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Authors: Pablo Usset

Tags: #humor, #Intriga

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (11 page)

BOOK: Lo mejor que le puede pasar a un cruasán
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—Hay unas cien mil pesetas en casa, pero tengo tarjetas. Si quieres puedo darte la de la cuenta de gastos corrientes de Sebastián. Tiene una copia aquí, y el número secreto apuntado.

—¿Habrá suficiente dinero para pagar a un detective durante un par de días y que sobre algo para mí?

—Es su cuenta de bolsillo, pero supongo que sí, a menudo tiene gastos imprevistos. Toma lo que necesites y después te apañas con él..., cuando aparezca.

—Perfecto. Oye, otra cosa, he pensado que no me vendría mal disponer de un coche, más que nada por si he de moverme para hacer alguna averiguación. ¿Tienes las llaves del coche de Sebastián?

—¿De qué coche?

—Pensaba que sólo teníais uno.

—Compramos hace poco una furgoneta de esas con asientos combinables, para ir con los niños...

—Me irá mejor el BMW.

—Ése ya no lo tenemos. Sebastián se encaprichó de un deportivo.

—¿Te importa que me lo lleve?

Negó levemente con la cabeza. Parecía ser otra cosa la que le preocupaba:

—Oye, no estoy muy convencida de eso que dices del detective. ¿Qué vas a contarle?

Fingí que lo pensaba en ese momento:

—Bueno, no sé... Quizá podrías hacerte pasar por hermana de Lali y yo por su cuñado. No tendrás que actuar, sólo mentir en un par de detalles.

—Si consideras que presentarnos tú y yo como marido y mujer es un detalle...

—Bueno, ¿tienes un plan mejor?

Silencio. Vuelta a una rodaja de merluza en el plato de harina. Era el momento de ponérselo fácil para terminar de convencerla.

—Mira, yo me encargo de llamar a una agencia y concierto una cita aquí, ¿de acuerdo? Hazme caso, estaré más tranquilo. ¿Te parece sobre las ocho de la tarde?

Concedió:

—Muy bien, como quieras.

—Te llamaré para confirmar. Y oye, perdona, pero si me das las llaves del coche y la tarjeta me marcho ya, tengo un poco de prisa.

Se lavó las manos y salió pasillo allá hasta lo que supuse que era la suit principal. Me quedé en la cocina apurando la cerveza, más por miedo a tropezarme con alguno de mis Adorables Sobrinos que por discreción: me hubiera gustado ver la alcoba de
Lord
y
Lady First
, generalmente los dormitorios conyugales ofrecen información privilegiada. Volvió al poco con una tarjeta de La Caixa y una llave-mando a distancia que prometía maravillas.

—Esto también abre la puerta del
parking
, pero no te hará falta, hay vigilante y está siempre abierto. Las nuestras son las plazas 56 y 57.

Tomé las dos cosas sin poder evitar mirar la insignia del llavero: «Club de Tenis Barcelona», dos raquetitas y una pelota de oro.

—El código de la tarjeta es el 3, 3, 4, 4. Fácil.

—Gracias. Oye, ¿has probado a llamar al móvil de Sebastián?

—No. Se lo dejó aquí.

—Pensé que lo llevaba siempre encima.

—No siempre. Sólo cuando prevé que no va a estar localizable.

—Luego pensaba estar localizable.

—Sí, claro.

—¿Te importa que me lo lleve también?

—¿El teléfono? No...: ahora te lo traigo.

Se volvió hacia la misma habitación del fondo del pasillo y trajo el aparato. Lo tomé todo en una mano y me dispuse a salir.
Lady First
me acompañó a la puerta.

—Ah, se me olvidaba: ¿has hablado con alguien del despacho, hoy? —pregunté.

—Sí, he vuelto a llamar esta mañana para avisar de que Sebastián seguía indispuesto.

—¿Y has dado algún diagnóstico?

—No. Sólo que seguía con fiebre y que íbamos a llamar al médico esta mañana. He preferido no inventar nada concreto; me aterra decir mentiras, se me da fatal.

—Otra cosa, sería mejor que no salieras de casa en un par de días.

—Ya lo había tenido en cuenta. No he enviado a la niña al colegio precisamente por eso.

