Legado (54 page)

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Authors: Christopher Paolini

BOOK: Legado
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El corazón se le aceleró y la visión se le hizo borrosa. Dejó de caminar y se apoyó en el poste de la tienda. Luego se secó el sudor que le perlaba la frente y el labio superior.

Deseó poder hablar con alguien. Por un momento pensó en la posibilidad de despertar a Saphira, pero pronto descartó la idea. Su descanso era más importante que cualquier consuelo que pudiera ofrecerle. Tampoco quería cargar a Arya ni a Glaedr con problemas que no podían resolver. Y, en cualquier caso, no creía que Glaedr fuera, en esos momentos, un oído muy comprensivo después de la tensa discusión que habían mantenido.

Volvió a caminar arriba y abajo de la tienda: tres pasos hacia delante, un giro, tras pasos en la otra dirección, otro giro.

Había perdido el cinturón de Beloth
el Sabio
. Había dejado que Murtagh y Thorn capturaran a Nasuada. Y ahora estaba al mando de los vardenos.

Una y otra vez lo acosaban los mismos pensamientos, y su ansiedad aumentaba.

Se sentía como si estuviera atrapado en un laberinto sin salida, y como si tras cada esquina de este se ocultaran monstruos que esperaran a saltarle encima. A pesar de todo lo que había dicho durante la reunión que había mantenido con Orrin, Orik y los demás, Eragon no sabía de qué manera podrían él, los vardenos y sus aliados derrotar a Galbatorix.

«No sería capaz de rescatar a Nasuada aunque tuviera la libertad de intentarlo. —Eragon sintió una profunda amargura. La tarea que tenía por delante parecía imposible—. ¿Por qué ha tenido que caer esta desgracia sobre nosotros?» Soltó un juramento y se mordió el labio hasta que no pudo soportar el dolor.

Paró de caminar y se dejó caer de rodillas al suelo.

—No podremos. No podremos —murmuraba, balanceándose a un lado y a otro—. No podremos.

Sentía tal desesperación que estuvo a punto de rezar a Gûntera, el dios que ayudaba a los enanos, como ya había hecho otras veces, para dejar sus problemas en manos de algo más grande y confiar su destino a ese poder sería un alivio. Hacerlo lo ayudaría a aceptar su destino —así como el de aquellos a quienes amaba— con mayor entereza, pues él ya no sería el responsable de lo que pudiera suceder.

Pero Eragon no consiguió rezar. Él era el responsable de esos destinos, le gustara o no, y le parecía mal delegar esa responsabilidad en otro, incluso en un dios o en la idea de un dios.

El problema radicaba en que no se creía capaz de hacer lo que era necesario hacer. Sabía que podía dirigir a los vardenos, de eso estaba bastante seguro. Pero con respecto a cómo conseguirían tomar Urû‘baen y matar a Galbatorix, se sentía perdido. No tenía la fuerza necesaria para superar a Murtagh, y mucho menos al rey, y le parecía más que improbable que se le ocurriera una manera de traspasar sus escudos mágicos. Igualmente improbable le parecía poder capturar sus mentes, por lo menos la de Galbatorix.

Eragon, que había cruzado las manos sobre la nuca, se clavó las uñas en la piel y se rascó, frenético, mientras pensaba en todas las posibilidades que se le ocurrían por descabelladas que fueran.

Entonces recordó el consejo que le había dado Solembum en Teirm, tanto tiempo atrás. El hombre gato le había dicho:

«Escúchame con atención. Te diré dos cosas: cuando llegue el momento y necesites un arma, busca debajo de las raíces del árbol Menoa; y cuando todo parezca perdido y tu poder sea insuficiente, ve a la roca de Kuthian y pronuncia tu nombre para abrir la Cripta de las Almas».

