Read Los Humanoides Online

Authors: Jack Williamson

Tags: #Ciencia Ficción

Los Humanoides (5 page)

BOOK: Los Humanoides
8.26Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Los ojos azules de White se dirigieron hacia sus reducidas huestes. El telépata, el clarividente, el telequinético jugador y la niña capaz de teletransportarse...

—Así, pues, sigo combatiendo a la benévola creación de Sledge con ayuda de los restos de un ejército derrotado —prosiguió diciendo con un suspiro—. Y éstos son mis soldados. ¡Mírelos! ¡Los ciudadanos más talentosos de La Tierra! ¡Y los hallé en el arroyo, la cárcel y el manicomio... pese a que son la última esperanza de la especie humana!

Claypool desvió su mirada de aquel rostro indignado que despedía rayos con la vista y preguntó algo inquieto:

—No comprendo bien qué clase de armas tienen ustedes...

—Una es lo que podemos llamar el
desequilibrio precario del átomo.
—¿Cómo? —Tome usted un átomo de potasio 40 —la voz de White se tornó suave y paciente—. Usted sabe como científico, que un átomo tan inestable como éste puede detonar en cualquier momento, si bien suele ocurrir que mantiene su equilibrio durante millones de años. Se trata de una verdadera máquina de azar, como una ruleta. Y como toda las máquinas de juego, puede ser manejado a gusto. Siendo más pequeño que un par de dados, es más fácil que éstos de mover por medio de la telequinesis...

Claypool miró inquieto hacia el delgado "Afortunado" Ford, que seguía jugando con sus dados, sacando constantemente siete.

—Pero ¿cómo puede controlar un átomo? —inquirió. Los ojos azules de
White
demostraron la preocupación que lo dominaba.

—No estoy muy seguro —gruñó—. Pese a que Aurora lo hace bien y el resto de nosotros ha tenido éxito en algunas oportunidades... Parecería que los niños aprenden más rápidamente las artes mentales que los adultos, porque no están envenenados con la enseñanza científica ortodoxa. Pero la verdad es que los hechos que he descubierto son generalmente contradictorios y poco completos. Puede que los principios de la física atómica no se apliquen a los fenómenos psicofísicos... también es probable que nuestros sentidos sean demasiado groseros para captar partículas nucleares. Sospecho que el tiempo y el espacio físicos son también quimeras originadas en nuestras limitaciones para percibir la verdadera realidad. No lo sé. Pero lo real es que el cerebro humano puede detonar un átomo de potasio 40. Los anchos hombros se encogieron llenos de fatiga. —Yo tuve muchos sueños, Claypool..., sueños de una nueva era dorada, con mi ciencia de la mente terminando con los restos de animal que hay en el hombre y también con el reino de las máquinas... creía que podía llegar a conquistar la materia, el espacio y también el tiempo. Pero fracasé. No sé por qué, fracasé, Claypool. Puede que exista una barrera que no llegué a ver, alguna ley natural que no alcancé a conocer...

El corpulento pelirrojo volvió a encogerse de hombros. —No lo sé —repitió amargamente—. Pero ya no tengo tiempo de intentar otro camino. Los monstruos mecánicos están sobre nosotros...

El astrónomo lo miró incrédulo.

—Los
humanoides
de Sledge han atravesado ya sus defensas —le aseguró solemnemente White—. Esos aparatos inteligentes son mejores agentes secretos que el hombre. Tienen suficiente astucia como para no ser descubiertos por medios comunes. No duermen ni pierden el tiempo...

—¿Cómo? —exclamó atónito Claypool—. ¿No querrá usted decir... espías mecánicos?

—Con toda seguridad usted se ha encontrado con ellos —replicó el gigante suavemente—. Usted no podría reconocerlos. Pero yo sí; con todos mis fracasos en psicofísica, sé distinguir un hombre de una máquina...

Claypool tragó a duras penas, incrédulo pero impresionado.

