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Authors: Jack Williamson

Tags: #Ciencia Ficción

Los Humanoides (6 page)

BOOK: Los Humanoides
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—Caballeros, tengo malas noticias para ustedes —la voz del presidente era cascada y su rostro delgado parecía lleno de fatiga. Débilmente pidió a Masón Horn que diera su informe.

El agente especial se separó de los dos tenientes armados y depositó el maletín sobre la mesa. Con escaso cabello rubio, rostro redondo y rojizo, parecía más bien un viajante de comercio que un espía interplanetario. Abriendo la pequeña valija, sacó de su interior un objeto metálico brillante, del tamaño y forma de un huevo.

—Esto es lo que he traído del sector Bermellón —dijo con voz nasal—. Lo saqué del arsenal militar de la Confederación Triplanetaria allí ubicado. Como el presidente me pidió que omita toda referencia científica, me limitaré a explicarles lo que este artefacto puede provocar. Los hombres que rodeaban la larga y brillante mesa se inclinaron hacia adelante para escuchar. Sus rostros demostraban la ansiedad que los dominaba. Los dedos regordetes pero ágiles de Horn desarmaron rápidamente el huevo metálico, abriéndolo en dos mitades. De su interior surgía una luz tenue, que iluminaba diminutas escalas graduadas y pequeños tornillos.

—¡Eh! —exclamó el jefe de Estado Mayor—. ¿Eso es todo?

Horn esbozó una sonrisa.

—Esto es sólo un detonador, general. La carga está constituida por cualquier elemento cercano. Las pruebas secretas efectuadas en el sector Bermellón hace tres años han demostrado que puede convertir materia en energía con un total de rendimiento cercano al noventa y siete por ciento. Uno solo de estos artefactos puede desintegrar a la Tierra, y no hay defensa posible, pues puede ser detonado a distancia. Además el estallido de un arma atómica de gran poder en el espacio interplanetario cercano provoca también su explosión... Lo único que nos queda es prepararnos para morir en cualquier momento.

Y el espía se dejó caer en su silla, secándose la transpiración que bañaba su frente. El ministro de Defensa, con el rostro ceniciento por la noticia, miró hacia Claypool, que hizo un gesto afirmativo con la cabeza: el
Proyecto Rayo
estaba listo para aplicarse en cualquier momento. Pero si desintegraban a los tres planetas de la Confederación, la explosión podía hacer planeta de la Confederación, la explosión podía hacer detonar a cualquiera de aquellos infernales huevos metálicos ocultos en la Tierra. Claypool luchó contra aquel dilema infernal y no pudo hallar una respuesta adecuada. El viejo presidente se volvió lleno de ansiedad hacia el mayor Steel, que asintió y lo ayudó a ponerse de pie. El anciano apoyó las manos sobre la mesa y carraspeó.

—Una situación desagradable, caballeros —dijo con voz cascada—. Parece ofrecernos dos alternativas solamente...: guerra sin esperanzas o paz sin libertad. Sin embargo...

Claypool escuchaba como entre sueños, presintiendo las palabras que seguirían, pues le recordaban las de White... Sin embargo el mayor Steel nos plantea una tercera alternativa que puede ser la solución para todos... La revelación fue para mí algo bastante brusco. Yo no lo esperaba, lo confieso..., pero pienso que no nos queda otra posibilidad de salvación. Antes de seguir, les advertiré algo para que no sean tomados por sorpresa. El mayor Steel no es un ser humano.

Claypool sabía que no debía asombrarse. White lo había preparado para esto. Además, siempre había desconfiado de la sobrehumana resistencia del pequeño militar, su memoria prodigiosa y su absoluta competencia. Sin embargo, la afirmación del presidente lo hizo estremecer de horror.

—Estoy a vuestras órdenes, caballeros —la voz de Steel había abandonado su timbre humano para convertirse en algo metálico, inexpresivo—. Si me lo permiten, me quitaré un disfraz que ya no es necesario.

Y mientras hablaba se desvistió, se quitó los cristales de contacto que simulaban ojos humanos y luego, con toda tranquilidad, comenzó a despojarse de la piel plástica de sus brazos y piernas, sacándola en largas espirales.

Mudo de horror, Claypool observó sin poder hablar; a su lado una silla cayó hacia atrás al ser empujada por su ocupante. Una exclamación de incredulidad escapó de la garganta de uno de los presentes.

Claypool volvió a sentir náuseas, y sin embargo la cosa que había aparecido bajo el descartado disfraz humano no tenía nada de repugnante.

Por el contrario, se la hubiera podido considerar hermosa.

La forma era casi humana, pero muy esbelta y graciosa. Media cabeza más baja que Claypool, con cuerpo flexible y negro, la "cosa" que se hiciera llamar
mayor Steel,
tenía una placa amarilla sobre el pecho, en la que se leía con letras brillantes:

HUMANOIDE. Serie N: M8-B3-ZZ.
Para servir y obedecer, y guardar de todo daño al Hombre
.

