Los refugios de piedra (28 page)

Read Los refugios de piedra Online

Authors: Jean M. Auel

BOOK: Los refugios de piedra
11.56Mb size Format: txt, pdf, ePub

–¡Me gustaría verlo! –exclamó Manvelar–. Joharran quiere organizar pronto una cacería para aportar provisiones a la Reunión de Verano. Ésa puede ser una buena ocasión para demostrar las posibilidades de esa nueva arma, Jondalar –y volviéndose hacia Ayla, añadió–: ¿Vendréis los dos a la cacería, no?

–Sí, por mí encantada. –Se interrumpió para dar un bocado. Luego, mirando a los dos hombres, dijo–: Tengo una duda. ¿Por qué están numeradas las cavernas? ¿Reflejan algún orden o tienen algún sentido esos números?

–Las cavernas más antiguas tienen la numeración más baja –explicó Jondalar–. Se establecieron antes. La Tercera Caverna se estableció antes que la Novena, y la Novena antes que la Undécima o la Decimocuarta. La Primera Caverna ya no existe. Actualmente la más antigua es la Segunda Caverna de los zelandonii, que no está muy lejos de aquí. La Caverna de Manvelar es la siguiente en antigüedad. Fue fundada por las Primeras Personas.

–Cuando me enseñaste las palabras de contar, siempre las decías en un mismo orden –prosiguió Ayla–. Ésta es la Novena Caverna, y la tuya, Manvelar, es la Tercera. ¿Dónde está la gente de las cavernas con los números intermedios?

El hombre del cabello gris sonrió. Ayla había escogido a la persona más indicada para pedirle información acerca de los zelandonii. Manvelar poseía un arraigado interés en la historia de su gente, y había adquirido amplios conocimientos gracias a varios miembros de la zelandonia, fabuladores ambulantes y personas que habían oído relatos transmitidos de generación en generación. Los miembros de la zelandonia, incluida la propia Zelandoni, acudían a veces a él para preguntarle.

–Desde que las Primeras Personas se establecieron en las cavernas iniciales, muchas cosas han cambiado a lo largo de los años –explicó Manvelar–. La gente se traslada o encuentra pareja en otras cavernas. La población de algunas cavernas disminuye, la de otras aumenta.

–Al igual que la Novena Caverna, algunas crecen de manera inusitada –añadió Jondalar.

–Las historias hablan de enfermedades que se llevaban a muchas personas, o años de escasez en que la gente se moría de hambre –prosiguió Manvelar retomando el hilo–. A veces se unen dos o más cavernas poco pobladas. La caverna resultante de esa combinación suele tomar el número menor, pero no siempre es así. Cuando una caverna crece demasiado y el refugio se queda pequeño, puede ocurrir que una parte se separe para fundar una nueva caverna, normalmente no muy lejos. Tiempo atrás un grupo de la Segunda Caverna se trasladó al otro lado de su valle. Se los conoce como Séptima Caverna, porque en esas fechas existían una Tercera, una Cuarta, una Quinta y una Sexta. Aún hay una Tercera, claro está, y una Quinta, más al norte, pero la Cuarta y la Sexta han desaparecido.

Ayla, encantada de aprender algo más acerca de los zelandonii, agradeció la explicación con una sonrisa. Los tres permanecieron un rato en cordial silencio mientras comían. Después Ayla formuló otra pregunta:

–¿Se conoce a todas las cavernas por algo especial, como la pesca o la caza o la construcción de balsas?

–A la mayor parte –respondió Jondalar.

–¿Por qué se conoce a la Novena Caverna?

–Por sus artistas y artesanos –contestó Manvelar adelantándose a Jondalar–. Todas las cavernas tienen artesanos, pero la Novena cuenta con los mejores. A eso se debe en parte su gran crecimiento. Además de los niños que nacen, viene aquí todo aquel que desea la mejor formación en cualquier oficio, desde la talla de madera hasta la elaboración de utensilios.

–Gracias sobre todo a Río Abajo –dijo Jondalar.

–¿Qué es «Río Abajo»? –preguntó Ayla.

