Los crí­menes de un escritor imperfecto (15 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Los crí­menes de un escritor imperfecto
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Linda Hvilbjerg asintió con la cabeza.

—Horrible fue, en todo caso, leer el periódico el otro día. —En la pantalla de detrás de ella apareció el titular: «Mujer asesinada en el puerto de Gilleleje»—. Puedo aclarar para aquellos que no han leído
En el espacio rojo
, sin desvelar demasiadas cosas, que en esta novela una mujer es desfigurada tras ser torturada y ahogada precisamente en ese puerto.

Me picaba el cuero cabelludo en la zona en que el sudor empezaba a emanar y, de pronto, sentí el calor de los focos del escenario en mi cara. Se escuchó un murmullo entre el público.

—La policía todavía no ha revelado demasiados detalles sobre el asesinato, pero parece una coincidencia increíble. ¿Qué te parece a ti?

Tomé un sorbo de vodka y carraspeé antes de contestar.

—Yo también he leído ese artículo —respondí—. Es horrible que este tipo de cosas sucedan en una ciudad tan agradable como Gilleleje, pero eso demuestra que la maldad campa por doquier, que no podemos sentirnos del todo seguros en ningún sitio, amén de lo protegidos que estemos.

—Pero ¿no te afecta para nada esa similitud?

—Claro que sí —respondí en un tono tal vez algo irritado—. Pero también hay que andar con cuidado a la hora de comparar solo porque uno acaba de leer un libro. —Hice una pausa corta—. «A quien solo tiene un martillo, todo le parecen clavos» —cité—. Me cuesta creer que todos los detalles del asesinato coincidan con los del libro, es simplemente una casualidad.

No me gustó mentir de forma tan directa y no pensé que fuera a engañar a ninguno de los asistentes, y menos a Linda Hvilbjerg, que me clavó la mirada y pude ver que su vertiente periodista luchaba contra la de animadora para decidir cuál de las dos se permitiría continuar. Por suerte fue su vertiente como animadora.

—Como he dicho, tus fans opinan que el realismo constituye la fuerza de tus libros, pero los críticos afirman que has escrito el mismo libro diez veces —prosiguió—. ¿Qué les dirías?

—Que seguro que no los han leído a fondo —respondí, y coseché un par de risas del público y una breve sonrisa de Linda—. Regularmente recibo cartas de mis lectores diciendo precisamente lo contrario. Muchos esperan con ganas el siguiente libro y expresan que cada vez les sorprende la trama creativa y la novedosa galería de personajes.

—Pero, Frank, ¿no es cierto que todos y cada uno de tus libros siguen un determinado patrón, un modelo que has aplicado desde que escribiste
Demonios exteriores
, tu principal obra?

Era una pregunta razonable, y no tenía motivo para creer que quisiera ofenderme, simplemente no me importó que
Demonios exteriores
fuera mencionado de nuevo como mi principal obra. Era como si, a ojos de la crítica, nunca fuera a conseguir algo mejor que mi novela de más éxito. Me perseguía como una cadena atada al pie que chirriaba cada vez que yo me movía y ensordecía mi voz hiciera lo que hiciera.

—Es correcto, Linda, el hecho de que mis libros tienen un estilo único y, en general, siguen una determinada curva de suspense; esa es mi fuerza. El lector reconoce un Fons cuando lo lee, al igual que se reconoce una melodía de Depeche Mode aunque no la hayas escuchado antes. —Me encogí de hombros—. Todos mis libros tratan de asesinatos y de su esclarecimiento, así que, mirado de ese modo, son iguales. Pero si profundizas un poco, verás que no es así.

Linda asintió con la cabeza.

—¿Quiere esto decir que si leo un párrafo de uno de tus libros podrás decirme el título? —Sacó una hoja de papel y el público aguardó el reto con alguna que otra risotada.

