Read Las palabras y las cosas Online
Authors: Michel Foucault
Y conocemos la importancia metodológica que tomaron estos espacios y estas distribuciones "naturales" para la clasificación, a fines del siglo XVIII, de las palabras, de las lenguas, de las raíces, de los documentos, de los archivos, en suma, para la constitución de todo un medio ambiente de la historia (en el sentido familiar del término) en el que el siglo XIX encontrara de nuevo, siguiendo este cuadro puro de las cosas, la posibilidad renovada de hablar sobre las palabras. Y de hablar no en el estilo del comentario, sino según un modo que se considerará tan positivo, tan objetivo, como el de la historia natural.
La conservación, cada vez más completa, de lo escrito, la instauración de archivos, su clasificación, la reorganización de las bibliotecas, el establecimiento de catálogos, de registros, de inventarios representan, a finales de la época clásica, más que una nueva sensibilidad con respecto al tiempo, a su pasado, al espesor de la historia, una manera de introducir en el lenguaje ya depositado y en las huellas que ha dejado un orden que es del mismo tipo que el que se estableció entre los vivientes. Y en este tiempo clasificado, en este devenir cuadriculado y espacializado emprenderán los historiadores del siglo XIX la tarea de escribir una historia finalmente "verdadera" —es decir, liberada de la racionalidad clásica, de su ordenamiento y de su teodicea, restituida a la violencia irruptora del tiempo.
Así dispuesta y entendida, la historia natural tiene como condición de posibilidad la pertenencia común de las cosas y del lenguaje a la representación; pero no existe como tarea sino en la medida en que las cosas y el lenguaje se encuentran separados. Así, pues, deberá reducir esta distancia para llevar al lenguaje lo más cerca posible de la mirada, y a las cosas miradas lo más cerca de las palabras. La historia natural no es otra cosa que la denominación de lo visible. De allí su aparente simplicidad y este modo que de lejos parece ingenuo, ya que la historia natural resulta simple e impuesta por la evidencia de las cosas. Se tiene la impresión de que con Toumefort, Linneo o Buffon se ha empezado a decir al fin lo que siempre había sido visible, pero que había permanecido mudo ante una especie de invencible distracción de la mirada. De hecho, no es una milenaria desatención lo que se disipa de pronto, sino que se constituye en todo su espesor un nuevo campo de visibilidad.
La historia natural no se hizo posible porque se haya mirado mejor y más de cerca. En sentido estricto, puede decirse que la época clásica se ingenió si no para ver lo menos posible, sí para restringir voluntariamente el campo de su experiencia. La observación, a partir del siglo XVII, es un conocimiento sensible repleto de condiciones sistemáticamente negativas. Desde luego, se excluye el hablar de oídas; pero se excluye también el gusto y el sabor, ya que por su incertidumbre, por su variabilidad, no permiten hacer un análisis de los elementos distintos que sea universalmente aceptable. Limitación muy estricta del tacto a la designación de algunas oposiciones muy evidentes (como las de lo liso y lo rugoso); privilegio casi exclusivo de la vista, que es el sentido de la evidencia y de la extensión y, en consecuencia, de un análisis
partes extra partes
admitido por todo el mundo; en el siglo XVIII, el ciego puede muy bien ser geómetra, pero no naturalista.
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Sin embargo, no todo lo que se ofrece a la mirada resulta utilizable: los colores, en particular, apenas pueden fundamentar comparaciones útiles. El campo de visibilidad en el que la observación va a tomar sus poderes no es más que el residuo de estas exclusiones: una visibilidad librada de cualquier otra carga sensible y pintada además de gris. Este campo define, mucho más que la recepción atenta a las cosas mismas, la posibilidad de la historia natural y de la aparición de sus objetos filtrados: líneas, superficies, formas, relieves.
Se dirá, quizá, que el uso del microscopio compensa estas restricciones; y que si se restringiera la experiencia sensible por el lado de sus márgenes más dudosos, se extendería hacia los nuevos objetos de una observación controlada técnicamente. De hecho, el mismo conjunto de condiciones negativas que limita el dominio de la experiencia, hace posible la utilización de los instrumentos de óptica. A fin de intentar una mejor observación a través de un lente, es necesario renunciar a conocer por medio de los otros sentidos o de oídas. Un cambio de escala al nivel de la mirada debe tener un valor mayor que las correlaciones entre los diversos testimonios que pueden suministrar las impresiones, las lecturas o las lecciones. Si el ajuste indefinido de lo visible en su propia extensión se ofrece mejor a la mirada por medio del microscopio, no está liberado. Y la mejor prueba de ello es, sin duda, que los instrumentos de óptica son utilizados sobre todo para resolver los problemas de la generalización: es decir, para descubrir cómo las formas, las disposiciones, las proporciones características de los individuos adultos y de su especie pueden trasmitirse a través de las edades, conservando su rigurosa identidad. El microscopio no ha sido llamado para rebasar los límites del dominio fundamental de visibilidad, sino para resolver uno de los problemas que plantea —la conservación de las formas visibles a lo largo de las generaciones. El uso del microscopio se funda en una relación no instrumental entre las cosas y los ojos. Relación que define la historia natural. ¿Acaso no decía Linneo que los
naturalia
, por oposición a los
coelestia
y a los
elementa
, estaban destinados a ofrecerse directamente a los sentidos?
