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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Los hombres sinteticos de Marte (14 page)

BOOK: Los hombres sinteticos de Marte
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«Hemos estado construyendo un pequeño bote para cruzar las marismas, y ya casi esta terminado. Desde luego no pensábamos abandonarte, pero como la nave tan solo puede transportar a dos personas, planeamos regresar luego por ti, y nos figuramos que estarías más seguro en Morbus que esperándonos en las calles de Fundal».

—Así opino yo también —convine—. Desde un principio sabía que nuestro objetivo era encontrarte y llevarte a Helium lo más rápidamente posible. Y como la nave, en efecto, tan sólo tiene cabida para dos personas, ya contaba con tener que quedarme en tierra hasta que regresaran a buscarme. Sería un pequeño sacrificio hecho en honor de la Princesa de Helium, y nunca dudé de que John Carter enviara luego a por mí.

—Desde luego —dijo el Señor de la Guerra—. No creas que me agrada dejarte en estas condiciones, pero no puedo hacer otra cosa. La idea era enviar a la ciudad a Il-dur-en con un mensaje para ti explicándolo todo. Dur-dan nos acompañaría hasta la nave y después regresaría a Morbus.

—¿Cuándo pensáis salir? —pregunté.

—El bote estará terminado mañana mismo, y saldremos con él en cuanto oscurezca. Pensamos navegar de noche y escondemos durante el día en algún islote deshabitado. Ras Thavas, que conoce bien las marismas, asegura que es imposible atravesarlas de día sin una fuerte escolta de guerreros, pues muchas de las islas están pobladas por aborígenes salvajes y por piratas y bandidos todavía más salvajes. Las Grandes Marismas Toonolianas son las últimas heces de los grandes océanos que en tiempos pasados cubrían gran parte de Barsoom, y las criaturas que las habitan parecen ser también las últimas heces de la humanidad.

—¿Puedo ayudaros de alguna forma? —pregunté.

—No. Bastante has sacrificado ya.

—Entonces regresaré a la ciudad antes de que mi ausencia sea advertida. También yo tengo ahora responsabilidades.

—¿A qué te refieres?

—A Janai —dije simplemente.

—Janai? —se interesó el Señor de la Guerra—. ¿La has encontrado por fin? ¿Cómo está?

Les relaté entonces cuanto había acontecido en la ciudad durante su ausencia, que Ay-mad era jeddak y único dueño de Morbus, que me había nombrado odwar y director de los laboratorios y que Janai estaba hora bajo mi protección.

—Así que estás al mando del edificio del laboratorio —dijo Ras Thavas—. ¿Y qué tal marchan las cosas después de que yo me fuera?

—Pues, a decir verdad…, no demasiado bien —respondí—. Lo único bueno que pasa allí es que la producción de hormads ha cesado casi por completo, pero creo que, en compensación, ha aparecido algo infinitamente peor que los hormads.—Y le conté lo que estaba sucediendo en la sala de tanques número 4. Pareció muy interesado.

—Es verdaderamente deplorable —dijo—. En ocasiones he temido que ocurriera una cosa así. Si no encontramos la forma de detener esa monstruosidad, lo mejor es que te prepares para escapar de Morbus lo antes que puedas. Si sigue creciendo puede cubrir toda la superficie de Morbus, ¿qué digo?, teóricamente podría cubrir todo Barsoom, asimilando las restantes formas vivientes.

«Es la vida en su estado primordial, que no puede morir por sí misma y resulta muy difícil de controlar. Normalmente la misma Naturaleza la controla, pero he aprendido para mi mal que el hombre nunca podrá hacerlo. Creo que he interferido en el funcionamiento sistemático de la Naturaleza, y puede que éste sea mi castigo».

—¿Pero cómo se puede interrumpir ese crecimiento? ¿Cómo podemos impedir que siga desarrollándose? —pregunté, inquieto ante sus palabras.

Ras Thavas meneó la cabeza con pesimismo.

—Quizá otro fenómeno de la Naturaleza pueda detenerlo.

—¿Qué fenómeno?

