Los hombres de paja (34 page)

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Authors: Michael Marshall

Tags: #Intriga

BOOK: Los hombres de paja
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Ella leyó rápidamente las tres hojas de papel. Cuando hubo terminado, se las pasó al otro tipo.

—Entonces, ¿qué es lo que andáis buscando? —preguntó ella.

—Un grupo de gente llamado los Hombres de Paja. Bobby descubrió una página web que conducía a esto. Buscar al Hombre de Pie era el siguiente paso lógico. Eso es todo lo que sabemos.

—¿Es un caso de la CIA?

—No —dije—. Es personal.

—Había un botón de ENLACES al final de la última página —expuso ella—. ¿Adónde conducía?

—¿Qué botón? —pregunté.

—Lo encontré después de que te desplomaras —explicó Bobby con aire dócil—. Escondido en un pedazo de código Java incompleto. Tendría que haberlo visto antes.

—¿Y adonde llevaba?

—Asesinos en serie —dijo él, y entonces el hombre del abrigo alzó los ojos—. Solo páginas de aficionados. Webs sobre tipos que asesinaban, laboriosamente tecleadas por tarados sin ambiciones de convertirse en verdaderos peligros para la sociedad.

—¿Podrías acceder otra vez a la primera página? —pidió la mujer.

Él negó con la cabeza.

—Ha desparecido. Lo comprobé cuando me harté de ver fotografías borrosas de psicópatas famosos. El archivo ya no estaba en el servidor, probablemente lo habían cambiado de sitio.

—¿No guardaste en favoritos las páginas a las que conducía?

Bobby se encogió de hombros.

—No vi la razón. Lo único que había eran páginas de tipos con alucinaciones paranoicas a quienes los asesinos en serie se la ponen dura.

—Es una filtración —dijo el del abrigo mientras le devolvía las hojas a la mujer—.Tiene razón con lo de los fanáticos. Solo es eso. De algún modo, se habrá sabido el auténtico nombre del Repartidor y alguien con ganas de hacerse el psicópata habrá montado todo este tinglado para los que babean con estadísticas sobre asesinos, amenizándolo con direcciones misteriosamente movedizas. Internet está llena de porquerías así. Clubs de caníbales creados por desgraciados que no consiguen ser el empleado del mes en McDonald's.

Yo le miré.

—¿El Repartidor?

—Así es como bautizó la prensa al tipo que estamos buscando.

—Dios mío —dije—. ¿Todavía andan buscando a ese?

—Y así será hasta su muerte. Nina, salgo a fumarme un cigarro. Luego sugiero que regresemos a la civilización.

Se levantó y salió de la sala.

—Quiso decir «arresto» —susurró la mujer una vez el tipo hubo salido—. «Hasta su arresto», eso quiso decir.

—Claro, claro —contestó Bobby—. Si quieres mi opinión, ese tipo es de los que necesitan que les estés siempre encima.

—¿De qué va todo eso de los Hombres de Paja? —preguntó ella.

—Cuéntaselo, Bobby —dije mientras me levantaba.

—Tómatelo con calma —me aconsejó Bobby, señalándome con un dedo—.Y recuerda lo que acabo de decir.

Los dejé donde estaban y salí hacia el vestíbulo. Desde allí vi al tipo del abrigo, fuera, a pocos metros de la entrada principal.

—¿Tienes un cigarro?

Me miró durante un buen rato, luego se puso la mano en el bolsillo. Cuando lo hube encendido, permanecimos en silencio.

—Tú eres aquel poli, ¿no? —le pregunté al fin. Él no contestó—. ¿Verdad?

—Yo era poli —dijo él—. Ahora ya no.

—Quizá. En aquella época yo vivía en San Diego y leía los periódicos. Había un poli en particular que al parecer era todo un cazador de asesinos en serie. Le apartaron del caso y luego desapareció. Podrías ser tú, según creo.

