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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

Los hombres lloran solos (45 page)

BOOK: Los hombres lloran solos
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Sufrió muchos saqueos hasta que en 1806 José Bonaparte, rey de Napóles, suprimió los monasterios benedictinos y confiscó sus bienes; pero después de Waterloo, los Borbones devolvieron al monasterio gran parte de estos bienes. Desde entonces la abadía vivía una existencia puramente espiritual, en la oración, el trabajo y el estudio.

Por fortuna, y así lo hizo constar mosén Alberto en una de sus «Alabanzas al Creador», todos estos tesoros fueron salvados. Mucho antes de la batalla final para la conquista de Montecassino y del monasterio, las obras de arte fueron evacuadas por los alemanes y entregadas en Roma al castillo de Sant'Angelo, al cuidado de los mismos monjes. Sólo el abad se negó a abandonar el lugar cuya custodia le había confiado Dios. Con él permanecieron cinco monjes, cinco hermanos legos, algunos domésticos y un centenar de refugiados de las aldeas vecinas.

Los aliados, por tanto, y a pesar de las declaraciones de Alfonso Reyes, al tener noticia de la evacuación de los tesoros estimaron que el monasterio podía ser considerado como objetivo militar y, por consiguiente, la abadía debía ser destruida antes del asalto.

El ataque duró meses. Según el general Sánchez Bravo, fue uno de los más sangrientos de la guerra. Los alemanes sacaron fuerzas de flaqueza y varias ofensivas lanzadas con todo ardor fueron detenidas por los defensores, quienes causaron miles de bajas. Combates que recordaban los más horribles de la guerra de trincheras de 1914-1918, realizados con granadas de mano y a bayoneta calada. Dos batallones hindúes saltaron hechos pedazos. Otro tanto cabe decir de los neozelandeses y de los polacos. Miles de cruces sembrarían más tarde la montaña. Entretanto, en el monasterio no quedaban más que ruinas: la basílica había sido arrasada, al igual que los claustros y los edificios conventuales. Sólo quedaban intactas la celda de san Benito y su tumba, como un milagro de Dios.

Por fin don Gregorio Diamara, abad obispo de Cassino, de más de 80 años de edad, a quien seguían sus monjes y los refugiados que habían sobrevivido a las bombas, abandonó dichas ruinas, sostenido por sus religiosos y caminó por un mal sendero hasta un puesto alemán, de donde el general Von Spenger le hizo conducir a su puesto de mando y de allí a un convento romano. Poco después se produjo el desenlace, aunque muchos aviones aliados tuvieron que lanzar sus bombas desde 4.000 metros de altura. La ruta hacia Roma quedaba expedita. En la falda de la montaña los cementerios empezaban a florecer.

Roma estaba ocupada por los alemanes. La BBC daba continuamente partes de guerra, que el propio Matías, en Telégrafos y en su casa, cuidaba de escuchar. Sabía lo que Roma significaba para Carmen Elgazu. Ya no se trataba de enviar telegramas al Papa. La cuestión era ahora de vida o muerte.

Antes de retirarse de la capital italiana —el Führer, en un alarde impropio de él, quiso evitar su destrucción— se desarrollaron las escenas más patéticas. Sobre todo los judíos, y Eva supo algo de ello, fueron llevados en vagones hacia destinos desconocidos, después de hacerles entregar todo el oro y los equipajes. De los pueblos vecinos llegaban también paisanos en busca de alimentos y dispuestos a pillar lo que pudieran. Aldeanos de los Abruzzos y de la Ciociaria escapaban de los alemanes y, en Roma, daban rienda suelta a los asesinatos y a la rapiña. De pronto, miles y miles de refugiados acamparon en la plaza de San Pedro entre las columnas de Bernini. El Soberano Pontífice volvía a ser la mejor defensa, como en la época lejana en que el pastor de Roma se enfrentaba a las hordas bárbaras llevando en alto un crucifijo. Se conservaba la esperanza de que la voz del Santo Padre y su presencia bastarían para alejar el azote de la parte más antigua de la ciudad del Vaticano. Las viejas piedras tibias servían de asilo a los refugiados, las cocinas pontificias les daban sopa y la miseria general los hermanaba.