Sostuve su mirada unos segundos. Y ella me sonrió con expresión socarrona. No estaba seguro de lo que llevaba en la cabeza, pero era demasiado tarde para echarse atrás. Además mi día ya se había echado a perder, ¿qué más podía ocurrirme?

—De acuerdo —respondí—. ¿Hay algún niño en la sala?

El público se rio, pero Linda titubeó y examinó con cuidado a los espectadores. Evidentemente, decidió que se podía continuar y carraspeó antes de leer:

«La chica apretó los párpados con todas sus fuerzas. Su rostro estaba bañado en sudor y lágrimas, así que la cinta adhesiva había empezado a ceder en una de sus mejillas. Gemía.

»—¡Mira! —le ordenó él—. ¡Mira o lo siguiente serán tus párpados!

»Contra su voluntad, abrió los ojos. Estaban llenos de lágrimas y terror. El sujetaba su pezón cortado delante de ella, y ella intentaba gritar y arrancarse las cuerdas de plástico que la ataban a la silla, que se le incrustaron todavía más en la carne.

»El se llevó el pezón a los labios y lo chupó como si fuera un bebé que quisiera amamantarse. La chica sacudía la cabeza una y otra vez, y sudor, lágrimas y mocos se esparcían a su alrededor.

»É1 se rio y acercó las tijeras de podar a su otro pecho. Ella se quedó tiesa tras el roce, y él sonrió mientras le acariciaba el pecho con el frío metal. El pezón se endureció poco a poco.

»—Mira, parece que le gusta —exclamó, y soltó otra risotada.

»Con los dedos pulgar e índice atrapó el pezón, lo restregó un poco y lo estiró. Abrió las tijeras y rodeó el pezón con las dos hojas.

»El pecho vibró».

Linda detuvo la lectura. El público estaba callado, absolutamente callado.

Era buena leyendo, eso no podía negárselo. Su acentuación era exacta, las pausas mesuradas de forma concisa, y los personajes cobraban vida aunque el segmento de texto fuera corto. A mí no me gustaba dar lecturas de mis libros. Había algo revelador en eso de leer en voz alta para otros. Una especie de confirmación de lo que habías escrito, una especie de declaración de que defendías lo que estaba escrito. Por eso escogía con sumo cuidado los párrafos que leía para los demás cuando no podía eludirlo. La propia elección desvelaría algo de mí, y ¿qué se diría del autor si yo leyera los pasajes más brutales? Debía preservarse el buen ambiente, y por esa razón era típico que yo leyera los pasajes más moderados, preferiblemente los que mostraban un poco de humor inofensivo, los que no llevaban mi sello inconfundible.

Pero el plan de Linda no era mantenerme al margen.

—Demonios interiores
—respondí—. No es precisamente un cuento de buenas buches.

Los espectadores se rieron aliviados, casi agradecidos.

—Correcto —exclamó Linda. Algunas personas del público aplaudieron—. Lo que no se deduce de este pasaje es que la chica está embarazada de muchos meses, en tal caso hubiera sido fácil adivinarlo.

Ella sonrió y yo me reí lacónico.

—Demonios interiores
fue el libro que siguió a tu primer éxito,
Demonios exteriores
—explicó al público. Volvió la mirada hacia mí—. ¿Es cierto que lo escribiste mientras tu exmujer estaba embarazada de vuestra segunda hija?

17

F
UNCIONÓ —DIJO LINDA HVILBJERG tras haberse asegurado de que los micrófonos estaban desconectados. La entrevista en la feria del libro había concluido, pero yo no conseguía levantarme del sillón. Linda me había hecho trizas a lo largo de cuarenta y cinco minutos, explayándose con el tema «ficción y realidad» a base de ejemplos de mis libros anteriores que enlazaban con mi vida privada. De
Familias nucleares
dedujo un paralelo con mi divorcio de Line, y
No hace falta que me llames padre
lo interpretó como un ataque ilógico contra los padrastros, una historia que los criminaliza y que escribí, puntualizó, cuando Line se fue a vivir con Bjorn y los hijos de ambos, entre ellos, las mías.

