Los cuclillos de Midwich (10 page)

Read Los cuclillos de Midwich Online

Authors: John Wyndham

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los cuclillos de Midwich
11.89Mb size Format: txt, pdf, ePub

»Se trata de algo que nos ha llegado por igual a cada una de nosotras. Así que debemos unirnos para el bien de todas. Ninguna de nosotras lleva encima el peso de una vergüenza, por lo que no tiene que haber ninguna diferencia entre nosotras, salvo —se detuvo un momento, y luego continuó— salvo el hecho de que aquellas que no tengan a su lado la ternura de un marido para ayudarlas tendrán una mayor necesidad de toda nuestra atención y nuestra solicitud.

Continuó tratando aquel problema durante unos instantes, hasta que estimó que se había hecho comprender bien. Luego enfocó otro aspecto de la cuestión.

—Lo que ocurre —dijo con energía— es algo que nos concierne a nosotras. No sabría encontrar ninguna otra cosa más personal a cada una de nosotras. Estoy segura de ello, y creo que todas ustedes piensan como yo. Es por ello que es preciso que las cosas no salgan de aquí. Somos nosotras quienes tenemos que arreglárnoslas por nosotras mismas, sin que nadie se mezcle en ello.

»Todas ustedes saben cómo los periódicos de segunda clase se apoderan de estos casos, principalmente cuando en ellos interviene un elemento extraordinario. Los convierten en una atracción, como si las personas involucradas no fueran más que monstruos susceptibles de ser exhibidos en una feria. La vida de los padres, sus casas, sus hijos, ya no le pertenecen.

»Todas nosotras estamos al corriente de un ejemplo de nacimiento múltiple del que se apoderaron los periódicos, luego el cuerpo médico apoyado por el gobierno, hasta tal punto que resultó que los padres fueron prácticamente privados de sus hijos poco tiempo después de su nacimiento.

»Bueno, en lo que a mí respecta, no tengo la menor intención de perder así el mío, y espero con todo corazón que todas ustedes compartan este sentimiento. Es por eso, a menos que queramos algunas molestias embarazosas (ya que les prevengo que, si el asunto se difunde, será el tema de las conversaciones de los bares y cafés, con alusiones groseras), a menos pues que queramos exponernos a esto, y que inmediatamente nuestros bebés nos sean arrancados de las manos con uno u otro pretexto por los doctores y los científicos, debemos, cada una de nosotras, tomar la resolución de no mencionar fuera del pueblo, no hacer la menor alusión, al estado de cosas que reinan en Midwich. Está en nuestras manos el velar que este sea un asunto exclusivo de Midwich, y que sea llevado no como lo haría un periódico cualquiera o un ministerio, sino como cree que debe ser llevado el propio pueblo de Midwich.

»Si la gente, en Trayne o en algún otro sitio, se muestra curiosa, y si vienen aquí extraños a hacernos preguntas, debemos, en interés propio y en el de nuestros hijos, no decirles nada. Pero no debemos permanecer solamente mudas y evasivas, como si tuviéramos algo que ocultar. Debemos hacerles sentir que no ocurre nada anormal en Midwich. Si todas cooperamos, y hay que hacer comprender a nuestros hombres que deben ayudarnos en la tarea, no será alentada ninguna curiosidad, y se nos dejará tranquilas, como es nuestro derecho. Se trata de nuestros asuntos, no de los de ellos. No hay nadie, absolutamente nadie, que tenga mejor derecho, o para quien este derecho sea más sagrado, a proteger a sus hijos de la explotación, que nosotras que vamos a ser madres.

Las examinó calmadamente, casi individualmente, como había hecho al principio. Luego concluyó:

—Ahora voy a pedir al reverendo y al doctor Willers que vuelvan. Si me disculpan un momento, me reuniré de nuevo con ustedes en unos minutos. Se que todas tienen multitud de preguntas que hacer.

Se deslizó rápidamente a la estancia contigua.

—Muy bien, señora Zellaby, realmente muy bien —dijo el señor Leebody.

