Los Crímenes de Oxford (3 page)

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Authors: Guillermo Martínez

Tags: #novela, policiaca, negra

BOOK: Los Crímenes de Oxford
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Capítulo 3

—Me pidieron que esperásemos fuera de la casa —dijo Seldom lacónicamente después de colgar. Salimos al pequeño porche de la entrada, sin tocar nada a nuestro paso. Seldom apoyó la espalda contra la baranda de la escalera y armó un cigarrillo en silencio. Las manos se detenían cada tanto en un pliegue del papel o repetían interminablemente un movimiento, como si se correspondieran con las detenciones y vacilaciones de una cadena de pensamientos que debía verificar con cuidado. El abrumamiento de unos minutos atrás parecía reemplazado ahora por un esforzado intento de dar sentido o racionalidad a algo incomprensible. Vimos aparecer dos patrulleros, que se estacionaron en silencio junto a la casa. Un hombre alto y canoso, de traje azul oscuro y mirada penetrante, se acercó a nosotros, nos estrechó rápidamente la mano y nos preguntó los nombres. Tenía unos pómulos filosos, que la edad sólo parecía ir vaciando y aguzando más, y un aire tranquilo pero resuelto de autoridad, como si estuviera acostumbrado a adueñarse allí donde llegara de la escena.

—Yo soy el inspector Petersen —dijo y señaló a un hombre de guardapolvo verde que nos hizo al pasar una leve inclinación de cabeza—; él es nuestro médico forense. Entren por favor un momento con nosotros: tendremos que hacerles dos o tres preguntas.

El médico se colocó unos guantes de látex y se inclinó sobre la
chaise longue
; vimos a la distancia que revisaba cuidadosamente durante unos minutos el cuerpo de Mrs. Eagleton y tomaba algunas muestras de sangre y piel que pasaba a uno de sus ayudantes. Un fotógrafo disparó el flash un par de veces sobre la cara sin vida.

—Bien —dijo el médico y nos hizo una seña para que nos acercáramos—: ¿en qué posición exactamente la encontraron?

—La cara miraba contra el respaldo —dijo Seldom—; el cuerpo estaba de perfil, un poco más... Las piernas estiradas, el brazo derecho flexionado. Sí, creo que estaba así. —Me miró para que yo confirmara la posición.

—Y aquella almohada estaba en el suelo —agregué yo.

Petersen recogió la almohada y le hizo notar al forense la mancha de sangre en el centro.

—¿Recuerdan dónde?

—Sobre la alfombra, a la altura de la cabecera, parecía que se le hubiera caído mientras dormía.

El fotógrafo tomó dos o tres fotos más.

—Yo diría —dijo el forense dirigiéndose a Petersen— que la intención era asfixiarla, sin dejar rastros, mientras dormía. La persona que hizo esto retiró con cuidado la almohada bajo la cabeza, sin desarreglar la redecilla, o bien, encontró la almohada ya caída en el suelo. Pero mientras la apretaba sobre la cara, la anciana se despertó, y tal vez intentó resistirse. Aquí nuestro hombre se asustó más de lo debido, hundió entonces el dorso de la mano o quizá incluso apoyó una rodilla para hacer más fuerza y aplastó sin darse cuenta la nariz por debajo de la almohada. La sangre es simplemente eso: un poco de sangre de la nariz; las venitas a esa edad son muy frágiles. Cuando retiró la almohada se encontró con la cara ensangrentada. Posiblemente volvió a asustarse y la dejó caer sobre la alfombra sin intentar recomponer nada. Tal vez decidió que ya daba lo mismo y se fue lo más rápido posible. Yo diría que es una persona que mata por primera vez, probablemente diestra —extendió los dos brazos sobre la cara de Mrs. Eagleton para hacer una demostración—: la posición final de la almohada sobre la alfombra corresponde a este giro, que sería el más natural para una persona que la hubiera sostenido con la mano derecha.