–El siguiente refugio río abajo –explicó Jondalar–. No alberga una caverna organizada, aunque pueda dar esa impresión por el gran número de personas que suele haber. Es el sitio adonde la gente va a desarrollar sus proyectos y a hablar de ellos con otras personas. Te llevaré a verlo, quizá después de esta reunión… si conseguimos escaparnos antes de que anochezca.

Cuando todos acabaron de comer, incluidos quienes habían servido la comida, los hijos de varios de los presentes y Lobo, se relajaron tomando una infusión caliente en tazas y vasos. Ayla se encontraba mucho mejor. Se le habían pasado las náuseas y el dolor de cabeza, pero la asaltó de nuevo su creciente necesidad de hacer aguas. Cuando quienes habían llevado la comida se marchaban con las grandes fuentes vacías, Ayla vio que Marthona se quedaba sola un momento y se acercó a ella.

–¿Hay por aquí algún sitio donde hacer aguas? –preguntó en voz baja–. ¿O tenemos que volver a las viviendas?

Marthona sonrió.

–Eso mismo estaba yo pensando. Hay un sendero que va hasta el río, cerca de la Piedra Erguida, con un trecho un poco empinado, pero llega a un sitio próximo a la orilla que utilizan principalmente las mujeres. Te acompañaré.

Lobo las siguió y observó a Ayla durante un rato hasta que descubrió un olor más interesante y se marchó a explorar un poco más la orilla del río. En el camino de regreso, se cruzaron con Kareja, que iba en dirección opuesta. Intercambiaron gestos de asentimiento.

Cuando todo quedó recogido, Joharran se aseguró de que no faltaba nadie y se puso en pie. Aparentemente era la señal para reanudar la conversación. Todos miraron al jefe de la Novena Caverna.

–Ayla –comenzó Joharran–, mientras comíamos Kareja ha planteado una duda. Dice Jondalar que puede comunicarse con los cabezas chatas, o el clan, como tú los llamas, pero no con la misma fluidez que tú. ¿Conoces su lengua tan bien como él afirma?

–Sí, conozco su lengua –respondió ella–. Me crie con ellos. No hablaba ninguna otra lengua hasta que conocí a Jondalar. En algún momento del pasado debí de conocer otra, cuando era muy pequeña, antes de perder a mi propia gente, pero no recordaba una sola palabra.

–Pero el lugar donde creciste estaba muy lejos de aquí, a un año de viaje, ¿no es así?

Ayla movió la cabeza en un gesto de asentimiento.

–La lengua de la gente que vive lejos no es la misma que la nuestra –prosiguió Joharran–. Cuando tú y Jondalar habláis en mamutoi, no os entiendo. Incluso los losadunai, que viven mucho más cerca, tienen otra lengua. Algunas palabras se parecen, y capto un poco, pero no puedo comunicar más que conceptos simples. Es comprensible que la lengua de esa gente del clan no sea la misma que la nuestra, pero ¿cómo puede ser que tú, procediendo de un lugar tan lejano, entiendas la lengua de los miembros del clan que viven por esta zona?

–Es una duda más que justificada –dijo Ayla–. Al encontrarnos con Guban y Yorga, yo misma no estaba segura de si sería capaz de comunicarme con ellos. Pero la lengua con palabras es distinta de la clase de lenguaje que ellos usan, no sólo por las señas y gestos, sino porque tienen dos lenguas.

–¿Qué quieres decir con eso de que tienen dos lenguas? –preguntó la Zelandoni Que Era la Primera.

–Tienen una lengua normal y corriente que cada clan emplea a diario –explicó Ayla–. Aunque básicamente usan señas y gestos, incluidas posturas y expresiones, también disponen de algunas palabras, pese a ser incapaces de articular los mismos sonidos que los Otros. Unos clanes recurren a las palabras más que otros. Las palabras y el lenguaje cotidianos de Guban y Yorga eran distintos a los de mi clan, y no los entendía. Pero el clan tiene también un lenguaje formal que se usa para hablar con el Mundo de los Espíritus y comunicarse con la gente de otros clanes que emplean lenguajes cotidianos diferentes. Es muy antiguo y no incluye palabras, salvo algunos nombres propios. Ése fue el lenguaje que utilicé.

