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Authors: Clara Sánchez

Lo que esconde tu nombre (30 page)

BOOK: Lo que esconde tu nombre
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Sandra

A las dos ya habíamos comido con la ligereza acostumbrada, hacíamos un horario mitad europeo, mitad español. Nos había dado tiempo a ir a gimnasia y a dar una vuelta por la playa. Karin me dijo que había hablado con el director del gimnasio y que no había ningún problema para apuntarme a preparación para el parto. Al decirme esto, me di cuenta de que casi me había olvidado de la criatura que llevaba dentro y me pregunté si no sería una madre desnaturalizada, si no me habría metido en este embrollo para no estar pensando constantemente en lo que se avecinaba. No es que me hubiese olvidado de que estaba embarazada, eso era imposible, sería como olvidarme de andar, pero había dejado de darle importancia. Aunque bien mirado, a efectos prácticos y reales, pensara o no pensara en ello, la gestación seguía su curso y ninguno de los dos nos estábamos quietos, cada uno en su mundo hacíamos lo que teníamos que hacer. El futuro era una incógnita, como se suele decir, porque cuando me dijeron que estaba embarazada imaginé nueve meses en un mundo aparte, el de las embarazadas, lleno de cosas nuevas e íntimas. Y mira ahora qué vida llevaba, desde luego no llevaba vida de embarazada y puede que ninguna la llevase, esa vida no existía.

También me dijo que si me decidía por su gimnasio ella se haría cargo de la cuenta. No dije ni que sí ni que no, no me comprometí, pero había decidido que tanto esto como cualquier otra cosa relacionada con mi hijo la pagaría yo con lo que cobraba trabajando para ellos. Hasta ahora mi propio cuerpo lo separaba de ellos, no podían hacerle nada y cuando esto terminara nunca tendrían contacto con él. Sólo los pequeños jerséis que le estaba haciendo, cada vez más de tarde en tarde, servirían de recordatorio. Por supuesto jamás le pondría el que le hacía Karin. También en esto Karin me había revelado su verdadera cara. Una vez que me había atraído hacia ella con el asunto de enseñarme a hacer punto prácticamente no había vuelto a tocar las agujas. Al jersey le faltaban las mangas y el cuello y no parecía que tuviera intención de terminarlo, y eso que era diminuto. Karin no era hogareña, cuando estaba en casa era porque no tenía más remedio. Hoy había vuelto a la fuerza porque se había encaprichado con la idea de hacer una excursión a un rastrillo de antigüedades en el interior de la comarca. Tuve que decirle que retiraban los puestos al mediodía y que además Fred podría enfadarse otra vez si llegábamos tan tarde. Karin se encogió de hombros, no se tomaba en serio a Fred. Entonces tuve que decirle algo que en cierto modo era verdad: que Fred estaba a las duras y a las maduras, que Fred estaba ahí cuando ella no se encontraba bien y que a Fred no le importaba que se deshiciera de sus joyas a cambio de una medicina que le venía muy bien. Fred vivía para ella, y ella en compensación no debía crearle preocupaciones.

—Te has dado cuenta, ¿verdad? —dijo—. He tenido al mejor. Todas me envidiaban, incluso Alice me ha envidiado alguna vez. Le habría gustado quitármelo, pero no ha podido, sólo puede arrebatarme las joyas.

Me pregunté si alguna vez habría querido al Fred real, si lo habría amado con sus defectos, o si el Fred de novela se había comido al real. Él sí parecía quererla tal como era, con la artrosis y la cara de bruja y sus fantasías y su maldad, es que quizá si no fuera por ella le esperaba el abismo. Lo importante fue que, tras esta charla, se conformó con volver a casa, y yo podría acudir a mi cita con Julián. El que ahora mismo estuviese alguien fuera de esta casa esperándome, alguien que no se parecía en nada a Fred y Karin, me daba alas y ganas de luchar.

Y para continuar hablando de Fred y que no encontrara otra excusa para seguir de farra le pregunté cómo se había dado cuenta de que estaba enamorada de Fred. Tuvo que pensar. Tal vez estaba buscando alguna frase leída en sus novelas.

—No sé —dijo—, es algo que no se puede explicar.

Sería lo mismo que yo contestaría si me preguntaran qué sentía por Santi. Sin embargo, lo que sentía por Alberto era como tirarme en paracaídas. Lo sabía aunque hiciese demasiado que no veía a Alberto y nunca me hubiese tirado en paracaídas.

Julián

Oí en sueños que alguien llamaba a la puerta. Abrí los ojos y era Sandra pegando con los nudillos en el cristal. Me maldije por haberme quedado dormido, si ella no hubiese visto el coche... Pero también era cierto que me encontraba más despejado después de esta cabezada. Sandra había recuperado algo de color en la cara, como si se estuviese acostumbrando a ser una enamorada no correspondida, y desde que llevaba las botas de montaña parecía más alta. Entramos en la heladería y nos sentamos en nuestra mesa de siempre. Ya teníamos el banco de siempre, la mesa de siempre. En medio de tanta incertidumbre, de tantas sombras y sospechas habíamos ido creando un pequeño orden. No sabía si sería por su estado o por los acontecimientos, el caso es que Sandra parecía mucho más madura que cuando la vi en la playa la primera vez y luego en su casita. Parecía que habían pasado sobre ella cinco años, tal vez diez, volando.

