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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco en el cerro del contrabandista (13 page)

BOOK: Los Cinco en el cerro del contrabandista
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—¡Bah! Espera a que oiga cómo te has comportado y estoy seguro de que estará de acuerdo conmigo. Ahora vete, ya sabes que no se te permitirá salir de tu habitación hasta mañana. Yo mismo se lo explicaré a tu padre cuando llegue.

La pobre Jorgina fue empujada hacia arriba por Block, que se deleitaba en poder castigar a uno de los niños. Cuando llegó a la puerta de su habitación, Jorgina gritó a los otros, que estaban en la habitación contigua:

—¡Julián! ¡Dick! ¡Ayudadme! ¡Rápido, ayudadme!

CAPÍTULO XIV

Algo muy enigmático

Julián Dick y los demás salieron volando a tiempo para ver cómo Block empujaba con brusquedad a Jorgina dentro de su habitación y cerraba la puerta con llave.

—Pero, ¡bueno! ¿Qué está usted haciendo? —gritó Julián, indignado.

Block no le hizo el menor caso y giró sobre sus talones para marcharse. Pero Julián lo agarró por el brazo y gritó fuerte en su oído:

—¡Abra usted esta puerta inmediatamente! ¿Me oye?

Block no manifestó si lo había oído o no. Se libró de la mano de Julián, pero el niño lo atrapó de nuevo. Estaba muy enfadado.

—El señor Lenoir me dio órdenes para que castigue a esta niña —dijo Block mirando a Julián con sus fríos y rasgados ojos.

—De todas formas, abra usted la puerta —ordenó Julián, e intentó al mismo tiempo apoderarse de la llave que sostenía Block. Con una súbita manifestación de fuerza, el hombre apartó su mano y dio tal empujón a Julián que éste cayó en mitad del relleno. Luego se marchó tranquilamente escaleras abajo hacia la cocina.

Julián se le quedó mirando asustado.

—¡Qué bruto! —dijo—. Es más fuerte que un caballo.
Jorge
,
Jorge
, ¿qué ha pasado?

Jorgina contestó con enojo desde el interior de la habitación cerrada. Explicó a los demás todo lo que le había ocurrido y ellos la escucharon en silencio.

—¡Qué mala suerte,
Jorge
! —exclamó Dick—. ¡Pobrecita! ¡Cuando ya casi podías abrir el pasadizo!

—Debo pedirte excusas por el padrastro que tengo —dijo
Hollín
—. Tiene un genio terrible. No te hubiese, castigado así si se hubiese dado cuenta de que eres una niña. Pero sigue pensando que eres un chico.

—No me importa nada —respondió Jorgina—, ningún castigo me importa un comino. Sólo estoy muy preocupada por
Tim
. Supongo que deberé permanecer aquí hasta que me dejen salir mañana. No comeré nada de lo que Block me traiga. Podéis decírselo. ¡No quiero ver más su horrible cara!

—¿Y dónde me acostaré esta noche? —gimió Ana—. Todas mis cosas están en tu habitación,
Jorge
.

—Tendrás que dormir conmigo —intervino la pequeña Maribel, que parecía estar muy asustada—. Te prestaré un pijama. ¡Oh!, querida, ¿qué va a decir el padre de
Jorge
cuando llegue? Espero que ordenará inmediatamente que se deje en libertad a
Jorge
.

—No, no lo hará —dijo Jorgina desde detrás de la cerrada puerta—. Pensará que he tenido uno de mis malos momentos y no le importará que esté castigada. ¡Oh, cuánto me gustaría que mi madre viniera también!

Los demás estaban muy apenados por Jorgina y también por
Tim
. Las cosas marchaban muy mal. A la hora de la merienda, se encaminaron a la sala de estudio. Tenían la esperanza de poder llevar a Jorgina algún pastel de los que habían preparado para ellos.

Jorgina se sintió muy sola cuando sus compañeros se hubieron ido a merendar. Eran las cinco. Tenía hambre y deseaba tener a
Tim
con ella. Estaba enfadada, se sentía muy desgraciada y deseaba escaparse. Se dirigió hacia la ventana y miró afuera.

Su cuarto daba al acantilado, como la vieja habitación de
Hollín
. Por debajo se extendía la muralla que rodeaba la ciudad, la cual se ondulaba siguiendo los contornos de la colina.

Jorgina sabía que no podría saltar hasta ese muro.

Era fácil caerse fuera y bajar rodando hasta el pantano. Y eso sería terrible. De súbito, recordó la cuerda que usaban todos los días para bajar al subterráneo.

Al principio, la habían guardado en la habitación de Maribel, en la estantería del armario, pero aquella vez en que se habían asustado al darse cuenta de que alguien estuvo dando vueltas al pomo de la puerta, habían decidido guardarla en la habitación de Jorgina para mayor seguridad. Temían que Block fisgoneara por la habitación de Maribel y la encontrara. Así es que Jorgina la había llevado hacia su propia habitación y la había escondido en su maleta, que había cerrado con llave.