—Y se ve que recuerdas muchas cosas sobre el caso —dijo—. ¿Estás seguro de que tus intereses no van más allá? A lo mejor intentas averiguar cuántos fans te labraste. Comprobar lo que queda de tu celebridad.

—Si pensaras que se trata de mí, no estaríamos aquí hablando. Así que no intentes despistarme.

Le dio una última calada al cigarrillo, y después lo arrojó a lo lejos.

—¿A qué te dedicas, entonces?

—Estoy buscando a los asesinos de mis padres.

Me miró.

—¿Esos Hombres de Paja que mencionaste?

—Eso creo. Lo que no sé es si tienen alguna relación con el tipo que buscáis vosotros.

—No la tienen —dijo él con la mirada perdida—. Todo esto es una gilipollez y una forma de perder un tiempo que no tenemos.

—Tu amiga no parece de la misma opinión. Y francamente, no me importa. Pero creo que ahí dentro, en ese hotel, hay un par de personas que tienen buenas conexiones con las fuerzas del orden público. Que pueden hacer cosas. Del otro lado, estamos tú y yo, conectados a una polla. Podemos quedarnos aquí fuera meándonos el uno en la tienda del otro, o intentar descubrir adonde lleva todo esto sin salpicarnos demasiado la cara.

Reflexionó un momento.

—No está mal.

—Entonces, ¿cómo te llamas, colega?

—John Zandt.

—Ward Hopkins —dije, y nos dimos un apretón de manos antes de entrar de nuevo en el hotel.

En la puerta del restaurante mi móvil empezó a sonar. Me despedí de Zandt con la mano y me escabullí otra vez hacia el vestíbulo.

Esperé un segundo antes de apretar el botón verde para intentar averiguar cómo debía dirigirme a un anciano en creciente estado de pánico. No lo logré. Lo único que podía hacer era escuchar lo que tuviera que decirme. Y no gritarle, probablemente.

Respondí a la llamada y escuché, pero no era él. Mantuve una breve conversación y me despedí con un agradecimiento. Luego guardé el móvil.

Cuando entré en el restaurante estaban todos sentados alrededor de la mesa, Zandt más atento ahora. La mujer levantó la vista hacia mí, pero fue a Bobby a quien me dirigí.

—Acaba de llamarme —le dije.

—¿Lazy Ed?

—No. La chica del hospital.

—Vale, ¿y?

—Se pasó la tarde de ayer revisando los archivos.

—La debes de haber impresionado. —No contesté, así que añadió—: ¿Vas a contarnos lo que ha encontrado?

—Siguió la pista de mis padres hasta sus respectivos lugares de nacimiento —dije—. No coinciden con los que conocía yo.

Mi voz sonó un poco quebrada. Zandt se giró para mirarme.

—No sabía todo eso —dijo Bobby—. Pero hay un hermanito del que los padres de Ward nunca llegaron a hablarle.

—No creo que llegaran a hablarme de gran cosa, en realidad.

—Era consciente de los ojos de la mujer aún fijos en mí; de eso y de cómo Hunter's Rock y todo lo que creía saber se había convertido en un cuento que alguien me hubiera leído una y otra vez, pero del que solo pudiera recordar el título.

—¿Qué sucede?

—Mi madre no podía tener hijos.

—¿Ninguno más? —preguntó Bobby—. ¿Después de tenerte a ti?

—No. Ninguno en absoluto.

25

Nos acompañaron al bar. Ed júnior no nos dio una bienvenida demasiado afectuosa, y se limitó a decirnos que no había visto al viejo y que seguía sin tener la menor idea de dónde podría estar. Siguió asegurándolo incluso después de que Zandt lo hubiese llevado aparte. No pude oír lo que le dijo el policía, pero los gestos de Ed bastaron para convencerme de que Zandt tenía una conversación muy persuasiva. —Tu hombre tiene muchas ganas de atrapar al asesino —le hice ver a Nina.

