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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco en el cerro del contrabandista (7 page)

BOOK: Los Cinco en el cerro del contrabandista
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—¡Oh, sí! —contestó
Hollín
—. Es bien cierto que podemos. Voy a buscarlo ahora mismo.

—Pero, ¿qué excusa vas a dar para llevártelo? —le gritó Julián.

Hollín
ya había abierto la puerta y había salido disparado. Era un chico muy impaciente y cuando decidía algo no podía aplazarlo ni por un minuto. No contestó, sino que siguió corriendo por el pasillo. Julián cerró la puerta detrás de él. No deseaba que llegara alguien y viera la alfombra apartada y el gran boquete que había debajo.

Al cabo de dos minutos,
Hollín
ya estaba de regreso. Traía consigo una pesada cesta. Golpeó en la puerta y Julián abrió.

—¡Está bien! —dijo Julian—. ¿Cómo has podido obtenerla? ¿Nadie se opuso?

—No la he pedido —exclamó
Hollín
sonriendo con malicia—. No había nadie a quien pedirla. Block estaba con mi padre y Sara en el mercado. Siempre podré volver a dejarla en su sitio si empiezan a preocuparse por ella.

Dejaron caer la escalera de cuerda por el agujero. Se deslizó como una serpiente que se desenrosca, y cayó hasta alcanzar el fondo del pozo. Entonces fueron a buscar a
Tim
, que aún estaba en la habitación de
Hollín
. El perro movía su cola con gran alegría por encontrarse de nuevo con todos ellos. Jorgina le habló con mimo.

—¡Querido
Tim
! Odio tenerte escondido. Pero no te preocupes, esta mañana vamos a salir de paseo todos juntos.

—Yo bajaré primero —dijo
Hollín
—. Luego, mejor será que descolguéis a
Tim
. Dejaremos su cesto atado con esta cuerda. Es fuerte y larga y podremos hacerlo descender con comodidad. Para más seguridad, ataremos el otro cabo al pie de la cama y así, cuando volvamos a subir, podremos remontarlo fácilmente.

Se persuadió a
Tim
para que entrara en el gran cesto y se tumbara dentro de él. Estaba sorprendido y ladró un poco. Pero Jorgina le tapó en seguida el hocico con la mano.

—¡Chisss…! No has de decir ni una palabra,
Tim
—dijo—. Comprendo que todo esto te extraña mucho; pero no te importe. Tendrás un maravilloso paseo al final.

Tim
comprendió la palabra "paseo" y se puso muy contento. Esto era precisamente lo que deseaba: un hermoso y largo paseo al sol y al aire libre.

No le gustó nada que cerraran la tapadera sobre él, pero, puesto que Jorgina parecía pensar que debía soportar todos aquellos raros acontecimientos,
Tim
los soportó de buen grado.

—¡Es un perro maravilloso! —comentó Maribel—.
Hollín
, baja tú primero y estate preparado para cuando lo descolguemos.

Hollín
desapareció por el oscuro agujero, sujetando la linterna con los dientes. Descendió y descendió. Por fin, quedó de pie en el fondo, sano y salvo, e hizo señas con la linterna a los de arriba. Su voz llegó hasta ellos. Sonaba extraña y como si estuviera muy lejos.

—¡Vamos ya! ¡Bajad a
Tim
!

El cesto de la colada, que ahora parecía muy pesado, fue arrastrado hasta el borde del agujero y luego se le hizo descender. De vez en cuando topaba con las paredes.
Tim
gruñía. ¡Aquel juego no le gustaba nada!

Dick y Julián aguantaban la cuerda entre los dos. Descolgaban a
Tim
tan suavemente como podían. Al fin tocó el suelo con un ligero rebote.
Hollín
desató el cesto. De él salió
Tim
ladrando. Pero sus ladridos sonaban tenues y distantes a los espectadores que estaban en lo alto.

—¡Ahora, id bajando uno a uno! —gritó
Hollín
moviendo su linterna—. Julián, ¿está la puerta cerrada?

—Sí —contestó Julian—. Vigila a mi hermana. Es la primera que baja.

Ana empezó a descender. Al principio estaba un poco asustada, pero a medida que sus pies se fueron acostumbrando a buscar y encontrar los escalones de cuerda lo iba haciendo más aprisa.

Luego siguieron los demás y pronto se encontraron todos en el fondo del agujero, en el gran pozo. Miraban en torno suyo con curiosidad. Olía a humedad y las paredes estaban rezumantes y verdosas.
Hollín
paseó su linterna por ella, y los niños pudieron ver varios pasadizos que partían en distintas direcciones.

—¿Adonde conducen? —preguntó Julián, extrañado.