Ahora, con las manos temblorosas por la emoción, abrió la maleta y cogió la cuerda. Quizá podría escapar por la ventana. Volvió a mirar afuera, mientras sostenía la cuerda en sus manos. Pero en aquel lugar las ventanas caían justo sobre la muralla. La ventana de la cocina daría seguramente debajo de la suya y era posible que Block la viese bajar y le impidiese realizar su propósito. Tendría que esperar hasta que anocheciera.

Cuando los otros regresaron, les explicó lo que iba a hacer, hablando en voz baja a través de la puerta.

—Descenderé sobre la muralla, caminaré por ella un trecho y luego saltaré abajo y volveré hacia atrás —dijo—. Coged algo de comida para mí, por si podéis dármela. Luego, esta noche, cuando todos estén en cama, volveré a entrar en el estudio y encontraré el camino del pasadizo secreto.
Hollín
podrá ayudarme. Así podré recoger a
Tim
.

—Está bien —respondió
Hollín
—. Espera hasta que esté lo bastante oscuro para que no te vean bajar por la cuerda. Block se ha encerrado en su habitación con dolor de cabeza. Pero Sara y Enriqueta están en la cocina y no deben verte.

Así, pues, cuando el crepúsculo recubrió la mansión como si fuera una suave cortina de color violeta, Jorgina saltó fuera de la ventana y se deslizó por la cuerda. Sólo le fue necesario dejar colgar como una cuarta parte de ella, puesto que era muy larga para la pequeña distancia. La había atado primero a las patas de su pesada cama de roble. Luego se había subido a la ventana y, en silencio, descendió por la cuerda.

Pasó por delante de la ventana de la cocina, que, por fortuna, tenía los postigos cerrados a aquella hora. Aterrizó sin novedad sobre la vieja muralla. Llevaba consigo una linterna para poder ver por dónde caminaba. Se detuvo un momento meditando en lo que debería hacer. No quería correr el riesgo de encontrarse con Block o con el señor Lenoir. Quizá lo mejor sería andar por encima del muro hasta llegar a una parte de la ciudad que ella conociera. Entonces podría saltar y, con precaución, volver a subir por la colina arriba y tratar de encontrarse con los demás.

Así, empezó a caminar por encima del ancho reborde del viejo muro. Era muy desigual y tenía muchos baches. En muchos sitios faltaban incluso piedras. Pero la tenue luz de su linterna la ayudó a no tropezar.

El muro corría cerca de unos establos, después rodeaba la parte de atrás de algunas tiendas viejas y pobres, y luego pasaba junto a una gran era, que pertenecía a una casa, y, más tarde, junto a la misma casa. Por último descendía hacia abajo junto a otras edificaciones. Jorgina podía atisbar el interior de las viviendas a través de las ventanas, que no tenían cortinas. Ahora se veía lucir luz por ellas. Resultaba extraño poder ver el interior de las casas sin ser visto. Una familia, no muy numerosa, estaba sentada, comiendo. Sus caras parecían alegres y felices. En otra, un viejo estaba sentado solo, leyendo y fumando.

Una mujer escuchaba la radio mientras hacía media. Jorgina pasó en silencio por encima de la muralla, muy cerca de ella. Nadie la oyó, nadie la vio.

Luego llegó junto a otra casa. Era una casa grande. La muralla pasaba muy cerca de ella, porque estaba construida en el borde mismo del acantilado y tenía el pantano a sus pies.

Había allí una ventana iluminada. Jorgina echó una ojeada fugaz mientras pasaba. De pronto, se quedó parada, muy sorprendida.

¡Vaya, vaya, allí estaba Block! Estaba de espaldas a ella, pero podía jurar que se trataba de Block. Era su misma cabeza, sus mismas orejas, sus espaldas.

¿Con quién hablaba? Jorgina intentó verlo, y lo conoció al punto. Estaba hablando con el señor Barling, del que todo el mundo sabía que era un contrabandista, el contrabandista de Castaway.

Pero…, ¡un momento! ¿Podía tratarse de Block? Block era sordo y este hombre era seguro que no lo era. Se veía que escuchaba al señor Barling y le contestaba, por más que Jorgina no pudiese oír sus palabras.

«No debería estar espiando así —se dijo Jorgina a sí misma—. Pero esto es muy extraño, muy interesante y muy excitante. Si el hombre se diera la vuelta, podría saber en seguida si era Block.»

Pero no se dio la vuelta. Seguía sentado en su silla, de espaldas a Jorgina. El señor Barling, con la cara iluminada por la lámpara que tenía junto a sí, hablaba animadamente. Y Block —si es que era Block —escuchaba con interés y asentía con la cabeza de vez en cuando.