Lo que le había dicho del árbol Menoa había sido cierto: debajo de él Eragon había encontrado el acero brillante que necesitaba para fabricar la hoja de su espada. Al pensar en el segundo consejo del hombre gato, Eragon sintió una renovada esperanza. «Cuando mi poder sea insuficiente y todo parezca perdido es ahora», pensó. Pero no tenía ni idea de dónde estaban ni qué eran la roca de Kuthian y la Cripta de las Almas. Ya lo había preguntado tanto a Arya como a Oromis varias veces, pero ellos nunca le habían sabido dar una respuesta.

Entonces Eragon proyectó su mente y buscó por todo el campamento hasta que encontró la inconfundible sensación que producía la mente de ese hombre gato.

¡Solembum
—le dijo—,
necesito tu ayuda! Por favor, ven a mi tienda.

Al cabo de un instante, percibió un asentimiento de conformidad procedente de la mente del hombre gato e interrumpió la comunicación.

Se quedó sentado en la oscuridad… y esperó.

Fragmentos entrevistos y confusos

Pasó un cuarto de hora hasta que la cortina de la tienda se abrió y Solembum entró con su paso sigiloso. El leonado hombre gato pasó al lado de Eragon sin ni siquiera mirarlo, saltó sobre el catre y se instaló entre las sábanas. Allí, con tranquilidad, empezó a lamerse los dedos de la pata delantera. Todavía sin mirar a Eragon, dijo:
No soy un perro para ir y venir a tus órdenes, Eragon.

—Nunca he pensado que lo fueras —contestó Eragon—. Pero te necesito, y es urgente.

Mmm
. —El sonido de la rasposa lengua del gato se hizo más audible: Solembum se concentraba en limpiarse los dedos a conciencia—.
Habla, pues, Asesino de Sombra. ¿Qué quieres?

—Un momento. —El chico se puso en pie y se acercó al poste de donde colgaba la lámpara—. Voy a encenderla —avisó. Entonces pronunció una palabra en el idioma antiguo y una llama cobró vida en el interior de la lámpara. La tienda se llenó de una luz cálida y parpadeante.

Tanto Eragon como Solembum achicaron los ojos y esperaron a que la vista se les acostumbrara a la luz. Luego el chico se sentó en el taburete, cerca del catre. Se sorprendió al ver que el hombre gato lo estaba mirando con sus fríos ojos azules.

—¿No tenías los ojos de otro color? —preguntó.

Solembum parpadeó una vez y sus ojos pasaron del azul al dorado.

Luego continuó lamiéndose.

¿Qué es lo que quieres, Asesino de Sombra? La noche es para hacer cosas, no para sentarse a charlar.
—Movía la cola a un lado y a otro, inquieto.

Eragon se lamió los labios; estaba un tanto nervioso.

—Solembum, tú me dijiste que cuanto todo pareciera perdido y mi poder no fuera suficiente tenía que ir a la roca de Kuthian y abrir la Cripta de las Almas.

El hombre gato dejó de lamerse.

Ah, eso.

—Sí, eso. Y necesito saber qué quisiste decir. Si hay algo que pueda ayudarnos a vencer a Galbatorix, preciso saberlo ahora. No después, no cuando haya conseguido resolver algún acertijo, sino «ahora». Así pues, ¿dónde puedo encontrar la roca de Kuthian?

¿Cómo puedo abrir la Cripta de las Almas? ¿Qué encontraré allí?

Solembum echó las orejas ligeramente hacia atrás y sacó las uñas de la pata que se estaba lamiendo.

No lo sé.

—¿No lo sabes? —exclamó Eragon, sin poder creerlo.

¿Es que tienes que repetir todo lo que digo?

—¿Cómo es posible que no lo sepas?

No lo sé.

Eragon se inclinó hacia delante y agarró la pesada pata de Solembum. El hombre gato aplastó las orejas sobre la cabeza y le clavó las uñas en la palma de la mano. Eragon sonrió ligeramente y no hizo caso del dolor. El hombre gato era más fuerte de lo que había pensado, quizá tanto como para tirarlo del taburete.

