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Authors: Michel Foucault

Las palabras y las cosas (26 page)

BOOK: Las palabras y las cosas
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Así, pues, la historia natural supone, para poder existir como ciencia, dos conjuntos: uno de ellos está constituido por la red continua de los seres; esta continuidad puede tomar diversas formas espaciales; Charles Bonnet la piensa o bien bajo la forma de una gran escala lineal cuyas extremidades son una muy simple y la otra muy complicada, y que tiene en el centro una estrecha región media, única que nos ha sido develada, o bien bajo la forma de un tronco central del que partirían de un lado una rama (la de los mariscos con los cangrejos de mar y río como ramificación complementaria) y del otro la serie de los insectos que abrace insectos y ranas;
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Buffon define esta misma continuidad "como una gran trama o, más bien, como un haz que de intervalo en intervalo hace brotar ramas laterales para reunirse con haces de otro orden";
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Pallas sueña con una figura poliédrica;
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J. Hermann quería constituir un modelo de tres dimensiones compuesto por hilos que, partiendo todos de un punto común, se separaran unos de otros "extendiéndose por un gran número de ramas laterales", para después reunirse de nuevo,
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De estas configuraciones espaciales que describen, cada una a su manera, la continuidad taxinómica, se distingue la serie de los acontecimientos; ésta es discontinua y diferente en cada uno de sus episodios, pero su conjunto no puede esbozar sino una línea simple que es la del tiempo (y que puede concebirse como recta, quebrada o circular). En su forma concreta y en el espesor que le es propio, la naturaleza entera se aloja entre la capa de la taxinomia y la línea de las revoluciones. Los "cuadros" que forma bajo la mirada de los hombres y que el discurso de la ciencia está encargado de recorrer, son los fragmentos de la gran superficie de especies vivas, tal como ha sido recortada, revuelta y congelada entre dos vueltas del tiempo.

Vemos cómo resulta superficial el oponer, como dos opiniones diferentes y rivales en sus opciones fundamentales, un "fijismo" que se contenta con clasificar los seres de la naturaleza en un cuadro permanente, y una especie de "evolucionismo" que sostendría una historia inmemorial de la naturaleza y una profunda presión de seres a través de su continuidad. La solidez sin lagunas de una red de especies y de géneros y la serie de los acontecimientos que la han roto forman parte, en un mismo nivel, de la base epistemológica a partir de la cual fue posible en la época clásica un saber como historia natural. No son dos maneras distintas de percibir la naturaleza radicalmente opuestas, ya que están comprometidas en elecciones filosóficas más viejas y más fundamentales que cualquier ciencia; son dos exigencias simultáneas en la red arqueológica que define el saber de la naturaleza durante la época clásica. Pero estas dos exigencias son complementarias y, por ello, irreductibles. La serie temporal no puede integrarse a la gradación de los seres. Las épocas de la naturaleza no prescriben el
tiempo
interior de los seres y de su continuidad; dictan las
intemperies
que no han dejado de dispersarlos, de destruirlos, de mezclarlos, de separarlos, de entrelazarlos. No hay y no puede haber ni siquiera la sospecha de un evolucionismo o de un transformismo en el pensamiento clásico; pues el tiempo nunca es concebido como principio de desarrollo para los seres vivos en su organización interna; sólo se lo percibe a título de revolución posible en el espacio exterior en el que viven.

6. MONSTRUOS Y FÓSILES

Se nos objetará que, mucho antes de Lamarck, hubo todo un pensamiento de tipo evolucionista. Que su importancia fue grande a mediados del siglo XVIII hasta que Cuvier señala su detención. Que Bonnet, Maupertuis, Diderot, Robinet y Benoit de Maillet articularon muy claramente la idea de que las formas vivas pueden pasar de unas a otras, que las especies actuales son sin duda el resultado de transformaciones antiguas y que todo el mundo vivo se dirige, quizá, hacia un punto futuro, en tal grado que no puede asegurarse de ninguna forma viva que haya sido adquirida definitivamente y esté estabilizada para siempre. De hecho, tales análisis son incompatibles con lo que actualmente entendemos como pensamiento evolucionista. En efecto, su propósito es el cuadro de las identidades y de las diferencias en la serie de acontecimientos sucesivos. Y para pensar la unidad de este cuadro y de esta serie sólo tiene dos medios a su disposición.