—Ya han estado aquí —prosiguió White—. Y Overstreed cree que el informe de Masón Horn será la señal para que ataquen. Ya ve que no tenemos tiempo que perder. Para detenerlos debemos contar con todos los elementos posibles. Por eso necesitaremos técnicos rodomagnéticos. —No alcanzo a comprender —balbuceó Claypool. —Los humanoides son máquinas rodomagnéticas que responden a un control ubicado a billones de billones de kilómetros de distancia. Es allí donde debemos atacarlos, no aquí. Por eso necesito un ingeniero en rodomagnetismo —el barbudo gigante se inclinó hacia el astrónomo—. ¿Qué dice Claypool? ¿Quiere unirse a nosotros? Sintiéndose molesto sin saber por qué, Claypool dudó por una fracción de segundo. El mundo que le permitiera atisbar White era fascinador. Pero si sus palabras sobre el regreso de Masón Horn eran reales, su puesto estaba en Starmont, aguardando el momento terrible de utilizar el
Proyecto Rayo
para defender a la Tierra contra la Confederación Triplanetaria.

—Lo siento —dijo secamente—. Pero no puedo.

Cosa extraña, White no pareció dispuesto a discutir. En lugar de hacerlo, se volvió hacia Ironsmith.

—¿Y usted? —le preguntó suavemente.

Los ojos de Claypool se estrecharon al observar al matemático. Si aceptaba, podía señalarse su actitud como una complicidad anterior con aquel extraño grupo de seres absurdos, con lo que la ilusión de la visita de Aurora Hall quedaría explicada. Si se trataba de una ilusión...

Pero Ironsmith sacudió serenamente su pajiza cabeza.

—No alcanzo a ver qué es lo que los
humanoides
tienen de malo, si realmente pueden eliminar la guerra —dijo—. Por lo menos, de sus palabras no surge nada terrible.

Los intensos ojos azules de White se tornaron casi negros.

—Ya están aquí —dijo con acento salvaje—. Y cuando ustedes los vean, cambiarán de manera de pensar.

—Puede ser —repuso sonriente Ironsmith—. Pero no lo creo.

El gigante se enderezó como si la imperturbable calma del matemático lo hubiera golpeado. Tenso por la impaciencia que lo dominaba, se volvió hacia Claypool:

—Aunque no se una a nosotros, aún puede hacer algo. Advierta a la nación que los espías
humanoides
se han infiltrado en las defensas y que una flota de invasión se acerca desde el extremo de la galaxia. Como consejero del Departamento de Defensa, usted será escuchado y tal vez logre detener la invasión durante el tiempo necesario para...

White se interrumpió repentinamente, mirando a Ash Overstreet que se acababa de agitar en la roca donde estaba sentado. Su rostro pálido parecía perdido, y si bien no habló, el viejo Graystone captó evidentemente sus pensamientos, pues exclamó con urgente acento:

—Es hora de que se vayan... sus ayudantes se están poniendo nerviosos. Imaginan que somos agentes de la Confederación Triplanetaria y están preparados para volarnos con la torre. ¡En estos momentos Armstrong está calculando el tiempo exacto y Dodge acaba de apuntar hacia aquí los cohetes!

Capítulo VI

Claypool miró su reloj y se incorporó de un salto. Sin ceremonia alguna echó a correr, saliendo de la torre y deteniéndose en la entrada para agitar su sombrero frenéticamente, en la esperanza de que Armstrong y Dodge pudieran verlo a través de la neblina.

Tras él, Ironsmith salió más tranquilo, entregando a la pequeña Aurora Hall las monedas y los paquetes de goma de mascar que tenía en sus viejos pantalones.

—¡Vamos! —lo llamó Claypool, nervioso—. ¡Antes de que tiren!

—No lo harán —repuso el matemático tranquilamente, siguiéndolo.

—¿Cómo lo sabe?