Una vez en el ascensor me fijé en que el último botón era distinto a los demás, una blanca P de parquin sobre fondo azul. Lo pulsé. El garaje ocupaba una sola planta que agotaba la superficie del edificio. Vi la cabina del vigilante a lo lejos, al pie de una rampa iluminada por un resplandor que indicaba la salida al exterior soleado. Busqué las plazas 56 y 57. En la primera había un enorme monovolumen azul verdoso y en la 57 estaba el deportivo. Subestimando a mi Estupendo Hermano había imaginado uno de esos japoneses que se pueden conseguir por tres o cuatro millones, pero en lugar de eso me encontré con un biplaza de primera división: color asfalto metalizado, ruedas de treinta centímetros de grosor y aspecto de felino agazapado, una verdadera
Bête Noire
. Me acerqué al morro y miré el logotipo de la marca entre los faros escamoteables: Lotus. El techo me llegaba poco más arriba del ombligo, y me pregunté si sería capaz de meterme en aquel cubil minúsculo en el que una luz roja intermitente advertía que allí habitaba algo vigilante. Quise probar. Le di al botoncito de la llave y oí el «stuuk» amortiguado con el que se abrieron al unísono los seguros de las puertas. Uno no entra en estos coches: se los calza, es como ponerse un condón. Lo más difícil fue pasar el muslo derecho bajo el volante, pero una vez lo hube conseguido tuve toda la sensación de estar en íntimo contacto con una máquina de tragar kilómetros a razón de trescientos por hora, cifra máxima que prometía el velocímetro. Olía ligeramente a cuero y a ambientador a base de esencias secas. Le di al contacto. Se encendió el tablero y, frzzzzzzz, un ligero zumbido que llegaba a través de la puerta abierta me hizo sospechar que el motor se había puesto en marcha.

Apagué enseguida. No era momento de jugar a cochecitos. Salí del habitáculo con más dificultades de las que había encontrado para entrar, me subí la bragueta —que no había resistido las contorsiones—, y me fui hacia la calle por la rampa de salida. Convenía que el vigilante me tuviera visto, más teniendo en cuenta que la Bestia Negra no debía de haberle pasado desapercibida. Lo saludé con un gesto de la mano; estaba leyendo algo y apenas me miró.

Nada más salir puse rumbo a la oficina de La Caixa de Travesera-Aviación. Visto el coche, era el momento de comprobar la potencia de la tarjetita de gastos. Las ventanillas del interior aún estaban abiertas al público, debían ser poco antes de las dos. Me quedé en el cajero automático. Código secreto, consulta de saldo, esperé a que saliera el papelito impreso. A primera vista casi me indigné al entender que la suma disponible era de mil doscientas sesenta y cinco pesetas, pero me fijé mejor y comprendí que los tres ceros del final no podían ser decimales. ¿Dónde se han visto tres decimales en formato peseta? Allí decía un millón doscientas sesenta y cinco mil, no había duda: uno, punto, dos, seis, cinco, punto, cero, cero, cero. Sabía que
The First
necesitaba salir de casa con el bolsillo bien provisto, pero más de un millón de pelas para gastos de gasolina y restaurante superaba mis expectativas. Me apresuré a sacar cincuenta boniatos de aquel horno antes de que alguien se arrepintiese de haberlos puesto a mi disposición y, una vez sentí su calor en el bolsillo, probé a sacar cincuenta más.
No problem
, salieron todos ellos dóciles como corderitos.

Después de eso me pareció un pecado volver a casa a comer huevos fritos con patatas, no sé, y empecé a repasar mentalmente los restaurantes del barrio en los que pudiera pedirse algo más que un menú de novecientas pelas para oficinistas. Ni hizo falta darle muchas vueltas, delante de mis ojos se me plantó uno: La Yaya María. No había entrado nunca, pero tenía aspecto de ser el lugar adecuado: buena calidad pero en cantidad escasa, uno de esos locales coquetones donde uno sería feliz si pudiera pedir tres primeros, tres segundos y tres postres, exceso que requiere un mínimo de diez mil pelas. Entré. Tomé de primero crema de zanahorias, revoltillo de huevos con gambas y habas a la catalana; de segundo pimientos del piquillo, emperador a la plancha y fricandó; de postre frutos secos y sorbete de limón; vino, café cortado, chupito de vodka helado y un Rosli. Catorce mil doscientas. Quedaron tan encantados con mi apetito que salió el cocinero a saludarme.

Me fui camino de la siesta con la sensación de ser el rey del mambo, pero cometí el error de fumarme un porro antes de acostarme y me costó dormir a pesar de que lo necesitaba.

El fraile de Robin Hood

Me despertó uno de esos sueños de caída que lo hacen botar a uno en la cama tratando de agarrarse a algo firme. Miré el despertador: las cuatro de la tarde. Podía dormir quizá una hora más pero ya no logré conciliar el sueño; hacía un calor de mil demonios.

Volví a ducharme para librarme del sofoco de la cama y preparé café. Radio. Porro. Diez minutos de relax en la sala:
Ah, se ela soubesse que quando ela passa / O mundo inteirinho se enche de graça / E fica mais lindo por causa do amor
. Cuando me sentí lo suficientemente despierto bajé el volumen de la música, puse en marcha el ordenador y me conecté a la Red. Seleccioné el idioma español en el buscador de Alta Vista y escribí «detectives privados + barcelona».

