Los hombres sinteticos de Marte (16 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Los hombres sinteticos de Marte
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—¿Pero de qué estás hablando ahora? —preguntó Janai—. Dices que no sabes dónde está Vor Daj y después que yo podré verle dentro de unos pocos minutos…

—Hasta hace muy poco tiempo no sabía dónde estaba. Luego, cuando le encontré, creí que sería mejor para ti no decirte la verdad, ya que esperabas su ayuda. Vor Daj no puede ayudarte ahora, y sólo yo puedo hacerlo. Desgraciadamente para llevar a cabo mi plan de fuga deberé mostrarte lo que le ha sucedido a Vor Daj. Y ahora, ya hemos perdido demasiado tiempo hablando. Yo me marcho de Morbus y Janai vendrá conmigo porque he jurado a Vor Daj que le ayudaría. Los demás vendrán también si lo desean.

—Yo iré contigo —decidió Pandar—. Cualquier sitio será mejor para nosotros que esta ciudad.

Todos decidieron acompañarme, aunque noté una cierta reluctancia en Sytor. En el momento de ponerme en marcha le sorprendí acercándose disimuladamente a Janai para susurrarle al oído algunas palabras.

Llevando conmigo a Tee-aytan-ov regresé al pequeño laboratorio y recogí todo el instrumental necesario para devolver mi cerebro a su propio cuerpo. Entregué los instrumentos a Tee—ayta—ov, luego desconecté y desmonté el motor, puesto que sin él la sangre no podría ser bombeada en mis venas y arterias. Todo esto llevó cierto tiempo pero finalmente me hallé preparado para partir.

Sería demasiado esperar que nuestra marcha no despertara sospechas; mi mayor esperanza era que lográsemos llegar a la celda 3-17 antes de ser organizada la persecución contra nosotros. El espectáculo de dos hormads, cuatro hombres rojos y Janai marchando hacia los pozos, por no hablar de la carga que entre Tee-aytan-ov y yo transportábamos no dejó, en efecto, de llamar la atención. Pero lo peor fue que uno de los afectados, para desgracia nuestra, fue el dwar a quien Ay-mad había nombrado mi sucesor en la jefatura del edificio de los laboratorios.

—¿A dónde vais? —preguntó, cortándonos el paso—. ¿Qué pensáis hacer con todo ese equipo?

—Lo llevamos a los pozos para ponerlo a salvo —le respondí—. Ras Thavas lo necesitará cuando regrese.

—Igualmente estaba a salvo en el sitio donde lo habéis cogido —dijo él—. Yo estoy ahora al mando de todo esto y si hay algo que mover se hará por mis órdenes. Haced el favor de dejar ahora mismo todo ese equipo donde lo habéis encontrado.

—¿Y desde cuando un dwar da órdenes a un odwar? —pregunté con altivez—. ¡Apártate de en medio!

Tras de lo cual intenté seguir mi camino hacia los pozos, junto con mis compañeros.

—¡Espera un momento! —gritó él—. No vas a ir a ninguna parte con ese equipo y con la muchacha a menos que tengas orden expresa de Ay-mad. Y sé que las órdenes del jeddak son de que lleves la muchacha al palacio, no a los pozos. Tengo la misión de hacer que cumplas dichas órdenes.

Tras de lo cual alzó la voz para pedir auxilio. Comprendí que una partida de guerreros hormads debía andar por los alrededores, así que grité a mis compañeros que corrieran detrás de mí a la mayor velocidad posible hacia los pozos.

Nos precipitamos a la carrera por la larga rampa descendente con el gobernador del laboratorio pisándonos los talones sin dejar de gritar pidiendo ayuda. Y oí cómo sus voces eran contestadas por las de un buen número de guerreros lanzados ya en persecución nuestra.

CAPÍTULO XVIII

La Isla de la traición

Todo mi plan parecía ahora abocado al fracaso. Aunque consiguiéramos llegar a la celda 3-17, no podría arriesgarme a entrar en ella y mostrar así su secreto a nuestros perseguidores. Habíamos llegado demasiado lejos, sin embargo, para volverme atrás. Tan solo quedaba una solución al problema: hacer de modo que ninguno de nuestros perseguidores pudiera regresar para dar noticias a Ay-mad.