Por un momento el
humanoide
permaneció silencioso junto al sillón presidencial. Tras la agilidad de su movimiento, aquella inmovilidad pareció irreal. Rígido, inescrutable y sin embargo fríamente eficiente. Por fin habló con voz metálica:

—Vuestra alarma es injustificada, caballeros. Nosotros no dañamos al Hombre. A ningún hombre. La identidad del "mayor Steel" fue creada porque necesitábamos estudiar vuestra crisis tecnológica para que cuando llegara el momento de ofrecer nuestra ayuda, no fuera demasiado tarde.

El ministro de Defensa lanzó una exclamación.

—¡Señor presidente! —gritó—. No alcanzo a comprender este extraño asunto..., pero le recuerdo que nuestro partido se ha opuesto al excesivo desarrollo de la mecánica aplicada a la robótica porque perjudicaría a nuestras clases trabajadoras y...

El presidente estaba escuchando con gestos de asentimiento cuando la máquina intervino:

—Nosotros no provocamos el sufrimiento ni la necesidad de la clase obrera. Por el contrario, nuestra única función consiste en hacer desaparecer las diferencias sociales y promover la felicidad humana en todas sus formas.

El jefe de Estado Mayor dejó caer sus anteojos. —¡Pero...
esto
piensa!

Los brillantes ojos oscuros del
humanoide se
volvieron hacia él prestamente.

—Todas nuestras unidades están unidas por rayos rodo-magnéticos con la central ubicada en "Ala 4ª", el planeta de los
humanoides.
En realidad, nosotros somos los órganos ejecutivos de un gran cerebro que recibe todas las informaciones y da las instrucciones pertinentes ubicado en nuestro planeta de origen. Conocemos todo lo que ocurre en millares de sistemas. Ustedes pueden recibirnos sin temor, porque existimos tan sólo para servir al hombre. El jefe de Estado Mayor tragó saliva y sin quererlo dejó caer su vaso con agua. Moviéndose con increíble velocidad, el
humanoide
lo enderezó antes de que el líquido se derramara.

—¡Extraordinario! —comentó el jefe de Estado Mayor—. ¿Pero cómo pueden abolir la guerra? La voz metálica, aguda y melodiosa, volvió a resonar. —Estamos acostumbrados a manejar tecnologías diversas y hemos desarrollado métodos de gran eficacia. Nuestros agentes en este planeta comenzaron a preparar sus planes hace ya diez años. Las naves interestelares de nuestro planeta de origen ya partieron hacia aquí para facilitar la solución de todo. Los arreglos necesarios para que comencemos a servir son muy simples.

El militar pareció vacilar ante la certeza con que hablaba aquella máquina inteligente.

—Los espaciopuertos terrestres, así como los de la Confederación Triplanetaria, deben permanecer abiertos, preparados para recibir nuestra flota interestelar. No podemos perder tiempo. Una vez dispuesto todo, los humanos deberán entregarnos sus armas, en forma tal que no sea posible iniciar una guerra de agresión —El jefe de Estado Mayor miró al
humanoide
colérico—. ¿Rendirnos? —el vaso tembló en su mano y se estrelló contra el piso—. ¡Jamás!

El robot recogió aceleradamente los trozos de cristal y se volvió a erguir, con la estereotipada expresión benévola de su rostro plástico. El anciano presidente alzó las manos, pidiendo que se discutiera el problema.

Claypool no prestó atención a los gritos que siguieron: el estómago le ardía y trató de digerir inútilmente los rebeldes restos de su desayuno. Mientras miraba insistentemente a aquella máquina oscura, trataba de resolverse sin lograrlo. Por un momento pensó revelar las acusaciones formuladas por White contra los
humanoides,
pero esto no era posible, porque el
Proyecto Rayo
debía ser mantenido en secreto. Finalmente pasó una nota al viejo mandatario, pidiendo una entrevista en privado.

—La Confederación Triplanetaria puede encontrar sospechoso que haya demoras en adoptarse una resolución —decía en ese momento la esbelta máquina—. Comprenderán ustedes que es necesario apresurar al máximo este asunto... De la contrario, pueden intentar utilizar al conversor de masas.

El presidente llamó a Claypool y al ministro de Defensa a su oficina privada, haciéndoles cerrar las puertas a prueba de sonido. El astrónomo sentía un ardor cada vez más intenso en el estómago, y todo su cuerpo estaba bañado en sudor pegajoso. Con el rostro gris y sintiendo que todo giraba al derredor, explicó al mandatario lo que hablara con White.

—Creo que hasta tanto podamos averiguar más sobre ellos, debemos mantener a estos robots apartados de la tierra —terminó diciendo—. Sugiero que disparemos uno de nuestros proyectiles rodomagnéticos contra un satélite deshabitado y enviemos una nota de advertencia a la Confederación Triplanetaria. Tal vez así sea posible mantener la paz sin ayuda de los
humanoides
.