Yo hice muy poco para defenderme. Lo único que podía hacer era negarme a discutir mi vida privada, y a partir de ahí, argumentar que las mejores historias surgen de experiencias conocidas o en las que podemos sumergirnos. Para poder describir el horror que me había hecho famoso, tenía que estar dispuesto a imaginarme todos y cada uno de esos detalles, por repulsivos que pudieran ser. Si para conseguirlo debía utilizar mis propias experiencias y sentimientos, lo hacía. Producía un efecto mayor en mi motivación, en los resultados y en la reacción de los lectores, como último eslabón.

En resumidas cuentas, estaba satisfecho conmigo mismo. Tras el choque que se produjo en el inicio, cuando contó lo del crimen de Gilleleje, rápidamente tomé conciencia de por dónde iría la cosa, y, a pesar de que el alcohol arreciaba en mi cuerpo, me sentía más sobrio de lo que lo había estado hacía mucho. Ni una sola vez perdí la cabeza o respondí colérico, a pesar de que exigía una concentración enorme no dejarse llevar por la rabia. Sabía que era lo que ella quería, una reacción que demostrara qué clase de monstruo creaba lo que ella nunca llegaría a llamar literatura. Si sintió decepción por no haberlo conseguido, no lo demostró. Tal vez le bastaba revelar las pruebas que fabricaba a base de mezclar ficción y realidad.

—No mencionaste
Rameras mediáticas
—remarqué sarcástico—. Ahí podías haberte sacado un as de la manga.

Linda Hvilbjerg se encogió de hombros.

—A lo hecho, pecho, Frank. Digamos que ahora estamos en paz, ¿no?

—¿En paz? ¿Así que ha sido una venganza?

—¿Una venganza? —exclamó Linda, y sonrió—. De ningún modo. Te he proporcionado cuarenta y cinco minutos de publicidad. Tus libros seguirán vendiéndose, tranquilo.

Resoplé.

—Tal vez, pero te has asegurado de que, en adelante, nadie se atreva a hablar conmigo por miedo a ser asesinado en un libro.

Recogió sus papeles y se levanto.

—Sí, pero tampoco está fuera de lugar, ¿no es cierto, Frank?

Me levanté dando un salto, iba a ponerle en claro lo poco que me importaba su opinión, pero las palabras no me salían.

—¡Adiós! —dijo ella, y me dio un abrazo como si nada—. Suerte con tu libro.

No alcancé a responder cuando ella ya me daba la espalda y abandonaba el escenario. La multitud le abrió paso, centró en ella toda la atención, y dejó que se deslizara por ahí como si una fuerza invisible la empujara hasta hacerla desaparecer. Tras ella, la multitud se cerró y volvió a ocupar el vacío; unos segundos más y la perdí de vista.

—¡Qué bruja!

Finn Gelf estaba delante del escenario y me tendió la mano. Se la tomé y bajé para unirme a él.

—Presencié la mayor parte de la entrevista —dijo compasivo—. Linda consiguió hurgar a fondo en viejos recuerdos, ¿verdad?

Yo asentí con un gesto.

—Pero no te lo tomes tan a pecho —añadió Finn y me dio unos golpecitos en la espalda—. Esto puede ser muy positivo para la editorial y también para tus libros anteriores. —Se restregó las manos—. La gente querrá leer los que mencionó, solo para enterarse de cómo trabajas.

—Y de mi vida privada —añadí.

—También —admitió Finn Gelf—. Pero tú no concedes demasiadas entrevistas, así que ¿adónde van a recurrir? —Se le
encendió la expresión—. Quieren saber cómo
es por dentro el famoso y misterioso Frank Fons, qué le mueve. Es perfecto, claro. No podía llegar en mejor momento.