El doctor Willers tomó su mano y la estrechó.

—Creo que lo ha conseguido —dijo, mientras se apresuraba a seguir al reverendo hacia el estrado.

Zellaby la condujo hacia una silla. Ella se sentó y se recostó, con los ojos cerrados. Su rostro estaba pálido, y parecía extenuada.

—Creo que harías mejor volviendo a casa —dijo Zellaby.

Ella negó con la cabeza.

—No. Me sentiré bien en unos minutos. Debo volver ahí dentro.

—Ellos pueden arreglárselas solos ahora. Ya has dicho lo que tenías que hacer, y lo has hecho estupendamente.

Ella negó de nuevo con la cabeza.

—Sé lo que deben sentir esas mujeres. Este momento es crucial, Gordon. Es necesario que hagan un montón de preguntas, que hablen, tanto como quieran. Luego, cuando regresen a sus casas, habrán superado el primer shock. Es preciso que se hagan a la idea. Necesitan experimentar esa solidaridad. Lo sé, yo también siento esa necesidad.

Llevó una mano a su frente y se echó el cabello hacia atrás.

—¿Sabes, Gordon? No es cierto todo lo que acabo de decir.

—¿Qué es lo que no es cierto? Has dicho muchas cosas.

Cuando he dicho que me sentía feliz y contenta. Hace dos días eso era completamente cierto. Quería tanto un hijo, un hijo tuyo y mío. Y ahora me da miedo. ¡Tengo miedo, Gordon!

El le rodeó los hombros con un brazo. Ella apoyó su cabeza contra la de él con un suspiro.

—¡Querida! ¡Querida! —dijo él, acariciando suavemente sus cabellos—. Todo va a ir perfectamente. Nos ocuparemos de ti.

—No saber —exclamó ella—. Saber que hay algo que está creciendo ahí dentro, y no saber cómo ni por que.. Es tan, tan degradante, Gordon. Tengo la impresión de ser un animal.

El le besó suavemente la mejilla, y continuó acariciándole el cabello.

—No tienes por qué preocuparte —dijo—. Me atrevería a apostar que, cuando él o ella venga al mundo, le echaras una mirada y dirás: "¡Oh, Dios mío, la nariz de los Zellaby!". Pero si no es así, ya veremos entre los dos lo que hacemos. No estas sola, querida, nunca tienes que sentirte sola. Yo estoy aquí. Y Willers también está aquí. Estamos aquí para ayudarte siempre, en cada instante que lo necesites.

Ella giró la cabeza y le besó.

—Gordon, querido —dijo. Luego se soltó de su abrazo y se levantó—. Tengo que volver ahí —anunció.

Zellaby la siguió con la mirada. Luego acercó una silla a la puerta entreabierta, encendió un cigarrillo y se sentó para examinar atentamente la atmósfera del pueblo, tal y como aparecía a través de las preguntas que iban siendo formuladas.

C
APÍTULO X
M
IDWICH LLEGA A UN ACUERDO

La tarea planteada para enero fue la de minimizar el asunto y dirigir las reacciones, definiendo así, de una vez por todas, la actitud que debía adoptarse. La reunión inicial podía ser considerada como un éxito. Se respiraba mejor, y numerosos motivos de inquietud se habían desvanecido; el auditorio, acometido mientras se hallaba aún en un estado de semiestupor, había aceptado en gran parte la idea de una solidaridad y una responsabilidad comunes. Se esperaba por supuesto que algunos individuos tomaran la cosa a la ligera, pero no estaban menos deseosos que los demás de no ver sus vidas privadas expuestas e invadidas, ni sus calles atestadas de vehículos y de masas de curiosos con las narices pegadas a los cristales. Además, no les era difícil a las dos o tres personas, ávidas de notoriedad, darse cuenta de que el pueblo en pleno estaba preparado para contrarrestar a todo no cooperador activo mediante un severo boicot. Y si bien el señor Wilfred William soñaba a veces, con nostalgia, con la desusada actividad que hubiera podido adueñarse de La Hoz y la Piedra, no por ello dejó de aportar una sólida colaboración, mostrándose muy sensible a las exigencias a largo plazo de sus prácticas.