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Y Tournefort consideraba que para conocer las plantas, "antes que escrutar cada una de sus variaciones con un escrúpulo religioso", resulta mejor analizarlas "tal como se presentan ante los ojos".
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Así, pues, observar es contentarse con ver. Ver sistemáticamente pocas cosas. Ver aquello que, en la riqueza un tanto confusa de la representación, puede ser analizado, reconocido por todos y recibir así un nombre que cualquiera podrá entender: "Todas las similitudes oscuras —dice Linneo— sólo son introducidas para vergüenza del arte".
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Las representaciones visuales, desplegadas en sí mismas, vacías de toda semejanza, limpias hasta de sus colores, van por fin a dar a la historia natural lo que constituye su objeto propio: mismo que ella hará pasar a esta lengua bien hecha que cree construir. Ese objeto es la extensión de la que están constituidos los seres de la naturaleza —extensión que puede ser afectada por cuatro variables. Y sólo por cuatro: forma de los elementos, cantidad de esos elementos, manera en que se distribuyen en el espacio los unos con relación a los otros, magnitud relativa de cada uno. Como decía Linneo, en un texto capital, "toda nota debe ser extraída del número, de la figura, de la proporción, de la situación". Por ejemplo, al estudiar los órganos sexuales de la planta será suficiente, aunque indispensable, con enumerar los estambres y el pistilo (o, en algún caso, con verificar su ausencia), con definir la forma que tienen, de acuerdo con qué figura geométrica están repartidos en la flor (círculo, hexágono, triángulo), qué tamaño tienen en relación con los otros órganos. Estas cuatro variables que se pueden aplicar de la misma manera a las cinco partes de la planta —raíces, tallos, hojas, flores, frutos— especifican lo bastante la extensión que se ofrece a la representación como para poder articularla en una descripción que sea aceptable para todos: ante el mismo individuo, cada quien podrá hacer la misma descripción; y, a la inversa, a partir de tal descripción cada quien podrá reconocer los individuos que pertenecen a ella. En esta articulación fundamental de lo visible, el primer enfrentamiento del lenguaje y las cosas podrá establecerse de una manera que excluye toda incertidumbre.
Cada parte, visiblemente distinta, de una planta o de un animal es, pues, descriptible en la medida en que puede tomar cuatro series de valores. Estos cuatro valores que afectan un órgano o un elemento cualquiera y lo determinan es lo que los botánicos llaman su
estructura
. "Por estructura de las partes de las plantas se entiende la composición y disposición de las piezas que forman su cuerpo."
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También permite describir lo que se ve de dos maneras que no son contradictorias ni exclusivas. El número y la magnitud pueden asignarse siempre por medio de una cuenta o de una medición; se puede así expresarlas en términos cuantitativos. En cambio, las formas y las disposiciones deben ser descritas por otros procedimientos: sea por la identificación con formas geométricas, sea por analogías que deben tener "la mayor evidencia".
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Así, se pueden describir ciertas formas bastante complejas a partir de su semejanza, muy visible, con el cuerpo humano, que sirve como una especie de reserva a los modelos de la visibilidad y sirve espontáneamente de articulación entre lo que se puede ver y lo que se puede decir.
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La estructura, al limitar y filtrar lo visible, le permite transcribirse al lenguaje. Gracias a ella, la visibilidad del animal o de la planta pasa entera al discurso que la recoge. Y, quizá, llegado al límite, pueda restituirse a sí misma a la mirada a través de las palabras, como en los caligramas botánicos que soñaba Linneo.
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Quería que el orden de la descripción, su repartición en parágrafos y hasta sus modalidades tipográficas reprodujeran la figura de la planta misma. Que el texto, en sus formas, disposición y cantidad variables, tuviera una estructura vegetal. "Es hermoso seguir la naturaleza: pasar de la raíz a los tallos, a los peciolos, a las hojas, a los pedúnculos, a las flores." Sería necesario separar la descripción en tantos apartes como partes existen en la planta, que se imprimiera con tipos gruesos lo que se refiera a las partes principales, y en letra pequeña el análisis de las "partes de partes". Se añadirá lo que por lo demás se conoce de la planta a la manera de un dibujante que completa su esbozo con juegos de luz y de sombra: "el sombreado contendrá exactamente toda la historia de la planta, como sus nombres, su estructura, su conjunto exterior, su naturaleza, su uso". Traspuesta al lenguaje, la planta viene a grabarse en él y, bajo los ojos del lector, recompone su forma pura. El libro se convierte en el herbario de las estructuras. Y que no se diga que no es más que la fantasía de un sistemático que no representa la historia natural en toda su extensión. En Buffon, que fue un adversario constante de Linneo, existe la misma estructura y desempeña el mismo papel: "El método de inspección se efectuará sobre la forma, la magnitud, las diferentes partes, su número, su posición, sobre la sustancia misma de la cosa."
