Authors: Christopher Paolini
Cuando estemos allí, intentaremos abrir la Cripta de las Almas para descubrir qué secretos contiene. Si es una trampa… —Se encogió de hombros—. Entonces lucharemos.
Arya estaba más y más preocupada con cada momento que pasaba.
—La roca de Kuthian… Es como si ese nombre tuviera importancia, pero no sé por qué; es como un eco en mi mente, como una canción que supiera y que ya se me hubiera olvidado. —Meneó la cabeza y se llevó las manos a las sienes—. Ah, ya se me ha olvidado… —Levantó la cabeza—. Perdonad. ¿De qué estábamos hablando?
—De ir a Vroengard —dijo Eragon muy despacio.
—Ah, sí… Pero ¿para qué? Aquí te necesitamos, Eragon. En cualquier caso, no queda nada de valor en Vroengard.
No
—dijo Glaedr—.
Es un lugar muerto y abandonado. Después de la destrucción de Doru Araeba, los pocos que conseguimos escapar regresamos para llevarnos lo que pudiera tener alguna utilidad, pero los Trece Apóstatas no habían dejado nada.
Arya asintió con la cabeza.
—¿Y quién te ha metido esta idea en la cabeza? No comprendo que puedas creer que abandonar a los vardenos ahora, cuando más vulnerables son, sea sensato. ¿Y para qué? Para volar al otro extremo de Alagaësia sin ningún motivo. Tenía un mejor concepto de ti… No puedes marcharte por el simple hecho de que te sientas incómodo con tu nueva posición, Eragon.
El chico desconectó su mente de la de Arya y Glaedr, y le hizo un gesto a Saphira para que hiciera lo mismo.
¡No lo recuerdan!… ¡No pueden recordarlo!
Es magia. Una magia poderosa, como el hechizo que oculta los nombres de los dragones que traicionaron a los Jinetes.
Pero tú no te has olvidado de la roca de Kuthien, ¿verdad?
Por supuesto que no
—repuso ella, cuya mente chispeó con un tono verdoso y enojado—.
¿Cómo podría hacerlo con el vínculo tan estrecho que tenemos?
Eragon sintió un alarmante vértigo al darse cuenta de lo que eso significaba.
Para ser efectivo, el hechizo tiene que borrar los recuerdos de todo aquel que sepa de la existencia de la roca, y también los de cualquiera que oiga o lea algo referente a ella. Lo cual significa… que toda Alagaësia se encuentra bajo ese hechizo. Nadie puede escapar de él.
Excepto nosotros.
Excepto nosotros
—asintió Eragon—.
Y los hombres gato.
Y, quizá, Galbatorix.
Eragon se estremeció. Se sentía como si un ejército de heladas arañas de cristal le estuviera trepando por la espalda. La dimensión de ese hechizo le daba pavor, y lo hacía sentir pequeño y vulnerable.
Nublar las mentes de elfos, enanos, humanos y dragones, y hacerlo sin levantar la más mínima sospecha, era una gesta tan difícil que dudaba que se pudiera lograr a través de un trabajo o un ardid deliberado. Más bien le parecía que una cosa así solo se podía conseguir por instinto, pues un conjuro como ese era demasiado complejo para ponerlo en palabras.
Tenía que averiguar quién era el responsable de la manipulación de todas las mentes de Alagaësia, y por qué lo había hecho. Si se trataba de Galbatorix, entonces quizá Solembum tuviera razón y la derrota de los vardenos fuera inevitable.
¿Crees que esto ha sido obra de los dragones, igual que fueron los responsables del Destierro de los Nombres?
—preguntó.
Saphira tardó un poco en responder.
Quizá. Pero, tal como te dijo Solembum, hay muchos poderes en Alagaësia. Hasta que vayamos a Vroengard no sabremos con certeza si se trata de una cosa u otra.
Si es que lo averiguamos.
Sí.
Eragon se pasó una mano por el pelo. De repente se sentía profundamente cansado.
