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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco en el cerro del contrabandista (15 page)

BOOK: Los Cinco en el cerro del contrabandista
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Ésta parecía una explicación plausible, aunque no muy buena. Se dirigieron al armario y lo abrieron. Separaron las ropas buscando la abertura secreta. ¡Pero la empuñadura de hierro que servía para mover la piedra no estaba allí! Alguien la había retirado, y ahora no se podía penetrar en el pasadizo secreto, porque no había manera de abrir la entrada.

—¡Mirad! —exclamó Julián, muy extrañado—. Alguien ha intervenido aquí también. No,
Jorge
, el visitante de medianoche, sea quien fuere, no se fue por este camino.

Jorgina estaba pálida. Había tenido la esperanza de entrar y encontrar a
Tim
. Pero ahora ya no era posible. Sentía una gran añoranza de
Tim
y pensaba que si su fiel perro hubiese estado con ellos, todo sería más sencillo.

—Estoy seguro de que el señor Lenoir tiene parte en todos estos extraños acontecimientos —dijo Dick—. Y también Block. Me juego lo que quieras,
Jorge
, a que ha sido Block al que has visto esta noche haciendo algo en la oscuridad. Estoy seguro de que él y el señor Lenoir van mano a mano en algún asunto.

—¡Entonces no podemos ir y decirle lo que ha ocurrido! —dijo Julian—. Si está metido en este feo asunto, sería una locura contarle lo que sabemos. Y tampoco se lo podemos decir a tu madre, Maribel, porque, naturalmente, ella iría a tu padre con el cuento. ¡Qué problema! ¡No sabemos qué hacer!

Ana se puso a llorar. También Maribel, asustada, empezó a sollozar. Jorgina sintió que tenía las lágrimas prendidas en sus pestañas, pero se las secó. ¡Jorgina no lloraba nunca!

—¡Quiero que vuelva
Hollín
! —gimió Maribel, que adoraba a su quisquilloso y entrometido hermano—. ¿Dónde habrá ido? Estoy segura de que corre peligro. ¡Quiero que venga
Hollín
!

—Mañana lo rescataremos, ¡no te preocupes! —dijo Julián bondadosamente—. Pero no podemos hacer nada esta noche. Tal como están las cosas, no hay nadie en el «Cerro del Contrabandista» a quien podamos pedir consejo o ayuda. Propongo que volvamos a la cama, consultemos con la almohada todo esto y planeemos lo que hemos de hacer mañana. En este tiempo, es posible que
Hollín
y tío Quintín hayan regresado. Si no lo han hecho, alguien tendrá que avisar al señor Lenoir y veremos cómo se comporta. Si se muestra sorprendido y trastornado, podremos saber si él tiene relación o no con el misterio. Deberá hacer algo: llamar a la policía, o revolver la casa de pies a cabeza para encontrar a los que faltan. Veremos lo que pasa.

Después de este largo discurso, todos se sentían algo más tranquilos. Julián parecía razonable y mostraba seguridad, a pesar de que él mismo no se sentía satisfecho. Sabía mejor que nadie que algo muy extraño, y probablemente peligroso, estaba ocurriendo en el «Cerro del Contrabandista». Hubiese deseado que las niñas no se encontrasen allí.

—Escuchadme ahora —dijo—. Tú,
Jorge
, ve a dormir con Maribel y Ana en la habitación contigua. Cerrad la puerta con llave y dejad la luz encendida. Dick y yo dormiremos aquí, en la antigua habitación de
Hollín
, también con la luz encendida, y así sabréis que estamos cerca.

Les tranquilizaba saber que los dos chicos se quedaban tan cerca. Las tres niñas regresaron a la habitación de Maribel. Estaban muy cansadas. Ana y Maribel volvieron a la cama, y Jorgina se tumbó sobre un catre estrecho, pero cómodo, y se cubrió con una manta. A pesar de la excitación, las niñas se durmieron al cabo de medio minuto. Estaban rendidas.

Los niños hablaron durante un rato, acostados en la cama de
Hollín
, donde poco tiempo antes el tío Quintín estaba durmiendo. Julián creía que aquella noche no ocurriría nada más. Él y Dick se durmieron, aunque Julián estaba dispuesto a despertarse al menor ruido.

A la mañana siguiente, los despertó Sara, que estaba muy extrañada. Había entrado para correr las cortinas y servir una taza de té al padre de Jorgina. No podía dar crédito a sus ojos cuando vio a los dos muchachos en la cama del huésped y que éste había volado.

—¿Qué es esto? —preguntó Sara, boquiabierta—. ¿Dónde está vuestro tío? ¿Por qué estáis aquí?

—¡Oh!, ya te lo contaremos más tarde —contestó Julián, que no quería entrar en detalles con Sara, porque era muy charlatana—. Puedes dejar el té, Sara, ¡nos va a venir muy bien!

