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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco en el cerro del contrabandista (2 page)

BOOK: Los Cinco en el cerro del contrabandista
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—¡Hum! —dijo guardando la carta—. Debí haberos hablado sobre este chico antes de ofrecer al padre que lo trajera. Pero quizás aún pueda evitar que venga.

—No, no lo hagas, padre —suplicó Jorgina, a la que le habían gustado los informes sobre
Hollín
Lenoir—. Déjale que venga. Podrá salir con nosotros y no molestará en casa.

—Ya veremos —respondió el padre, que ya se había decidido a no tener al chico en «Villa Kirrin», puesto que era alocado, revoltoso y trepaba como un mono. Jorgina resultaba ya suficiente con su cabeza llena de pájaros, y no necesitaba un chico travieso que la animara.

Con gran alivio por parte de los niños, el tío Quintín se fue a reanudar su trabajo hacia las ocho. Tía Fanny miró el reloj.

—Ana, ya es hora de que te acuestes —dijo—. Y también tú,
Jorge
.

—Déjame tan sólo echar una partida de cartas. La jugaremos todos juntos. Tú también, mamá. Es nuestra primera noche en casa. De todos modos, no podremos dormir con el ruido del viento. Anda, mamá, vamos a echar un juego y, después, nos acostamos. Julián ya está bostezando como un tonto.

CAPÍTULO II

Conmoción en la noche

Aquella noche resultaba agradable subir por las empinadas escaleras hacia los dormitorios que tan familiares les eran. Todos los niños bostezaban ampliamente. El largo viaje en tren los habían cansado.

—¡Ojalá se calmara este terrible vendaval! —exclamó Ana apartando las cortinas y mirando hacia la oscuridad de la noche—. Hay un poco de luna,
Jorge
. Juega al escondite ocultándose por detrás de las nubes.

—¡Déjala que juegue! —respondió Jorgina arrebujándose en la cama—. Tengo frío. Date prisa, Ana, o vas a resfriarte mirando por la ventana.

—Qué ruido hacen las olas, ¿verdad? —dijo Ana, que aún seguía en la ventana—. Y cómo silba el viento al pegar contra el fresno.


Tim
, corre y súbete a mi cama —ordenó Jorgina frotándose los helados pies—. Ésta es una de las cosas buenas de estar en casa, Ana. Puedo tener a
Tim
en mi cama. Me calienta mucho más que una bolsa de agua caliente.

—Tampoco en casa te lo dejan tener —comentó Ana acurrucándose en su cama—. Tía Fanny cree que el perro está durmiendo en su cesta.

—Pero no puedo impedirle que venga a mi cama por las noches, puesto que él no quiere dormir en su cesta, ¿verdad? —dijo Jorgina—. Está bien,
Tim
querido. Caliéntame los pies. ¿Dónde está tu hocico? Déjame que lo acaricie. Buenas noches,
Tim
. Buenas noches, Ana.

—Buenas noches —contestó Ana, ya medio dormida—. Espero que
Hollín
venga. Debe de ser un chico muy divertido, ¿no te parece?

—Sí. Además, así papá estará con el señor Lenoir, el padre de
Hollín
, y no saldrá con nosotros —comentó Jorgina—. Mi padre, sin querer, nos estropea los planes.

—No sabe reírse —comentó Ana—. Es muy serio.

Un ruido violento sobresaltó a las dos niñas.

—Es la puerta del cuarto de baño —refunfuñó Jorgina—. Uno de los chicos debe de haberla dejado abierta. Ese ruido enloquece a mi padre. ¡Y vuelve a golpear!

—Bueno, dejemos que Julián o Dick cierren la puerta dijo Ana, que empezaba a sentirse caliente y a gusto.

Pero Julián y Dick también esperaban que Jorgina o Ana lo hicieran, de modo que nadie salió de su cama para acudir a cerrar la puerta que golpeaba.

Pronto se oyó la voz de tío Quintín, más fuerte aún que la propia tormenta.