Ella apartó la mirada.

—Ni te lo imaginas.

Al fin, Zandt dejó en paz al barman, que no tardó en escabullirse hacia la seguridad de la parte trasera de la barra.

—Aquí perdemos el tiempo —dijo el ex poli mientras lo seguíamos de nuevo hacia el aparcamiento—. No os ofendáis, muchachos pero no veo cómo un viejo borracho puede ayudarnos a Nina y a mí a encontrar lo que buscamos. Puede que sea relevante para vosotros, pero no nos dará ninguna pista, y Sarah está más cerca de la muerte cada minuto que malgastamos.

—¿Y qué quieres que hagamos John? —preguntó la mujer—. ¿Regresar a Los Angeles y esperar sentados?

—Sí —dijo él—. En realidad eso es exactamente lo que quiero hacer. En tu casa no me limité a darle vueltas al asunto. Creo que...

Ella frunció el ceño.

—¿Qué?

—Te lo diré en el avión —murmuró.

—¡Eh! —dije yo—, os daré un poco de intimida. —Me alejé hacia donde estaba Bobby, cerca del coche—. Me parece que el equipo está a punto de romperse.

—¿Y cuál es nuestro plan, entonces?

—Patearnos las calles, buscar en los bares y los restaurantes, las bibliotecas y los lugares por donde pase la gente. Con profesionalidad. Esto no es Nueva York. Los lugares donde puede esconderse son limitados.

—Tú conocías al tipo. ¿Tienes alguna idea de dónde podría estar? —No le conocía de verdad —dije mientras me giraba para echarle un vistazo al bar—. Iba ahí y bebía como cualquier adolescente. Pasábamos la tarde allí y él nos servía alcohol, eso era todo.

Recordé una vez más la tarde en que mi padre me acompañó al bar, y el modo en que Ed me dio una cerveza después de todo, y me sentí un poco desleal. Me di cuenta de que podía haber ciertos mensajes subyacentes en los acontecimientos de aquella noche, algo que entonces me pasara desapercibido. La cerveza que Ed había empujado hacia mí con ruda amabilidad; podría tratarse tan solo de un gesto habitual, pero ahora no lo creía así. Lazy Ed no era de ese tipo. ¿No estaría diciendo en realidad: «Sí ya sé cómo pueden ser los chavales a veces»? En este caso, significaría con más seguridad que era el tipo que llevaba la cámara en la primera mitad de la sección central de la película, que Ed era el pasado de rosca que usaban como candelabro en la segunda mitad. Pero también que resultara más extraño que, enfrentados los dos más de una década después, ninguno diera muestras de conocer al otro. Algo tuvo que pasar en Hunter's Rock, algo que rompió un grupo de amigos; y además, de algún modo, había hecho que tres de ellos se reunieran de nuevo, a miles de kilómetros de distancia, fingiendo ante los extraños que jamás habían tenido ninguna relación. Nada antiguo, en cualquier caso, ningún pasado en absoluto.

Incluso ante mí fingieron, pero ahora todo eso parecía tener un sentido perfectamente claro. Si mi madre no podía tener hijos, ¿quién coño era yo?

Tras el bar el cielo estaba opaco y daba a los árboles un aspecto frío y anguloso. Puede que fuera aquello, o el olor de los pinos en el aire frío, lo que me transportó con tanta claridad hasta aquella noche. Es curioso el modo en que los olores reavivan los recuerdos, más aún que la vista o los sonidos, como si los rincones más antiguos de nuestra mente, los que nos fijan en el tiempo y la memoria, navegaran sobre rastros de perfume.

—Espera un minuto —dije al tiempo que una débil luz se formaba en el fondo de mi mente. Cerré los ojos, persiguiendo aquel pensamiento. Era algo de lo que Lazy Ed había estado hablando durante aquel año, el tipo de proyecto que parece la fantasía de un hombre incapaz siquiera de mantener limpias las paredes de su propio bar.