—No más acertijos —dijo Eragon—. Necesito saber la verdad, Solembum. ¿De dónde sacaste esa información y qué significa?

Solembum erizó el pelaje de la nuca y la espalda.

A veces los acertijos son la verdad, estúpido humano. Ahora suéltame, o te destrozaré la cara a arañazos y echaré tus tripas a los cuervos.

Eragon mantuvo sujeta la pata de Solembum un momento más.

Luego lo soltó y enderezó el cuerpo. Cerró la mano con fuerza para intentar contrarrestar el dolor que sentía en la palma y detener la sangre.

Solembum lo fulminó con la mirada, entornando los ojos. Su actitud ya no era tan indiferente.

He dicho que no lo sé porque, a pesar de lo que piensas, no lo sé. No tengo idea de dónde puede estar la roca de Kuthian, ni de cómo puedes abrir la Cripta de las Almas ni de qué contiene esa cripta.

—Dilo en el idioma antiguo.

Solembum achicó los ojos, molesto, pero lo repitió todo en el idioma de los elfos: estaba diciendo la verdad. Ahora se le ocurrían tantas preguntas que no sabía por cuál de ellas empezar.

—Entonces, ¿cómo te enteraste de que existía la roca de Kuthian?

Solembum volvió a dar unos latigazos con la cola en el aire con lo cual planchó algunas de las arrugas de las sábanas.

Por última vez, no lo sé. Ninguno de los míos lo sabe.

—Entonces, ¿cómo…? —Eragon se interrumpió, estaba demasiado confundido para continuar.

Poco después de la Caída de los Jinetes, los miembros de mi raza tuvimos, sin saber cómo, la convicción de que si alguna vez nos encontrábamos con un Jinete nuevo, uno que no fuera fiel a Galbatorix, le diríamos lo que te hemos dicho a ti: lo del árbol Menoa y la roca de Kuthian.

—Pero… ¿de dónde procedía esa información?

Solembum arrugó el hocico, como esbozando una desagradable sonrisa.

Eso no lo sabemos, solo que quien fuera, o lo que fuera, que lo hizo tenía buena intención.

—¿Cómo lo sabes? —exclamó Eragon—. ¿Y si se trataba de Galbatorix? Podría ser que hubiera intentado engañaros. Podría haber intentado engañarme a mí y a Saphira para capturarnos.

No
—dijo Solembum, clavando las uñas en las sábanas—.
Los hombres gato no se dejan engañar tan fácilmente como otros. No es Galbatorix quien ha hecho esto. Estoy seguro. Quien quiso que tuvieras esa información es el mismo que hizo que encontraras el acero brillante para tu espada. ¿Habría hecho eso Galbatorix?

Eragon frunció el ceño.

—¿No has intentado averiguar quién está detrás de esto?

Sí, lo hemos intentado.

—¿Y?

Hemos fracasado.
—El hombre gato erizó el pelo—.
Hay dos posibilidades. Una, que nuestros recuerdos hayan sido borrados contra nuestra voluntad y que seamos víctimas de un ser vil. Dos, que nosotros estuviéramos de acuerdo en que nos los borraran, por el motivo que fuera. Quizás incluso fuimos nosotros mismos. Me resulta difícil y de mal gusto creer que alguien hubiera podido hacerle eso a nuestras mentes. A unos cuantos de nosotros quizá sí. Pero ¿a nuestra raza entera? No. No es posible.

—¿Y por qué fuisteis vosotros, los hombres gato, los depositarios de esta información?

Supongo que porque siempre hemos sido amigos de los Jinetes y de los dragones… Somos los vigilantes. Los espías. Los vagabundos. Caminamos en soledad por los rincones oscuros del mundo, y recordamos todo lo que es y lo que ha sido.

Solembum desvió la mirada.