¿Por qué todo tiene que ser tan difícil?
—se preguntó.
Porque
—repuso Saphira—
todo el mundo quiere comer y nadie quiere ser comido.
Eragon se rio, divertido con su respuesta.
A pesar de lo deprisa que él y Saphira habían intercambiado sus pensamientos, su conversación fue lo bastante larga para que Arya y Glaedr se dieran cuenta.
—¿Por qué has desconectado tu mente de nosotros? —preguntó Arya, mirando hacia una de las paredes de la tienda, la que quedaba más cerca de Saphira—. ¿Es que pasa algo?
Pareces conmocionado
—añadió Glaedr.
—Quizá porque lo estoy —respondió Eragon, que sonrió sin alegría.
Arya lo miró con expresión preocupada. Eragon se acercó al catre y se sentó. Bajó los brazos y los dejó colgando entre las rodillas. Se quedó callado un momento para empezar a hablar en el idioma de los elfos y de la magia. Dijo:
—¿Confiáis en Saphira y en mí?
Se hizo un silencio brevísimo, para alivio de Eragon.
—Sí —contestó Arya, también en el idioma antiguo.
Yo también
—contestó Glaedr.
¿Lo digo yo o lo dices tú?
—le preguntó Eragon a Saphira.
Tú quieres decírselo, pues díselo.
Eragon miró a Arya. Luego, y todavía con el idioma antiguo, les dijo:
—Solembum me ha dicho el nombre de un lugar, un lugar que se encuentra en Vroengard, donde Saphira y yo quizás encontremos algo o alguien que nos ayude a derrotar a Galbatorix. Pero ese nombre está hechizado. Cada vez que os lo digo, lo olvidáis. —Arya se mostró asombrada—. ¿Me creéis?
—Yo te creo —dijo la elfa, seria.
Yo creo que tú crees lo que dices
—gruñó Glaedr—.
Pero eso no significa necesariamente que sea así.
—¿De qué otra manera puedo demostrarlo? Si te digo el nombre o comparto mis recuerdos contigo, lo olvidarás. Puedes preguntarle a Solembum, pero ¿de qué serviría?
¿Que de qué serviría? Para empezar, podremos comprobar que no has sido engañado por algo que parecía ser Solembum. Y en cuanto al hechizo, quizás haya una manera de demostrar su existencia.
Llama al hombre gato, y veremos qué es lo que se puede hacer.
¿Lo haces tú?
—le pidió Eragon a Saphira, pues pensó que Solembum se resistiría menos si se lo pedía Saphira.
Al cabo de un momento, notó que la mente de la dragona buscaba por el campamento y luego percibió el contacto de la conciencia de Solembum con la de Saphira. Después de una rápida comunicación sin palabras, la dragona anunció:
Ya viene.
Esperaron en silencio. Eragon clavaba la mirada en las palmas de las manos mientras confeccionaba mentalmente una lista de cosas que necesitaría para el viaje a Vroengard.
Cuando Solembum apartó la cortina de la puerta y entró, Eragon se sorprendió al ver que ahora había adoptado su forma humana: la de un joven insolente de ojos oscuros. Con la mano izquierda sujetaba una pata de ganso asado que iba mordisqueando, y tenía los labios y la barbilla manchados de grasa, igual que el pecho, que llevaba descubierto. Mientras daba otro mordisco, Solembum hizo un gesto con la cabeza en dirección al trozo de tierra donde se encontraba enterrado el corazón de corazones de Glaedr.
¿Qué quieres, Aliento de Fuego?
—preguntó.
¡Saber si eres quien pareces ser!
—repuso Glaedr.
De inmediato, la conciencia del dragón rodeó a Solembum ejerciendo una gran presión sobre él, como si un mar de nubes negras se hubiera cerrado sobre una llama brillante. La fuerza del dragón era inmensa. Eragon sabía por experiencia personal que muy pocos podían soportarla.