Lo supe al fin.

—Podemos probar en otro sitio.

—Vamos allá —dijo Bobby.

Miré a los otros dos. Vi que en la mente de Zandt ambos estaban ya en la puerta de embarque. La mujer parecía menos segura. Tomé la decisión por ellos. Era un plan ambicioso, y no tenía el tiempo ni la paciencia de explicarlo a los demás.

—Buena suerte —les grité. Luego subí al coche y Bobby y yo nos alejamos.

El Estanque Perdido no está perdido, claro. Se llega tras caminar un par de kilómetros por el bosque que se extiende al norte de Hunter's Rock; es parque nacional, aunque no muy visitado salvo por los lugareños y unos pocos paletos más. Es el típico sitio al que te llevan de excursión con el colegio, en plena naturaleza, para estudiar cosas como las cucarachas y otros bichos. Un autobús te deja en el límite del bosque y luego toca una caminata entre los árboles pisando las hojas marchitas, que uno hace encantado de no estar en la clase. Los profesores intentarán que nadie pierda de vista por qué han ido allí, pero no con mucho ahínco. Se puede deducir por la relajación de sus hombros que también ellos están felices de encontrarse lejos de sus límites habituales. Recuerdo haber visto como uno de ellos recogía una piedrecilla cuando creía que nadie le estaba mirando y la arrojaba luego a un árbol caído a cierta distancia. Puede que aquella fuera la primera ocasión en la que advertí que —contrariamente a las apariencias— los profesores también eran personas.

Cuando te hacías mayor dejaban de llevarte allí. Las lecciones se concentraban en lo que podías memorizar, no experimentar. Pero de todos modos los chavales seguían yendo a aquel lugar por puro gusto, y entonces se hacía evidente porqué lo llamaban así. No importa cuántas veces te hayan arrastrado hasta el estanque con treinta chillones compañeros, si intentas encontrarlo solo o con un par de colegas, nunca está dónde creías que estaba. Penetras en la arboleda, bastante confiado, y al cabo de unos cuantos centenares de metros el camino ha desaparecido. La mayor parte de la gente llega hasta un pequeño arroyo que corre en diagonal por entre las colinas bajas. Sigues el riachuelo hasta que se une con otro mayor, y a partir de ese momento cualquier decisión que tomes será equivocada. Aunque creas recordar bien el camino, aunque estéis todos de acuerdo en que ese tiene que ser el camino, al cabo de un par de horas estarás de regreso en el aparcamiento, sediento, agotado y feliz de haber salido del bosque antes de que se haga de noche y sin haber tropezado con ningún oso.

Así es para todo el mundo excepto para mí. Estudié el asunto un verano que no tenía mucho más que hacer salvo descubrir dónde estaba el estanque. Debía de andar por los quince, creo, un par de años antes de la noche en el bar con mi padre. Apliqué el método científico, que me tenía muy impresionado en aquella época. Seguí metódicamente todas las rutas posibles hasta dar con el estanque y con el camino para llegar a él. Me perdí completamente unas cuantas veces, pero no era un mal modo de pasar unas cuantas semanas. Cuando sabes adonde te diriges, el bosque es un lugar agradable para pasear. Parece seguro y te hace sentir especial. El problema fue que, tras recorrer con éxito el camino unas diez veces, me di cuenta de que lo había arruinado. Un estanque perdido que no está perdido no tiene ninguna gracia. Se convierte en un simple estanque, y dejé de ir. Entonces empezaban a interesarme más los lugares a los que ir a besuquearse, y era imposible convencer a una chica para que se adentrara en el bosque después del anochecer, y mucho menos para buscar un charco con agua que tal vez encontraras o tal vez no. No era algo demasiado atractivo para las chicas. O quizá fuera yo el que no las atraía. O lo uno o lo otro.

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