Sonriendo, Ironsmith sacó del bolsillo el trozo de metal que le entregara la criatura minutos antes.

—Aurora sacó los detonantes de los tubos —explicó tranquilamente—. Es una criatura muy inteligente.

Llegaron junto al automóvil donde los dos técnicos aguardaban nerviosamente.

—Ya había pasado casi esa hora —dijo Dodge, suspirando aliviado—. Temíamos no volverlo a ver, doctor.

Con voz opaca, Claypool les dijo que descargaran los tubos y revisaran el mecanismo.

Los dos hombres así lo hicieron, encontrando que faltaba el detonador; al recibirlo de manos de Ironsmith se mostraron inmensamente sorprendidos.

—No se preocupen ahora por esto y volvamos a Starmont —les ordenó secamente Claypool—. Si no me equivoco, pronto tendremos que activar el
Proyecto Rayo
.

Sentándose en la parte posterior del automóvil junto a Ironsmith, Webb Claypool se sumergió en sus pensamientos, mientras Armstrong se hacía cargo del volante del coche.

Tras un rato de viajar en profundo silencio, el astrónomo golpeó con el codo a Ironsmith, que se había quedado dormido, y lo despertó:

—Yo soy un hombre de ciencia —le dijo con cierta ansiedad—. No me interesan nunca los fenómenos que no pueden reproducirse a voluntad. Estas cosas vinculadas con la parafísica siempre me molestaron.

—Recuerdo haber leído un ensayo que usted escribió hace algunos años sobre la evidencia existente de la percepción extrasensorial... Fue un ataque bastante violento.

—No hice más que dar un informe de laboratorio —repuso con acento defensivo Claypool—. La firma donde trabajaba Ruth había preparado material para realizar ciertos experimentos de psicofísica. Yo creí advertir que ella consideraba el asunto con demasiada seriedad y dupliqué el equipo, tratando de repetir esos experimentos a satisfacción. Mis experiencias dieron como resultado una curva de distribución casual.

—Lo que puede haber sido una excelente prueba de acción extrafísica —sonriendo misteriosamente ante la exclamación asombrada del astrónomo, Ironsmith prosiguió—. La investigación parafísica requiere cierta modificación en los métodos de la física clásica... El que experimenta, forma parte de su propio experimento. Un resultado negativo puede ser simplemente una lógica resultante de un propósito negativo...

Claypool observó incrédulo al matemático, como si descubriera una nueva personalidad ante él. Ironsmith nunca le había parecido mucho más que un simple engranaje adjunto a los calculadores electrónicos, serenamente satisfecho con su trabajo. Inclusive había llegado a fastidiarlo con su forma informal de vestir y su total falta de ambición. Sus amigos eran porteros, centinelas, soldados, camareras y operadoras telefónicas. Siempre había demostrado una irritante irreverencia hacia la aristocracia del intelecto.

—El propósito es la clave de todo este tipo de investigación. Por eso creo que White no logrará triunfar. En lugar de buscar la verdad, busca armas. Por eso creo que jamás aprenderá a derrotar a los
humanoides.
Los odia demasiado.

Los ojos de Claypool se achicaron para volverse a abrir. El resentimiento que le producía la voz suave de Ironsmith lo llevó a formular una amarga protesta.

—White tiene sus razones. Sabe más que nosotros. Conoce de cerca a los
humanoides.
Yo pienso preparar un informe completo de esta advertencia que nos ha formulado, para que lo estudie la autoridad competente en el Departamento de Defensa. Nuestras fuerzas militares tienen que ser advertidas.

—Si yo fuera usted, doctor, lo pensaría dos veces. —Ironsmith sacudió la cabeza—. Este asunto podría parecer extraño para cualquiera que no haya estado en aquel sitio. Nuestro propio testimonio parecería absurdo ante una comisión militar. Por lo demás, pienso que estos nuevos elementos en danza podrían solucionar las cosas. Cuanto más lo medito, mejor me parece que los
humanoides
lleguen a venir...