El primero consiste en integrar la serie de las sucesiones con la continuidad de los seres y su distribución en cuadro. Todos los seres que la taxinomia ha dispuesto en una simultaneidad ininterrumpida están, pues, sometidos al tiempo. No en el sentido de que la serie temporal haya hecho nacer una multiplicidad de especies que una mirada horizontal podría disponer luego de acuerdo con un cuadriculado clasificador, sino en el sentido de que todos los puntos de la taxinomia están afectados por un índice temporal, de suerte que la "evolución" no es más que el desplazamiento solidario y general de la escala, desde el primero hasta el último de sus elementos. Este sistema es el de Charles Bonnet. Implica, en primer lugar, que la cadena de los seres, tendida a través de una serie innumerable de anillos hacia la perfección absoluta de Dios, no la alcanza actualmente;
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que todavía es infinita la distancia entre Dios y la menos defectuosa de las criaturas; y que, en esta distancia quizá infranqueable, no deja de avanzar hacia una perfección mayor toda la trama ininterrumpida de los seres. Implica también que esta "evolución" mantiene intacta la relación que existe entre las diferentes especies: si una de ellas, al perfeccionarse, alcanza el grado de complejidad que posee de antemano la del grado inmediatamente superior, ésta sin embargo no se reúne con aquélla, pues, llevada por el mismo movimiento, ha tenido que perfeccionarse en una proporción equivalente: "Habrá un progreso continuo y más o menos lento de todas las especies hacia una perfección superior, de modo que todos los grados de la escala serán continuamente variables en una relación determinada y constante… El hombre, trasportado a una morada más adecuada a la eminencia de sus facultades, dejará al mono y al elefante ese primer lugar que ocupaba entre los animales de nuestro planeta… Habrá Newtons entre los monos y Vaubans entre los castores. Las ostras y los pólipos serán, en relación con las especies más elevadas, lo que los pájaros y los cuadrúpedos son con respecto al hombre".
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Este "evolucionismo" no es una manera de concebir la aparición de los seres unos a partir de los otros; es, en realidad, una manera de generalizar el principio de continuidad y la ley que quiere que los seres formen una capa sin interrupción. Añade, en un estilo leibniziano,
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el continuo del tiempo al continuo del espacio y a la infinita multiplicidad de los seres, el infinito de su perfeccionamiento. No se trata de una jerarquización progresiva, sino del desarrollo constante y global de una jerarquía ya instaurada. Lo que supone, en última instancia, que el tiempo, lejos de ser un principio de la
taxinomia
, no es más que uno de sus factores. Y que está preestablecido lo mismo que todos los otros valores tomados por todas las otras variables. Así, pues, es necesario que Bonnet sea pre- formacionista —y esto en un grado mucho mayor que lo que nosotros comprendemos, a partir del siglo XIX, por "evolucionismo"; está obligado a suponer que los avalares o las catástrofes del globo han sido dispuestos de antemano como otras tantas ocasiones para que la cadena infinita de los seres se acabe en el sentido de un mejoramiento infinito: "Estas evoluciones han estado previstas e inscritas en los gérmenes de los animales desde el primer día de la creación. Pues estas evoluciones están ligadas con las revoluciones en todo el sistema solar que Dios ha ordenado de antemano". El mundo entero ha sido larva; hélo aquí crisálida; un día, sin duda alguna, se convertirá en mariposa.
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Y todas las especies serán arrastradas de la misma manera por esta gran mudanza. Como vemos, tal sistema no es un evolucionismo que empiece por trastornar el viejo dogma de la fijeza; es una
taxinomia
que implica, además, al tiempo. Una clasificación generalizada.

