Los Cinco en el cerro del contrabandista (12 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

BOOK: Los Cinco en el cerro del contrabandista
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—¡
Hollín
! Debo entrar en el pasadizo secreto por la entrada que nos enseñaste la primera vez —dijo—, por el pequeño estudio de tu padre donde había paneles corredizos.

—Eso no podemos hacerlo —contestó
Hollín
, que parecía muy alarmado—. Ahora él usa ese estudio y sería capaz de matar a la persona que entrase en él. Allí tiene los papeles de todos sus experimentos preparados para enseñárselos a tu padre.

—Eso no me importa —dijo Jorgina con desesperación—. He de entrar allí sea como sea. ¡Tim podría morirse de hambre!


Tim
no se morirá de hambre. Vivirá de las ratas que hay en el pasadizo —contestó
Hollín
—. No te preocupes, estoy seguro de que
Tim
sabe cuidarse.

—Pero se morirá de sed —replicó Jorgina obstinadamente—. No hay agua en esos pasadizos secretos. ¡Bien lo sabes!

Jorgina casi no pudo comer de tan preocupada que estaba. Tomó la decisión de entrar en el pequeño estudio y ver si podía abrir el paso de la pared que estaba escondido detrás de los paneles. Si lo conseguía, se deslizaría por él y recogería a
Tim
. No le importaba lo que pudiese pasar. Lo importante era recuperar a
Tim
.

«Pero no diré nada a los demás —pensó—. Tratarían de detenerme o se ofrecerían a ir ellos mismos y yo no confío más que en mí misma para hacer esto.
Tim
es mi perro y yo lo salvaré.»

Después de comer, todos se reunieron en la habitación de Julián para discutir los asuntos. Jorgina fue con ellos. Mas al cabo de pocos minutos los abandonó.

—Regreso en seguida —dijo.

No le hicieron caso y siguieron discutiendo cómo podrían rescatar a
Tim
. Parecía que el único sistema sería hacer una incursión en el estudio y probar de introducirse en el pasadizo secreto sin ser vistos.

—Pero mi padrastro trabaja allí ahora —explicaba
Hollín
— y no me extrañaría que cerrase con llave cuando sale de la habitación.

Jorgina no regresaba. Al cabo de diez minutos, Ana empezó a intranquilizarse.

—¿Qué puede estar haciendo
Jorge
? Hace más de diez minutos que se ha ido.

—¡Oh!, no te preocupes; seguramente ha ido a ver si la puerta de mi habitación ya estaba abierta —dijo
Hollín
levantándose—. Voy a echar un vistazo. Veré si está por allí.

Pero no estaba allí. ¡No estaba por ninguna parte! No estaba tampoco en el pasillo que conducía a la antigua habitación de
Hollín
. Tampoco podía estar en aquella habitación, porque estaba aún cerrada. Y no estaba en el cuarto de Maribel.

Hollín
echó también un vistazo a la habitación que Jorgina compartía con Ana. Pero también ésta estaba vacía. Bajó al piso inferior y rondó un poco por allí. ¡Jorgina había desaparecido!

Regresó junto a los demás. Se sentía muy preocupado.

—No puedo encontrarla por ningún sitio —anunció—. ¿Dónde puede estar?

Ana se alarmó. Deseaba que Jorgina regresara.

¡Aquélla era una casa tan misteriosa, donde pasaban cosas tan extrañas…!

—¿No habrá ido al estudio de tu padre? —dijo Julián de repente—. Esto de meterse en la boca del león es muy propio de Jorgina.

—No había pensado en eso —confesó
Hollín
—. ¡Qué tonto soy! Voy a ver.

Bajó las escaleras y se dirigió con precaución al estudio de su padre. Permaneció quieto un momento junto a la puerta que estaba cerrada. Ningún ruido que proviniese del interior. ¿Estaría allí su padre?

Hollín
estaba dudando si sería preferible abrir la puerta y echar un vistazo o llamar discretamente. Decidió hacer lo último. Si su padre contestaba, podría huir volando escalera arriba antes de que la puerta se abriera. Y su padre no sabría a quién reñir por la interrupción.

Golpeó, pues, la puerta con cuidado: toc, toc.

—¿Quién es? —contestó la voz irritada de su padrastro—. ¡Entre! ¿Es que no pueden dejarme en paz ni un momento?

Hollín
voló escaleras arriba. Se dirigió adonde estaban los demás.

—Jorgina no puede haber entrado en el estudio —exclamó—. Mi padrastro está allí y no parecía estar de buen humor.

—¿Pues dónde puede estar? —dijo Julián, preocupado—. Quisiera que no se fuese sin decirnos adonde va. Debe estar por alguna parte y no muy lejos de
Tim
.

Organizaron la búsqueda de Jorgina por toda la casa, incluso entraron en la cocina. Block estaba allí. Leía el periódico.