—¿Hombre o mujer? —preguntó Petersen.

—Eso es interesante —dijo el forense—. Podría ser un hombre fuerte que la lastimó al aumentar simplemente la presión de los metacarpianos, o bien una mujer que se sintió débil y descargó sobre ella todo el peso de su cuerpo.

—¿Hora de la muerte?

—Entre las dos y las tres de la tarde. —El forense se dirigió a nosotros.— ¿A qué hora llegaron ustedes?

Seldom me consultó rápidamente con la mirada.

—Eran las cuatro y media —y dijo después, dirigiéndose a Petersen—: yo diría que más probablemente la mataron a las tres.

El inspector lo miró con un destello de interés.

—¿Sí? ¿Cómo lo sabe?

—Nosotros dos no llegamos juntos —dijo Seldom—. La razón por la que yo vine hasta aquí es una nota, un mensaje bastante extraño que encontré en mi casillero en Merton College. Desgraciadamente no le presté al principio mucha atención, aunque supongo que ya era tarde de todos modos.

—¿Qué decía el mensaje?

—El primero de la serie —dijo Seldom—. Solamente eso. En grandes letras mayúsculas. Debajo estaba la dirección de Mrs. Eagleton y la hora, como si fuera una cita: las 3 pm.

—¿Puedo verlo? ¿Lo trajo con usted?

Seldom negó con la cabeza.

—Cuando lo recogí de mi casillero eran casi las tres y cinco y yo estaba llegando tarde a mi seminario. Lo leí mientras iba camino a mi oficina y pensé, francamente, que era otro mensaje de un perturbado mental. Publiqué hace un tiempo un libro sobre series lógicas y tuve la mala idea de incluir un capítulo sobre crímenes en serie. Desde entonces recibo todo tipo de cartas con confesiones de crímenes... en fin, lo tiré en el cesto apenas entré en la oficina.

—¿Puede ser entonces que todavía esté allí? —dijo Petersen.

—Me temo que no —dijo Seldom—; cuando salí del aula volví a acordarme del mensaje. La dirección en Cunliffe Close me había dejado algo preocupado: recordé mientras daba la clase que Mrs. Eagleton vivía aquí, aunque no estaba seguro del número. Quise volver a leerlo, para confirmar la dirección, pero el ordenanza había entrado a limpiar mi oficina y el cesto de papeles estaba vacío. Fue por eso que decidí venir.

—Podemos hacer de todos modos un intento —dijo Petersen y llamó a uno de sus hombres—. Wilkie: vaya a Merton College y hable por favor con el ordenanza... ¿cuál es el nombre?

—Brent —dijo Seldom—. Pero no creo que sirva: a esta hora ya debe haber pasado el camión recolector.

—Si no aparece lo llamaremos para que le dé a nuestro dibujante una descripción de la letra; por ahora esto lo mantendremos en secreto: les pido a los dos máxima discreción. ¿Había algún otro detalle en el mensaje que usted pueda recordar? Tipo de papel, color de la tinta, o algo que le haya llamado la atención.

—La tinta era negra, yo diría que de lapicera fuente. El papel era blanco, común, tamaño carta. La letra era grande y clara. El mensaje estaba cuidadosamente doblado en cuatro en mi casillero. Y había, sí, un detalle intrigante: debajo del texto habían trazado prolijamente un círculo. Un círculo pequeño y perfecto, también en negro.

—Un círculo —repitió Petersen pensativo—; ¿como si fuera una firma? ¿Un sello? ¿O eso le dice a usted algo distinto?