La otra forma de "evolucionismo" consiste en hacer que el tiempo desempeñe un papel del todo opuesto. Ya no sirve para desplazar sobre la línea finita o infinita del perfeccionamiento el conjunto del cuadro clasificador, sino para hacer aparecer, unos tras otros, todos los casos que, juntos, formarán la red continua de las especies. Hace tomar sucesivamente a las variables de lo vivo todos los valores posibles: es un ejemplo de una caracterización que se hace poco a poco y como elemento tras elemento. Las semejanzas o las identidades parciales que sostienen la posibilidad de una
taxinomia
serían pues las marcas expuestas en el presente de un solo y mismo ser vivo, que persiste a través de los avatares de la naturaleza y llena así todas las posibilidades que el cuadro taxinómico deja abiertas. Por ejemplo, como observa Benolt de Maillet, si las aves tienen alas como los peces aletas, es porque fueron, en la época del gran reflujo de las aguas primigenias, besugos que se quedaron en seco o delfines que pasaron para siempre a una patria aérea. "El semen de estos peces, llevado por las salinas, puede haber dado lugar a la primera transmigración de la especie de su habitación marítima a la terrestre. Aunque hayan perecido cien millones sin haber podido aclimatarse, fue suficiente con que dos pudieran hacerlo para que surgiera la especie."
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Los cambios en las condiciones de vida de los seres vivos parecen entrañar tanto ahí como en ciertas formas de evolucionismo, la aparición de especies nuevas. Pero el modo de acción del aire, del agua, del clima, de la tierra sobre los animales no es el de un medio sobre una función y sobre los órganos en los que se cumple; los elementos exteriores sólo intervienen a título de ocasión para hacer aparecer un
carácter
. Y esta aparición, siempre y cuando esté cronológicamente condicionada por tal acontecimiento del globo, se hace posible
a priori
por el cuadro general de las variables que define todas las formas eventuales de lo vivo. El semievolucionismo del siglo XVIII parece presagiar tanto la variación espontánea del carácter, tal como la encontramos en Darwin, como la acción positiva del medio, tal como la describirá Lamarck. Pero esto es una ilusión retrospectiva: para esta forma de pensamiento, en efecto, la sucesión del tiempo no puede dibujar nunca más que la línea a lo largo de la cual se suceden todos los valores posibles de las variables preestablecidas. Y, en consecuencia, es necesario definir un principio de modificación interior del ser vivo que le permita, al presentarse una peripecia natural, el tomar un carácter nuevo.

Así, pues, nos encontramos ante un nuevo punto de elección: ya sea suponer en lo viviente una aptitud espontánea para cambiar de forma (o, cuando menos, para adquirir a través de las generaciones un carácter ligeramente diferente del que se había dado originalmente; tanto que terminará, poco a poco, por hacerse irreconocible), ya sea también el atribuirle la búsqueda oscura de una especie terminal que poseerá los caracteres de todas aquellas que la han precedido, pero con un grado más alto de complejidad y de perfección.

