen surgir ideas falsas; pero las ideas verdaderas depositan en ellos la marca imborrable de un orden que el solo azar no habría podido disponer. Lo que nos dejan las civilizaciones y los pueblos como monumentos de su pensamiento, no son los textos, sino más bien los vocabularios y las sintaxis, los sonidos de sus idiomas más que las palabras pronunciadas, menos sus discursos que lo que los hizo posibles: la discursividad de su lenguaje. "El idioma de un pueblo nos da su vocabulario, y su vocabulario es una biblia bastante fiel de todos los conocimientos de ese pueblo; sólo por la comparación del vocabulario de una nación en épocas distintas, nos formaremos una idea de su progreso. Cada ciencia tiene su nombre, cada noción de la ciencia tiene el suyo, todo lo que se conoce de la naturaleza ha recibido una designación, lo mismo que lo que se ha inventado en las artes, y los fenómenos, las maniobras y los instrumentos."
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De allí, la posibilidad de hacer una historia de la libertad y de la esclavitud a partir de los idiomas,
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o aun una historia de las opiniones, de los prejuicios, de las supersticiones, de las creencias de todos los órdenes, sobre las cuales los escritos dan siempre un testimonio menos bueno que las palabras mismas.
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De allí también el proyecto de hacer una enciclopedia "de las ciencias y de las artes" que no seguirá el encadenamiento de los conocimientos mismos, sino que se alojará en la forma del lenguaje, en el interior del espacio abierto en las palabras; los tiempos venideros buscarán ahí necesariamente lo que nosotros sabemos o pensamos, pues las palabras, en su corte gastado, se reparten sobre esta línea medianera por la cual la ciencia se avecina a la percepción y la reflexión a las imágenes. En ello, lo que uno imagina se convierte en lo que sabe y, a la inversa, lo que sabe se convierte en lo que se representa todos los días. La vieja relación al
texto
, por medio de la cual el Renacimiento definía la erudición, se transforma ahora: en la época clásica se convierte en la relación con el puro elemento del idioma.
Vemos así aclararse el elemento luminoso en el cual se comunican con pleno derecho el lenguaje y el conocimiento, discurso bien hecho y saber, idioma universal y análisis del pensamiento, historia de los hombres y ciencias del lenguaje. Aun cuando estuviera destinado a la publicación, el saber del Renacimiento se disponía de acuerdo con un espacio cerrado. La "Academia" era un círculo cerrado que proyectaba a la superficie de las configuraciones sociales la forma esencialmente secreta del saber. Y la primera tarea de este saber era el hacer hablar a los signos mudos: debía reconocer sus formas, interpretarlas y retranscribirlas en otros trazos que, a su vez, debían ser descifrados; de suerte que aun el descubrimiento del secreto no escapaba a esta disposición sutil que lo había hecho a la vez tan difícil y tan precioso. En la época clásica, conocer y hablar se entremezclan en la misma trama: se trata, con respecto al saber y al lenguaje, de dar a la representación signos por medio de los cuales se la pueda desarrollar según un orden necesario y visible. Al ser enunciado, el saber del siglo xvi era un secreto aunque compartido. Al estar oculto, el de los siglos xvii y xviii es un discurso sobre el cual se ha corrido un velo. Pues pertenece a la naturaleza más original de la ciencia el entrar en el sistema de las comunicaciones verbales,
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y a la del lenguaje el ser conocimiento desde su primera palabra. Hablar, aclarar y saber son, en el sentido estricto del término,
de un mismo orden
. El interés que la época clásica pone en la ciencia, la publicidad de los debates, su carácter fuertemente esotérico, su apertura a lo profano, la astronomía a la manera de Fontenelle, Newton leído por Voltaire, no son, sin duda, más que un fenómeno sociológico. No provocó la menor alteración en la historia del pensamiento, no modificó una sola pulgada el devenir del saber. No explica nada, a no ser, desde luego, en el nivel doxográfico, donde es necesario situarlo en efecto; pero su condición de posibilidad está ahí, en esta pertenencia recíproca entre el saber y el lenguaje. Más tarde, el siglo xix, la desatará y logrará poner uno frente a otro, un saber cerrado sobre sí mismo y un lenguaje puro convertido, en su ser y su función, en enigmático —algo que, a partir de esta época, se llama
literatura
. Entre ambos se despliegan al infinito los idiomas intermediarios, derivados o, si se quiere, caídos, del saber lo mismo que de las obras.
4. Dado que se ha convertido en análisis y orden, el lenguaje anuda relaciones hasta ahora inéditas con el tiempo. El siglo xvi admitía que los idiomas se sucedían en la historia y podían engendrarse unos a otros. Los más antiguos eran las lenguas madres. La más arcaica de todas, por ser el idioma del Eterno al dirigirse a los hombres, era el hebreo que se consideraba había dado nacimiento al sirio y al árabe; después venía el griego, del que habían surgido el copto lo mismo que el egipcio; el latín tenía entre su filiación al italiano, al español y al francés; por último, del "teutónico" se derivaban el alemán, el inglés y el flamenco.
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A partir del siglo xvii, se invierte la relación del lenguaje con el tiempo: éste ya no deposita por turno las hablas en la historia del mundo; son los idiomas los que desarrollan las representaciones y las palabras según una sucesión cuya ley definen ellos mismos. Por este orden interno y este emplazamiento que reserva a las palabras, cada idioma define su especificidad, y no por su lugar en una serie histórica. El tiempo es, para el lenguaje, su modo interior de análisis; no es su lugar de nacimiento. De ahí, el poco interés que la época clásica pone en la filiación cronológica, al grado de negar, contra toda "evidencia" —se trata de la nuestra—, el parentesco del italiano o del francés con el latín.
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Las series que existían en el siglo xvi y que reaparecerán en el xix son sustituidas por tipologías. Y se trata de tipologías del orden. Hay un grupo de idiomas que coloca primero el sujeto del que se habla; después la acción ejecutada o sufrida por él; por último el agente sobre el cual se ejerce: ejemplos, el francés, el inglés, el español. Frente a él, está el grupo de los idiomas que hace "preceder ya la acción, ya el objeto, ya la modificación o la circunstancia": el latín, por ejemplo, o el "esclavón" en los cuales la función de la palabra no se indica por su lugar sino por su flexión. Por último, el tercer grupo está formado por los idiomas mixtos (como el griego o el teutónico) "que contienen a los otros dos, por tener un artículo y casos".
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Pero es necesario comprender que no es la presencia o la ausencia de flexiones lo que define, respecto de cada idioma, el orden posible o necesario de sus palabras. Es el orden, en cuanto análisis y alineamiento sucesivo de las representaciones, lo que forma lo previo y prescribe la utilización de declinaciones o artículos. Los idiomas que siguen el orden "de la imaginación y del interés" no determinan un lugar constante para las palabras: deben marcarlas por flexiones (se trata de los idiomas "transpositivos"). Si, a la inversa, siguen el orden uniforme de la reflexión, les basta con indicar, por medio de un artículo, el número y el género de los sustantivos; el lugar en el ordenamiento analítico tiene en sí un valor funcional: se trata de los idiomas "análogos”.
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Los idiomas están emparentados y se distinguen sobre el cuadro de los posibles tipos de sucesión. Cuadro que es simultáneo, pero que sugiere cuáles son las lenguas más antiguas: en efecto, puede admitirse que el orden más espontáneo (el de las imágenes y las pasiones) ha debido preceder al más reflexionado (el de la lógica): el fechamiento externo es fijado por las formas internas del análisis y del orden. El tiempo se ha convertido en algo interior al lenguaje.