Claypool recordó la mirada de duda que apareciera en los ojos de Armstrong al enterarse de la visita de Aurora Hall. Las autoridades militares podían manifestar esas mismas dudas en forma un poco más violenta.

Tras pensarlo un momento, resolvió aguardar una oportunidad mejor, para cuando contara con mayor evidencia.

Se ponía el sol cuando el automóvil se detuvo frente a los edificios de hormigón. Claypool se sentía agobiado al descender, pero Ironsmith no parecía conocer la fatiga. Bajando de un salto, el matemático buscó su bicicleta y se alejó pedaleando.

El aviso llegó a medianoche, iluminando un tablero especial con su señal de alarma en código. El
Proyecto Rayo
estaba por ser aplicado con su mayor potencia.

Capítulo VII

El aviso era una alerta Roja, lo que significaba que dos proyectiles debían de estar preparados para cada uno de los planetas miembros de la Confederación. Con sólo oprimir un botón, tres mundos desaparecerían convertidos en polvo cósmico.

Cinco minutos después llegó un segundo mensaje que llamó a Claypool a la capital, para encontrarse presente durante una reunión de la Secretaría de Defensa en pleno. Su avión oficial aterrizó bajo la fría lluvia en un aeródromo militar. Allí lo aguardaba un automóvil cerrado, que se sumergió en un túnel que conducía hasta una cámara subterránea.

Aguardando la reunión, el astrónomo permaneció sentado al pie de una mesa cubierta por una carpeta verde, luchando con una creciente claustrofobia. Estaba cansado, pues no había podido dormir durante el vuelo; el estómago le ardía a causa del desayuno tomado en el avión y necesitaba un baño.

Cuando vió aparecer a Masón Horn parpadeó y comenzó a incorporarse para ir a saludarlo, pero los dos jóvenes tenientes de la Policía de Seguridad que caminaban a ambos lados del agente secreto lo detuvieron con un gesto. Horn se limitó a hacerle una señal de reconocimiento. En su mano izquierda llevaba un pequeño maletín de cuero unido a la muñeca con esposas de acero. Claypool miró esa maleta y se sintió dominado por un oscuro terror. Hasta ese momento había tratado de desechar la advertencia de White, formulada por intermedio del clarividente. Pero ahora sabía lo que aquella valija podía contener, y esto basta para que la locura amenazara su cerebro.

Los altos jefes militares y personalidades del Gobierno que integraban el Comando de Defensa por fin entraron en la cámara de reunión. Nerviosamente se ubicaron en derredor de la larga mesa con el tapete verde cubriéndola y aguardaron que el anciano presidente de la Federación Tierra iniciara la reunión.

El funcionario, encorvado por el peso de los años y la responsabilidad, se inclinó antes de sentarse, auxiliado por su ayudante personal, el mayor Steel.

Steel era un hombre de escasa estatura, extraordinariamente delgado y de movimientos rápidos; Claypool se sintió preocupado ante la decadencia física del mandatario y su evidente situación de dependencia respecto del eficaz mayor. Mucho se hablaba en los corrillos sobre la prodigiosa memoria y extraordinaria eficiencia del ayudante presidencial, pero Claypool no confiaba en él frente a una emergencia mundial como la que sabía estaba a punto de producirse.

BOOK: Los Humanoides
8.26Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Wildcat and the Doctor by Mina Carter & BJ Barnes
Beneath the Ice by Alton Gansky
Blackbird Fly by Lise McClendon
Twisted Mythology: Ariadne by Ashleigh Matthews
A Swiftly Tilting Planet by Madeleine L'Engle
The Contract by Derek Jeter, Paul Mantell
Alan Govenar by Lightnin' Hopkins: His Life, Blues
The Gravedigger's Brawl by Abigail Roux
Never Trust a Scoundrel by Gayle Callen