Read Los Cinco en el cerro del contrabandista Online

Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco en el cerro del contrabandista (5 page)

BOOK: Los Cinco en el cerro del contrabandista
13.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Julián pasó a rastras a través del boquete y se encontró en un gran armario empotrado, donde estaba colgada la ropa de
Hollín
. Se abrió paso a través de la ropa y chocó contra una puerta. La abrió y, al punto, raudales de luz inundaron el armario, iluminando el paso desde el pasadizo hasta la habitación.

Los demás pasaron de uno en uno a través del boquete. Durante un momento se perdían entre las ropas y se sentían aliviados al penetrar por fin en la habitación por la puerta del armario.

Tim
, asustado y silencioso, se mantenía junto a Jorgina. No le había agradado mucho aquel oscuro y estrecho pasadizo y se sentía contento de encontrarse de nuevo a la luz del día.

Hollín
pasó el último. Cuidadosamente cerró la abertura del pasadizo presionando la piedra. Ésta se movió con facilidad, a pesar de que Julián no podía imaginar cómo funcionaba. «Debe de llevar alguna clase de eje», pensó Julián.

Sonriente,
Hollín
se unió a los demás en el dormitorio. Jorgina sostenía con la mano el collar de
Tim
.

—Puedes soltarlo,
Jorge
—dijo
Hollín
—. Estamos a salvo aquí. Mi habitación y la de Maribel están separadas del resto de la casa. Nos encontramos en un extremo de la casa al que sólo se puede llegar por un largo pasillo.

Abrió la puerta y enseñó a los demás lo que quería decir. Había otra habitación junto a la suya, que era la de Maribel. Luego seguía un pasillo con paredes de piedra y suelo empedrado, recubierto de alfombras. Al final de éste, una gran ventana le daba claridad. También había una puerta, una gran puerta de roble que estaba cerrada.

—¿Lo veis? Aquí estamos a salvo, y completamente solos —comentó
Hollín
—.
Tim
puede ladrar si quiere, nadie lo oirá.

—¿Pero aquí no viene nunca nadie? —preguntó Ana, extrañada—. ¿Quién limpia y cuida vuestras habitaciones?

—¡Oh!, eso lo hace Sara cada mañana —respondió
Hollín
—, pero corrientemente, nadie más viene por aquí. De todas formas, tengo un sistema para saber si alguien abre esa puerta.

Y señaló la que cerraba el pasillo. Los demás lo miraban.

—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Dick.

—He montado aquí en mi habitación un mecanismo que hace un ruido estruendoso tan pronto como se abre la puerta —comentó
Hollín
con orgullo—. Mirad, voy a ir hasta allí y la abriré. Vosotros permaneced aquí y escuchad.

Corrió por el pasillo y abrió la pesada puerta. Inmediatamente sonó un ruido grave e intenso en alguna parte de la habitación. Todos se sobresaltaron. También
Tim
se asustó: sus orejas se enderezaron y gruñó con ferocidad.

Hollín
cerró la puerta y regresó corriendo.

—¿Habéis oído el ruido? Es una buena idea, ¿no os parece? Siempre se me ocurren cosas como ésta.

A todos les pareció que habían ido a parar a un lugar muy raro. Echaron un vistazo en torno a la habitación de
Hollín
. Su mobiliario era muy corriente y también era normal su estado de desorden. Había en ella una gran ventana, con paneles en forma de rombo, y Ana quiso mirar por ella.

Retrocedió de un brinco, sobresaltada. No esperaba encontrarse con un precipicio semejante. El «Cerro del Contrabandista» había sido construido en la cima de una colina y, del lado que se encontraba la habitación de
Hollín
, dicha colina descendía verticalmente hasta el pantano, que se veía muy al fondo.

—¡Oh, mirad! —exclamó—. ¡Mirad qué altura hay! ¡Me da una sensación muy rara mirar hacia abajo!

Los demás la rodearon y permanecieron en silencio, porque verdaderamente impresionaba asomarse a un precipicio tan profundo.

El sol lucía en la cima de la colina, pero todo alrededor, hasta donde la vista podía alcanzar, la niebla ocultaba el pantano y el lejano mar. Sólo una pequeña zona del pantano podía divisarse muy en lo hondo, al pie de la abrupta colina.

—Cuando las nieblas se retiran, se pueden ver los húmedos pantanos hasta donde empieza el mar —explicó
Hollín
—. Es una vista muy hermosa. Casi no puede decirse dónde acaba el pantano y dónde comienza el mar, menos los días en que el mar está muy azul. Resulta curioso saber que en otro tiempo el mar rodeaba esta colina, que entonces era una isla.

—Sí. El posadero nos lo ha contado —dijo Jorgina—. ¿Por qué se retiró el mar y abandonó este lugar?

—No lo sé —respondió
Hollín
—. La gente dice que se retira cada vez más. Se ha hecho un gran proyecto para drenar el pantano y convertirlo en campos de cultivo. Pero no sé si esto llegará a realizarse algún día.