Tras el estupor de los primeros días, cuando se tuvo consciencia de que gente capaz tenía la situación en sus manos, cuando, entre las jóvenes solteras, el barómetro hubo saltado de la aterrada depresión a una confortable confianza, y cuando apareció una atmósfera de grandes preparativos no muy diferente de la que precede a la ferial anual o a la Fiesta de las flores, entonces el comité, que espontáneamente se había situado en su lugar, pudo felicitarse de haber al menos encarrilado las cosas por la vía correcta.

El primer comité, compuesto por los Willers, los Leebody, los Zellaby y la enfermera Daniels, se vio aumentado con nosotros mismos, y también con el señor Arthur Crimm, que fue elegido posteriormente de común acuerdo para representar a los de Investigación, algunos de los cuales estaban indignados por verse a su pesar mezclados en la vida doméstica de Midwich.

Aunque el sentimiento expresado en la reunión del comité, cinco días después de la de la sala municipal, podría resumirse en cinco palabras: "Hasta aquí todo va bien", los miembros del comité se daban perfecta cuenta de que el éxito no seguiría ofreciéndose de una manera tan simple. Si no estábamos atentos, al menos durante algún tiempo, era muy probable que todo cayera de nuevo fácilmente dentro de los límites de los habituales prejuicios.

—Lo que debemos crear —resumió Anthea— es de alguna manera el espíritu de compañeros de adversidad, pero sin sugerir la idea de adversidad. Por otro lado, y por lo que sabemos, tampoco lo es exactamente.

Aquella toma de posesión recibió la aprobación de todos, salvo de la señora Leebody, que parecía preocupada.

—Pero —dijo, vacilante—, creo que debemos ser honestos, ya saben lo que quiero decir.

La miramos sorprendidos. Añadió:

—Quiero decir que pese a todo se trata de una adversidad, ¿no? Debe existir una razón a todo esto. ¿Acaso no es nuestro deber buscarla?

Anthea la miró con una ligera mueca de sorpresa.

—No comprendo exactamente lo que quiere decir... —murmuró.

—Bueno explicó la señora Leebody—, cuando cosas así, cosas extrañas quiero decir, ocurren de pronto a una comunidad, existe alguna razón. Quiero decir, piensen en las plagas de Egipto, en Sodoma y Gomorra, en este tipo de cosas.

Hubo un silencio. Zellaby se creyó obligado a disipar aquel malestar.

—En lo que a mí respecta hizo notar—, considero las plagas de Egipto como un ejemplo típico de intimidación celestial, una técnica que hoy es designada con el nombre de política de fuerza. En cuanto a Sodoma... —se calló, ante la expresiva mirada de su mujer.

—Hum —dijo el reverendo, observando que se esperaba su dictamen—. Esto...

Anthea acudió en su ayuda.

—No creo que tenga usted razones para preocuparse al respecto, señora Leebody. La esterilidad es evidentemente una forma clásica de maldición, pero realmente no recuerdo ningún ejemplo en que la venganza divina haya tomado la forma de la fertilidad. Después de todo, no parece algo razonable, ¿eh?

—Eso depende de lo que nazca —dijo la señora Leebody gravemente.

Hubo un nuevo y embarazado silencio. Todo el mundo, excepto el reverendo, miraba a la señora Leebody. El doctor Willers interrogó a la enfermera Daniels con la mirada, luego posó sus ojos en Dora Leebody, a quien no intimidaba el hecho de que se había convertido en el punto de mira de toda la asamblea. Nos miró a uno tras otro con aire contrito.

—Lo siento, pero creo ser la causa de todo esto —confesó.

—Señora Leebody —dijo el doctor.

Ella lo interrumpió con la mano.