—Ya os dije que la colina estaba llena de túneles —replicó
Hollín
—. Este pozo está en el fondo de la colina, y los túneles llevan hasta las catacumbas. Hay kilómetros y kilómetros de ellos. Nadie los explora ya, porque cuando lo hacían se perdieron muchas personas y nunca más se supo nada de ellas. Antiguamente existió un mapa de estos túneles, pero se ha perdido.

—Está alambrado —dijo Ana, temblando—. No me gustaría quedarme sola aquí abajo.

—¡Qué sitio tan estupendo para esconder los tesoros de los contrabandistas! —comentó Dick—. Nadie podría encontrarlos nunca aquí.

—Me parece que los contrabandistas de otros tiempos conocían estos pasadizos palmo a palmo —dijo
Hollín
—. ¡Seguidme! Cogeremos el que conduce a las afueras de la colina. Tendremos que trepar un poco cuando lleguemos allí. Supongo que eso no os importará.

—¡Oh, no! —repuso Julian—. Todos somos buenos trepadores. Pero,
Hollín
, ¿estás seguro de conocer bien el camino? ¡No tenemos ganas de perdernos aquí para siempre!

—¡Claro que sé el camino! ¡Seguidme! —repitió
Hollín
iluminando hacia delante con la linterna. Luego emprendió el camino por un oscuro y estrecho túnel.

CAPÍTULO VIII

Un paseo emocionante

El túnel se extendía cuesta abajo en línea recta y en algunos sitios olía muy mal. Algunas veces desembocaban en él grandes pozos, como aquel por el cual los niños habían descendido.
Hollín
los iba iluminando con su linterna.

—Éste conduce a alguna parte de la casa de Barling —dijo—. La mayor parte de las casas de por aquí tienen salida por pozos igual que el nuestro. Algunos de ellos están muy bien escondidos.

De repente, Ana exclamó:

—Se ve luz del día o algo por el estilo allá delante. ¡Por fin! Empezaba a estar harta de este túnel.

Era verdad. Se veía luz, que penetraba por una especie de entrada subterránea al lado de la colina. Los niños treparon por allí y miraron hacia fuera.

Se encontraban en la parte exterior de la colina, a las afueras de la ciudad, en algún lugar de la empinada ladera que conducía hasta el pantano.
Hollín
subió al borde y guardó la linterna en su bolsillo.

—Tenemos que ir hasta aquel prado que se ve allí abajo —dijo, señalándolo con el dedo—. Desde allí iremos a un sitio en que la muralla de la ciudad es muy baja y podremos trepar por ella. ¿Tiene
Tim
las patas seguras? No desearía que resbalara y cayera en el pantano.

El pantano se extendía mucho más abajo. Parecía feo y húmedo. Jorgina estaba pensando en que nunca
Tim
podría caer en él. Sabía que tenía las patas seguras, por lo cual nunca resbalaría. El camino era empinado y rocoso, pero se podía avanzar bastante bien.

Todos descendieron por él. A veces tenían que subirse a las rocas. El camino los condujo hasta el muro de la ciudad, que, tal como había anunciado
Hollín
, era allí muy bajo. Éste se subió a lo alto del muro. Tenía tanta habilidad como un gato para trepar.

—Ya no me maravilla que en la escuela tenga tanta fama de buen trepador —dijo Dick a Julian—. Ha hecho muchas prácticas aquí. ¿Te acuerdas de cómo se subió al tejado del colegio en el trimestre anterior? Todos temían que resbalara y se cayera, pero no se cayó y ató la
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a una de las chimeneas.

—¡Seguidme! —gritó
Hollín
—. No hay moros en la costa. Éste es un lugar solitario de la ciudad y nadie nos verá trepar.

Pronto estuvieron todos en lo alto del muro, incluso
Tim
. Se dispusieron a dar un buen paseo por la colina abajo y disfrutaron muchísimo. Al cabo de poco rato, la niebla empezó a clarear y el sol se tornó cálido y agradable.

La ciudad era muy antigua. Muchas de las casas parecían medio derruidas, pero se veía que estaban habitadas porque salía humo de las chimeneas. Las tiendas eran pobres. Tenían ventanas estrechas y largas, protegidas por aleros. Los niños se detenían de cuando en cuando para mirar en su interior.

—¡Mirad! ¡Ahí está Block! —exclamó de repente
Hollín
en voz muy baja—. No prestéis atención a
Tim
. Si nos lame las manos o salta alrededor nuestro, haced ver que queréis esquivarlo, como si fuese un perro vagabundo.

Todos aparentaban no ver a Block, pero seguían mirando por la ventana al interior de la tienda.
Tim
, que se sentía muy excitado, corrió hacia Jorgina y comenzó a darle golpes con la pata intentando que le hiciera caso.