—A mí no me gusta el pantano —dijo Ana, con un ligero escalofrío—. Parece un lugar perverso.

Tim
gimió. Jorgina recordó entonces que debían esconderlo y planear cómo lo cuidarían. Se dirigió a
Hollín
.

—¿Pensabas de verdad hacer lo que has dicho y esconder a
Tim
? —preguntó—. ¿Dónde lo pondremos? ¿Podremos alimentarlo? ¿Y cómo podremos sacarlo de paseo? Ya es un perro muy grande.

—Ya lo planearemos —replicó
Hollín
—. No te preocupes. Me gustan los perros y me encantará tener a
Tim
aquí, pero os advierto que, si mi padrastro lo descubre alguna vez, recibiremos todos una buena azotaina y os devolverá a vuestra casa con una buena reprimenda.

—¿Pero por qué no le gustan los perros a tu padre? —preguntó Ana, intrigada—. ¿Es que le dan miedo?

—No. Me parece que no. Sólo que no quiere tenerlos en casa —contestó
Hollín
—. Creo que debe tener alguna razón, pero no sé cuál es. ¡Es un hombre muy raro mi padrastro!

—¿En qué sentido es raro? —preguntó Dick.

—Pues… parece estar lleno de secretos —contestó
Hollín
—. Aquí viene gente muy rara. Llegan secretamente, sin que nadie se dé cuenta. He visto luces encendidas en el torreón algunas noches, aunque no sé quién las enciende ni para qué. He intentado descubrirlo, pero no lo he conseguido.

—¿Crees… crees que tu padre es un contrabandista? —preguntó de repente Ana.

—No lo creo —contestó
Hollín
—. Ya tenemos aquí un contrabandista y todo el mundo lo conoce. ¿Veis aquella casa allá abajo, a la derecha? Allí vive. Es lo más rico que se puede ser. Se llama Barling. Incluso la policía conoce sus andanzas, pero no puede detenerlo. Es muy rico y poderoso, así es que hace lo que quiere y no permitiría que nadie más jugara al mismo juego que él. Nadie más se atrevería a hacer ninguna clase de contrabando en Castaway mientras él se dedique a eso.

—Éste parece un lugar muy emocionante —comentó Julian—. Tengo la sensación de que se puede correr alguna aventura por aquí.

—¡Oh, no! —exclamó
Hollín
—. Aquí nunca pasa nada. Cuando se llega por primera vez, uno tiene la sensación de que va a vivir aventuras, sólo por ser el lugar tan antiguo, tan lleno de pasos secretos, de pozos y de corredores excavados en la roca, usados por los contrabandistas de tiempos antiguos, pero… ¡qué va!

—Bien —empezó a decir Julián, y se detuvo en seco. Todos miraron a
Hollín
. Su bocina secreta había aullado desde su escondido rincón. ¡Alguien había abierto la puerta del final del pasillo!

CAPÍTULO VI

El padrastro y la madre de Hollín

—¡Alguien viene! —dijo Jorgina, presa de pánico—. ¿Qué haremos con
Tim
? ¡Rápido!

Hollín
agarró a
Tim
por el collar y lo escondió en el viejo armario, cerrando la puerta detrás de él.

—¡Estate quieto! —le ordenó en voz baja.

Y
Tim
se mantuvo inmóvil en la oscuridad, con los pelos de su lomo erizados y las orejas tiesas.

—Bien —empezó a decir
Hollín
ya en alto—. Quizá lo mejor será que os enseñe vuestros dormitorios.

Se abrió la puerta y penetró un hombre en la habitación. Llevaba pantalones negros y una chaqueta de lino blanca. Tenía una cara inexpresiva.

«Es una cara cerrada —pensó Ana para sí—. No se puede saber qué es lo que está pensando porque su cara es cerrada y secreta.»

—¡Hola, Block! —exclamó
Hollín
con desparpajo. Se volvió hacia los demás—. Éste es Block, el criado de mi padrastro. Está sordo, así que podéis hablar lo que queráis, aunque será mejor que no lo hagáis porque, a pesar de que no oye, parece enterarse de todo lo que se dice.

—De todas formas, pienso que sería injusto decir cosas que no diríamos delante de él si no fuese sordo —dijo Jorgina, que tenía ideas muy estrictas respecto a estas cosas.

Block habló con una curiosa y monótona voz:

—Vuestro padre y vuestra madre quieren saber por qué no han llevado ustedes a sus amigos a verlos —dijo—. ¿Por qué han corrido hacia las habitaciones de ustedes?

Block miraba a su alrededor mientras hablaba, casi como si supiera que había allí un perro y se preguntara dónde se había metido. Al menos esto pensaba Jorgina, que se sentía alarmada. Tenía la esperanza de que el conductor del coche no hubiese mencionado a
Tim
.

—¡Oh!, me sentí tan contento al verlos, que los he hecho subir aquí directamente. Pero está bien, Block. Bajaremos dentro de un minuto.

