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Authors: Jack Williamson

Tags: #Ciencia Ficción

Los Humanoides (10 page)

BOOK: Los Humanoides
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—¡Por favor, señor White! ¡No puedo detenerla!

La máquina estaba cada vez más cerca; Claypool se sentía desfallecer, cubierto de transpiración barrosa y empapado en la sangre que manaba de sus rodillas y pies.

—¡Alto! —exclamó de pronto Aurora—. ¡El señor Overstreet dice que nos detengamos!

Claypool dejó de correr y parpadeó. La máquina los había llevado hasta un punto donde terminaba la plataforma basáltica y se abría ante ellos el precipicio. El astrónomo trató de volver sobre sus pasos, pero resbaló. Con un violento esfuerzo logró caer de espaldas, evitando lastimar a la niña. Pero el dolor lo dejó atontado por un momento, sin poderse levantar.

Entonces la poderosa máquina excavadora apareció envuelta en una nube de tierra, moviendo hacia ellos sus cuchillas de reluciente acero. Claypool intentó apartar a la criatura del camino de aquella mole, pero no lo logró. Sin embargo Aurora estaba inmóvil entre sus brazos. De sus labios surgieron tres palabras:

—¡Gracias, señor Ford!

El monstruo metálico pasó junto a ellos, virando levemente y levantando siempre nubes de tierra. Luego desapareció. La montaña pareció sacudirse levemente y Claypool oyó el lejano estruendo de algo que se estrellaba en el fondo del precipicio. Aurora se incorporó y se sacudió el gastado vestidito amarillo, por debajo del saco de cuero demasiado holgado para ella.

—No podía detenerla porque no la manejaba ningún
humanoide...
Funcionaba sola... Pero el señor Overstreet podía verla y el señor White le dijo al señor Ford lo que tenía que hacer —explicó con su débil voz temblando de terror.

Claypool se incorporó penosamente; Aurora advirtió las heridas que el astrónomo tenía en pies y rodillas y sus ojos se oscurecieron ansiosamente.

—¿Duele demasiado? —inquirió.

—No mucho. Todavía no podemos detenernos... —jadeó Claypool.

Avanzando dificultosamente, llegaron hasta la puerta del viejo edificio militar. La niña se detuvo allí.

—El señor White dice que debo esperar aquí para mantener alejados a los muñecos oscuros...

—Cinco minutos serán bastante —le aseguró Claypool.

Sin perder tiempo se introdujo en el edificio: las paredes crujían, inclinándose hacia la formidable excavación lateral. En cualquier momento todo se derrumbaría. Sin embargo, bastaban cinco minutos para terminar con todo y hacer desaparecer a "Ala 4ª" del Universo.

Avanzando bajo una lluvia de tierra y mampostería que caía constantemente del techo, Claypool se cubrió con un brazo para proteger sus ojos.

Por fin pudo llegar hasta su antigua oficina y se zambulló hacia el armario, en cuyo interior había algunos polvorientos mamelucos y un viejo chaleco de lana.

El piso se sacudió con fuerza y el astrónomo comprendió que otra parte de las paredes debía de haberse derrumbado. Pero el cielorraso seguía intacto; ningún indicio había de que los
humanoides
hubieran descubierto el escondite secreto.

Con mano temblorosa oprimió el botón del ascensor, pero nada ocurrió. Desesperado, Claypool trató de encender la luz sin resultado: aquello era incomprensible, pues el laboratorio secreto tenía sus propios generadores eléctricos que los robots no podían haber desconectado simplemente porque desconocían su existencia.

Cayendo de rodillas alzó la alfombra que cubría la puerta trampa que se abría sobre la escalera de emergencia.

Un vaho mohoso y desagradable surgió del oscuro pozo; el edificio volvió a estremecerse, y Claypool se dejó deslizar sobre los peldaños metálicos, guiándose por el recuerdo, hasta llegar al tenebroso laboratorio secreto.

Sus manos buscaron una llave de la luz interior, pero las lámparas siguieron apagadas. El terror hizo que el astrónomo siguiera adelante. Había trabajado años en aquel sitio y lo conocía perfectamente bien. La oscuridad era absoluta, pero le costó poco ubicarse.

Su imaginación le permitía "ver" los bancos de trabajo, las herramientas y los largos proyectiles rodomagnéticos. Más confiado, siguió avanzando. Entonces sus pies dejaron de pisar tierra firme y se hundió en el vacío.

Capítulo XIII

Cuando Claypool recuperó el conocimiento, se encontró en el fondo de un pozo, rodeado de
humanoides
que trabajaban con la diligencia de hormigas. Sintiendo que algo era pasado por debajo de su cuerpo, el astrónomo advirtió que lo alzaban. Estaba sobre una camilla portátil.

—Usted ha sido muy descuidado, señor —dijo una de las brillantes figuras—. Se ha fracturado el fémur.

—Ustedes no se mostraron muy cuidadosos cuando nos cazaron con aquella máquina de perforar, ¿eh? —repuso el astrónomo entre dientes.