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Buffon y Linneo ponen la misma rejilla; su mirada ocupa la misma superficie de contacto sobre las cosas; las mismas casillas negras dejan un lugar a lo invisible; se ofrecen a las palabras los mismos terrenos claros y distintos.
Por medio de la estructura, lo que la representación da confusamente y en la forma de la simultaneidad, es analizado y ofrecido así al desarrollo lineal del lenguaje. En efecto, la descripción es con respecto al objeto que se ve, lo que la proposición con respecto a la representación que expresa: su ponerse en serie, elemento tras elemento. Pero recordemos que el lenguaje, en su forma empírica, implicaba una teoría de la proposición y otra de la articulación. En sí misma, la proposición permanece vacía; en cuanto a la articulación, ésta no formaba en verdad el discurso sino a condición de estar ligada por la función evidente o secreta del verbo
ser
. La historia natural es una ciencia, es decir, una lengua, pero fundada y bien hecha: su desarrollo preposicional es, con todo derecho, una articulación; el poner en serie lineal los elementos recorta la representación sobre un modo evidente y universal. En tanto que una misma representación puede dar lugar a un número considerable de proposiciones, pues los nombres que la llenan la articulan de modos diferentes, un solo y único animal, una sola y única planta, serán descritos de la misma manera, en la medida en que la estructura reine de la representación al lenguaje. La teoría de la
estructura
que recorre, en toda su extensión, la historia natural de la época clásica, sobrepone, en una sola y única función, los papeles que desempeñan en el lenguaje la
proposición
y la
articulación.
Por ello, liga la posibilidad de una historia natural a la
mathesis
. En efecto, remite todo el campo de lo visible a un sistema de variables, cuyos valores pueden ser asignados, todos ellos, si no por una cantidad, sí por lo menos por una descripción perfectamente clara y siempre acabada. Así, pues, se puede establecer, entre los seres naturales, un sistema de identidades y el orden de las diferencias. Adanson consideraba que algún día se podría tratar la botánica como una ciencia rigurosamente matemática y que sería factible plantear los problemas como se hace en álgebra o en geometría: "encontrar el punto más sensible que establece la línea de separación o de discusión entre la familia de las escabiosas y la de los caprifolios"; o aun encontrar un género conocido de plantas (natural o artificial, esto no importa) que esté en el justo medio entre la familia de las apocináceas y la de la borraja.
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La gran proliferación de los seres por la superficie del globo puede entrar, gracias a la estructura, a la vez en la sucesión de un lenguaje descriptivo y en el campo de una
mathesis
que será ciencia general del orden. Y esta relación constitutiva, tan compleja, se instaura en la aparente simplicidad de un
visible descrito.
Todo esto tiene una gran importancia para la definición de la historia natural según su objeto. Éste es dado por las superficies y las líneas, no por funcionamientos o tejidos invisibles. La planta y el animal se ven menos en su unidad orgánica que por el corte visible de sus órganos. Son patas y cascos, flores y frutos, antes de ser (espiración o líquidos internos. La historia natural recorre un espacio de variables visibles, simultáneas, concomitantes, sin relación interna de subordinación o de organización. La anatomía, en los siglos XVII y XVIII, ha perdido el papel rector que tenía desde el Renacimiento y que volverá a tener en la época de Cuvier; no se trata de que la curiosidad haya disminuido entretanto, ni de que el saber haya retrocedido, sino de que la disposición fundamental de lo visible y lo enunciable no pasa ya por el espesor del cuerpo. De allí, la precedencia epistemológica de la botánica: el espacio común a las palabras y a las cosas constituía para las plantas una reja mucho más acogedora, mucho menos "negra" que para los animales; en la medida en que muchos órganos constitutivos son visibles sobre la planta y no lo son entre los animales, el conocimiento taxinómico a partir de variables inmediatamente perceptibles ha sido mucho más rico y coherente en el orden botánico que en el orden zoológico. Es necesario, pues, regresar a lo que se dice por lo común: el que se haya hecho un examen de los métodos de clasificación no se debe a que durante los siglos XVII y XVIII haya habido un interés por la botánica. Sino que, dado que no se podía saber y decir a no ser en un espacio taxinómico de visibilidad, el conocimiento de las plantas debía llevar al de los animales.