–Veamos si he comprendido bien –dijo la Zelandoni–. La gente de ese clan, y nos referimos a los cabezas chatas, no sólo tienen una lengua, sino dos, y una de ellas es inteligible para cualquier cabeza chata, y todos pueden entenderse entre sí aunque vivan a un año de viaje unos de otros, ¿es eso?

–Cuesta creerlo, ¿no? –dijo Jondalar con una amplia sonrisa–. Pero es la verdad.

Zelandoni movió la cabeza en un gesto de incredulidad. Los demás no parecían menos escépticos que ella.

–Es un lenguaje muy antiguo, y la gente del clan conserva recuerdos muy lejanos –trató de explicar Ayla–. No olvidan nada.

–Francamente, me resulta difícil creer que sean capaces de comunicarse mucho sólo con gestos y señas –comentó Brameval.

–Lo mismo opino yo –suscribió Kareja–. Como Joharran ha dicho respecto a la capacidad de comprensión mutua entre los losadunai y los zelandonii, quizá estemos hablando únicamente de conceptos simples.

–Ayer hiciste una breve demostración en mi morada –recordó Marthona–. ¿Podrías repetir algo así para todos los presentes?

–Y si, como decís, Jondalar conoce un poco ese lenguaje, quizá podría ir traduciendo para nosotros –sugirió Manvelar.

Todos se mostraron conformes.

Ayla se puso en pie. Guardó silencio mientras ponía en orden sus ideas. Luego, con los movimientos del antiguo lenguaje formal, dijo: «Esta mujer desearía saludar al hombre, Manvelar». Pronunció el nombre en voz alta, pero con su peculiar acento mucho más marcado.

–Saludos, Manvelar –tradujo Jondalar.

«Esta mujer desearía saludar al hombre, Joharran», continuó Ayla.

–Y también a ti, Joharran –dijo Jondalar. Siguieron con unas cuantas frases sencillas más, pero él se daba cuenta de que no explotaban al máximo los recursos de aquel completo, aunque mudo, lenguaje. Sabía que Ayla era capaz de expresar mucho más, pero él no habría podido traducirlo en toda su complejidad–. Estás usando sólo las señas básicas, ¿no, Ayla?

–No creo que puedas traducir más que las señas básicas, Jondalar. Es lo único que os enseñé a ti y los miembros del Campamento del León, lo justo para que os comunicarais con Rydag. Me temo que el resto del lenguaje no tendría mucho sentido para ti.

–En tu anterior demostración, Ayla, te ocupaste tú misma de la traducción –dijo Marthona–. Creo que quedaría más claro.

–Sí, ¿por qué no usas tú las dos lenguas y sacas así de dudas a Brameval y los otros? –sugirió Jondalar.

–De acuerdo, pero ¿qué digo?

–¿Por qué no nos hablas de cómo era tu vida con ellos? –propuso la Zelandoni–. ¿Recuerdas el día en que te acogieron?

Jondalar sonrió a la corpulenta mujer. Era una buena idea. No sólo aclararía cómo era aquel lenguaje, sino que, además, pondría de manifiesto la compasión de la gente, la voluntad de acoger a una huérfana, aun tratándose de una niña de otra raza. Demostraría que la gente del clan había tratado a uno de los Otros mejor de lo que éstos los trataban a ellos.