—¡Oh, apártate de una vez, perro! —dijo
Hollín
dando un empujón al sorprendido
Tim
—. ¡Vete ya! Ya está bien de venir detrás de nosotros. ¡Vete a tu casa de una vez!

Tim
creyó que se trataba de algún nuevo juego. Ladraba alegremente y corría en torno a
Hollín
y a Jorgina, y de vez en cuando les lamía las piernas.

—¡A tu casa, perro, a tu casa! —gritó
Hollín
dándole otro empujón.

Entonces Block salió de la tienda y se dirigió hacia ellos, sin ninguna expresión en el rostro.

—¿Les está molestando este perro? —preguntó—. Le tiraré una piedra y se marchará.

—¡No haga usted eso! —contestó Jorgina inmediatamente—. ¡Métase usted en sus cosas! No nos importa que el perro nos siga. Es un perro simpático.

—Block es sordo, so tonta —dijo
Hollín
—. No sirve de nada hablarle.

Jorgina se horrorizó mucho más al ver que Block cogía una gran piedra e intentaba tirársela a
Tim
. Se lanzó hacia él, le golpeó el brazo con fuerza y le hizo soltar la piedra.

—¿Cómo se atreve usted a tirar piedras a un perro? —gritó la niña, enfurecida—. Se lo diré… se lo diré a la policía…

—Pero, ¿qué ocurre? —se oyó una voz por allí cerca—. ¿Qué es lo que pasa? Cuéntame lo que pasa, Pedro.

Los niños se volvieron y vieron, de pie junto a ellos, a un hombre muy alto, que llevaba el pelo muy largo. Tenía los ojos alargados y estrechos, una larga nariz y una barbilla en punta.

«Es largo por los cuatro costados», pensó Ana mirando sus largas y delgadas piernas y sus pies también largos y estrechos.

—¡Oh!, señor Barling. No lo había visto —dijo
Hollín
con educación—. No ocurre nada, muchas gracias. Sólo pasa que este perro nos está siguiendo, y Block dijo que lo haría huir tirándole una piedra. Y a
Jorge
le gustan mucho los perros, y se ha enfadado por eso.

—Comprendo. Y ¿quiénes son todos estos niños? —preguntó el señor Barling mirando a cada uno de ellos con sus largos y estrechos ojos.

—Han venido a pasar unos días con nosotros, porque la casa de su tío ha sufrido un accidente —explicó
Hollín
—. Es decir, la casa del padre de
Jorge
, que está en Kirrin.

—¡Ah!, ¿en Kirrin? —dijo el señor Barling, y pareció enderezar sus largas orejas—. Me parece que allí es donde vive ese sabio hombre de ciencia, amigo del señor Lenoir.

—Sí. Es mi padre —respondió Jorgina—. ¿Lo conoce usted?

—He oído hablar de él y de sus muy interesantes experimentos —repuso el señor Barling—. El señor Lenoir lo conoce íntimamente, según creo.

—No muy íntimamente —repuso Jorgina, un poco asustada—. Me parece que sólo se conocen por carta. Mi padre telefoneó al señor Lenoir y le preguntó si podría tenernos en su casa mientras se reparaba la nuestra.

—Y, claro está, el señor Lenoir se sentiría encantado de tener toda esta compañía —dijo el señor Barling—. ¡Es un hombre tan bueno y tan generoso vuestro padre, Pedro!

Los niños miraron al señor Barling, extrañados de que dijera cosas tan amables con aquel tono de voz tan ofensivo. Se sentían incómodos. Se veía con toda claridad que al señor Barling no le hacía gracia el señor Lenoir. Tampoco a ellos les gustaba el señor Lenoir, pero menos aún les agradaba el señor Barling.

Tim
divisó en aquel momento a otro perro y salió corriendo detrás de él alegremente. Ahora, Block había desaparecido por la empinada calle, con su cesto al brazo. Los niños se despidieron del señor Barling, porque no deseaban hablar más tiempo con él.

Persiguieron a
Tim
y comenzaron a hablar entre sí con animación tan pronto como hubieron perdido de vista al señor Barling.

—¡Cielo santo! ¡Nos hemos salvado por poco de Block! —exclamó Julian—. ¡Qué bestia! Iba a tirar una piedra enorme al pobre
Tim
. No me ha extrañado de que te lanzaras sobre él,
Jorge
. Pero por poco descubre la trampa.

—¡No me hubiese importado! —respondió Jorgina—. No quería que le rompiera una pata a
Tim
. También ha sido mala suerte encontrarnos a Block la primera mañana en que salimos.

—Seguramente nunca más nos lo volveremos a encontrar cuando saquemos a
Tim
—dijo
Hollín
para tranquilizarla—. Y si lo encontráramos, diríamos, sencillamente, que el perro se une a nosotros en cuanto nos ve. Y, además, esto es la verdad.

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