—La niña estaba con usted, señor, y para bien de la mayoría era necesario anularla, pues es peligrosa para el
Principal Mandato
que nos rige.

Claypool sintió que se ponían en marcha y cerró los ojos.

—Aquí le aplicaremos la primera inyección de
euforidina,
señor. Sus dolores cesarán inmediatamente y no tendrá más preocupaciones —la voz era amable y metálica.

El astrónomo se sentía demasiado débil para luchar: sintió el pinchazo y luego le pareció que volvía a hundirse en el abismo.

El tiempo dejó de transcurrir para él. —¿Está bien nuevamente, Claypool? El astrónomo abrió los ojos y se encontró acostado sobre un sofá reclinable, en el jardín; de su villa. Era de día y frente a él estaba parado Frank Ironsmith, con su eterna sonrisa a flor de labios. Las piernas no le dolían, y, sin saber cómo, comprendió que habían pasado varias semanas, pues no tenía señales de sus heridas. Ironsmith le extendió la diestra, pero él la ignoró. —Oiga, Claypool..., ¿no recuerda aún? Claypool asintió, sin ocultar su hostilidad ni estrechar la mano que su interlocutor le tendía.

—He hecho neutralizar la acción de la
euforidina
porque necesito su ayuda, Claypool... ¿Comprende mis palabras?

El astrónomo asintió, parpadeando al sol. —Necesito que me ayude a encontrar a White y su manojo de fanáticos...

Claypool no contestó. Ironsmith probó una nueva táctica.

—Aquella criatura estuvo con usted casi una hora. Debe de haberle dado la clave para ubicar a sus compañeros...

Claypool recordó que Aurora había hablado de un sitio oscuro, bajo tierra, con agua corriendo. Sus delgados labios se apretaron con fuerza.

—Es una locura ayudarlos a ocultarse —prosiguió desapasionadamente Ironsmith—, porque White es un tonto fanático y muy capaz de hacer un verdadero daño... Le he hecho devolver la memoria para proponerle algo...

Claypool asintió, aguardando.

—Habrá imaginado que no actúo solo. Pertenezco a un grupo y si bien no puedo hablarle mucho al respecto, estoy autorizado a proponerle que se una a nosotros. Pero antes White y los suyos deben ser detenidos.

El astrónomo siguió en silencio.

—Si usted se une a nosotros, puedo arreglar para que cese esta vigilancia constante, sin contar con que se le permitirá conservar la memoria. ¿Qué dice?

Claypool sintió una repentina ola de lealtad hacia la pequeña Aurora Hall y sus compañeros, pero no quería sumirse en el eterno olvido.

—¿Quién está con usted? —inquirió, hablando por primera vez.

Ironsmith hizo un gesto negativo con la cabeza. Claypool insistió:

—Necesito saber algo por lo menos... ¿Usted o este misterioso grupo quitó equipo militar de Starmont?

—Eso no interesa —repuso Ironsmith—. ¿Qué me contesta?

Claypool hizo un ligero esfuerzo y se irguió.

—Yo no sé qué clase de hombre es usted, o si siquiera es un hombre. Pero sepa que no me vuelvo contra mis semejantes.

Solemnemente, casi con tristeza, Ironsmith frunció la boca.

—Esperaba algo más cuerdo —murmuró—. Suponía que algo había aprendido... Le ofrezco una oportunidad magnífica. ¿Por qué no la aprovecha?

—No.

—Lo siento. Hubiéramos podido hacer muchas cosas juntos... lamento que no aproveche la magnífica oportunidad que le ofrezco.

Claypool se agitó dificultosamente en su sillón.

—No puedo confiar en usted... —rió sardónicamente—. ¿No le parece? ¡Fuera!

Ironsmith se alejó lentamente; casi de inmediato aparecieron dos siluetas oscuras con jeringuillas hipodérmicas.

—No tema, doctor Claypool —dijo uno de los
humanoides—.
Estamos actuando bajo las directivas del
Principal Mandato.
No podemos hacerle daño.

Claypool advirtió que mientras uno de los
humanoides
le levantaba la manga, el otro le acercaba la jeringa hipodérmica.

Pero la punta de la aguja no llegó a clavarse en brazo.

Capítulo XIV

Durante el primer momento, Claypool pensó que había logrado romper el irrompible abrazo de las máquinas, cayendo más allá de la silla anatómica. Pero el sol había desaparecido de su espalda.

—¡Oh, doctor Claypool! —era increíble, pero el astrónomo reconoció la voz de la pequeña Aurora—. ¿Lo lastimamos?

Sus ojos asombrados se pasearon de la niña a las figuras de White,
Afortunado
Ford, Graystone y Overstreet, que lo rodeaban en un amplio círculo, con expresiones que variaban, pero eran en conjunto preocupadas y tensas. Al verlo parecieron serenarse.

El pequeño Ford se secó la frente con un gran pañuelo, Graystone inclinó su rojiza nariz en un extraño saludo y Overstreet movió la cabeza distraídamente.

Majestuoso y sereno, envuelto en su vieja capa plateada, White se acercó a ayudarlo a levantarse.