El viejo presidente miró en derredor y Claypool comprendió que estaba buscando al "mayor Steel".

—Temo a la guerra y confío en Steel —balbuceó.

—Yo creo que debemos ganar tiempo —insistió Claypool—. Lo más conveniente sería enviar una comisión a estudiar a los
humanoides
trabajando en uno de los planetas que los recibieron.

—No estoy seguro si Steel...

—¡Un momento, señor! —protestó Claypool—. Debemos proteger el
Proyecto Rayo.
Creo que vamos a necesitarlo.

—No sé qué hacer.

Un mensaje en código llevado por un ansioso secretario terminó con aquella agonía de indecisión.

—La estación espacial del satélite exterior anuncia que se acerca una flota de aparatos desconocidos —leyó el presidente en alta voz, con acento temeroso—. Debe de ser la flota Triplanetaria.

—No lo creo, señor —repuso Claypool—. La Confederación Triplanetaria no necesita una fuerte flota para atacarnos, contando con ese detonador de masas. Seguramente se trata de la invasión de los
humanoides
.

—¿Invasión? —repitió el presidente—. En tal caso creo que debo hablar con Steel...

—¡Un momento, señor! —exclamó Claypool con acento urgente—. ¡Aún podemos detenerlos! Recuerde que tenemos el
Proyecto Rayo
preparado. ¡Envíeles un ultimátum! ¡Deténgalos hasta que sepamos la verdad!

—Pero temo que... —el anciano se retorció las pálidas manos, mirando tembloroso al astrónomo—. Si las cosas van mal..., si Steel me ha mentido, ¿sería posible alcanzar "Ala 4ª" con nuestros proyectiles?

—Con ciertas modificaciones, señor —asintió Claypool.

El viejo presidente crispó su rostro arrugado y se volvió hacia la puerta en gesto elocuente. Luego murmuró:

—Entonces mantendremos el
Proyecto.
Modifique lo que sea necesario y reajuste la vigilancia. Que todo esté preparado —por un momento se interrumpió—. Pero no creo que ocurra. ¡Confío en Steel!

Con esto terminaron la conversación y volvieron a la cámara de reuniones.

Minutos después todos votaban por la afirmativa al solicitarse oficialmente autorización para el descenso de la flota de
humanoides
que estaba por llegar.

Capítulo VIII

La eficiente máquina que fuera el mayor Steel ayudó a los secretarios del presidente de la Federación Tierra a redactar los artículos de un convenio por el que sesenta días después del descenso de los
humanoides
se realizaría un plebiscito para ratificar o no el acuerdo entre la humanidad y sus salvadores mecánicos.

A mediodía, con el mismo robot ubicado tras él, anunció por radio y televisión, la llegada de los
humanoides
.

Webb Claypool había encontrado una habitación de hotel, una dosis de bicarbonato y un baño caliente, lo que, unido a dos horas de sueño, lo mejoraron hasta tal extremo que inclusive sintió apetito.

La decisión había sido tomada y el poder del
Proyecto Rayo
continuaba intacto. Esto alivió considerablemente la tensión nerviosa del astrónomo, que esperó casi con ansia el descenso de los hombres mecánicos que llegaban desde el otro lado de la galaxia. Las advertencias de White parecían ahora lejanas y sin importancia.

Esa misma tarde los aparatos interestelares comenzaron a aterrizar. Claypool se hizo conducir en su coche oficial hasta el espaciopuerto para verlos llegar.

Un aparato de "Ala 4ª" ya estaba posado, sobrepasando a los familiares cohetes interplanetarios, que estaban amontonados a su alrededor con aspecto humilde. La astronave de los
humanoides
era tan monumental que su proa dirigida hacia lo alto tocaba las bajas nubes.

—Es grande, ¿eh? —comentó el chófer, volviéndose para mirar.

El astrónomo vio cómo las puertas laterales de la astronave se abrían para dejar pasar a las hordas de seres mecánicos, que descendían en cantidad asombrosa. Todos eran idénticos, más pequeños que los hombres, graciosos y ágiles. Perfectos. El sol brillaba sobre las placas que llevaban sobre el pecho con su número de orden. Desde la parte superior de la gigantesca máquina pronto otros aparatos descargaron paquetes, cajones y bultos.

Aquello era toda pura nueva tecnología en acción: Claypool, que siempre se había sentido fascinado por la técnica, bajó del auto para ver mejor.

La primera línea de
humanoides
llegó hasta el sitio donde estaba parado el astrónomo, llevando sus cajones con aparatos. Su actividad silenciosa recordó a Claypool a las filas laboriosas que salen de un hormiguero.

Observando aquella eficiencia, Claypool comenzó a experimentar el vago impacto del terror. Eran demasiados, Y sobre todo, demasiado fuertes y rápidos. Perfectos. La advertencia de White parecióle ahora más real y presente. Por fortuna el presidente le había permitido preservar el
Proyecto Rayo
.

Estremeciéndose, regresó al automóvil.

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