—¡Que uno de vosotros cierre la puerta! ¿Cómo creéis que se puede trabajar con todo este escándalo?

Los cuatro niños saltaron de sus camas como movidos por un resorte.
Tim
saltó de la cama de Jorgina. Todos tropezaron con él en su camino hacia la puerta del cuarto de baño. Se oían risitas ahogadas y forcejeos. Luego, se oyeron los pasos del tío Quintín en las escaleras y los cinco volaron sin chistar hacia sus habitaciones.

El temporal seguía rugiendo.

El tío Quintín y la tía Fanny subieron a acostarse. La puerta del dormitorio se escapó de las manos del tío Quintín y se cerró con tal violencia que un jarrón se cayó de la estantería próxima.

También el tío Quintín dio un brinco, sobresaltado.

—¡Qué temporal! —exclamó con enojo—. No he conocido otro tan fuerte en el tiempo que llevamos aquí. Si empeora, hará trizas las barcas de los pescadores, aunque estén colocadas en lo más alto de la playa.

—Pronto amainará, querido —dijo tía Fanny para apaciguarlo—. Seguramente, antes de que llegue la mañana se habrá calmado del todo.

Pero no estaba en lo cierto. El temporal no amainó durante la noche. Al contrario, se embraveció aún más y rodeaba la casa, gimiendo y aullando como un ser viviente. Nadie podía dormir.
Tim
estuvo en pie toda la noche, gruñendo. No le gustaban los portazos, los chasquidos, ni los aullidos que no fuesen los propios.

Hacia el amanecer el viento estaba en plena furia. Ana pensaba que el viento parecía estar encolerizado y que intentaba hacer todo el daño que podía. Mientras estaba acostada, temblaba y sentía miedo.

De súbito, se oyó un extraño ruido. Algo crujía y gemía fuertemente, como si tuviese un gran dolor. Las dos niñas se sentaron, horrorizadas, en la cama. ¿Qué podría ser aquello?

También los niños lo habían oído. Julián se deslizó de su lecho y corrió hacia la ventana. Fuera se veía el viejo fresno, alto y oscuro bajo la tenue luz de la luna. ¡Gradualmente se iba doblando!

—¡Es el fresno! ¡Se cae! —gritó Julián, que asustó a Dick hasta hacerle casi perder la razón—. Te aseguro que se cae. ¡Se caerá sobre la casa! ¡Corre, avisa a las niñas!

Gritando con todas sus fuerzas, Julián salió de su habitación a todo correr.

—¡Tío! ¡Tío! ¡
Jorge
! ¡Ana! ¡Bajad rápidamente! ¡Se cae el fresno!

Jorgina saltó de su cama, agarró su batín y corrió hacia la puerta gritando a Ana. La pequeña pronto estuvo junto a ella.
Tim
corría delante. A la puerta del dormitorio de tía Fanny apareció el tío Quintín, tieso y asustado, atándose el cinturón del batín.

—¿Qué significa todo este ruido? Julián, ¿qué es…?

—¡Tía Fanny! ¡Bajad, se cae el fresno! ¡Escuchad los crujidos! —gritó Julián casi fuera de sí de impaciencia—. ¡Se estrellará contra el tejado y los dormitorios! ¡Escuchad! ¡Ya se cae!

Todos corrieron escaleras abajo, mientras el gran fresno, profiriendo un profundo quejido, desgarró sus raíces y cayó pesadamente sobre «Villa Kirrin». Se oyó un estruendo aterrador y el ruido de tejas que caían al suelo por todos lados.

—¡Pobres de nosotros! —murmuró tía Fanny cubriéndose los ojos—. Presentía que algo iba a ocurrir. ¡Oh, Quintín! Deberíamos habernos preocupado de asegurar ese árbol. Sabía que se caería si venía un gran vendaval como el de ahora. ¿Qué habrá ocurrido en el tejado?

Después del gran golpe se habían oído otros pequeños ruidos. Los niños no podían imaginar qué es lo que estaba pasando.
Tim
estaba fuera de sí y ladraba con fuerza. Tío Quintín, con enfado, golpeó la mesa con su mano. Todos dieron un brinco.