Solembum soltó un maullido ahogado y escupió la carne que tenía en la boca al tiempo que daba un salto hacia atrás, como si acabara de pisar una víbora. Luego se quedó quieto, temblando y mostrando los dientes. Sus leonados ojos tenían una expresión de furia tal que Eragon apoyó la mano en la empuñadura de
Brisingr
, por si acaso. La llamita se achicó pero aguantó como un diminuto punto de luz blanca en medio de la tempestad. Al cabo de un minuto, la tempestad amainó y los nubarrones se retiraron, aunque no desaparecieron por completo.
Te pido disculpas, hombre gato
—dijo Glaedr—,
pero tenía que estar seguro.
Solembum bufó y el cabello se le erizó de tal manera que parecía un cardo.
Si tuvieras cuerpo, anciano, te cortaría la cola por lo que has hecho.
¿Tú, gatito? No conseguirías más que hacerme cuatro rasguños.
Solembum volvió a bufar. Luego dio media vuelta y caminó con paso lento y cadencioso hacia la puerta.
Espera
—dijo Glaedr—.
¿Le hablaste a Eragon de ese lugar en Vroengard, el lugar de los secretos que nadie recuerda?
El hombre gato se detuvo y, sin darse la vuelta, levantó la pata de ganso por encima de la cabeza e hizo un gesto de desdén con ella.
Con un gruñido, dijo:
—Sí.
¿Y le dijiste en qué página del Domia abr Wyrda encontraría información sobre ese lugar?
Eso parece, pero no lo recuerdo, y espero que sea lo que sea lo que haya en Vroengard te chamusque los bigotes y te queme las patas.
La pesada cortina de lona se cerró con un chasquido cuando el hombre gato salió. Luego, su pequeña figura se difuminó en las sombras, como si nunca hubiera existido.
Eragon se puso en pie y dio una patada a la pata de ganso para sacarla de la tienda.
—No deberías haber sido tan rudo con él —dijo Arya.
No tenía alternativa
—afirmó Glaedr.
—¿De verdad? Le hubieras podido pedir permiso primero.
¿Y darle, así, la oportunidad de que se prepare? No. Ya está hecho. Déjalo, Arya.
—No puedo. Le has herido en su orgullo. Deberías intentar aplacarlo. Puede ser peligroso tener a un hombre gato de enemigo.
Todavía es más peligroso tener a un dragón de enemigo. Déjalo, elfa.
Eragon, preocupado, cruzó una mirada con Arya. El tono de Glaedr lo preocupaba, y se daba cuenta de que a ella le sucedía lo mismo.
Pero él no sabía qué hacer al respecto.
Bueno, Eragon
—dijo el dragón dorado—,
¿me permites que examine los recuerdos de tu conversación con Solembum?
—Si quieres…, pero ¿por qué? Los olvidarás igualmente.
Puede que sí, puede que no. Ya veremos
. —Y, dirigiéndose a Arya, le pidió—.
Separa tu mente de las nuestras, y no permitas que los recuerdos de Eragon rocen tu conciencia.
—Como desees, Glaedr-elda.
Entonces Eragon sintió que las melodías de la mente de Arya se alejaban. Al cabo de un momento, esas extrañas notas dejaron paso a un absoluto silencio. Glaedr volvió a dirigir su atención a Eragon.
Muéstramelos
—le ordenó.
Eragon, sin hacer caso del nerviosismo que sentía, pensó en el momento en que Solembum había entrado en la tienda, y recordó con todo detalle la conversación que habían mantenido a partir de ese momento. Glaedr había unido su conciencia con la de Eragon para poder revivir esa experiencia al mismo tiempo que él. Para el chico fue una sensación inquietante, como si él y el dragón fueran dos imágenes grabadas en el mismo lado de una moneda.
Cuando terminó, Glaedr se apartó un poco de la mente de Eragon y le dijo a Arya:
Cuando lo olvide, si es que lo olvido, dime estas palabras:
«Andumë y Fíronmas en la colina de las penas, y su carne como el cristal». Ese lugar de Vroengard…, lo conozco. O lo conocí una vez.