El Papa habló al pueblo desde lo alto del balcón de la basílica de San Pedro. El atrio y la plaza estaban abarrotados y la muchedumbre se desbordaba hasta el centro de la calle de la Conciliación, nombre que en aquellos instantes sonaba a paradoja. Animados por una esperanza sobrehumana, levantaban los ojos hacia aquella silueta frágil y blanca, bebiendo las palabras de aquel hombre que los invitaba a la plegaria y a la resignación. Al final aplaudieron como en un mitin. Las madres sostenían a sus hijos sobre sus cabezas. Los estandartes más diversos se agitaban constantemente, e incluso se vio a un sacerdote que blandía una bandera roja.

Pío XII dijo: «Quienquiera que ose levantar su mano contra Roma será culpable de matricidio ante el mundo y ante la eterna justicia de Dios».

Las fuerzas aliadas entraron en Roma. Roma se salvó. Los avances habían sido tan lentos que por todas partes se veía un emblema pegado a las paredes: un caracol en cuyos dos cuernos se veían la bandera americana y la bandera inglesa. El Cuerpo Diplomático del Eje se refugió en el Vaticano. El caracol había llegado.

Al conocerse la salvación de la Ciudad Eterna, de nuevo una lluvia de telegramas, esta vez felicitando al Papa. Segundo telegrama de Carmen Elgazu. El obispo, doctor Gregorio Lascasas, propuso una peregrinación a pie a la ermita de los Ángeles para dar las gracias. «Los peregrinos ganarán indulgencia plenaria». Una gran multitud se puso en camino, encabezada por las autoridades. Por supuesto, no faltaron Agustín Lago y Sebastián Estrada. El ateo Ricardo Carreras, el anestesista de la clínica Chaos, se refirió festivamente a la concesión de indulgencias plenarias. «Una caminata de tres horas y si te mueres, al cielo. A lo mejor al llegar a la ermita se encuentran con que Hitler se les ha anticipado y espera al señor obispo para besarle el anillo».

El camarada Montaraz decidió distraer en lo posible a la población. Organizó una Feria de Muestras en la provincia, al cuidado de Jesús Revilla, el activo Delegado de Sindicatos. Más de cien estantes, con representación de todas las industrias, de todos los productos agrícolas, además de la ramadería. El nabo más grande, la col más ubérrima, el cerdo más exuberante. Incluso fotografías de los cetáceos recogidos en las playas en los últimos cincuenta años. No eran fotografías trucadas. De vez en cuando llegaba una ballena a la costa gerundense, que se había despistado de su ruta como aquel divisionario motorista que se encontró en Grecia. La Feria fue un éxito, pese a la penuria reinante. María Fernanda quedó boquiabierta. «Sí, es verdad. La provincia de Gerona es de las más ricas de España». Ángel corrigió a su madre. «¿Te imaginas que toda España fuera así? Seríamos una potencia europea».

En Barcelona existía el Arca de Noé, institución fundada por Santiago Rusiñol y cuyos miembros tenían todos nombres de animales. El camarada Montaraz organizó una «sucursal» en Gerona. Encontraron un Lobo, un Águila, un Conill, un Ciervo, un Canario, un Mulo. Presidiendo, un León: León Izquierdo, director de la Biblioteca Municipal y campeón local de billar. Se reunieron en una comida de hermandad, cuyo cocinero fue
Cacerola
, quien siempre decía que era un Burro porque no sabía sacar partido de sus cualidades. Terminada la comida todos los miembros del Arca se trasladaron a Barcelona en autocar y se fueron al Zoológico, donde obsequiaron al elefante Perla con un monumental pastel de verduras y golosinas.