—Sí, pero, ¿dónde está vuestro tío? ¿Está en vuestra habitación? —dijo Sara, muy extrañada—. ¿Qué ocurre?

—Puedes ir a mirar a nuestra habitación si quieres, a ver si está allí —dijo Dick, que tenía ganas de librarse de la asustada mujer.

Sara salió pensando que todos en la casa debían de haber enloquecido. Dejó, sin embargo, el té en la habitación, y los chicos se lo llevaron en seguida al cuarto de las niñas. Jorgina les abrió la puerta. Fueron sorbiendo, por turno, el té caliente de la única taza que tenían.

Luego, Sara regresó con Enriqueta y Block. La cara de Block estaba impávida como siempre.

—No hay nadie en su habitación, señorito Julián —empezó a decir Sara.

Block profirió una exclamación y miró a Jorgina con enfado. Creía que ella estaría encerrada en su habitación y, en cambio, estaba en la de Maribel, bebiéndose el té.

—¿Cómo se ha escapado usted? —inquirió—. Se lo diré al señor Lenoir. Será usted castigada.

—¡Cállese usted! —intervino Julian—. ¡No sé cómo se atreve a hablar así a mi prima! Estoy convencido de que tiene usted parte en todo este extraño negocio. ¡Salga usted, Block!

Tanto si Block lo había oído, como si no, no hizo gesto de moverse. Julián se puso de pie con la cara muy seria:

—¡He dicho que salga de esta habitación! —Sus ojos centelleaban—. ¿Me ha oído? Tengo la sensación de que la policía siente interés por usted, Block. Y ahora, ¡salga!

Enriqueta y Sara daban pequeños chillidos. Aquel repentino misterio era demasiado para ellas. Miraban a Block y se iban retirando hacia la puerta. Por fortuna, también Block se fue, lanzando una demoníaca mirada hacia Julián.

—Voy a contárselo al señor Lenoir —dijo Block, y desapareció.

Al cabo de unos minutos, comparecieron el señor y la señora Lenoir en la habitación de Maribel. La señora Lenoir parecía muerta de miedo. El señor Lenoir, confuso y preocupado.

—Pero, ¿qué es lo que pasa? —empezó a decir—. Block ha venido a mí con un absurdo cuento. Dice que tu padre ha desaparecido,
Jorge
, y que…

—¡Y también ha desaparecido
Hollín
! —gimió de repente Maribel, que estalló de nuevo en sollozos—. ¡
Hollín
no está! ¡
Hollín
ha desaparecido!

La señora Lenoir lanzó un grito.

—¿Qué queréis decir? ¿Dónde puede haber ido? ¿Qué significa esto, Maribel?

—Maribel, creo que será mejor que yo se lo cuente —dijo Julián, que no quería que la niña soltara todo lo que sabía. Seguramente el señor Lenoir estaba detrás de todo aquello y sería una locura decirle lo que sospechaban de él.

—¡Julián! ¡Dime pronto lo que ha ocurrido, dímelo! —rogaba la señora Lenoir, que estaba completamente trastornada.

—Tío Quintín ha desaparecido de su cama la noche pasada, y también se ha esfumado
Hollín
—explicó Julián brevemente—. Es posible que vuelvan, ¡claro está!

—¡Julián! Tú ocultas algo —dijo de repente el señor Lenoir, mirando a Julián con hosquedad—. Dinos todo lo que sepas, ¡por favor! ¿Cómo te atreves a ocultarlo en estos momentos?

—Díselo, díselo, Julián —gemía Maribel.

Julián se mostraba obstinado y miraba de reojo a Maribel.

La punta de la nariz del señor Lenoir se puso pálida.

—Voy a llamar a la policía —dijo—. Quizá les hablarás a ellos, muchacho. Te inculcarán un poco de sentido común.

Julián quedó muy sorprendido.

—¡Oh! No creo que vaya usted a la policía —espetó—. ¡Usted tiene demasiados secretos que esconder!

CAPÍTULO XVII

¡Todavía más embrollado!

El señor Lenoir miró a Julián con gran estupor. Después de esta exclamación, reinó un silencio, mortal. Julián se hubiera azotado por haberla soltado, pero ya era demasiado tarde.

El señor Lenoir abrió por fin la boca para decir algo; en aquel momento, se oyeron pasos que se acercaban a la puerta. Era Block.

—Entre usted, Block —dijo el señor Lenoir—. Parece que han ocurrido cosas raras.

Block no parecía oír, y permaneció fuera de la puerta. El señor Lenoir le llamó por señas con impaciencia.

—No —dijo Julián con firmeza—. Lo que tenemos que decir no podemos decirlo delante de Block, señor Lenoir. No nos gusta; no confiamos en él.