Habíamos alcanzado ya el nivel de los pozos, y corríamos ahora por el pasillo principal del mismo. El gobernador de los laboratorios nos seguía, aunque a una distancia prudente, y los gritos de los restantes perseguidores anunciaban a las claras que éstos no nos habían perdido la pista. Me puse a la altura de Tun Gan y le di algunas instrucciones en voz baja, tras de lo cual él me dejó y habló brevemente con Tee-aytan-ov y con Pandar. A continuación los tres se desviaron bruscamente por un pasillo lateral.

El gobernador dudó por un momento, pero se abstuvo de perseguirles. Su principal interés estaba en Janai y en mí, de modo que seguía tras nosotros. En la siguiente intersección conduje al resto de la partida por el corredor de la derecha, e inmediatamente después hice alto, dejando en el suelo mi carga.

—Les haremos frente aquí —dije—. Debéis recordar tan sólo una cosa: nuestra única oportunidad de escapar depende de que ni uno solo de nuestros perseguidores escape con vida para guiar a otros hasta aquí.

Sytor y Gan Had se situaron cubriéndome los flancos mientras Janai permanecía tras nosotros. El gobernador, al verse de pronto frente a tres guerreros, se detuvo en seco, fuera del alcance de nuestras espadas, para esperar a los que llegaban tras de él. Ninguno de los dos bandos contaría con armas de fuego, pues los materiales necesarios para su construcción y amunicionamiento no existía en las Marismas Toonolianas, o por lo menos no habían sido descubiertos hasta el momento. Nuestras armas serían la espada larga, la espada corta y la daga.

No tuvimos que esperar mucho tiempo antes de que los guerreros enemigos estuvieran a la vista; eran nueve en total, todos ellos hormads. El gobernador tenía el cuerpo de un hombre rojo y el cerebro de un hormad, le conocía bien de palacio y sabía que era astuto y cruel, pero carente de coraje físico. Ordenó detenerse a sus guerreros y los diez quedaron enfrentados con nosotros.

—Haríais mejor en rendiros y venir conmigo —dijo el gobernador—. No tenéis ninguna probabilidad, somos diez contra tres. Si os rendís ahora no diré nada a Ay-mad acerca de vuestra fuga.

Estaba visiblemente ansioso de evitar la lucha, pero para nosotros este era el único medio de escapar, pues una vez en el palacio de Ay-mad, al menos Janai y yo estaríamos irremisiblemente perdidos. Así que fingí estudiar la proposición hasta que vi a Tun Gan, Pandar y Tee-aytan-ov aparecer tras el gobernador y su partida.

—¡Ahora! —exclamé.

En respuesta, los tres recién llegados lanzaron un grito de guerra que hizo volverse simultáneamente a nuestros diez enemigos. Entonces Sytor, Gan Had y yo cargamos contra ellos empuñando nuestras espadas.

Nos superaban en número, pero en realidad nunca tuvieron una oportunidad de vencer. El ataque por sorpresa les desconcertó ya grandemente, pero el verdadero factor de nuestra victoria fue mi fuerza sobrehumana y el formidable brazo anormalmente largo con que sostenía mi espada. No quiero decir con esto que la lucha fuera fácil, al contrario, al darse cuenta de que sus vidas estaban en juego, pelearon furiosamente como ratas acorraladas.

Vi al infortunado Tee-aytan-ov caer con el cráneo partido en dos y a Pandar ser herido, aunque no antes de haber decapitado a uno de sus enemigos. Tun Gan hizo lo propio con otros dos y también Gan Had peleaba bien, pero, para mi sorpresa, Sytor se mantuvo atrás, esquivando la lucha.

Sin embargo no me era necesario en absoluto, mi brazo monstruoso descargaba formidables golpes de espada, abriendo las cabezas enemigas desde la coronilla al mentón, hasta que finalmente de todo el bando enemigo tan solo quedó en pie el gobernador, y ello por haber quedado tan lejos de la pelea como había podido. Ahora, gritando, intentó huir, pero Tun Gan le cerró el paso. Hubo un momentáneo choque de espadas, un chillido, y Tun Gan clavó su espada en pleno corazón del gobernador del edificio de los laboratorios, limpiando la hoja en las ropas de su enemigo caído.

