Los crí­menes de un escritor imperfecto (14 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Los crí­menes de un escritor imperfecto
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Krasnapolsky cerró y del resto de la noche casi no me acuerdo. Sé que en un momento dado estaba en el Café Viktor, un lugar en el que no había estado y en el que nunca hubiera puesto los pies; pero la atención que me dedicaban los clientes, los Demonios y el éxito bullían en mi sangre y todo junto creaba en mí la percepción de que era la persona más importante del mundo, en todo caso, del local. Disfrutaba con codearme con famosos y esnobs que quedaban pasmados al saber quién era yo. No me saciaba. Quería que todos me saludaran y procuré entablar conversación con tantos como pude.

Mis acompañantes desaparecieron silenciosa y tranquilamente, incluso Bjarne y Anne. Creo que se despidieron, pero no estoy seguro. Es posible que estuviera absorto en conversar con algún que otro indiferente locutor de televisión.

Fue mi primera visita, pero ni mucho menos la última, al Café Viktor.

Cuando volví a ser yo mismo, a la mañana siguiente, tenía sabor de Demonios en la boca y empecé el día bebiendo medio litro de agua. Estaba solo, pero Line había comprado todos los periódicos y los había dejado sobre la mesita del sofá. A su lado había un termo con café.

Armado con café y edredón me senté y leí las críticas. Las había de todas clases, pero incluso las peores jugaban a mi favor. Los críticos no se reprimían mostrando que estaban escandalizados por la detallada violencia, las escenas de tortura y los asesinatos, pero había mucho desacuerdo respecto a si era arte o especulación. Finn Gelf había predicho precisamente estas reacciones encontradas y me aseguró que los dos puntos de vista propiciarían las ventas. Cualquiera que fuera la crítica que leyeran, suscitaría la curiosidad de la gente, influidos por el escándalo o la repugnancia del crítico. Todos desearían leer el libro que provocaba la náusea a los críticos y que algunos se negaban a terminar.

Me producía una sensación extraña el experimentar esa desmesurada atención después de haber permanecido solo escribiendo durante tanto tiempo.

Debajo de la pila de periódicos había una nota de Line. Había llevado a Ironika a casa de sus padres para que pudiera dormir en paz. No explicaba en qué medida había leído todas las críticas, pero remarcaba al final que había desconectado el teléfono.

Me levanté inseguro y me dirigí a la repisa de la ventana donde se hallaba el teléfono. Acababa de conectarlo cuando sonó. Era un periodista del
Politiken
, el primero de una larga lista ese día. Cuando Line llegó, cuatro horas más tarde, seguía sentado en el sofá tapado con el edredón, café frío en la taza y hablaba por teléfono. Todo el mundo deseaba contactarme y yo se lo permití hasta que Line, por la noche, volvió a desconectar el teléfono. Fue como despertar de una borrachera y me di cuenta de que no había comido nada en todo el día. Ironika no quería hablar conmigo, pero Line preparó una comida que tomamos en el sofá con las críticas extendidas ante nosotros.

Cuando terminó de leerlas, en principio, no sabía qué opinar, pero ese enorme interés la había convencido de que había dado con algo importante.

Estaba orgullosa, dijo, y esa fue la mejor crítica que podía recibir de ella.

16

N
O ES DEMASIADO PRONTO para beber cerveza?

Ironika me miraba con reproche mientras yo llenaba una jarra de cerveza del barril en el cuartito del
stand
editorial. Llevaba media melena, pelo moreno teñido, una ceñida camiseta negra que le resaltaba sus pechos de adolescente y una falda corta, roja y a cuadros, encima de medias con agujeros fortuitos que mostraban unas piernas largas y bellas. Era hija de su madre, cada vez más.

—Me he levantado muy pronto —respondí, y bebí casi la mitad de la cerveza antes de servirme otra—. Además he tenido un mal día.

—Ah, sí —dijo Ironika, y tomó un trago de su agua mineral, lo único que había querido de las bebidas que ofrecía en su
stand
la editorial, aun siendo templada.

—Sí, hasta este momento, claro —intenté rectificar, y sonreí—. ¡Qué alegría verte! —Era mentira. Más bien hubiera deseado evitar que viera a su padre con resaca y al borde de un ataque de nervios. Hacía más de siete años que no la había visto si descontamos las fotos que colgaban en casa de mis padres.

—He venido con un par de amigas —dijo—. Y pensé que me apetecía echar un vistazo y obtener mi propia dedicatoria. —Agitó el libro.

—Por supuesto —exclamé
yo, y lo
agarré mientras apartaba la cerveza y buscaba con torpeza un bolígrafo en el bolsillo interior de mi chaqueta.

—¿Lo has leído?

—Todavía no —respondió Ironika—. Pero he leído un par de los otros, a pesar de que mamá los esconde.

—¿Los esconde?

—Sí, los mete en el armario de la ropa como si eso bastara para esconderlos de nosotras, o de Bjorn, pero siempre los encuentro.

—Sí, siempre has sido muy lista —dije, y le sonreí.

—No me gustan, me refiero a tus libros.