—No creo que ahora…

—Claro, claro, todo concuerda. —Se inclinó hacia mí—. Y en relación con el crimen de Gilleleje… va a ser algo grande —dijo en voz baja y me guiñó el ojo con complicidad—. Más tarde, cuando hayan leído el libro, lanzaremos tu biografía.

—¿Mi biografía?

—Sí, nos veremos obligados —continuó, ahora con un tono de voz normal—. La verdadera historia de tu vida rodeada de crímenes y mutilaciones.

—Será por encima de mi cadáver —respondí decidido. Finn Gelf hizo chasquear los dedos.

—Este es el título:
¡Por encima de mi cadáver
! —asintió satisfecho—. ¡La hostia, qué bueno!

Fuimos interrumpidos por una mujer de mediana edad que empujaba un libro entre los dos para que se lo firmara. Cogí el bolígrafo y me dispuse para hacer la rúbrica, sin mirar el libro, sosteniendo la mirada de Finn.

Tenía aspecto de decirlo de veras. Sus ojos despedían un brillo apasionado que hacía mucho que no veía. Cuando ponía esa cara, era muy difícil apelar a su sano juicio. Recordé lo que Ellen me había confesado sobre la situación económica de la editorial. La empresa era toda su vida. Finn haría cualquier cosa para mantener la editorial a flote, en muchas ocasiones ya lo había hecho, y, cuando estaba en juego el dinero, podía resultar muy convincente.

—Voy a pensarlo, Finn —dije.

Él sonrió satisfecho.

—¡Súper! —exclamó—. Será fantástico, ya verás. —Consultó su reloj—. Oye, tengo que continuar trabajando, pero nos vemos mañana.

Asentí con la cabeza y nos despedimos.

Quería contarle a Finn lo de Verner, pero no en la feria del libro. Finn era la feria personificada, la respiraba durante los tres días. Correteaba por los
stands
y se movía por entre la multitud; nadie podía seguirle, se enteraba de todo a pesar del terrible ruido reinante. Parecía inagotable. Todo el mundo le conocía y él a ellos, pero no estaba allí para dispendiar tiempo en charlas amenas. Su cerebro estaba centrado en el negocio, establecer relaciones nuevas y cuidar la amplia red que ya tenía. Yo estaba seguro de que disponía de un filtro que hubiera dejado fuera todo lo concerniente al crimen de Verner si yo hubiera intentado contárselo. Todo lo que no fuera el mundo editorial habría sido ruido sordo para él.

En cierto modo, fue por eso por lo que le había complacido con la idea sobre mi biografía. Una parte de mí estaba tan entusiasmada con la idea como él. No me atraía demasiado la idea de exponer mi vida privada, pero, al mismo tiempo, me tentaban las posibilidades que ofrecía, y descubrí que mi cerebro ya estaba trabajando en el enfoque de la historia. E incluso —y lamento tener que admitirlo— en cómo podía usar los asesinatos de Mona Weis y Verner para dar un poco de colorido al relato. Era posible que pretendieran hacerme daño con esos asesinatos, pero ahora se presentaba la posibilidad de que pudieran tener el efecto contrario. La cosa funcionaría si yo hiciera el papel de héroe, el detective que esclarece los casos y hace que atrapen al asesino.

Sería una biografía que yo leería con gusto.

18

D
ESPUÉS DE QUE FlNN se marchara, estuve un instante sin saber qué hacer conmigo mismo. La idea de la biografía no quería borrarse y las demás impresiones quedaban reducidas a un lejano zumbido de fondo. Paseé al tuntún. Ojeé libros y portadas sin enterarme de lo que ponía. Me paré en algunos de los escenarios improvisados, equipados con micrófonos y altavoces, donde los autores respondían a preguntas estrujándose las manos y con voces inseguras. Pero yo no oía lo que decían y ni siquiera era consciente de por dónde caminaba. De repente me planté en un rincón del recinto en el que había un bar pequeño decorado como un antiguo pub inglés y bastante diferente a los demás de la feria, casi todos con sillas de plástico y mesas de bar corrientes.

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