El corredor presentaba ahora un horrible aspecto, lleno de charcos de sangre y de cuerpos abatidos. No me gusta relatar lo que tuvimos que hacer a continuación, pero era absolutamente necesario destruir completamente los cerebros de nuestros enemigos hormads antes de poder continuar nuestro camino.

Entregando a Tun Gan los instrumentos que había transportado Tee-aytan-ov, recogí por mi parte el motor y reemprendimos todos la marcha hacia la celda 3-17. Me di cuenta de que Sytor se acercaba de nuevo a Janai para susurrarle unas palabras, pero en aquel momento me hallaba demasiado ocupado en otro asunto para prestar demasiada atención al hecho. Hasta el momento habíamos tenido éxito, ¿quién podía anticipar lo que nos depararía el futuro? No tenía idea, por ejemplo, que medios de subsistencia encontraríamos en la isla, ni tampoco lo que haríamos para escapar de la peligrosa vecindad de Morbus a través de las Grandes Marisma Toonolianas en el caso de que John Carter no regresara para recogerme. Tan sólo la muerte, pensaba yo, podía impedir su retorno y, pese a mis temores, me era muy difícil concebir que el poderoso Señor de la Guerra de Barsoom pudiera morir, puesto que para mí, como para otros muchos, parecía ser inmortal e invulnerable ¿Pero qué sucedería si, a pesar de todo, desaparecía en las marismas junto con Ras Thavas? Este pensamiento me llenaba de horror, pues sabía que entonces no me quedaría otro recurso que la autodestrucción, ya que la muerte era infinitamente mejor que vivir en mi actual forma repulsiva.

Sumido en tan triste pensamiento llegué finalmente ante la puerta de la celda 3-17 y, abriéndola, conduje mi partida al interior.

En cuanto Janai vio el cuerpo de Vor Daj yaciente en la fría plancha de ersita, lanzó una exclamación horrorizada y se volvió hacia mí con furia.

—¡Me has mentido, Tor-dur-bar! —dijo en un murmullo sofocado—. Durante todo este tiempo sabías que Vor Daj estaba muerto ¿Por qué me has tratado tan cruelmente?

—Vor Daj no está muerto —me defendí—. Tan solo espera el retorno de Ras Thavas para que él le devuelva a la vida.

—¿Pero por qué no me lo has dicho? —preguntó.

—Tan sólo yo conocía el lugar donde el cuerpo de Vor Daj estaba escondido. Ni a ti ni a él os hubiera aprovechado nada que tú lo supieras, y cuantas menos personas tuvieran conocimiento mejor sería para todos. Ni siquiera a ti, en quien sé que puedo confiar, me arriesgué a decirte el lugar del escondite; y si ahora tú y algunos otros lo conocéis es tan sólo porque el único camino para escapar de Morbus pasa por aquí. Y te prometo que ninguno de quienes tienen este conocimiento regresará a Morbus mientras el cuerpo de Vor Daj permanezca aquí indefenso.

Sytor se había aproximado entretanto al lugar donde yacía el cuerpo de Vor Daj, y lo estaba examinando cuidadosamente. Luego alzó la cabeza y pude ver como sonreía al tiempo que miraba en mi dirección. Pensé que quizás sospechaba la verdad, pero me daba lo mismo con tal de que mantuviera cerrada la boca. Lo que no quería era que Janai llegara a saber que el cerebro de Vor Daj habitaba el odioso cuerpo de Tor-dur-bar ya que, aunque quizás fuera locura por mi parte, pensaba que sería luego incapaz de olvidarlo aun cuando devolvieran mi cerebro a su cuerpo original.

La muchacha se había mostrado pensativa mientras le explicaba las razones de no haberle puesto en antecedentes de la situación de Vor Daj, pero después se volvió hacia mí y me habló con afecto.