Tienes que comprender lo siguiente, Eragon. A ninguno de nosotros le ha gustado esto. Tuvimos que debatir largamente si el hecho de pasar esa información, llegado el momento, haría mayor mal que bien. Al final, la decisión se dejó en mis manos y yo decidí decírtelo, pues me parecía que necesitabas todos los consejos que te pudieran dar. Haz con ello lo que te plazca.

—Pero ¿qué se supone que debo hacer? —preguntó Eragon—. ¿Cómo se supone que voy a encontrar la roca de Kuthian?

Eso no lo sé.

—Entonces, ¿de qué sirve esta información? Es como si no la hubiera oído nunca.

Solembum parpadeó una vez.

Hay una cosa más que puedo decirte. Quizá no signifique nada, pero tal vez te muestre el camino.

—¿Qué? ¿Qué es?

Si tienes un poco de paciencia, te lo digo ahora mismo. La primera vez que te vi en Teirm, tuve el extraño sentimiento de que tú debías tener el libro Domia abr Wyrda . Tardé algún tiempo en encontrar la manera, pero yo fui el responsable de que Jeod te lo regalara.

El hombre gato levantó la otra pata y, después de observarla con atención, empezó a lamérsela.

—¿Has tenido algún otro extraño sentimiento en estos últimos meses? —preguntó Eragon.

Solo una rara urgencia por comerme un pequeño champiñón, pero se me pasó muy pronto.

Eragon soltó un gruñido. Luego se inclinó hacia delante y sacó el libro de debajo del catre, donde lo tenía guardado con los demás útiles de escritura. Miró un momento el grueso volumen encuadernado en piel y luego lo abrió por una página cualquiera. Como siempre, las runas no le decían nada a primera vista. Tenía que esforzarse y concentrarse para descifrarlas. «… lo cual, si hay que creer a Taladorous, significaría que las mismas montañas no son más que el resultado de un conjuro. Eso, por supuesto, es absurdo, pero…»

Eragon soltó otro gruñido de frustración y cerró el libro.

—No tengo tiempo para esto. Es demasiado largo, y yo excesivamente lento leyendo. Ya he leído algunos capítulos y no he encontrado nada relacionado con la roca de Kuthian ni con la Cripta de las Almas.

Solembum lo miró un momento.

Podrías pedirle a alguien que te lo leyera, aunque si hay algún secreto oculto en el Domia abr Wyrda es posible que tú seas el único que pueda darse cuenta.

Eragon reprimió una maldición. Se puso en pie de un salto y empezó a caminar arriba y abajo otra vez.

—¿Por qué no me has dicho todo esto antes?

No me pareció apropiado. Mi consejo acerca de la cripta y de la roca podía ser importante o podía no serlo, y saber cuál era el origen de esa información…, o saber que no sabíamos el origen… ¡no…hubiera… cambiado… nada!

—Pero si yo hubiera sabido que el libro tenía algo que ver con la Cripta de las Almas, hubiera dedicado más tiempo a leerlo.

Pero no sabemos si tiene algo que ver
—repuso Solembum. Sacó la lengua y se lamió los bigotes—.
Quizás el libro no tenga nada que ver con la roca de Kuthian ni con la Cripta de las Almas. ¿Quién sabe? Además, ya lo estabas leyendo. ¿De verdad le hubieras dedicado más tiempo si yo te hubiera dicho que tenía el presentimiento —y nada más que eso— de que el libro tenía alguna importancia para ti? ¿Eh?

—Quizá no…, pero, de todas formas, deberías habérmelo dicho.

El hombre gato dobló las patas bajo su cuerpo y no respondió.

Eragon frunció el ceño y cogió el libro. Deseó destrozarlo.

—Esto no puede ser todo. Tiene que haber alguna otra cosa que no recuerdes.

Muchas, creo, pero ninguna relacionada con esto.

—¿Y en todos tus viajes por Alagaësia, con y sin Angela, no has encontrado nunca nada que pueda explicar este misterio? ¿O quizás algo que nos pueda servir para enfrentarnos a Galbatorix?

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