—El fuego —dijo— pero puede que la cosa haya llegado ya demasiado lejos…

—Yo también lo temo —admití.

—Entonces lo mejor que puedes hacer es huir con Janai antes de que sea demasiado tarde y esperar nuestro regreso en esta isla.

—Volveremos con suficientes hombres y naves para derrotar a Morbus y rescataros —prometió el Señor de la Guerra—. Y estudiaremos también la forma de detener esa pesadilla de que habláis.

—Pues hasta entonces, mi señor —me despedí—. Y deseo de todo corazón que me traigas entonces la noticia de que la Princesa de Helium está totalmente curada.

CAPÍTULO XVI

Habla el jeddak

Me hallaba terriblemente deprimido mientras regresaba a través del oscuro túnel. Me parecía que tan solo existía una débil probabilidad de que John Carter y Ras Thavas lograran cruzar las inmensas marismas.

El Señor de la Guerra podía morir, y mi adorada princesa Dejan Thoris quedaría con ello también condenada a muerte. En cuanto a mí mismo, mi destino sería entonces vivir todo el resto de mis días en aquel horrendo cuerpo de hormad y perder para siempre a Janai.

Sí, después de todo me quedaría una razón para vivir, precisamente Janai, y dedicaría desde luego toda mi vida a protegerla. Posiblemente hallaría la forma de huir de Morbus, aun cuando John Carter no pudiera regresar a por nosotros, y el descubrimiento del túnel subterráneo significaba de todas formas una esperanza en tal sentido.

Finalmente me hallé de vuelta en la celda número 17. De nuevo me detuve para admirar melancólicamente mi antiguo cuerpo. ¿Podría alguna vez animarlo de nuevo con mi cerebro? Pensando sin cesar en ello, ascendí a los niveles superiores. Cuando me acercaba al estudio de Ras Thavas, me encontré de nuevo con Tun Gan.

—Me alegro de que hayas vuelto —dijo con evidente alivio.

—¿Por qué? ¿Algo anda mal?

—No lo sé —respondió—, como tampoco sé dónde has ido ni lo que has estado haciendo. ¿Sabes si alguien te ha seguido o simplemente te ha visto?

—Nadie me ha visto —dije—, pero eso no hubiera importado. Simplemente he estado inspeccionando los pozos —no tenía la menor intención de fiarme todavía de aquel hormad con cuerpo de hombre rojo—. ¿Pero por qué me haces esas preguntas?

—Los espías de Ay-mad han estado muy activos últimamente —dijo—. Conozco la identidad de algunos de ellos, y sospecho la de otros, pero creo que ha mandado otros nuevos exclusivamente para vigilarte. Se dice que se puso muy furioso cuando la mujer te eligió a ti en lugar de a él, renunciando a ser jeddara de Morbus.

—¿Entonces me ha estado buscando? —pregunté.

—Sí, por toda partes. Incluso en los alojamientos de las mujeres.

—¿Y ella está todavía allí? ¿No se la han llevado?

—No, que yo sepa.

—¿Pero puedes estar seguro?

—Bueno, no —vaciló.

Mi corazón saltó de nuevo. ¿Sería posible que tal cosa hubiera sucedido? Me precipité hacia los apartamentos donde había dejado a Janai, con Tun Gan pisándome los talones. El sujeto parecía sinceramente tan preocupado como yo, y pensé que después de todo quizás fuera buena persona y mereciera mi confianza. Así lo esperaba, puesto que si Ay-mad planeaba arrebatarme a Janai, yo necesitaría todos los aliados que pudiera conseguir.

Cuando el guardián del corredor me reconoció, se apartó de mi camino para dejarme entrar. Al principio no pude ver a Janai, pero luego la descubrí sentada de espalda a mí y mirando por la ventana. Pronuncié su nombre y ella se levantó y se volvió hacia mí. Al principio pareció contenta de verme, pero cuando sus ojos se fijaron en Tun Gan los dilató de terror y retrocedió bruscamente.

—¿Qué hace aquí ese hombre? —preguntó.

—Es uno de mis oficiales —dije— ¿Por qué le temes? ¿Te ha causado algún mal mientras yo estaba fuera?