—Tal vez tenga que ver con ese capítulo de mi libro sobre los crímenes en serie —dijo Seldom—; lo que yo sostengo allí es que, si uno deja de lado las películas y las novelas policiales, la lógica oculta detrás de los crímenes en serie —por lo menos de los que están históricamente documentados— es en general muy rudimentaria, y tiene que ver sobre todo con patologías mentales. Los patrones son muy burdos, lo característico es la monotonía y la repetición, y en su abrumadora mayoría están basados en alguna experiencia traumática o una fijación de la infancia. Es decir, son casos más apropiados para el análisis psiquiátrico que verdaderos enigmas lógicos. La conclusión del capítulo era que el crimen por motivaciones intelectuales, por pura vanidad de la razón, digamos, a la manera de Raskolnikov, o en la variante artística de Thomas de Quincey, no parece pertenecer al mundo real. O bien, agregaba en broma, los autores han sido siempre tan inteligentes que todavía no los hemos descubierto.

—Ya veo —dijo Petersen—; usted piensa que alguien que leyó su libro recogió el desafío. Y en ese caso el círculo sería...

—Quizás el primer símbolo de una serie lógica —dijo Seldom—. Sería una buena elección: es posiblemente el símbolo que admitió históricamente mayor variedad de interpretaciones, tanto dentro como fuera de la matemática. Puede significar casi cualquier cosa. Es en todo caso una manera ingeniosa de iniciar una serie: con un símbolo de máxima indeterminación al principio, de modo que estemos casi a ciegas sobre la posible continuación.

—¿Diría usted que esta persona es quizás un matemático?

—No, no: en absoluto. La sorpresa de mis editores fue justamente que el libro había llegado al público más variado. Y todavía no podemos ni siquiera decir que el símbolo deba interpretarse realmente como un círculo; quiero decir, yo vi antes que nada un círculo, posiblemente por mi formación matemática. Pero podría ser el símbolo de algún esoterismo, o de una religión antigua, o algo completamente distinto. Una astróloga hubiera visto posiblemente una luna llena, y su dibujante, el óvalo de una cara...

—Bien —dijo Petersen—, volvamos ahora por un momento a Mrs. Eagleton. ¿Usted la conocía bien?

—Harry Eagleton fue mi tutor de estudios y estuve algunas veces invitado a reuniones y a cenar aquí después de mi graduación. Fui amigo también de Johnny, el hijo de ellos, y de su esposa Sarah. Murieron juntos en un accidente, cuando Beth era una niña. Beth quedó desde entonces a cargo de Mrs. Eagleton. Últimamente veía bastante poco a las dos. Sabía que Mrs. Eagleton estaba luchando desde hacía tiempo con un cáncer, y que tuvo varias internaciones... la encontré algunas veces en Radcliffe Hospital.

—Y esta chica, Beth, ¿vive todavía aquí? ¿Cuántos años tiene ahora?

—Unos veintiocho, o quizá treinta... Sí, vivían juntas.

—Deberíamos hablar cuanto antes con ella, quisiera hacerle también algunas preguntas —dijo Petersen—. ¿Alguno de ustedes sabe dónde podríamos encontrarla ahora?

—Debe estar en el teatro Sheldonian —dije yo—. En el ensayo de la orquesta.

—Eso está en mi camino de regreso —dijo Seldom—; si a usted no le importa, me gustaría pedirle, como amigo de la familia, que me permita a mí darle esta noticia. Es posible que necesite ayuda también con los trámites del entierro.

—Seguro, no hay problema —dijo Petersen—; aunque el funeral tendrá que demorarse un poco: debemos hacer primero la autopsia. Dígale por favor a la señorita Beth que la esperamos aquí. Todavía tiene que trabajar el equipo de huellas, estaremos quizás un par de horas más. Fue usted el que avisó por teléfono, ¿no es cierto? ¿Recuerdan si tocaron algo más?

Los dos negamos con la cabeza. Petersen llamó a uno de sus hombres, que se acercó con un pequeño grabador.

—Sólo les voy a pedir entonces que hagan una breve declaración al teniente Sacks sobre sus actividades a partir del mediodía. Es de rutina, luego podrán irse. Aunque me temo que quizá tenga que volver a molestarlos con algunas preguntas más en los próximos días.