Era algo importante, algo…
—Pero los pensamientos del dragón se apagaron un poco, como si una capa de niebla cubriera las montañas y los valles de todo su ser, ocultándolos de la luz—.
¿Qué?
—preguntó, de repente y con la misma actitud brusca de antes—.
¿Por qué nos hemos demorado? Eragon, muéstrame tus recuerdos.
—Ya lo he hecho.
Arya, al ver que el dragón empezaba a desconfiar, le dijo:
—Glaedr, recuerda: «Andumë y Fíronmas en la colina de las penas, y su carne como el cristal».
¿Cómo…?
—empezó a decir el dragón, y soltó un rugido tan fuerte que a Eragon le pareció que casi lo podía oír de verdad—.
Argggg
.
Detesto los hechizos que interfieren en la memoria. Son la peor forma de magia, siempre provocan el caos y la confusión. Y casi siempre acaban por hacer que los miembros de una familia se maten los unos a los otros sin darse cuenta.
¿Qué significa esa frase?
—preguntó Saphira.
Nada, excepto para mí y para Oromis. Y ese es el truco, que nadie sabe nada de ella si yo no lo digo.
Arya suspiró.
—Así que el hechizo es real. Supongo que tendréis que ir a Vroengard, entonces. Sería una locura ignorar algo tan importante como esto. Por lo menos tenemos que averiguar quién es la araña que está en el centro de esta tela.
Yo también iré
—dijo Glaedr—.
Si alguien quiere hacerte daño, no esperará tener que enfrentarse a dos dragones en lugar de a uno. En cualquier caso, necesitarás un guía. Vroengard se ha convertido en un lugar peligroso desde que los Jinetes fueron destruidos, y no quisiera que cayeras presa de algún demonio olvidado.
Eragon percibió una extraña ansia en la mirada de Arya y se dio cuenta de que ella también deseaba ir con ellos.
—Saphira volará más deprisa si solo tiene que llevar a una persona
—dijo con tono suave.
—Lo sé… Pero es que siempre he querido visitar el hogar de los Jinetes.
—Estoy seguro de que lo harás. Algún día.
Arya asintió con la cabeza.
—Algún día.
Después Eragon preparó todo para su marcha. Cuando terminó, soltó un suspiro y se levantó del catre.
—¡Capitán Garven! —llamó en voz alta—. ¿Quieres venir, por favor?
Primero, Eragon ordenó a Garven que, sin que nadie se diera cuenta, enviara a uno de los Halcones de la Noche a buscar provisiones para el viaje a Vroengard. Saphira había comido después de que hubieran tomado Dras-Leona, pero no en exceso, pues, de lo contrario, se hubiera sentido demasiado pesada y amodorrada para luchar en caso de necesidad, tal como había sucedido. Había comido lo suficiente para volar hasta Vroengard sin tener que detenerse, pero una vez allí Eragon sabía que tendría que encontrar comida en la isla o en sus alrededores, y eso lo preocupaba.
Si hace falta, puedo volar de regreso con el estómago vacío
—lo quiso tranquilizar ella, pero él no estaba tan seguro.
Luego Eragon mandó un mensajero a buscar a Jörmundur y a Blödhgarm. Cuando estos llegaron a su tienda, Eragon, Arya y Saphira dedicaron una hora más a explicarles cuál era la situación y a convencerlos —lo cual era más difícil— de que ese viaje era necesario. Blödhgarm fue el que comprendió más fácilmente su punto de vista, pero Jörmundur se opuso con vehemencia. No porque dudara de la veracidad de la información de Solembum, ni siquiera porque cuestionara su importancia —en ambos puntos aceptaba la palabra de Eragon por completo—, sino porque le parecía terrible que los vardenos se despertaran con la doble noticia del rapto de Nasuada y de la partida de Eragon.