—¡A ver si este perro para de ladrar de una vez! ¡Lo voy a echar!

Pero aquella noche nadie podía conseguir que
Tim
parara de ladrar y gruñir. Por fin,
Jorge
lo empujó hacia la cocina y cerró la puerta detrás de él.

—Yo también sentía ganas dé ladrar y gruñir —comentó Ana, que parecía sentirse muy de acuerdo con
Tim
—. Julián, ¿te parece que el árbol habrá hundido el tejado?

Tío Quintín se proveyó de una potente linterna y subió con precaución las escaleras hasta el rellano superior para averiguar qué daños se habían producido.

Cuando volvió a bajar, estaba muy pálido.

—El árbol ha caído sobre el ático, ha derrumbado el tejado y ha destrozado la habitación de las niñas —dijo—. Una gran rama ha chocado también contra el dormitorio de los chicos, aunque sin hacer muchos estropicios. Pero la habitación de las niñas está hecha escombros. Hubieran perecido si llegan a permanecer en cama.

Todos quedaron en silencio. Horrorizaba pensar que las niñas se hubieran salvado por tan poco.

—Ha sido una suerte que me haya desgañitado gritando para avisarlas —dijo Julián. Y observando la palidez de Ana, añadió—: Anímate, Ana, piensa qué historia tan emocionante podrás contar cuando vuelvas al colegio.

—Me parece que una taza de chocolate caliente nos iría bien a todos —dijo tía Fanny intentando serenarse, aunque se sentía muy temblorosa—. Voy a prepararlo. Quintín, ¿quieres ver si está aún encendida la chimenea de tu estudio? ¡Nos conviene un poco de calor!

El fuego seguía aún encendido. Todos se apretujaron a su alrededor y celebraron a tía Fanny cuando ésta entró con una jarra de humeante chocolate con leche.

Ana miraba a su alrededor mientras tomaba el chocolate. Allí era donde su tío realizaba su trabajo de sabio. En este lugar escribía sus complicados libros, que Ana no podía entender en absoluto, dibujaba curiosos diagramas y hacía extraños experimentos.

Pero en aquel momento, tío Quintín no se sentía muy sabio. Parecía avergonzado. Pronto Ana supo el porqué.

—Quintín, hemos tenido una gran suerte en que ninguno de nosotros haya sido herido o muerto —reprendió tía Fanny mirándole con severidad—. Te he dicho una docena de veces que debías hacer sujetar ese fresno. Yo sabía que era demasiado grande y pesado para poder soportar un fuerte temporal. Siempre temí que cayera sobre la casa.

—Sí, todo eso ya lo sé, querida —repuso tío Quintín dejando su taza con violencia sobre la mesa—. Pero he tenido tanto trabajo estos últimos meses…

—Siempre te sirve eso de excusa para no hacer las cosas urgentes —dijo tía Fanny mirándole—. Tendré que arreglármelas sola de aquí en adelante. No podemos arriesgar de este modo nuestras vidas.

—Bien, pero una cosa así sólo pasa una vez en la vida —gritó tío Quintín, que se iba enfadando. Luego se apaciguó al ver que tía Fanny estaba temblorosa y trastornada y casi a punto de llorar. Dejó su taza y la rodeó con sus brazos.

—Has sufrido una gran impresión —dijo—. No te preocupes. Quizás, a la luz del día, las cosas no parezcan tan graves.

—¡Oh, Quintín! ¡Todo lo contrario! —exclamó su esposa—. ¿Dónde dormiremos todos nosotros la próxima noche y qué haremos mientras se repara el tejado y las habitaciones? Los niños acaban de llegar. La casa estará llena de obreros durante varias semanas. No sé cómo me las arreglaré.

—¡Déjalo de mi mano! —respondió tío Quintín—. Yo lo solucionaré todo. No te preocupes. Lo siento. Siento mucho que haya ocurrido por mi culpa. Pero yo lo arreglaré todo. ¡Ya veréis!