—¿Qué desean ustedes? —preguntó—. No les daré nada, sea lo que sea.

—No queremos nada de usted —respondió
Hollín
—. ¿Cómo está su pierna mordida?

Block los miró de tal modo que todos se fueron de la cocina rápidamente.
Hollín
dejó a Julián y a Dick de guardia y él subió a los dormitorios del personal para ver si Jorgina estaba allí. Ya sabía él que ésta era una idea tonta, pero Jorgina debía estar en alguna parte.

Naturalmente, Jorgina no estaba allí. Los chicos regresaron tristemente a la habitación de Julián.

—¡Qué casa más estúpida! —exclamó Julian—. No puedo decirte que me guste. Lo siento,
Hollín
, pero es un sitio tan extraño que me produce una rara sensación.

Hollín
no se ofendió.

—Estoy de acuerdo contigo —dijo—. Yo también he pensado siempre lo mismo. Y lo mismo piensan mi madre y Maribel. Sólo le gusta a mi padrastro.

—¿Dónde estará
Jorge
? —dijo Ana—. Estoy tratando de adivinar. Hay un solo lugar en el cual estoy segura de que no está y es en el estudio de tu padrastro,
Hollín
. Ni siquiera
Jorge
se atrevería a entrar en él mientras esté allí tu padrastro.

Pero Ana estaba equivocada. El estudio, precisamente, era el lugar en que se encontraba Jorgina en aquel mismo instante.

La niña había decidido que era mejor intentar entrar en él y esperar la oportunidad de abrir el panel movedizo. Y por eso se había deslizado escaleras abajo, había atravesado la entrada y había intentado abrir la puerta del estudio. Pero estaba cerrada.

«¡Caramba! —se dijo Jorgina, desesperada—. Todo está en contra mía y de
Tim
. ¿Cómo podré entrar? ¡Debo entrar! ¡Debo entrar!»

Se deslizó por una puerta cercana al estudio que daba al exterior y salió al patio al cual miraba la ventana del estudio. ¿Podría entrar por allí?

¡La ventana tenía barrotes! Volvió hacia atrás, deseando encontrar la llave para abrir la puerta. Pero no se veía por ninguna parte.

De repente, oyó la voz del señor Lenoir en la habitación del otro lado de la entrada. Presa de pánico, abrió la puerta de un gran armario de roble que estaba cerca y se metió en él rápidamente. Cerró la puerta tras ella y se mantuvo de rodillas esperando. Su corazón latía muy de prisa.

El señor Lenoir atravesó la entrada. Se dirigía a su estudio.

—Voy a prepararlo todo para cuando venga mi huésped —dijo, gritando a su mujer—. No me molestéis para nada. Estaré muy ocupado.

Jorgina oyó el ruido de la llave en la cerradura de la puerta del estudio. La puerta se abrió y se volvió a cerrar.

Pero no se volvió a cerrar con llave por la parte de dentro. Jorgina, arrodillada dentro del armario, seguía considerando las cosas. Quería penetrar en el estudio. Quería introducirse en el pasadizo secreto donde estaba
Tim
. El pasadizo conducía desde el estudio hasta el antiguo dormitorio de
Hollín
y en algún lugar de aquel pasadizo estaba
Tim
.

Lo que haría cuando tuviera a
Tim
no lo sabía con precisión. Quizás
Hollín
podría dejárselo a alguien que lo cuidara, alguien que viviera en Castaway.

Oyó que el señor Lenoir tosía. Después escuchó cómo revolvían papeles, y el ruido de un armario que se abría y se cerraba. El señor Lenoir tenía mucho trabajo.

Entonces se oyó una exclamación de fastidio. Una voz irritada decía algo como:

—¿Dónde puse yo eso?

La puerta se abrió de repente y el señor Lenoir salió. Jorgina tuvo el tiempo justo de cerrar la puerta, que había abierto para que le entrara aire fresco. Estaba arrodillada en el armario y temblaba mientras el señor Lenoir pasaba por allí delante y atravesaba el vestíbulo.

Jorgina advirtió en seguida que ésta era una ocasión única. El señor Lenoir podía haber salido unos minutos y quizá le daría tiempo de abrir el panel de la pared. Salió rápidamente de su escondrijo. Entró en el estudio y se dirigió al lugar en que
Hollín
había movido los paneles.

Pero, antes de que pudiese poner sus manos sobre la oscura madera, oyó pasos que se dirigían hacia allí. El señor Lenoir no había tardado ni medio segundo. Regresaba al estudio.

La pobre Jorgina, presa de pánico, dio un rápido vistazo en busca de algún sitio donde esconderse. Había un gran sofá junto a la pared. Jorgina se acomodó detrás de él. Tenía el espacio justo para mantenerse encogida sin ver vista. Casi no había tenido tiempo de esconderse, cuando ya el señor Lenoir entraba en la habitación, cerraba la puerta y se sentaba en su sillón. Encendió una gran lámpara que estaba sobre la mesa del despacho y se inclinó para estudiar unos documentos.