El hombre se marchó. Su rostro seguía impasible. Ni una sonrisa, ni una mueca.

—No me gusta nada —comentó Ana—. ¿Hace mucho tiempo que está con vosotros?

—No, solamente un año —respondió
Hollín
—. Apareció un día por aquí. Ni mi madre sabía que iba a venir. Llegó y, sin decir una palabra, se puso la chaqueta blanca y empezó a trabajar en la habitación de mi padrastro. Supongo que mi padre lo esperaba, pero no dijo nada, ni siquiera a mi madre, estoy seguro de ello. ¡Pareció tan sorprendida!

—Es tu madre de verdad, ¿o es también tu madrastra? —preguntó Ana.

—¡No se puede tener un padrastro y una madrastra! —dijo
Hollín
con tono burlón—. O se tiene el uno, o se tiene el otro. Mi madre es mi madre de verdad y también la de Maribel. Pero Maribel y yo somos sólo medio hermanos, porque mi padrastro es su verdadero padre.

—¡Vaya un lío! —exclamó Ana intentando entenderlo.

—¡Venid! Es mejor que bajemos —recomendó
Hollín
—. Tengo que advertiros que mi padrastro está siempre muy amable y sonriente y que bromea mucho, pero de todas maneras no lo hace de una manera natural. En cualquier momento, es posible que le entre una terrible cólera.

—Espero que no lo veamos mucho —dijo Ana, que se sentía bastante mal—. ¿Cómo es tu madre,
Hollín
?

—Como una ratita asustada —contestó
Hollín
—. Os gustará. Es muy cariñosa. Pero no le agrada vivir aquí. No le gusta esta casa y teme a mi padrastro. Ella no lo dice, pero yo sé que es verdad.

Maribel, que era demasiado tímida para haber intervenido hasta ahora en la conversación, movió la cabeza asintiendo.

—Tampoco a mí me gusta vivir aquí —dijo—. Estaré contenta cuando tenga que ir al pensionado, y lo mismo
Hollín
. Únicamente siento que mamá se quedará completamente sola entonces.

—¡Venid! —repitió
Hollín
, que pasó delante—. Mejor será que dejemos a
Tim
en el armario hasta que regresemos, no sea que Block se dedique a curiosear un poco. Cerraré la puerta del armario con llave y me la llevaré.

Los niños siguieron a Maribel y a
Hollín
por el pasillo de piedra, hacia la puerta de roble. Se sentían todos muy infelices por tener que dejar a
Tim
encerrado en el armario. Pronto se hallaron en lo alto de una gran escalinata, amplia y de escalones bajos. Descendieron hasta un gran vestíbulo.

A la derecha había una puerta.
Hollín
la abrió, entró y se dirigió a alguien.

—Están todos aquí —dijo—. Perdone que los haya llevado arriba a mi habitación, padre, pero me emocionaba verlos a todos.

—Necesitas aún pulir un poco tus modales, Pedro —respondió el señor Lenoir en tono profundo. Los niños, que habían penetrado en la estancia detrás de
Hollín
, lo miraron. Estaba sentado en un gran sillón de roble. Era un hombre aseado, de aspecto inteligente, pelo rubio y cepillado hacia atrás y ojos azules como los de Maribel. Sonreía continuamente, pero sólo con la boca, no con los ojos.

«¡Qué ojos más fríos!», pensó Ana cuando se adelantó para darle la mano. Su mano también era fría. Él le sonrió y le dio un golpecito en el hombro.

—¡Qué niña más hermosa! —dijo—. Serás una buena compañera para Maribel. ¡Tres muchachos para
Hollín
y una niña para Maribel! Está muy bien.

Era evidente que pensaba que Jorgina era un chico y, en verdad, ésta lo parecía: iba vestida con shorts y un jersey, como de costumbre, y su pelo era muy corto.

Nadie aclaró que Jorgina no era un chico. ¡Y claro está que la misma Jorgina no iba a hacerlo! Ella, Dick y Julián saludaron al señor Lenoir. Ni siquiera habían advertido la presencia de la madre de
Hollín
.

Ésta estaba allí, sentada, como perdida en su sillón. Era una mujer pequeñita, como una muñeca, con cabellos castaños y ojos grises. Ana se volvió hacia ella.

—¡Oh, qué pequeñita es usted! —exclamó sin poderse dominar.

El señor Lenoir se rió. Se reía siempre, se dijera lo que se dijera. La señora Lenoir se puso de pie y sonrió. No era más alta que Ana y tenía los pies y las manos más pequeños que la niña jamás hubiese visto en una persona mayor. A Ana le agradó. Le dio la mano y dijo:

BOOK: Los Cinco en el cerro del contrabandista
13.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Strong, Silent Type by James, Lorelei
A Christmas Secret by Anne Perry
Comedy in a Minor Key by Hans Keilson
Did You Read That Review ? by Amazon Reviewers
Crónica de una muerte anunciada by Gabriel García Márquez
Gravenhunger by Goodwin, Harriet; Allen, Richard;