El primer sistema es el de los errores al infinito —tal como lo encontramos en Maupertuis. El cuadro de las especies que la historia natural puede establecer habría sido adquirido, pieza por pieza, por el equilibrio constante en la naturaleza, entre una memoria que asegura la continuidad (mantiene a las especies en el tiempo y en la semejanza de una a otra) y una tendencia a la desviación que asegura, a la vez, la historia, las diferencias y la dispersión. Maupertuis supone que las partículas de materia están dotadas de actividad y de memoria. Atraídas unas por otras, las menos activas forman sustancias minerales; las más activas dibujan el cuerpo, más complejo, de los animales. Estas formas, que se deben a la atracción y al azar, desaparecen cuando no pueden subsistir. Las que se conservan dan nacimiento a nuevos individuos, cuya memoria mantiene los caracteres de la pareja progenitora. Y esto sigue siendo así hasta que una desviación de las partículas —un azar— hace nacer una nueva especie que la fuerza obstinada del recuerdo mantiene a su vez: "La diversidad infinita de los animales provendría de repetidos rodeos".
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Así, cada vez más de cerca, los seres vivos adquieren por variaciones sucesivas todos los caracteres que conocemos de ellos, y la capa coherente y sólida que forman no es, cuando se les ve en la dimensión del tiempo, más que el resultado fragmentario de un continuo mucho más cerrado, mucho más acabado: un continuo tejido por un número incalculable de pequeñas diferencias olvidadas o abortadas. Las especies visibles que se ofrecen a nuestro análisis han sido recortadas sobre el fondo incesante de monstruosidades que aparecen, centellean, caen al abismo, y a veces, se mantienen. Y aquí está el punto fundamental: la naturaleza sólo tiene una historia en la medida en que es susceptible de una continuidad. Por tomar, por turno, todos los caracteres posibles (cada valor de todas las variables) se presenta bajo la forma de la sucesión.

No corre distinta suerte el sistema inverso del prototipo y de la especie terminal. En este caso, hay que suponer, con J. B. Robinet, que la continuidad no está asegurada por la memoria, sino por un proyecto. Proyecto de un ser complejo hacia el que se encamina la naturaleza a partir de elementos simples que compone y arregla poco a poco: "Al principio, los elementos se combinan. Un pequeño número de principios simples sirve de base a todos los cuerpos"; son éstos los que presiden exclusivamente la organización de los minerales; después "la magnificencia de la naturaleza" no deja de aumentar "hasta llegar a los seres que pasean sobre la superficie del globo"; "la variación de los órganos en cuanto al número, el tamaño, la finura, la textura interna, la figura externa, da nuevas especies que se dividen y subdividen hasta el infinito por nuevos arreglos".
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Y así sucesivamente hasta llegar al arreglo más complejo que conocemos. De suerte que toda la continuidad de la naturaleza se aloja entre un prototipo, absolutamente arcaico, enterrado más profundamente que cualquier historia, y la complicación extrema de este modelo, tal como se puede observar, cuando menos sobre el globo terrestre, en la persona del ser humano.
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Entre estos dos extremos existen todos los grados posibles de complejidad y de combinación: como una inmensa serie de ensayos, algunos de los cuales han persistido bajo la forma de especies constantes y otros de los cuales han sido absorbidos. Los monstruos no pertenecen a otra "naturaleza" que las especies mismas: "Creemos que las formas más extrañas en apariencia… pertenecen necesaria y esencialmente al plan universal del ser; que son metamorfosis del prototipo, tan naturales como las otras, ya sea que nos ofrezcan fenómenos diferentes o que sirvan de paso a las formas vecinas; que preparan y ordenan las combinaciones que las siguen, del mismo modo que ellas son ordenadas por las que las preceden; que contribuyen al orden de las cosas, lejos de perturbarlo. Quizá la naturaleza sólo llega a producir seres más regulares y una organización más simétrica a fuerza de seres".
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Tanto en Robinet como en Maupertuis, la sucesión y la historia sólo son, con respecto a la naturaleza, medios de recorrer la trama de las variaciones infinitas de las que es susceptible. Así, pues, no es el tiempo ni la duración el que asegura, a través de la diversidad de los medios, la continuidad y la especificación de los seres vivos; sino que, sobre el fondo continuo de todas las variaciones posibles, el tiempo dibuja un recorrido en el cual los climas y la geografía sólo toman en cuenta las regiones privilegiadas y destinadas a mantenerse. El continuo no es el surco visible de una historia fundamental en la que un mismo principio vivo lucharía como un medio variable. Pues el continuo precede al tiempo. Es su condición. Y con relación a él, la historia no puede desempeñar más que un papel negativo: cuenta y hace subsistir o descuida y deja desaparecer.

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