Seldom contestó durante dos o tres minutos a las preguntas de Sacks y noté que cuando me llegó el turno a mí esperó discretamente a un costado a que yo me liberara. Pensé que quizá quería despedirse apropiadamente, pero cuando me volví a él me hizo una seña para que saliéramos juntos.

Capítulo 4

—Pensé que tal vez podríamos caminar juntos hasta el teatro —dijo Seldom, mientras empezaba a armar un cigarrillo—. Me gustaría saber? —y pareció dudar, como si le costara encontrar la formulación correcta. Había oscurecido por completo y yo no alcanzaba a distinguir entre las sombras la expresión de su cara—. Me gustaría estar seguro —dijo finalmente— de que los dos vimos lo mismo allí. Quiero decir, antes de que llegara la policía, antes de todas las hipótesis y explicaciones: el primer cuadro que encontramos. Me interesa la impresión de usted, que era el único totalmente desprevenido.

Me quedé un instante pensativo, esforzándome por recordar y reconstruir cada detalle; me daba cuenta también de que quería demostrar alguna agudeza para no defraudar a Seldom.

—Creo —dije cautelosamente— que coincidiría en casi todo con la explicación del forense, salvo quizá por un detalle al final. Él dijo que al ver la sangre el asesino soltó la almohada y se fue lo más rápido posible, sin intentar recomponer nada...

—¿Y usted no cree que haya sido así?

—Posiblemente sea cierto que no recompuso nada, pero sí hizo por lo menos algo más antes de irse: dio vuelta la cara de Mrs. Eagleton contra el respaldo. Así fue como la encontramos.

—Tiene razón —asintió Seldom, con un lento movimiento de su cabeza—. Y eso, ¿qué indicaría para usted?

—No sé: quizá no resistió los ojos abiertos de Mrs. Eagleton. Si es, como dijo el forense, una persona que mataba por primera vez, quizá recién al ver esos ojos se dio cuenta de lo que había hecho y quiso, de alguna manera, apartarlos.

—¿Diría usted que conocía previamente a Mrs. Eagleton, o que la eligió casi al azar?

—No creo que haya sido totalmente al azar. Me llamó la atención lo que dijo usted después... que Mrs. Eagleton estaba enferma de cáncer. Tal vez sabía eso de ella: que de todas maneras moriría pronto. Esto parece corresponderse con la idea de un desafío sobre todo intelectual, como si hubiera buscado hacer el menor daño posible. Incluso la manera que eligió para matarla podría considerarse, si ella no hubiera despertado, bastante piadosa. Tal vez lo que sí sabía —se me ocurrió— es que usted conocía a Mrs. Eagleton y que esto lo forzaría a involucrarse.

—Es posible—dijo Seldom—; y también comparto que es alguien que quiso matar de la manera más leve posible. Precisamente, eso era lo que me preguntaba mientras escuchábamos al forense: cómo hubieran sido las cosas si todo le hubiera salido bien y la nariz de Mrs. Eagleton no hubiera sangrado.

—Solamente usted habría sabido, por el mensaje, que no se trataba de una muerte natural.

—Exactamente —dijo Seldom—; la policía hubiera quedado en principio afuera. Yo creo que esa era su intención: un desafío privado.

—Sí; pero en ese caso... —dije yo, dubitativo— no me queda claro cuándo escribió el mensaje para usted, si antes o después de matarla.

—Posiblemente el mensaje lo tenía escrito antes de matarla —dijo Sel-dom—; y aun cuando una parte del plan salió mal, decidió seguir adelante y dejarlo de todos modos en mi casillero.

—¿Qué cree que hará a partir de ahora?

—¿Ahora que la policía sabe? No sé. Supongo que tratará de ser más cuidadoso la próxima vez.

—O sea, ¿otro crimen que nadie vea como un crimen?

—Sí, eso es —dijo Seldom, casi para sí—: exactamente. Crímenes que nadie vea como crímenes. Creo que ahora lo empiezo a ver: crímenes imperceptibles.

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