—Mañana probablemente nos darán los resultados del análisis. Me inclino ante ti, Sandra, eres muy valiente, pero no quiero que sigas siéndolo. ¿Se ha dado cuenta alguien de lo de las jeringuillas usadas?

Negó con la cabeza, pero Sandra aún no había aprendido a mentir rotundamente, los ojos no eran tan rotundos, sus ojos verdosos un poco inclinados hacia abajo, por lo que a otros no les parecerían bonitos pero que a mí me encantaban, tenían el brillo chispeante de cuando se intenta engañar al contrario.

—¿Se ha podido dar cuenta de algo Frida? —no dejé que contestase—. Frida es un arma letal. He estado investigándola. Se llama Frida... Bueno, es mejor que no sepas cómo se llama, se te podría escapar. Vive en una casa de campo con varios jóvenes más, que probablemente pertenecen a la Hermandad. Dos de ellos, Martín y tu amor, son gente de base a las órdenes de esta panda de carcamales por los que sienten devoción. En compensación los carcamales los mantienen muy bien. Seguramente cada uno de ellos tiene que hacerse merecedor de una buena suma en algún paraíso fiscal y entretanto pertenecen a un grupo con ideología, con armas, con una religión propia y con pasado, lo que les hace sentirse especiales. He visto a Frida, la he seguido y he comprobado que es fría y desalmada y hará cualquier cosa que le ordenen porque para ella la única ley que existe es la del grupo y todo lo de fuera es irreal. No sé si me entiendes.

La verdad es que no había visto a Frida matando a nadie, pero me la imaginaba muy bien matando a Elfe o a cualquiera que le mandasen sus jefes. ¿Quién sería su jefe directo? ¿Heim, Sebastian, Otto, Alice? No era probable que acatase la autoridad de un extranjero como Fredrik Christensen.

Sandra asintió y dijo algo que tardé dos minutos en saber encajar. Querían a toda costa hacerla de la Hermandad, lo que significaba que Fred y Karin comprendían que estaba viendo demasiado y necesitaban implicarla más, quizá presumían que sabía tanto que lo mejor sería meterla ya en el grupo. De no ser así puede que los mismos Otto y Alice mandaran liquidarla y a Frida no le importaría lo más mínimo, puesto que Sandra no se había visto obligada a hacer los mismos méritos que ella ni pasar por su mismo entrenamiento ni hacer labores de limpieza por muy persona de confianza que fuese ni tener que llevar una vida casi monástica para entrar en la Hermandad. Tendría muchos celos de Sandra y muchas ganas de cargársela o de pegarle una paliza.

—La verdad —dijo Sandra— es que no sé si se ha dado cuenta o no de lo de las ampollas usadas, nunca se sabe lo que piensa.

—Mi consejo es que hoy ya no vuelvas por allí y que te marches a Madrid a casa de un amigo donde no puedan dar contigo. ¿Les has hablado de Santi?

Cabeceó afirmativamente.

—Vete a algún barrio de la periferia donde sea imposible que den contigo.

—No quiero estar huyendo —dijo—. No quiero tener la sensación de que me siguen. Voy a esperar un poco más, quizá con más pruebas la policía pueda intervenir y hacer algo con ellos. ¿ Por qué no querías que fuese por el hotel ?

—Porque nunca se sabe quién mira, no es bueno que me relacionen contigo, podrían llegar a enterarse de quién soy y estarías perdida. Déjame los recados debajo de la piedra, yo también te los dejaré ahí.

—Tengo que decirte algo —dijo entonces Sandra completamente abatida—. Ayer traje aquí a Karin, no salió del coche, le dije que tenía que hacer un alto para orinar, fue después de lo de las joyas. íbamos de vuelta a casa pero luego pensé que quizá me habías dejado algún recado, y mira por dónde me lo habías dejado debajo de una piedra. ¡Vaya ocurrencia!

—¿Qué es eso de las joyas?

Por lo que me contó Sandra estaba hasta el cuello. Asistía a los chanchullos de Karin y Alice, inyecciones a cambio de joyas robadas a los judíos. Karin todavía estaba comprando más vida con la vida de aquellos que ayudó a matar o que mató ella misma. No hice ningún comentario. Me contó la escena entre Karin y Alice con Frida de por medio y ella misma. Le dije que seguramente continuaban considerando a Fred un nazi de segunda y que por eso no tendría acceso directo a la compra del líquido, también podría ser que Otto y Alice se hubiesen hecho con el monopolio. Se decía que Karin en su esplendorosa y malévola juventud le había caído en gracia al Führer, que se las había arreglado para acceder hasta él. Primero logra que su marido le llame la atención por ser merecedor de la cruz de oro y a través de él parecía probado que Karin tuvo algún tipo de relación con Hitler, a quien pudo haber dicho alguna palabra a favor de Otto en algún momento delicado de sus vidas. Karin podría tener cierto ascendiente moral sobre Alice, pero Alice lo tenía todo, tenía el elixir de la eterna juventud.