Intenté conservar la sonrisa, pero debió de ver que casi se me helaba en los labios.

—Pero seguro que es porque no los entiendo —añadió.

Yo me encogí de hombros.

—Tampoco es que sean adecuados para los pequeños —dije.

Sus ojos se endurecieron.

—Frank, ya no soy una niña.

—No, no lo eres —dije rápidamente—. Solo que hace tanto…

En ese momento entró Finn con precipitación.

—Frank, ¿estás preparado? —Descubrió a Ironika—. Ah!, tienes visita —dijo, y sonrió.

—Es mi hija, Veronika —contesté—. Ya os conocíais de antes.

—Claro —exclamó Finn y le tendió la mano—, pero la última vez no tenías más de tres años, así que no creo que te acuerdes de mí.

Ironika sacudió la cabeza; sin embargo, le tendió la mano y estrechó la suya.

—¿Así que tu padre te ha traído a la feria?

—No, él se ha quedado en casa —respondió ella secamente.

Tomé un sorbo de cerveza para disimular mi irritación. En la expresión de Finn pude ver el deseo de «Tierra, trágame».

—He venido con un par de amigas, Stine y Anna. Después vamos a ir de compras.

—Uau, esto suena a caro —dijo Finn, y se rio—. Pero si hay alguno de nuestros libros que te guste, dímelo. Es un obsequio de la casa.

—Gracias, pero no lo creo.

—Vale —respondió Finn, y asintió con la cabeza. Se hizo un silencio. Finn se dirigió a mí—. Frank, la entrevista empieza dentro de un cuarto de hora, y hay algo que debo mostrarte antes.

—Está bien. Dame un par de minutos.

—Por supuesto —dijo Finn, y tendió la mano una vez más a Ironika—. Ha sido un placer verte de nuevo. Dale recuerdos a Line.

—Se los daré —respondió Ironika.

Finn Gelf abandonó el lugar y nos dejó solos.

—¿Está bien? —le pregunté.

—¿Mamá? Sí, está bien. Se enfurece a veces sin razón, pero aparte de eso va todo bien.

—¿Y Mathilde?

—Ha empezado en la escuela. Es un dechado de perfecciones.

Nos reímos. Bebí un trago de cerveza e Ironika tomó pequeños sorbos de agua.

—¿Por qué os separasteis en realidad? —preguntó de repente.

Estuve a punto de atragantarme.

—Creo que todavía te quiere —continuó diciendo—. Recorta todas las entrevistas y críticas sobre tus libros, y algunas veces oigo que discuten por ti.

—Ah, es una larga historia —conseguí balbucear.

—¿Fue por culpa mía?

—¡No, en absoluto! —Dejé la jarra y la cogí por los hombros—. Eso no debes pensarlo jamás. Lo que sucedió fue culpa mía y solo mía.

Su rostro adquirió una expresión de espanto, así que la solté al instante y di un paso hacia atrás.

—Perdona.

Ironika sacudió la cabeza.

—No, está bien.

—Mira, tengo que dejarte —dije con voz de disculpa—. Pero ¿podemos vernos otro día?

—Quizá —respondió Ironika mohína, y bajó la mirada hasta sus manos.

Rebusqué mi cartera en la chaqueta.

—Pero te vendrá bien un poco de ayuda para tus compras, claro —dije y revolví mi cartera.

—No, está bien, Frank. No te molestes.

—Ah, claro que sí, lo deseo de veras —dije, y saqué los billetes que pude encontrar. Trescientas coronas en billetes de cien y uno arrugado de cincuenta. No era mucho, pero era todo lo que llevaba encima. Se las tendí.

—No, déjalo. No hace falta. Mamá me ha dado dinero.

—Hazlo por mí, cógelo. Me harás feliz. Se encogió de hombros y lo cogió.

—¡Cuídate! —dije, y le di un desmañado abrazo.

—Tú también —respondió.

—Y espero que nos volvamos a ver pronto, con más tiempo y tras una cita de verdad, ¿no?

—No estoy segura. Mamá seguro que no quiere.

—Vale, pero si cambias de opinión, ya sabes dónde estoy. El día que sea.

Ironika asintió con un movimiento de cabeza, abrió la puerta y se esfumó entre la gente. Pero antes volvió la mirada hacia mí y levantó una mano para decirme adiós. Yo agité la mía con brío. Cuando estuvo lejos, cerré la puerta y me dejé caer en una de las sillas plegables.

Me maldije a gusto. ¿Cuán miserable podía llegar uno a ser? No había visto a mi hija desde hacía siete años y lo primero que había hecho era beber delante de ella, decir que era una niña e intentar comprarla. ¡Vaya padre! Apuré la cerveza y fijé la mirada en el fondo del vaso. La rabia se apoderaba de mí, lo aplasté y me levanté con decisión.

Finn Gelf solía tener algo más fuerte que cerveza de barril y agua mineral en la feria, así que revolví las cajas hasta encontrar una botella de Smirnoff. Cogí un vaso vacío, lo llené a medias con el vodka y me tomé un buen trago. Los dientes me rechinaron con el sabor amargo, pero me forcé a tragar lo que tenía en el buche. Y estuvo a punto de volverme a la boca, pero conseguí hacerlo bajar con el agua mineral que Ironika había dejado.