—¡Bien venido a nuestro refugio! —exclamó suavemente—. Por fin logramos traerlo.

Aferrándose a la enorme mano del pelirrojo, Claypool se reincorporó. El ambiente era húmedo y frío: por encima de ellos se alzaba una bóveda de piedra tachonada de estalactitas y desde algún sitio llegaba el sonido del agua corriente.

—¿Dónde... dónde estamos? —balbuceó tembloroso.

—Tal vez es más seguro que usted no conozca la ubicación exacta de nuestro refugio —repuso quedamente White—. Esto queda a varios centenares de metros por debajo de la superficie. Tiene suficiente aire y agua, pero ninguna entrada capaz de permitir el paso de nadie.

El astrónomo volvió a estremecerse, mudo de asombro.

White sacudió su enorme cabeza, asintiendo.

—La primera vez que tratamos de traerlo, su propia resistencia mental nos lo impidió y tuvimos que aguardar a que ansiara marcharse de Starmont...

—Realmente lo deseaba con toda mi alma. Un segundo más y... —tembloroso recorrió el círculo, estrechando las manos de aquellos hombres y la criatura que lo salvara del eterno olvido.

Una diferencia enorme se advertía en ellos: cuando los viera por primera vez eran los reclutas del nuevo ejército de White, recién salvados del manicomio, la cárcel y el arroyo. Ahora estaban afeitados, mejor vestidos y más serenos. Overstreet no estaba tan pálido y Graystone se mostraba menos cínico y tembloroso.

—Hemos estado vigilando a Ironsmith —dijo White, con sus ojos azules brillando salvajemente—. Me alegro que no nos hayamos dejado convencer poniéndonos en contacto con él. Venga. Le mostraré por qué lo necesitamos...

Claypool se tambaleó al apoyar el peso de su cuerpo sobre la pierna derecha, y White le pasó una poderosa mano bajo las axilas.

—Ironsmith casi nos atrapó en la vieja torre —explicó—. En aquel momento confiábamos en él y no esperábamos una traición de su parte. Yo esperaba que se uniera a nosotros.

Claypool renqueó tras él ansiosamente, llegando hasta un recinto vecino, toscamente preparado como vivienda y separado de la gruta mayor por medio de una vieja cortina.

La pequeña Aurora le mostró orgullosamente su propio dormitorio: un diminuto generador proporcionaba la corriente eléctrica necesaria para caldear el ambiente y alimentar las luces.

—¿Trajeron todo esto por teletransportación? —inquirió el astrónomo.

—No hay otro medio de hacerlo —explicó White—. Nuestro único problema consiste en que Ironsmith y los
humanoides
pueden sospechar si desaparecen muchas cosas del mismo sitio.

En oirá caverna próxima el piso había sido levantado para soportar una mesa de trabajo.

—Aquí es donde lo necesitamos, Claypool —White gesticuló dramáticamente—. Para preparar el aparato que pueda modificar en el cerebro mecánico de "Ala 4ª" el
Principal Mandato
que controla a los
humanoides
.

Claypool observó las escasas herramientas que había sobre la mesa de trabajo y se volvió hacia el imperativo gigante: la luz de aquellos ojos azules podía ser fanatismo, pero su mirada era demasiado inteligente, demasiado viva y alerta para ser la de un loco.

—No tengo inconvenientes en que se siga aplicando el principio actual —prosiguió White—.
"Para servir y obedecer y guardar de todo daño al Hombre".
Pero lo hacen demasiado a conciencia... El ser humano necesita salvar su propia iniciativa. Supongo que Ironsmith me llamará un anarquista o un fanático... —el gigante rió despectivamente—. Pero el derecho a la dignidad y el libre albedrío de cada hombre son la base de mi filosofía y la causa por que lucho...
Quiero agregar al Principal Mandato: "Los humanoides no pueden destruir la libertad humana, porque es más preciosa que la propia vida. No pueden acudir en ayuda de ningún hombre sin que se les llame, ni reprimir la acción individual a menos que sea para proteger a otro ser humano. Porque ¡LOS HOMBRES DEBEN SER LIBRES!"

Claypool aspiró ansiosamente una bocanada del húmedo aire de la gruta.

—¡Estoy con usted, White! —susurró—. ¿Qué debo hacer?

—La misión está sembrada de peligros —repuso el gigante—. Es algo casi imposible de lograr, frente a azares tan tremendos que el mismo Overstreet no consigue casi captar...

Claypool miró la mesa de trabajo y tragó dificultosamente.

—¿Qué espera de mí?

—Ante todo debo explicarle lo que hemos hecho. Ya le he dicho que trabajé con Sledge contra los
humanoides.
Si hubiéramos permanecido juntos, creo que habríamos logrado el triunfo. Se trata de combinar medios físicos y parafísicos. Los reguladores que controlan el mecanismo central de "Ala 4ª" deben ser cambiados, pero están terriblemente protegidos y en eso estriba la dificultad de la misión. Comprenderá que dicho cambio significa un trabajo físico y mental. Nadie puede llegar a menos de tres años luz de "Ala 4ª" por medios físicos... Aurora estuvo...

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