Distraer a la población. Un alud de noticias chocantes publicadas a diario en
Amanecer
y que repetía la emisora de radio, cuyo locutor era un tal Cuevas, de voz agradable y modulada a la perfección. Cuevas había recibido, en Barcelona, lecciones de Marcos Redondo, quien le enseñó a impostar la voz. «No hace falta que grites. Si la voz te sale de abajo, de la zona del estómago y sabes respirar, se te oirá desde el fondo de cualquier local».

Una de las noticias fue que en los Estados Unidos se había vendido por 50.000 dólares una corbata de Frank Sinatra, y más dinero aún por otra prenda más íntima. El comentario fue: «¿Cuánto valdrían unos calzoncillos de Churchill?». Centenario del artista Gayarre. Actuaría la
Cobla Gerona
en el teatro Municipal, tocando «sardanas de concierto». El director, Quintana, que había compuesto tantas piezas, revivió. Le tenían olvidado y de ello culpaba al camarada Montaraz, quien al parecer ahora quería desquitarse. Después de la
Cobla Gerona
debutaron los cuatro hijos pequeños del doctor Andújar, tocando al violín y a la flauta melodías facilonas de Chopin. Sólita, la enfermera del doctor Andújar, aplaudió a rabiar, y Chelo Rosselló y Gracia Andújar, en nombre de la Sección Femenina, subieron al escenario a entregar a los solistas sendos ramos de rosas.

Organización de una corrida de toros en Figueras —facilidades para el desplazamiento—, con los diestros Ortega, Manolete y Dominguín. La plaza se llenó hasta la bandera y se vieron algunos sombreros de paja. Ah, sí, el aspecto externo de una parte de la población civil había mejorado. Manolete se llevó varias orejas y rabos, aunque se rumoreó por los tendidos que pronto le llegaría, procedente de Méjico, un competidor serio: Manuel Arruza. El camarada Montaraz disfrutó de lo lindo. La Fiesta Nacional era una de las mayores frustraciones de su estancia en Gerona. «Un par de corridas al año y casi nunca con diestros de categoría». Ignacio, que no quiso desplazarse a Figueras, le impugnó esta afición. «Una salvajada. Mientras haya corridas de toros habrá guerras civiles». «¿Y las riñas de gallos, pues? —le objetó el gobernador—. ¿Y las célebres cacerías organizadas por la aristocracia inglesa?». «Otra salvajada, lo admito —aceptó Ignacio—. Pero por lo menos no hay un gentío exaltándose a la vista de la sangre».

Otra noticia regocijante, que Mateo no hubiera querido publicar: en Suiza se descubrió un analfabeto, labriego de dieciocho años. El hallazgo causó estupor en todo el país y alguna agencia de viajes quería organizar viajes para visitar al muchacho. El camarada Montaraz, tal vez por su afición a los relojes, era un enamorado de Suiza, siempre «neutral» y prosperando sin cesar. Mateo le objetó al gobernador que en España causaría estupor lo contrario: el hallazgo de un ciudadano que supiera leer y escribir.

Los contertulios del café Nacional protestaron. Aquélla era una vil copia de las reuniones que ellos tenían cada sábado con aportaciones de anecdotario nacional.

—A veces me pregunto si el gobernador no será tonto de capirote… —opinaba Galindo—. A lo mejor se cree que con estas noticias la gente comerá.

Matías colocaba sobre la mesa el seis doble.

—Aunque no te lo creas, sabe adonde va. Distraer a la gente. Lo consigue. La gente quiere divertirse y bailar blues, congas y todo eso… Y hacer el amor. Pregúntale a la Andaluza y verás.

—Sin ir más lejos —terciaba Grote—, en la hoja parroquial del domingo pasado se habla de una pareja que fue descubierta copulando en el matadero Municipal. Un pueblo que copula en el matadero no puede morir.

