Los Caballeros de Neraka (55 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: Los Caballeros de Neraka
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«Ni siquiera Raistlin me miraba así —se dijo para sus adentros mientras rebañaba el cuenco con el dedo—. Él me miraba a veces como si quisiera matarme, pero nunca como si deseara volverme del revés antes.»

—...
afirma
que es Tasslehoff —llegó la voz de Usha a través de la puerta.

—Es
Tasslehoff, querida —contestó Palin—. Creo que conoces a la señora Jenna ¿verdad, Usha? Pasará unos días con nosotros. ¿Querrás preparar la habitación de invitados?

Hubo un silencio que sonó como si hubiese pasado por un tamiz y luego la voz de Usha, fría como las gachas a esas alturas, dijo:

—Palin, ¿podemos hablar en la cocina?

Tasslehoff suspiró y, pensando que debía hacer como si no hubiese oído nada, empezó a canturrear entre dientes y a revolver en la alacena, buscando algo más que comer.

Por suerte, ni Palin ni Usha le prestaron la menor atención, excepto que el mago le espetó que dejara de meter tanto ruido.

—¿Qué hace ella aquí? —demandó Usha, puesta en jarras.

—Tenemos que hablar de cosas importantes —respondió, evasivo.

—¡Me lo prometiste, Palin! ¡El viaje a Qualinesti sería el último! Sabes lo peligrosa que se ha vuelto esa búsqueda de artefactos...

—Sí, querida, lo sé —la interrumpió el mago con tono frío—. Y por ello creo que sería mejor que te marcharas de Solace.

—¡Marcharme! —exclamó, atónita, Usha—. ¡Acabo de regresar a casa después de tres meses de ausencia! Tu hermana y yo estuvimos virtualmente prisioneras en Haven. ¿Lo sabías?

—Sí, me...

—¡Lo sabías! ¿Y no has dicho nada? ¿No estabas preocupado? No has preguntado cómo escapamos...

—Querida, no he tenido tiempo de...

—¡Ni siquiera pudimos asistir al funeral de tu padre! —prosiguió Usha—. Se nos permitió partir sólo porque accedí a pintar el retrato de la esposa del magistrado. Esa mujer tiene una cara que resultaría fea hasta en una hobgoblin. Y ahora quieres que me marche otra vez.

—Es por tu propia seguridad.

—¿Y qué pasa con tu seguridad? —demandó ella.

—Sé cuidar de mí mismo.

—¿De verdad, Palin? —De repente la voz de Usha se tornó suave. La mujer alargó la mano e intentó coger la de su esposo.

—Sí —repuso él secamente y apartó las manos tullidas, que metió bajo las mangas de la túnica.

Tasslehoff, extremadamente incómodo, habría querido poder meterse en la despensa y cerrar la puerta. Por desgracia, no había espacio, ni siquiera después de haber vaciado un hueco metiendo varios objetos de aspecto interesante en sus bolsillos.

—De acuerdo. Si es eso lo que quieres, no te tocaré, pero creo que al menos me debes una explicación. —Usha se cruzó de brazos—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué mandaste a este kender diciendo que es Tas? ¿Qué te propones?

—Tenemos a la señora Jenna esperando ahí fuera...

—Estoy segura de que no le importa. ¡Soy tu esposa, por si lo has olvidado! —Usha se apartó el plateado cabello con un gesto de la cabeza—. No me sorprendería que fuese así. Ya no nos vemos nunca.

—¡No empieces otra vez con eso! —gritó el mago, furioso, y se giró hacia la puerta.

—¡Palin! —Alargó la mano hacia él de manera instintiva—. ¡Te amo! ¡Quiero ayudarte!

—¡No puedes! —gritó, volviéndose hacia ella—. Nadie puede. —Alzó las manos y las puso a la luz; los dedos anquilosados se torcían hacia dentro como las garras de un ave—. Nadie puede —repitió.