Pero ¿de dónde sacaban el líquido?, ¿de un laboratorio de la zona o lo mandaban de fuera? En mis seguimientos a Otto nunca vi nada raro, pero seguramente era porque no sabía que buscaba algo.

7. El talismán

Sandra

Julián me dijo que si no me daba el piro por la vía rápida no tendría más remedio que meterme en la Hermandad, pero que sería algo que me marcaría de por vida como una filonazi y que él no iba a estar aquí para decirle al mundo que yo era un topo, una heroína que me había propuesto destapar una banda criminal. Tal vez podría escribir a su organización donde él y su amigo habían trabajado tanto tiempo persiguiendo nazis, pero pensarían que era una chaladura, ni siquiera se acordarían de que seguía vivo, ni siquiera se habían enterado de que Salva, su amigo, había muerto después de toda una vida dedicada a hacer justicia. Le dije que puede que a mí sí me hicieran caso y negó tozudamente con la cabeza.

—Entonces... somos sólo dos —le dije—-. Tú estás mayor y yo cada vez estoy menos ágil. No podremos con esto.

—Somos tres: tú, yo y Salva. Él me puso sobre la pista y se las habrá arreglado de algún modo para ayudarnos un poco más. La organización con todos sus medios no ha sido capaz de descubrir lo que hemos descubierto nosotros solos. La oportunidad y el coraje juntos pueden más que una organización. A estas alturas cualquiera que venga de fuera podría meter la pata y estropear nuestra labor. O te vas o te quedas, pero estamos solos.

—En caso de que me ocurra algo me gustaría que llamases a mi familia y que le contaras lo que he hecho —cogí la servilleta azul turquesa que estaba bajo mis cubiertos y le escribí la dirección de mis padres y el teléfono y también la dirección y el teléfono de Santi—. Si a nuestro hijo le sucede algo malo no creo que Santi pudiera perdonarme, pero me gustaría que comprendiera que yo no he buscado el peligro.

Durante estas semanas había comprendido que es imposible vivir sin peligro. Ni mi hijo ni yo por mucho que me lo propusiera podríamos estar completamente a salvo. Todo es peligro y no se puede saber cuál de todos los peligros es el que nos matará. Hay peligros que saltan a la cara y otros que están entre bambalinas al acecho y no se puede saber cuál es peor.

Julián me escuchaba muy atentamente y me miraba como si fuese la primera vez que me oía hablar. Entonces metió la mano en el bolsillo del chaquetón, colgado en el respaldo de la silla, y sacó una bolsita de plástico con algo dentro.

—Toma, es un talismán. Ahora te vendrá mejor a ti que a mí.

Lo que había en la bolsita era simplemente arena, arena tostada, todavía tenía algunos puntos brillantes y me la guardé en el bolsillo del pantalón. Hacía ya algún tiempo que había dejado de pensar que Julián era un loco. Era un hombre muy cuerdo y muy práctico, el que estaba loco era el mundo.

Acordamos vernos al día siguiente en este mismo sitio a eso de las ocho, cuando presumiblemente estarían los resultados de los análisis, y si teníamos que dejar algún mensaje lo dejaríamos debajo de la piedra C. Y regresé a casa relativamente contenta porque el asunto en el que estaba metida se movía, iba hacia delante, porque no estaba sola, estaba Julián, y porque por una vez en la vida quería terminar algo que había empezado. Con lo que no contaba era con un nuevo sobresalto.

Entré alegremente en Villa Sol. Eran las cinco y media y Fred y Karin tenían cara de acabar de levantarse de la siesta, estaban estirándose, bostezando y tratando de espabilarse. Les ofrecí hacer un té y les pareció una gran idea. Fred puso un partido de tenis en la televisión, probablemente la Copa Davis, y Karin subió a la habitación a cambiarse porque ella solía echarse la siesta en el sofá llenando la casa de ronquidos.

Después de poner el agua a hervir sentí ganas de ir al baño y fui al que llaman en las revistas servicio de cortesía. Para llegar a ese lavabo tenía que pasar por la salita-biblioteca y vi que la puerta estaba entornada, lo que significaba que habría alguna visita, tal vez Martín trabajando en las cuentas. No me convenía tener malas relaciones con Martín, así que asomé la cabeza dispuesta a saludarle, a decirle, hola Martín ¿qué tal te va?, ¿quieres un té? Pero me encontré con que no había nadie. Fred estaba entusiasmado con el juego y pegaba voces y Karin no bajaba aún, estaría rizándose el pelo, imitando sus antiguos bucles de juventud. Pasé dentro sin bajar la guardia, atenta a cualquier pequeño ruido, pero sabiendo que debía vencer el miedo y aprovechar aquella oportunidad. Pisaba la alfombra persa que había visto sacudir a Frida, por lo que no hacía ruido, y no me atrevía a abrir cajones, pero sí a husmear por encima. Fui al escritorio, ese escritorio prohibido para mis ojos, y el corazón me dio un vuelco.

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