Ojeé las diez primeras respuestas y pinché en «ACBDD. Intercomunitario de detectives», que traía un listado de asociados por provincia. Me concentré en Barcelona, apartado de correos 08029, y elegí para probar el enlace con la agencia «Total Research». Sonaba a película del Suarsenaguer, pero por algún sitio había que empezar. Claro, que nada más entrar en la página se ejecutó un MIDI con el tema principal de la Pantera Rosa, y me pareció tan poco serio que ni siquiera me molesté en esperar a que se cargaran los enlaces del índice. Volví a la tabla de la ACBDD y elegí otra dirección, también correspondiente al 08029 de Barcelona. Esta no incluía virguerías multimedia, sólo texto:

DETECTIVE PRIVADO

Licencia 3543

Enric Robellades i Vilaplana
es Detective Privado por el INSTITUTO DE CRIMINOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA y tiene Licencia Gubernamental n.° XXX concedida por la Dirección General de la Policía.

Desarrolla sus conocimientos y experiencia, tras haber trabajado junto a profesionales de la Investigación y de la Consultoría de Seguridad, a fin de aportar la información y las pruebas necesarias para dar solución a sus problemas de un modo
EFICAZ
y
EFICIENTE
.

Me convenció esa distinción forzada entre eficacia y eficiencia, en mayúsculas y negrita, como si quisiera dejar claro que era eficacísimo pero le pareciera feo el superlativo. Por lo demás, desconfío siempre de las buenas redacciones. He observado que los mejores profesionales en asuntos prácticos son los más patosos redactando, justamente los que pretenden seguir las convenciones más retóricas pero sin acabar de hacerlo bien. Conocí a un cardiólogo de prestigio internacional, amigo de mi Estupenda Familia, cuyos crismas invariablemente decían «Amigos Valentín y Mercedes: que paséis una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo extendiendo sendos deseos a vuestros hijos», maldición gitana que jamás llegó acompañada de la más mínima pista sobre qué deseo debían mis Señores Padres andar extendiéndome a mí y cuál en cambio les correspondía extender a Sebastián para que pudiéramos pasar mientras tanto unas Navidades decentes. El tal Enric Robellades, detective, no llegaba a tanto pero prometía, así que seguí leyendo en el epígrafe Campos de intervención bajo el que se listaban cuatro links correspondientes a la investigación empresarial, de siniestros, personal y ley de arrendamientos urbanos (?). Pinché en «Investigación de índole personal», que me pareció el título más ajustado al caso, y aparecí en otra página:

INVESTIGACIÓN DE ÍNDOLE PERSONAL

•INFIDELIDAD CONYUGAL

Para la interposición de demandas de separación o divorcio.

• CUSTODIA HIJOS

Con este fin se intentará demostrar el punto anterior, la no debida dedicación y la incapacidad del cónyuge para tal fin, si la hubiese.

• INFORMES PRE-MATRIMONIALES

Obtención de la información necesaria acerca del pasado y presente de la persona en cuestión, con el fin de ayudar a tomar tan importantísima decisión.

• COMPORTAMIENTO HIJOS, PREVENCIÓN DROGAS, SECTAS

Determinación real de la situación y diseño de un plan de actuación.

• BÚSQUEDA DE PERSONAS

Localización de familiares, tanto en territorio nacional como extranjero.

• ANÓNIMOS, AMENAZAS

• INCAPACIDADES, PRODIGALIDADES Y HERENCIAS

• INFORMES PRE-LABORALES DEL PERSONAL DOMÉSTICO

Esto me dejó completamente convencido. Retrocedí hasta la página principal y busqué alguna seña de contacto. Encontré la dirección, teléfono, fax y correo electrónico. Imprimí la página, desconecté y me lié otro porro antes de llamar. En cuanto lo tuve encendido marqué el número.

—Robellades, buenas tardes.

Era una voz de mujer, no demasiado joven. No sé por qué me imagine a la mismísima señora de Robellades haciendo de secretaria-recepcionista.

—¿Podría hablar con el señor Robellades?

—¿Cuál de ellos?

—Enric, Enric Robellades.

—¿Padre o hijo?

La familia que trabaja unida permanece unida. Me decidí por el padre.

—¿De parte de quién?

—Soy un cliente.

—¿Su nombre, por favor?

Estuve a punto de presentarme como Pablo Miralles, pero afortunadamente me di cuenta a tiempo de que no era conveniente.

—Molucas, Pablo Molucas.

Lo mismo podía haber dicho Pablo Mármol, lo importante es soltar el nombre con naturalidad, pero usaba a menudo éste en concreto, y no conviene andar cambiando constantemente de nombre falso. La voz femenina me pidió que esperara un momento. Poco después estaba al habla con el patriarca:

—¿Sí?

—¿El señor Robellades?

—Yo mismo, dígame.

—Verá: he encontrado su referencia como detective privado y quisiera contratar sus servicios, es decir: en caso de que pueda atenderme hoy mismo. Es un caso urgente.

—¿De qué se trata?

—Una desaparición.

—¿Quién es el desaparecido?

—Mi cuñada.

—¿Cuánto hace?

—Dos días.

—Eso no es mucho tiempo, señor...

—Molucas: Pablo Molucas. No: no es mucho tiempo, pero tengo razones para pensar que puede haberle ocurrido algo grave.

—Bien, si usted me pusiera al tanto de los detalles...

—Desde luego, pero no quisiera tratar el asunto por teléfono. ¿Podemos vernos esta misma tarde?

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