—Siento haber dudado de ti, Tor-dur-bar —dijo—. Has hecho bien en ocultar a todo el mundo lo sucedido a Vor Daj. Es una sabia precaución y, al mismo tiempo, un acto de lealtad.

CAPÍTULO XIX

Alas en la noche

Fue con una sensación de alivio como conduje a mi pequeña partida por el túnel subterráneo que llevaba a la isla rocosa. La manera como escaparíamos de dicha isla constituía un problema propio del futuro. Seguía confiando, desde luego, en que John Carter volvería de Helium con una flota de rescate, pero sobre esta confianza se cernía como un fantasma la irreprimible duda de si, efectivamente, Ras Thavas y él lograrían atravesar los terribles yermos de las Grandes Marismas Toonolianas para llegar a la nave que dejáramos escondida cerca de Fundal.

La isla estaba poblada por pájaros y pequeños roedores, y en ella crecían árboles y arbustos que daban diversas clases de frutas y nueces. Con todo ello y con los peces que podíamos pescar, disponíamos de la suficiente comida como para no pasar hambre, aunque tampoco podía decirse que nadáramos en la abundancia. Habíamos construido una choza para Janai, a fin de procurarle alguna intimidad; en cuanto al resto de nosotros, dormíamos al raso.

La pequeña isla era montañosa, de manera que pudimos instalarnos en el lado más lejano a Morbus para que las colinas nos ocultaran de las vistas de la ciudad. En un punto apartado iniciamos la construcción de dos botes ligeros, cada uno de ellos capaz de transportar a tres de nosotros con la apropiada carga de provisiones, y uno de ellos era más ancho que el otro, a fin de acomodar en él el cuerpo de Vor Daj, pues yo estaba determinado a no dejarlo atrás en caso de que John Carter no regresara en un lapso de tiempo razonable y fuera necesario emprender por nuestros propios medios el peligroso viaje a través de las marismas.

Durante este período me di cuenta de que Sytor pasaba gran parte de su tiempo libre en compañía de Janai. Era un individuo de físico agradable y también un brillante conversador, de modo que no era extraño que ella prefiriese su compañía, aunque debo admitir que el hecho me proporcionaba terribles ataques de celos.

Sytor se mostraba igualmente muy amistoso hacia Pandar el fundaliano, de modo que en nuestra partida comenzaron a distinguirse dos grupo diferenciados; por una parte Pandar, Sytor y Janai, por otra Gan Had, Tun Gan y yo mismo. No existía ningún tipo de hostilidad, pero la división aparecía cada vez más pronunciada. Gan Had era toonoliano, y Toonol y Fundal eran enemigos hereditarios de modo que poco en común podía tener con Pandar. En cuanto a Tun Gan, con el cuerpo de un hombre rojo y el cerebro de un hormad, y a mí mismo con el cuerpo de un hormad y el cerebro de un hombre rojo, posiblemente nos sintiéramos unidos el uno al otro por el conocimiento de que los demás nos consideraran en el fondo de sus corazones como verdaderos monstruos, más alejados de la humanidad que los animales de inferior escala zoológica. Puedo decir que el hecho de poseer un cuerpo tan feo como el mío no podía menos que producirme un grave complejo de inferioridad, y pienso que Tun Gan, aunque poseedor del cuerpo del que fuera Asesino de Amhor, debía pensar de forma parecida.

Después de que los dos botes estuvieran terminados, tras varias semanas de incesante trabajo en ellos, la forzada ociosidad pesó gravemente sobre nosotros, y la disensión comenzó a mostrar su poco agradable rostro en nuestro campamento. Sytor insistía en que debíamos marchamos inmediatamente pero yo me oponía, prefiriendo esperar todavía algún tiempo más, pues estaba seguro de que si John Carter vivía y alcanzaba Helium, no dejaría de volver a por mí. Pandar estaba de parte de Sytor, pero Gan Had me apoyaba, pues el plan de aquel era que intentáramos llegar a Fundal, y el toonoliano temía ser hecho prisionero y convertido en esclavo si se presentaba allí. En las discusiones que con tal motivo se entablaron tuve la satisfacción de que al principio Janai se pusiera también de mi parte, aunque no sin reservas.

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