—¿Es que no sabes quién es?

—Naturalmente. Es Tun Gan, un buen oficial.

—Es Gantun Gur, el Asesino de Amhor—dijo—. Él mató a mi padre.

Comprendí en el acto su natural error.

—Es tan sólo el cuerpo de Gantun Gur —expliqué—. El cerebro del Asesino ha sido quemado y el que ahora tiene pertenece a un amigo.

—¡Oh! —exclamó ella, con alivio—. Otra muestra del trabajo de Ras Thavas, supongo. Perdóname, Tun Gan. No podía saberlo.

—Me gustaría que me hablaras sobre ese hombre cuyo cuerpo es ahora mío —pidió Tun Gan, interesado.

—Era un famoso asesino de Amhor, empleado a menudo por el príncipe de Jal Had. El príncipe me deseaba, pero mi padre no quería entregarme a él, puesto que sabía que yo antes preferiría morir que ser su esposa. Jal Had empleó entonces los servicios de Gantun Gur para asesinar a mi padre y raptarme. Logró lo primero mas no lo segundo, puesto que pude escapar y dejar la ciudad en dirección a Ptarth, donde mi padre tenía algunos buenos amigos. Gantun Gur, sin embargo, me siguió, capitaneando una banda de criminales, todos ellos miembros de la Cofradía de Asesinos. Junto con ellos atacó a la pequeña partida de hombres leales que me escoltaban al exilio. Se entabló la lucha, y todavía seguía cuando cayó la noche, llevando la peor parte los hombres de mi bando. Conseguí huir al amparo de la oscuridad, pero dos días más tarde un destacamento de hormads me capturó. Supongo que a Gantun Gur le sucedió lo mismo.

—Pues ya no tienes que temer nada de él —dije—. Su cerebro ha sido destruido.

—Pero piensa que resulta muy extraño verlo igual que cuando le conocí, y sin embargo saber que no es él.

—En Morbus ocurren cosas muy extrañas —dije—. No todas las personas que puedes ver aquí tienen los cuerpos o los cerebros con que originalmente nacieron.

Cosas extrañas, en efecto. Ahí estaba Tun Gan con el cuerpo de Gantun Gur y el cerebro de Tor-dur-bar, y ahí estaba yo con el cuerpo de Tor-dur-bar y el cerebro de Vor Daj. Pensé, y no por primera vez, lo que diría Janai si llegara a saber la verdad. Si tuviese yo la seguridad de que la muchacha amaba a Vor Daj me arriesgaría a contarle la verdad, pero si no le amaba, y yo no tenía ninguna razón para suponer que lo hiciera, mi presente cuerpo podría repugnarle tanto que quizás nunca podría ya amarme aunque regresara al mío propio. Por tanto decidí no decir nada.

Le expliqué, en cambio, por qué Tun Gan y yo habíamos venido a sus apartamentos, y que debía tener mucho cuidado en adelante con lo que hacía o decía, puesto que muy bien pudiera estar rodeada de espías de Aymad. Ella me miró interrogativamente durante un momento, y luego dijo:

—Has sido muy bueno conmigo, Tor-dur-bar. Eres el único amigo que tengo y quisiera que vinieras a verme más a menudo. No tienes por qué tener razones especiales o excusas para venir, siempre me alegraré de verte ¿Me traes hoy algunas noticias de Vor Daj?

Mi corazón había saltado al escuchar la primera parte de su frase, pero con la última me llegó de nuevo una oleada de aquellos incomprensibles celos contra mí mismo. ¿Acaso pudiera ser que el cuerpo de Tor-dur-bar estuviera tan fundido con el cerebro de Vor Daj como para absorber la personalidad de este último? ¿Podría ser que yo amase a Janai como lo haría un hormad? ¿Y qué podría suceder de ser ello cierto? ¿Podría llegar a odiar a Vor Daj hasta el punto de destruir su cuerpo porque Janai lo encontraría más agradable que el deforme de Tor-dur-bar? La idea era fantástica, pero igualmente fantásticas eran las condiciones en que me encontraba.