—Ya no le tienen miedo ni a la sífilis, fijaos bien. Los laboratorios del doctor Esteve la cura con anido-suefol o algo así…

—¡Bueno! Los hay que se frotan todo el cuerpo con zotal o perganmanato, no sé…

—De acuerdo. Pero Moncho, según noticias, se frota con limones y parece que no le va del todo mal…

—Ésa es otra cuestión —terció Matías, colocando el cero doble—. No me toquéis a Moncho, que es como si mentarais a mi familia. Lo suyo es el naturismo, y su mujer está de acuerdo con él…

Por una vez Ramón, el camarero, dejó de aludir a sus imaginarios viajes y aportó dos anuncios que había recortado del Noticiero Universal. El primero: «Hay gestos que sólo se los pueden permitir quienes usan desodorante Sano»; y el segundo, una noticia fechada en Oslo: «Mala noticia para las señoras: aumenta continuamente el precio de las zorras».

* * *

Washington, mayo de 1944.

Querido Ignacio:

Sabemos que te has casado con Ana Maña Sarró. Felicidades. Imaginamos que has elegido bien y que lo pensaste tres veces antes de oír aquello de «hasta que la muerte os separe». Yo siempre digo que a mí ni siquiera la muerte me separará de Amparo. La encuentro en todas partes y cada día más rejuvenecida. Y ya no habla de hedor de los negros, sino de olor. Algo hemos avanzado.

Imagino que te has enterado de la propuesta de un senador americano: bautizar a las estrellas con nombres actuales: Roosevelt, Stalin, Churchill… Yo añadiría el nombre de Franco, que es el único militar de la mencionada pandilla.

Da muchos recuerdos a don Rosendo Sarró. Es amigo fiel y varias veces estuvo visitándome en la calle del Pavo. Formaba parte de la Gran Familia Catalano-Balear y a veces se presentaba a saludarnos. Sé que los negocios le van viento en popa. Reflexiona sobre su trayectoria: si quieres triunfar, búscate amigos influyentes. Claro que existe otro concepto de la vida, y es el que tienen David y Olga: sobriedad, deporte, higiene… Los castizos decían, refiriéndose a los viejos: poca cama, poco plato y mucha suela de zapato.

A lo mejor nos vemos pronto. A Amparo le han entrado súbitas ganas de volver a pisar las augustas piedras de la catedral de Gerona. La cabra tira al monte, ya sabes. Por lo que a mi respecta, en todo caso haré viajes de ida y vuelta, porque los Estados Unidos me chiflan. Hemos hecho en un tren confortable el trayecto Este-Oeste y hay que quitarse el sombrero que supongo continúa llevando tu padre.

He recibido noticias de Carlos Ayestarán, quien en el exilio montó unos fabulosos laboratorios farmacéuticos en Chile. Está muy bien. Te acordarás de él… Fue tu jefe. Muchos de los exiliados se han abierto camino, pasada la primera etapa de desconcierto. También he sabido del Responsable… En Venezuela metió las narices donde no lo llamaban y está entre rejas. Pero se saldrá con la suya, como siempre. Es incombustible e insumergible.

Bien, recuerdos a todos. ¿La cigüeña depositó ya el segundo bebé en casa de Pilar? Dale muchos recuerdos…

Un abrazo como siempre de vuestro incondicional JULIO.

Ignacio quedó estupefacto. ¡Masón don Rosendo Sarró! ¡Claro! Eso explicaba muchas cosas. Sus tentáculos en Madrid. Las reverencias de Gaspar Ley. ¿Qué grado debía tener? Julio García no se atrevió, e hizo bien, a facilitarle más datos. Lo dicho encajaba en la cabeza de Ignacio como un puzzle que tenía a medio resolver. Ignacio se acordó del Banco Arús, de aquel subdirector calvo obsesionado por el tema masónico y que acabó muerto a tiros por los milicianos al comienzo de la guerra civil. De él aprendió lo poco que sabía sobre las Logias. A juzgar por lo ocurrido, se quedaba corto… Los masones manejaban todos los hilos habidos y por haber y no era extraño que surgieran los padres Tusquets de turno dispuestos a cortarles las alas. Para Franco, el asunto era primordial. Si se le hubieran infiltrado masones a su alrededor —y alguno debía de haber— le hubieran puesto más zancadillas.

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