De nuevo se hizo un silencio. Tas recordó aquella vez que estuvo prisionero en el Abismo. Se había sentido muy solo, abatido y desdichado. Curiosamente, ahora se sentía igual a pesar de estar sentado en la cocina de sus amigos. Su desánimo era tal que ni siquiera dirigió un segundo vistazo a la cerradura del armario.

—Lo siento, Usha —dijo fríamente el mago—. Tienes razón. Mereces una explicación. Este kender es Tasslehoff.

La mujer sacudió la cabeza.

—¿Recuerdas oír a mi padre contar la historia sobre cómo Tas y él viajaron hacia atrás en el tiempo? —prosiguió Palin.

—Sí —contestó Usha con voz tensa.

—Lo hicieron merced a un artefacto mágico. Tasslehoff ha utilizado el mismo objeto para saltar al futuro para poder hablar en el funeral de mi padre. Ya estuvo aquí en otra ocasión, pero se pasó en los cálculos, llegó tarde, cuando el funeral había terminado, así que regresó una segunda vez. En esta ocasión, lo hizo a tiempo, sólo que todo era distinto. En el otro futuro vio una vida de esperanza y felicidad, los dioses no habían desaparecido, yo era el jefe de los Túnicas Blancas, los reinos elfos estaban unificados...

—¿Y tú te lo crees? —inquirió Usha, atónita.

—Sí —manifestó tozudamente él—. Le creo porque he visto el ingenio, Usha. Lo he tenido en mis manos. He sentido su poder. Por eso la señora Jenna ha venido. Necesito su consejo. Y también es por eso por lo que no es seguro para ti permanecer en Solace. El dragón sabe que tengo el artefacto. No estoy seguro de cómo lo ha descubierto, pero me temo que alguien del servicio de Laurana es un traidor. En tal caso, Beryl podría estar ya enterada de que he traído el objeto a Solace, y enviará a los suyos para intentar...

—¡Vas a utilizarlo! —exclamó con espanto. Su esposo no contestó—. Te conozco, Palin Majere. ¡Planeas usar personalmente el ingenio! Te propones viajar hacia atrás en el tiempo y... y... ¡quién sabe qué más!

—Sólo me lo he planteado —repuso, desazonado—. Todavía no lo he decidido. Por eso necesito hablar con la señora Jenna.

—¿De modo que piensas hablar con ella pero no conmigo, tu esposa?

—Iba a decírtelo.

—¿A decírmelo? ¿No a pedir mi opinión? ¿No pensabas preguntarme lo que opinaba de esta locura? No —respondió a sus propias preguntas—. Te propones hacerlo tanto si quiero como si no. Sin importar lo peligroso que pueda ser. ¡Sin importarte que podrías morir!

—Usha —dijo el mago al cabo de un momento—, es muy importante. La magia... Si pudiese... —Sacudió la cabeza, incapaz de explicarse, y la frase quedó en el aire.

—La magia ha muerto, Palin —gritó su esposa con la voz ahogada por las lágrimas—. Y en buena hora. ¿Qué hizo por ti? Nada, salvo destruirte y destrozar nuestro matrimonio.

Palin alargó la mano, pero esta vez fue ella quien se apartó.

—Me voy a la posada —dijo Usha sin mirarlo—. Si... si quieres que vuelva a casa házmelo saber.

Le dio la espalda y se dirigió hacia Tas, a quien contempló larga e intensamente.

—Eres realmente Tas, ¿verdad? —dijo, sobrecogida.

—Sí, Usha —respondió el kender, sintiéndose muy desdichado—. Pero ahora mismo desearía no serlo.

La mujer se inclinó y lo besó en la frente. Tas distinguió el brillo de las lágrimas contenidas en sus ojos dorados.

—Adiós, Tas. Fue estupendo volver a verte.

—Lo siento, Usha —gimió—. No era mi intención liar las cosas así. Sólo vine para hablar en el funeral de Caramon.

—No es culpa tuya, Tas. Las cosas ya iban mal antes de que aparecieses tú.