Tía Fanny no acababa de confiar en él, pero agradecía sus buenas intenciones. Los niños lo escuchaban en silencio mientras sorbían el chocolate caliente. Tío Quintín sabía muchísimas cosas y era tan inteligente…, pero era muy propio de su manera de ser el olvidar cosas urgentes, como lo era el podar las ramas del fresno. A veces, no parecía vivir en este mundo.

No era posible volver a acostarse. Arriba, las habitaciones estaban completamente en ruinas o en gran desorden, llenas de fragmentos de mampostería y grandes nubes de polvo. Era imposible dormir en ellas. Tía Fanny empezó a reunir alfombras y sofás. Había uno en el estudio, otro muy grande en el cuarto de estar, uno más pequeño en el comedor, y en lo alto de un armario encontró un lecho de campaña que, con la ayuda de Julián, se bajó de donde estaba y se preparó para su uso.

—Nos instalaremos lo mejor que podamos —dijo tía Fanny—; queda ya poca noche, pero intentaremos aún dormir un rato. El vendaval se ha calmado un poco.

—¡Claro! Hizo ya todo el mal que pudo y se habrá quedado satisfecho —exclamó tristemente tío Quintín—. Bueno, volveremos a hablar de eso por la mañana.

A los niños les pareció difícil volver a dormir después de tal agitación, a pesar de que estaban muy cansados. Ana se sentía preocupada. ¿Cómo podrían ahora seguir permaneciendo en «Villa Kirrin»? Esto no sería agradable para tía Fanny. Pero ellos no podían regresar a su propia casa porque sus padres estaban ausentes y la casa permanecería cerrada durante un mes.

«Espero que no nos manden de nuevo al colegio —pensó Ana intentando acomodarse en el sofá—. Sería una pena después de haberlo abandonado y haber iniciado unas vacaciones tan alegres…»

También Jorgina se temía lo mismo. Estaba segura de que los iban a mandar al colegio a la mañana siguiente. Esto significaba que las niñas no verían más a Julián y Dick, puesto que los chicos iban a una escuela distinta.

Tim
era el único que no estaba preocupado por los acontecimientos. Estaba acostado a los pies de Jorgina y roncaba ligeramente, sintiéndose feliz. Mientras estuviese al lado de su ama, lo demás le tenía completamente sin cuidado.

CAPÍTULO III

El tío Quintín tiene una idea

A la mañana siguiente, el viento todavía era bastante fuerte, pero no tenía la furia desesperada que dejó sentir durante la noche. En la playa, los pescadores se felicitaban al comprobar que sus barcas habían sufrido poco daño. Sin embargo, pronto corrió la noticia del accidente ocurrido en «Villa Kirrin», y unos cuantos mirones subieron hasta allí para maravillarse ante la visión del inmenso árbol arrancado de cuajo yaciendo pesadamente sobre la pequeña casa.

Los niños casi disfrutaban, dándose importancia al relatar cómo habían escapado con vida por un pelo. A la luz del día, era sorprendente ver el gran destrozo que el árbol había causado. Había aplastado el techo de la casa, como si se tratara de una cáscara de huevo, y las habitaciones del piso de arriba estaban en ruinas.

La mujer que venía del pueblo para ayudar a tía Fanny durante el día, al ver lo ocurrido, exclamó:

—Pero, señora, ¡transcurrirán semanas hasta que todo esto quede arreglado! ¿Ha ido usted a llamar a los albañiles? ¡Voy a buscarlos en seguida y los traeré para que vean lo que han de hacer!

—Ya me cuidaré yo de eso, señora Daly —contestó tío Quintín—. Mi esposa ha sufrido una gran emoción y no está en condiciones de preocuparse de nada. Lo primero que hay que pensar es lo que haremos con los niños. No pueden permanecer aquí mientras las habitaciones no estén habitables.

—Lo mejor sería que regresaran al colegio. ¡Pobrecitos míos! —dijo tía Fanny.

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