—¿Qué queréis decir? —preguntó el señor Lenoir con enfado—. ¿Qué sabéis de mis criados? Conozco a Block desde muchos años antes de que entrara a mi servicio, y es un hombre en quien se puede confiar. No es culpa suya si es sordo y eso lo hace a veces irritable.

Julián se calló obstinadamente. Miró con enfado a los fríos ojos de Block y luego bajó la vista.

—¡Pero esto es increíble! —exclamó el señor Lenoir procurando no perder la calma—. No sé lo que os pasa a cada uno de vosotros; los unos desaparecen y vosotros, los niños, me habláis como si yo no fuese dueño de mi casa. Insisto en que me digáis todo lo que sabéis.

—Prefiero decírselo a la policía —dijo Julián mirando a Block con insistencia. Pero Block no mostró ningún cambio de expresión en su rostro.

—¡Salga usted, Block! —ordenó el señor Lenoir finalmente, viendo que no había esperanzas de obtener nada de Julián mientras el criado estuviese presente—. Mejor será que bajéis todos a mi estudio. Esto se pone cada vez más confuso. Si la policía ha de intervenir, mejor será que me lo contéis todo a mí primero. Delante de ellos, no quiero parecer un idiota en mi propia casa.

Julián se sentía desconcertado. El señor Lenoir no se comportaba como él pensó que lo haría. Parecía sinceramente desconcertado, y parecía estar planeando el mezclar en todo ello a la policía. Seguramente no obraría así si estuviera enredado en el asunto. Julián estaba perdido en sus cavilaciones.

La señora Lenoir lloraba silenciosamente. Junto a ella sollozaba Maribel. El señor Lenoir rodeó con el brazo a su esposa y besó a Maribel. De repente, todos lo vieron mucho más amable y cariñoso de lo que nunca les había parecido.

—No os preocupéis —dijo con acento afectuoso—. Pronto llegaremos a esclarecer todo esto, aun cuando tuviera que hacer venir a todo el cuerpo de la policía. Me parece que ya sé quién está detrás de todo esto.

Estas palabras dejaron todavía más perplejo a Julián. Él y los otros siguieron al señor Lenoir hasta el estudio. Estaba aún cerrado. El señor Lenoir lo abrió. Apartó un montón de papeles que había sobre su pupitre.

—Veamos, ¿qué es lo que sabéis? —preguntó tranquilamente a Julián.

El niño observó que la punta de su nariz ya no estaba pálida. Se veía que ya había superado su arrebato de mal genio.

—Pues, señor, creo que ésta es una casa extraña y que en ella están ocurriendo muchas cosas raras —respondió Julián, que no sabía cómo empezar—. Temo, señor, que no le guste a usted que yo diga a la policía todo lo que sé.

—¡Julián, no hables con enigmas! —dijo el señor Lenoir con impaciencia—. Te comportas como si yo fuera un criminal y temiera a la policía. No lo soy. ¿Qué es lo que ocurre en esta casa?

—Pues…, por ejemplo, las señales desde el torreón —dijo Julián observando la expresión del señor Lenoir.

El señor Lenoir se quedó boquiabierto. Se veía claramente que estaba muy extrañado. Miraba a Julián. De repente, la señora Lenoir gritó:

—¡Señales! ¿Qué señales?

Julián lo explicó. Contó cómo
Hollín
había descubierto los centelleos de luz y, luego, cómo él y Dick habían ido hasta el torreón con
Hollín
cuando, por segunda vez, vieron las señales luminosas. Describió la línea de débiles lucecitas temblorosas a través del pantano desde la orilla del mar.

El señor Lenoir escuchaba con gran atención. Hizo preguntas respecto a fechas y horas. Oyó que los niños habían seguido al que hacía señas hasta la habitación de Block, donde éste había desaparecido.

—Saldría por la ventana, creo yo —dijo el señor Lenoir—. Block no tiene nada que ver con todo esto, podéis estar seguros de ello. Es fiel y leal, y me ha sido de una gran ayuda desde que está aquí. Creo que el señor Barling debe de tener que ver con todo esto. No puede hacer señas desde su casa al mar, porque no está bastante alta y su situación no es buena. Debe de haber estado usando mi torreón para dar avisos desde allí… ¡Seguramente era él mismo el que venía a hacerlo! Él conoce mejor que yo todos los caminos secretos de esta casa. Sería fácil para él venir hasta aquí.

Los niños pensaron que seguramente era el señor Barling el que hacía las señas. Miraban al señor Lenoir. Todos empezaron a pensar que seguramente éste no tenía nada que ver con los curiosos acontecimientos.

—¡No sé por qué motivo Block no ha de saber todo esto! —exclamó el señor Lenoir levantándose—. Me parece muy probable que el señor Barling pueda dar razón de muchos de estos extraños acontecimientos. Voy a ver si Block sospecha algo.

BOOK: Los Cinco en el cerro del contrabandista
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