Usha salió de la cocina, pasando ante Palin sin dirigirle una mirada. El mago seguía plantado en el mismo sitio, mirando al vacío, con la expresión sombría y el semblante pálido. Tas oyó a Usha decirle algo a Jenna que no alcanzó a entender, y oyó contestar a Jenna, pero tampoco entendió qué decía. Usha se marchó de la casa; la puerta principal se cerró con un fuerte golpe. Todo quedó en silencio, salvo por los pasos del ir y venir impaciente de la hechicera. Palin continuó inmóvil.

—Toma, Palin —ofreció Tas mientras le tendía el artilugio—. Puedes quedártelo.

El mago lo miró, perplejo.

—Vamos —dijo el kender, adelantando el objeto hacia él—. Si quieres utilizarlo, como Usha ha dicho, te dejaré. Sobre todo si puedes regresar y hacer que las cosas sean como se supone que deberían ser. Es eso lo que estás pensando ¿verdad? Toma —insistió, y sacudió el ingenio de manera que las joyas centellearon.

—¡Cógelo! —instó Jenna.

Tas se sobresaltó. Había estado tan pendiente de Palin que no había oído entrar a la hechicera en la cocina. La mujer se encontraba en el umbral, con la puerta entreabierta.

—¡Cógelo! —repitió en tono urgente—. Palin, te preocupaba cómo superar las directrices inherentes al uso del ingenio, el conjuro que lo hace regresar siempre a la persona que lo utiliza. Esos condicionantes protegen al propietario en el caso de que el artilugio se pierda o sea robado, pero si se entrega
voluntariamente,
quizás eso rompa tales directrices.

—No sé nada de meretrices —dijo Tas—, pero sí sé que te dejaré usar el ingenio si quieres.

Palin inclinó la cabeza y el cabello canoso le cayó hacia adelante y le cubrió la cara, pero no antes de que Tas advirtiera el dolor que lo crispaba y le daba un aspecto que lo convertía en un semblante irreconocible para él. Palin alargó la mano y asió el objeto; sus dedos deformes se ciñeron amorosamente sobre él.

Tas se desprendió del artefacto con una sensación muy parecida al alivio. Cada vez que lo tenía en su poder, oía la voz de Fizban recordándole en tono irritado que no debería andar por ahí de aventuras, sino que tenía que regresar a su propio tiempo. Y aunque la aventura actual dejaba mucho que desear —por lo de estar bajo una maldición y haber visto llorar a Usha y descubrir que Palin ya no le caía bien— el kender empezaba a pensar que incluso una aventura mala probablemente era mejor que acabar despachurrado por el pie de un gigante.

—Puedo decirte cómo funciona —se ofreció.

Palin dejó el objeto sobre la mesa de la cocina; se sentó y lo miró de hito en hito, sin pronunciar palabra.

—Hay un verso que lo acompaña y unas cosas que hay que hacerle —agregó el kender—, pero son fáciles de asimilar. Fizban dijo que tenía que aprenderlo de memoria para así ser capaz de recitarlo de corrido incluso haciendo el pino, y si yo pude estoy convencido de que tú también podrás.

Palin sólo lo escuchaba a medias; alzó la vista hacia Jenna.

—¿Qué opinas?

—Es el ingenio para viajar en el tiempo —afirmó la mujer—. Lo vi en la Torre de la Alta Hechicería, cuando tu padre se lo entregó a Dalamar para que lo guardara a buen recaudo. Él lo estudió, naturalmente. Creo que tenía algunas notas de tu tío relativas al objeto. Nunca lo usó, que yo sepa, pero sabía más cosas de él que ningún otro ser vivo. Yo ignoraba que el ingenio hubiese desaparecido, pero, según recuerdo, Tasslehoff estuvo en la torre justo antes de la Guerra de Caos. Debió de cogerlo entonces.

—¡Yo no lo cogí! —protestó el kender, ofendido—. ¡Fizban me lo dio! Me dijo que...

—Chitón, Tas. —Palin se inclinó sobre la mesa y bajó el tono de voz—. Supongo que no hay modo de que puedas ponerte en contacto con Dalamar.

—No practico la necromancia —replicó fríamente Jenna.

—Oh, vamos, tú no crees que haya muerto. —Palin estrechó los ojos—. ¿O sí?