Jorgina no se atrevía a respirar. Su corazón latía contra sus costillas y le parecía que sus latidos debían oírse. Estaba muy incómoda detrás del sofá, pero no se atrevía a moverse.

No sabía qué hacer. Sería terrible estarse allí durante horas. ¿Qué pensarían los demás? Pronto empezarían a buscarla.

En efecto, la estaban buscando. En aquel mismo momento,
Hollín
estaba al otro lado de la puerta del estudio, dudando de si debía entrar o llamar. Había llamado: toc, toc, y Jorgina se sobresaltó desmesuradamente.

Había oído la voz impaciente del señor Lenoir:

—¿Quién es? ¡Entre! —contestó la voz irritada del padrastro—. ¿Es que no pueden dejarme en paz ni un momento?

No hubo respuesta. Nadie entró. El señor Lenoir gritó de nuevo:

—¡He dicho que entren!

Tampoco hubo respuesta. Anduvo hacia la puerta y la abrió de par en par con enfado. Allí no había nadie,
Hollín
ya había volado escaleras arriba.

—Deben de ser los chiquillos. ¡Qué pesados! —refunfuñó el señor Lenoir—. Si alguno de ellos vuelve a venir a llamar a la puerta y luego huye, los pienso castigar severamente. ¡Los dejaré en cama a pan y agua!

Gruñó con ferocidad. Jorgina hubiese deseado estar en cualquier otra parte. ¿Qué diría si supiera que ella estaba tan cerca de él?

El señor Lenoir estuvo trabajando media hora y la pobre Jorgina se sentía cada vez más entumecida y más incómoda. Entonces oyó que el señor Lenoir bostezaba y su corazón se aligeró. ¡Quizá se echaría una siesta! ¡Eso sería una suerte! En ese caso ella podría deslizarse hasta la entrada del pasadizo e intentar entrar por ella.

El señor Lenoir volvió a bostezar. Apartó los papeles hacia un lado y se dirigió al sofá. Se acostó en él y puso una mantita sobre sus rodillas. Se acomodó como si fuera a dormir largo rato.

El sofá crujió bajo su peso. Jorgina intentaba contener la respiración. Estaba asustada temiendo que al estar tan cerca de ella pudiese oírla.

Pronto un ligero ronquido llegó hasta sus oídos. ¡El señor Lenoir estaba dormido! Jorgina esperó unos momentos. Los ronquidos seguían, un poco más intensos. ¿Podría sentirse segura para salir de su escondrijo?

Empezó a moverse lentamente y con gran precaución. Se arrastró hasta la punta del sofá. Salió de detrás de él. Los ronquidos proseguían.

Se puso de pie y de puntillas se dirigió hacia el panel. Empezó a palpar la madera con los dedos, intentando hallar el lugar en el que estaba el resorte que hacía mover el panel hacia un lado. Parecía que no podría hallarlo. Se puso colorada de angustia. Echó una mirada al dormido señor Lenoir y siguió trabajando febrilmente en el panel. ¿Dónde estaría el lugar en que debía apretarse? ¡Ay! ¿pero dónde estaría?

Entonces una voz recia se oyó detrás de ella y la hizo brincar de espanto.

—¿Qué es lo que estás haciendo, chico? ¿Cómo te atreves a entrar en mi estudio y fisgonear en él?

Jorgina se volvió y se encaró con el señor Lenoir. ¡Éste siempre pensaba que ella era un chico! No supo qué decir. Él parecía estar muy enfadado, y la punta de su nariz ya estaba pálida.

Jorgina estaba asustadísima. Corrió hacia la puerta, pero el señor Lenoir la atrapó antes de que pudiese abrir y la sacudió con violencia.

—¿Pero qué estás haciendo en mi estudio? ¿Eres tú el que ha golpeado la puerta y ha salido corriendo? ¿Te parece gracioso gastar estas bromitas? ¡Te voy a demostrar que no lo es!

Abrió la puerta y a grandes voces gritó:

—¡Block! ¡Venga usted aquí! Sara, diga usted a Block que quiero que venga.

Block llegó de la cocina. Su cara estaba impávida, como de costumbre. El señor Lenoir escribió rápidamente algo en un pedazo de papel y se lo dio a leer a Block. Éste asintió con la cabeza.

—Le he dicho que te lleve a tu habitación y que te deje encerrado, y que no te dé nada más que pan y agua durante todo el resto del día —dijo el señor Lenoir con gran enfado—. Esto te enseñará a compórtate mejor en adelante. Si haces otra tontería, yo mismo te pegaré.

—A mi padre no le va a gustar cuando se entere que me castiga usted de esta forma —empezó a decir Jorgina con voz temblorosa, pero el señor Lenoir se rió.

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