—No puedo traerte noticias de Vor Daj —dije—, porque ha desaparecido. Quizás si llegáramos a conocer lo que les ha sucedido a Dotar Sojat y Ras Thavas podríamos tener alguna noticia sobre el paradero de Vor Daj.

—¿Quieres decir que no sabes dónde está? —preguntó ella—. Tor-dur-bar, creo que en todo esto hay algo raro. Quiero confiar en ti, pero comprende que has sido muy evasivo en lo concerniente a Vor Daj. Parece como si quisieras impedir que me encontrara con él. ¿Por qué?

—Te equivocas —respondí—. Debes confiar en mí, Janai. Te prometo que en cuanto pueda os haré salir de Morbus a ti y a Vor Daj. Eso es todo lo que te puedo decir. Pero, por otra parte, ¿por qué estás tan ansiosa de ver a Vor Daj?

Creí sorprenderla con esa pregunta hasta el punto de que quizás me diera un atisbo de lo que sentía por Vor Daj. No puedo decir si en aquel momento deseaba o temía que manifestara sentimiento afectivo hacia él, de tal manera confusas eran las reacciones de mi personalidad; sin embargo, mi estratagema falló, puesto que la respuesta de Janai no me indicó lo que esperaba.

—Prometió ayudarme a escapar —dijo simplemente.

Así pues, eso era todo; su interés por Vor Daj era puramente egoísta. Bueno, pese a todo, era mejor que ningún interés en absoluto. Así son las razones del amor, que pueden hacer un loco de un hombre sensato. Entonces se me ocurrió pensar que el interés que yo mismo tenía por Janai podría ser considerado también como egoísta. En efecto, las dos posturas no dejaban de tener cierta similitud, ella deseaba su libertad y yo la deseaba a ella.

La cuestión fundamental era la siguiente: ¿Sería yo capaz de arriesgarlo todo, incluso la vida, para dar la libertad a Janai, sabiendo que con ello la perdería para siempre? Sí, sabía que sería capaz de hacerlo, de manera que quizás mi amor no fuese completamente egoísta. Me complació pensar en ello.

Mientras estaba entregado a estas elucubraciones me di cuenta de que dos de los sirvientes hormads se mantenían muy cerca de nosotros, e incluso se acercaban paulatinamente más y más, buscando obviamente enterarse de lo que estábamos hablando. Se trataba de una pareja de los espías de Ay-mad, no me cabía la menor duda, pero su táctica era tan chapucera que llegaba a parecer inocente. Previne en voz baja a Janai de lo que estaba ocurriendo y luego, ya en tono alto, le dije:

—No, esa no es la costumbre. No tengo ninguna intención de permitirte salir de tus apartamentos, de modo que no te molestes en volvérmelo a pedir. Aquí estás más segura que en ninguna parte. Ahora me perteneces y estoy en mi perfecto derecho de matar a cualquiera que amenace dañarte. Y no te quepa ninguna duda de que lo haré.

Aquellas palabras, desde luego, estaban destinadas a los oídos de los espías. Tras pronunciarlas abandoné la habitación, seguido de Tun Gan.

Cuando estuve de nuevo en el estudio medité qué debía hacer a continuación. Ante todo necesitaba rodear a Janai y a mí mismo con un grupo de personas leales, y para ello debía correr algunos riesgos.

Para empezar sondeé a Tun Gan, me dijo que se sentía deudor hacia Ras Thavas y Vor Daj y que por tanto, siendo yo amigo de ellos, me serviría de la mejor forma que pudiera. Por otra parte no tenía la menor simpatía hacia ninguno de los jeds.

Durante los siguientes dos días hablé con Sytor, Pandar, Gan Had y Tee-aytan-ov y me convencí de que podría contar con su lealtad. Incluso conseguí que Tee-aytan-ov fuera enviado ocasionalmente al edificio del laboratorio, donde eran necesarios cada vez más oficiales a fin de intentar controlar la horrible masa viviente que brotaba de la sala de tanques número 4, de modo que el hormad se convirtió en mi espía particular dentro del palacio del jeddak.

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