En ese momento Finn abrió la puerta del cuartito.

—¿Estás bien?

Asentí y él entró y cerró tras de sí.

—Caramba, ha crecido mucho, ¿eh? —Su mirada dio con la botella que yo había dejado en la mesa—. Debes perdonarme lo que dije de…

—No pasa nada, Finn —dije, y apuré el vodka. El alcohol empezaba a hacer efecto. Una flojera agradable se esparcía por mi cuerpo—. ¿Qué era lo que querías mostrarme?

Finn se enderezó y una enorme sonrisa transformó su cara.

—Las críticas —exclamó—. ¡Tienes que leer las críticas! —Sacó una pila de periódicos con marcas amarillas que sobresalían—. No son malas en absoluto, es decir, en relación con lo que estamos acostumbrados.

Los fue disponiendo en la mesa de camping y los abrió por las páginas de las críticas a
El espacio rojo
.

Los cuatro periódicos habían decidido reseñar el libro en las noticias del día, lo cual era del todo excepcional. Naturalmente, la redacción había dedicado unas páginas extra a la feria del libro, pero a menudo me había encontrado con que algunos periódicos ni siquiera reseñaran mis libros o que lo hicieran meses después de la publicación y, en ese caso, por algún que otro estudiante en prácticas. Los cuatro artículos se mostraban críticos, pero no marcadamente despectivos como yo había temido. Uno lo calificaba de «El mejor Fons desde su primer éxito»; otro, «Vintage Fons», y en general todos estaban de acuerdo en que los aficionados al género no quedarían decepcionados.

—¿Qué te parece? —dijo Finn cuando ya no podía contener su entusiasmo—. ¿No es fantástico?

Yo asentí con la cabeza, pero no podía dejarme llevar por su alegría. Ni sus palabras ni los textos de los periódicos podían hacer mella en mi conciencia tras el encuentro con Ironika. Y, además, saber que ese relativo éxito había costado la vida a una mujer impedía que disfrutara de ello. En lugar de eso, me volví a llenar el vaso con vodka.

—¡Sí, hay que celebrarlo! —exclamó Finn y él también se tomó un trago mezclado con zumo—. ¡Felicidades, viejo amigo!

En el escenario donde iba a ser entrevistado, me recibió Linda Hvilbjerg; me dio un abrazo de bienvenida e intercambiamos algunas palabras corteses. Tenía buen aspecto. Éramos casi de la misma edad, pero ella parecía más joven. Seguía estando delgada y vestía a la moda, con un traje chaqueta gris, camiseta negra y tacones altos. El pelo moreno se lo había recogido en la nuca, y sus gafas de montura metálica y cuadrada le daban un aspecto rígido de secretaria que podía muy bien salir de una fantasía sexual. No habíamos hablado desde que se publicó
Rameras mediáticas
, lo cual me era fácil de entender, y tampoco lo mencionó ni siquiera de pasada. De hecho me sorprendió lo acogedora que se mostraba, quizá porque la elevada cantidad de alcohol que llevaba en la sangre enturbiaba mi capacidad de observación, o quizá fuera que ella también había echado mano de su medicina. No sería la primera vez que los dos íbamos alegres. En realidad era como quien dice casi una costumbre.

En el escenario había dos mullidos sillones de piel, dispuestos uno hacia el otro y, a la vez, encarados al público. Detrás de los sillones, en un fondo azul, colgaba una pantalla que presentaba el programa del día. El siguiente acto: Linda Hvilbjerg conversa con Frank Fons. Había asientos para unos cincuenta espectadores y todos estaban ocupados cuando nos aposentamos en los sillones. Salieron los técnicos de sonido y nos ayudaron con los micrófonos. Yo especulé en torno a si toda esa gente había venido para escuchar lo que se diría sobre mi libro o para ver a la famosa locutora de televisión. El orden de los nombres parecía indicar más bien lo último.

Linda Hvilbjerg se presentó y me presentó a mí como uno de los fieles autores del género policiaco. Estaba ocurrente y encantadora, no daba mucha coba, pero mantenía un buen tono de relajación.

—Si tuviéramos que poner título a esta entrevista, sería «Ficción y realidad» —dijo—. Muchos de tus fans argumentan su admiración por tus novelas diciendo que son muy realistas y verosímiles, amén de la riqueza descriptiva de los asesinatos.

Sonreí y asentí mientras intentaba descifrar adonde quería ir a parar. Seguro que tenía un plan concreto y que su amabilidad era fingida y solo una máscara para encubrirlo.

—¿En qué medida planificas que tus historias se aproximen a la realidad?

—Para mí, es muy importante —respondí al instante—. Aunque mis historias sean horribles, quizá incluso aterradoras y repelentes, es totalmente decisivo que el lector piense: «Esto puede muy bien ocurrir, y si ocurriera, sería exactamente así». A menudo es el realismo de mis libros lo que a mis lectores les parece más horrible.

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