Ayla permaneció inmóvil por un momento, buscando en su memoria. Por fin, utilizando simultáneamente las señas del lenguaje formal del clan y las palabras de los zelandonii, empezó:

–En realidad, no recuerdo gran cosa del principio, pero a menudo Iza me contaba cómo me encontraron. Estaban buscando una nueva caverna. Se había producido un terremoto, probablemente el que aparece aún en mis sueños. Su hogar había quedado destruido; varias personas del Clan de Brun murieron a causa de los desprendimientos de rocas en el interior de la caverna, y muchos objetos sufrieron daños. Enterraron a sus muertos y se marcharon. Aunque la caverna seguía allí, quedarse les traería mala suerte. Los espíritus de sus tótems no estaban a gusto allí y querían que se fueran. Viajaban deprisa. Necesitaban un nuevo hogar cuanto antes, no sólo por ellos mismos, sino porque sus espíritus protectores necesitaban un sitio donde sentirse bien. –Pese a que Ayla mantenía un tono de voz neutro y contaba la historia con señas y movimientos, los demás estaban ya absortos en el relato. Para ellos los tótems eran un aspecto de la Madre, y comprendían los desastres que la Gran Madre Tierra podía provocar cuando se disgustaba–. Iza me contó que mientras seguían el curso de un río, vieron aves carroñeras volar en círculo. Brun y Grod me vieron primero, pero pasaron de largo. Buscaban comida, y se habrían alegrado si las aves carroñeras hubieran localizado alguna presa de un animal cazador. Podían mantener a raya a un cazador cuadrúpedo el tiempo suficiente para llevarse algo de carne. Pensaron que estaba muerta, pero no comen personas, ni siquiera a una de los Otros. –Los movimientos de Ayla se sucedían con gracia y fluidez mientras hablaba. Hacía señas y gestos con especial soltura–. Cuando Iza me vio tendida en tierra a la orilla del río, se detuvo a mirar. Era una entendida en medicinas, y se interesó. Un gran felino me había clavado las garras en la pierna, probablemente un león cavernario, pensó, y la herida se había enconado. En un primer momento también ella me dio por muerta, pero de pronto me oyó gemir, así que vino a examinarme y descubrió que respiraba. Pidió permiso a Brun, el jefe, que era su hermano, para llevarme con ellos. Él no se lo prohibió.

Entre el público se oyeron algunas exclamaciones de entusiasmo. Jondalar sonrió.

–Por entonces Iza estaba embarazada, pero me cogió y cargó conmigo hasta que acamparon para pasar la noche. No sabía con seguridad si sus medicinas surtirían efecto con los Otros, pero conocía un caso en el que sí habían dado resultado, así que decidió probar. Preparó un emplasto para eliminar la infección. Al día siguiente volvió a cargar conmigo de la mañana a la noche. Recuerdo que cuando desperté por primera vez y vi su cara, grité, pero ella me abrazó y me consoló. Al tercer día yo ya podía andar un poco, y para entonces Iza había llegado a la conclusión de que estaba destinada a ser su hija.

Ayla interrumpió el relato en ese punto. Siguió un profundo silencio. Era una historia conmovedora.

–¿Qué edad tenías? –preguntó Proleva.

–Iza me explicó más adelante que debía de tener unos cinco años. Era quizá de la edad de Jaradal o Robenan –añadió mirando a Solaban.

–¿Has contado todo eso también con gestos? –preguntó Solaban–. ¿Realmente pueden expresar tantas cosas sin palabras?

–No existe una seña para cada una de las palabras que he pronunciado, pero en esencia ellos habrían entendido lo mismo. Su lenguaje es mucho más que simples movimientos de manos. Todo cuenta; incluso un parpadeo o una inclinación de cabeza tienen significado.

–Pero con esa clase de lenguaje –añadió Jondalar– no pueden decir mentiras. Si lo intentaran, alguna expresión o postura los delataría. Cuando conocí a Ayla, ni siquiera tenía formado en su mente el concepto de decir algo contrario a la verdad. Incluso le costaba entender a qué me refería, y aunque ahora ya lo comprende, sigue siendo incapaz de mentir. No ha conseguido aprender. Así la criaron.

Other books

Nowhere to Hide by Sigmund Brouwer
The Sex Surrogate by Gadziala, Jessica
Carla Neggers by Declan's Cross
Inferno's Kiss by Monica Burns
The Man Who Understood Women by Rosemary Friedman
No Flame But Mine by Tanith Lee
(Un)wise by Melissa Haag
The Stiff and the Dead by Lori Avocato