Jenna se recostó en la silla.

—Tal vez no lo creo, pero es posible que sea así. No he sabido nada de él desde hace más de treinta años. Ignoro dónde puede haber ido.

Palin parecía dubitativo, como si no acabase de creerle. Jenna puso las manos sobre el tablero de la mesa, con los enjoyados dedos bien extendidos.

—Escúchame, Palin. No lo conoces. Nadie lo conoce como yo. No lo viste al final, cuando regresó de la Guerra de Caos. Yo sí. Estuve con él, día y noche. Lo cuidé hasta que se curó, al menos de sus heridas, ya que no su espíritu. —Volvió a reclinarse en la silla; su expresión era sombría, ceñuda.

—Lamento si te he ofendido —se disculpó Palin—. No sabía... Nunca me lo contaste.

—No es algo de lo que me guste hablar —repuso, lacónica—. Sabes que Dalamar resultó gravemente herido durante la batalla contra Caos. Lo llevé de vuelta a la torre y durante semanas estuvo con un pie en el mundo de los muertos y con el otro en el de los vivos. Dejé mi casa y mi negocio para trasladarme a la torre y cuidar de él. Sobrevivió, pero la pérdida de los dioses, de la magia divina, fue un golpe terrible del que nunca acabó de recobrarse. Cambió, Palin. ¿Recuerdas cómo solía ser?

—No lo conocía muy bien. Supervisó mi Prueba en la torre, la Prueba durante la que mi tío Raistlin lo pilló por sorpresa, convirtiendo en realidad lo que Dalamar había dispuesto como una ilusión. Jamás olvidaré la expresión de su cara cuando vio que me había sido entregado el bastón de mi tío. —Palin suspiró profundamente, con pesar. Los recuerdos eran dulces pero, al mismo tiempo, dolorosos—. Lo único que recuerdo de Dalamar es que me pareció mordaz y sarcástico, egocéntrico y arrogante. Sé que mi padre tenía de él mejor opinión. Decía que Dalamar era un hombre muy complicado cuya lealtad estaba más con la magia que con la Reina Oscura. Por lo poco que lo conocí, considero cierta tal afirmación.

—Era excitable —intervino Tas—. Se ponía muy nervioso cuando me veía que tocaba algo suyo. Siempre tenía los nervios de punta.

—Sí, era todo eso, pero también podía ser encantador, tierno, sensato... —Jenna sonrió y soltó un suspiro—. Lo amaba, Palin. Todavía lo amo, supongo. Nunca he encontrado un hombre que lo iguale. —Guardó silencio un momento y después se encogió de hombros—. Pero eso fue hace mucho tiempo.

—¿Qué pasó entre vosotros dos? —inquirió Palin.

—Después de su enfermedad se encerró en sí mismo, se volvió hosco y callado, taciturno y huraño. Jamás he sido una persona paciente —admitió—. No soportaba su autocompasión y se lo dije. Discutimos y me marché. Y ésa fue la última vez que lo vi.

—Entiendo cómo se sentía —comentó el mago—. Sé lo perdido que me sentí yo cuando comprendí que los dioses se habían ido. Dalamar había practicado el arte arcano mucho más tiempo que yo. Había sacrificado mucho por la magia. Debió de ser un golpe demoledor para él.

—Lo fue para todos nosotros —espetó, cortante, la mujer—, pero le hicimos frente. Tú seguiste adelante, como yo. Dalamar fue incapaz. Su agitación y su rabia llegaron a un punto que pensé que la frustración lo llevaría donde las heridas no habían podido. Sinceramente creí que moriría. No comía ni dormía, se pasaba horas encerrado en el laboratorio buscando desesperadamente lo que había perdido. Una vez, en una de las contadas ocasiones que habló conmigo, me dijo que tenía la clave para lograrlo, que le había llegado durante su enfermedad, que era la llave y que ya sólo le faltaba hallar la puerta. Creo —añadió en tono seco—, que la encontró.

—Así que no crees que se destruyera a sí mismo cuando demolió la torre —comentó Palin.

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