—No se esfuerze, doctor, sé que quiere ayudarme. Pero ha llegado el momento de la confesión. Soy una pecadora, ¿saben? Si hubiera tenido un hijo mío hace doce años, nada de esto hubiera ocurrido. Ahora debo explicar mi pecado quedando encinta de un hijo que no es de mi esposo. Todo esto queda bien claro. Me siento desesperada al pensar en que he traído esta aflicción sobre tantas cabezas. Pero es una maldición, lo sé. Tanto como lo fueron las plagas de Egipto...

El reverendo, profundamente desasosegado, se interpuso antes de que ella siguiera hablando:

—Creo... hum... creo que debemos retirarnos.

Hubo un gran ruido de sillas. La enfermera Daniels avanzó tranquilamente hacia la señora Leebody y se puso a hablar con ella. El doctor Willers los observó un instante antes de darse cuenta de la presencia del señor Leebody a su lado, con una muda pregunta en su rostro. Con aire tranquilizador, colocó una mano sobre su hombro.

—Es la emoción. No tiene nada de sorprendente. Esperaba ya reacciones de este tipo... Le diré a Daniels que le dé un sedante. Es muy probable que un somnífero sea suficiente. Vendré a verles mañana por la mañana.

Unos minutos más tarde nos dispersábamos, asaltados por negros pensamientos.

El programa recomendado por Anthea Zellaby fue aplicado con pleno éxito. La segunda parte del mes de enero fue consagrada a la puesta en pie de una organización de ayuda mutua y de actividades sociales tales, que sentimos que aquellos que estaban absolutamente resueltos a no colaborar con nosotros iban a encontrarse completamente abandonados a sus negras ideas.

Hacia finales de febrero, pude escribirle a Bernard que las cosas, en general, se sucedían tranquilamente, mucho más tranquilamente de lo que habíamos esperado al principio. El gráfico de la moral de las gentes de Midwich había registrado algunos descensos, y seguramente habría otros, pero hasta aquel momento las recuperaciones habían sido rápidas. Le di detalles sobre lo que había ocurrido en el pueblo desde mi último informe, pero no pude responder a sus preguntas relativas a las actitudes y opiniones reinantes en la Granja. O bien los investigadores estimaban que aquel asunto entraba de lleno en el secreto profesional, o bien creían que era más prudente actuar como si así fuera.

El señor Crimm continuó siendo su único punto de contacto con el pueblo, y pensé que, para obtener más amplia información, era preciso que o bien recibiera permiso para revelarle la naturaleza oficial de mi interés, o bien que Bernard tomara la decisión de ocuparse personalmente de ello. Bernard optó por esta última solución, y fue fijada una entrevista para el próximo viaje del señor Crimm a Londres. Vino a visitarnos a su regreso, creyendo que tenía derecho a desvelarnos una parte de sus inquietudes, las cuales eran principalmente debidas al parecer a las dificultades halladas por su servicio de personal.

—Poseen el culto al orden —se quejó—. No sé realmente qué van a hacer cuando mis seis problemas ocasionen preguntas de tratamiento y ausencia y creen un desorden indescriptible en sus fichas de vacaciones. Sin contar con que ello afectará nuestro programa de trabajo. Me he puesto en manos del coronel Wescott para que, si su ministerio tiene realmente interés en mantener las cosas secretas, provoque una intervención oficial al nivel más alto. Si no, dentro de poco nos vamos a ver obligados a dar explicaciones. Creo que me ha comprendido bien. Pero juro por todos los dioses que no veo en qué sentido suscita este aspecto del problema tal interés en los servicios del ejército ¿Y ustedes?

Other books

Collins, Max Allan - Nathan Heller 08 by Blood (and Thunder) (v5.0)
The Four Books by Carlos Rojas
Kijana by Jesse Martin
The Cinder Buggy by Garet Garrett
My Husband's Wife by Amanda Prowse
Ira Levin by (htm), Son Of Rosemary (v0.9)
Mr. August by Romes, Jan
Warlords Rising by Honor Raconteur
Sparks by Talia Carmichael