Jorgina se sintió aterrada. ¡Si al menos pudiese saber con seguridad que era Block! Pero, ¿cómo podía estar hablando con el señor Barling? ¿No decían que era sordo como una tapia?

Jorgina saltó desde la muralla a una callejuela y atravesó la ciudad en dirección al «Cerro del Contrabandista». Por la parte de fuera de la puerta principal, escondido en las sombras, estaba
Hollín
. Puso su mano sobre el hombro de Jorgina y ésta se sobresaltó.

—Ven, entremos. He dejado abierta la puerta lateral. Te hemos preparado un buen festín.

Los dos se deslizaron por la puerta lateral y de puntillas fueron más allá del estudio, atravesando el vestíbulo hacia el dormitorio de Julián. Era cierto, habían preparado un verdadero festín.

—He hecho una incursión en la despensa —dijo
Hollín
con satisfacción—. Enriqueta había salido y Sara se había ido a Correos. Block ha tenido que irse a descansar, porque dice que tiene un dolor de cabeza terrible.

—¡Oh! —exclamó Jorgina—. Entonces no pudo ser Block a quien yo vi, y, sin embargo, estoy tan segura como se puede estar de que era él.

—¿Qué quieres decir? —preguntaron los otros, sorprendidos.

Jorgina se sentó en el suelo y empezó a engullir pasteles y tortas. Sentía un hambre feroz. Entre bocado y bocado, les contó cómo había salido por la ventana, cómo anduvo por encima de la muralla y cómo se había encontrado junto a la casa del señor Barling.

—Miré por una ventana iluminada que había en ella y vi a Block que hablaba con el señor Barling, que le escuchaba y le contestaba —dijo.

A los demás les costaba mucho trabajo creerlo.

—¿Viste su cara? —preguntó Julián.

—No —respondió Jorgina—, pero estoy segura de que era Block.
Hollín
, podrías echar un vistazo a su habitación para ver si está en ella. No puede haber regresado todavía de casa del señor Barling, porque tenía delante un gran vaso lleno de alguna cosa y es seguro que necesitó bastante rato para beberlo. Ve y mira.

Hollín
desapareció. Regresó en seguida.

—Está en su cama —dijo—. Vi la forma de su cuerpo y la mancha oscura de su cabeza. ¿Es posible, pues, que existen dos Block? ¿Qué significa esto?

CAPÍTULO XV

Ocurren cosas extrañas

Todo esto era en verdad muy enigmático, sobre todo para Jorgina, que podría jurar que era Block el que estaba hablando con el conocido contrabandista. Los demás no estaban tan convencidos, sobre todo porque Jorgina admitía que no había podido ver la cara del hombre.

—¿Ha llegado ya mi padre? —preguntó Jorgina de repente, recordando que se suponía que vendría aquella noche.

—Sí, ahora mismo —contestó
Hollín
—. Un momento antes de que tú llegaras. Su coche casi me ha pasado por encima, pero pude saltar en el último momento. Yo estaba allí, esperándote.

—¿Qué planes tenéis? —preguntó Jorgina—. Debo recoger a
Tim
esta noche, si no se pondrá furioso. Me parece que lo mejor que puedo hacer es volver a subir por mi ventana, no vaya a ser que regrese Block y se dé cuenta de mi desaparición. Esperaré a que todo el mundo esté en la cama y volveré a deslizarme por la ventana y entonces tú,
Hollín
, por favor, me guiarás por dentro de la casa. Luego iré al estudio contigo y tú me abrirás el pasadizo. Encontraré a
Tim
, y todo marchará bien.

—No sé si todo marchará bien —dudó
Hollín
—. Pero, de todas formas, tu plan es el único que podemos seguir. Mejor será que regreses a tu habitación ahora, si ya has comido bastante.

—Me llevaré algunos bollos —dijo Jorgina embutiéndolos en sus bolsillos—.
Hollín
, tú vendrás y llamarás a mi puerta cuando todo el mundo esté en la cama y entonces sabré que puedo salir por la ventana y volver a entrar en la casa.

Al cabo de un rato, Jorgina volvía a estar en su habitación tan oportunamente que al poco tiempo apareció Block con un plato de pan seco y un vaso lleno de agua. Abrió la puerta y lo dejó todo sobre la mesa.

—Aquí está su cena —dijo.

Jorgina miró su cara impávida y le desagradó tanto que sintió que debía hacer algo. Así es que tomó el vaso de agua y lo arrojó a ciegas al cogote de Block. El agua corrió por la espalda de éste y le hizo pegar un brinco. El hombre dio un paso hacia ella mientras sus ojos centelleaban, pero Julián y Dick estaban junto a la puerta y no se atrevió a pegarle.

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