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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los vigilantes del faro (51 page)

BOOK: Los vigilantes del faro
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Desde donde se encontraba podía ver toda la planta baja, donde no vio más que cosas corrientes. Un jersey colgado del respaldo de una silla, una taza de café junto a un libro abierto en la mesa… Nada que pudiera explicar el olor rancio y repugnante que lo cubría todo como un manto.

Vio una puerta cerrada. Erica sentía horror ante la idea de abrirla, pero ya que había llegado tan lejos, tenía que hacerlo. Le temblaban las manos y sentía las piernas como de gelatina. Quería darse media vuelta, salir corriendo hacia la calle, hacia el barco, y volver a la seguridad de su hogar, al olor aromático y suave de sus bebés. Aun así, continuó adelante. Alargó la mano derecha hacia el picaporte. Dudó un instante antes de empujarlo, por miedo a ver lo que habría detrás.

Notó en las piernas una corriente de aire y se dio la vuelta. Pero demasiado tarde: de repente, todo se volvió negro.

L
os primeros invitados de honor iban bajando animados de los autobuses que acababan de llegar de Gotemburgo. Les habían servido vino espumoso durante el viaje a Fjällbacka, y el resultado no se hizo esperar. Todos venían de un humor excelente.

—Esto va a salir bien. —Anders abrazó a su hermana, que estaba en la entrada dando la bienvenida a los recién llegados.

Vivianne sonrió sin ganas. Aquello era el principio, pero también el final. Y era incapaz de vivir en el presente, cuando lo que contaba era el futuro. Un futuro que ya no se le antojaba tan seguro como antes.

Observó el perfil de su hermano, que se había quedado en el umbral de Badis. Tenía algo diferente. Vivianne siempre había podido leerle el pensamiento como si fuera un libro abierto, pero ahora, él se había retirado a un lugar donde no sabía cómo alcanzarlo.

—Qué día más esplendoroso, cariño. —Erling la besó en la boca. Estaba descansado. El día anterior, Vivianne le había administrado el somnífero a las siete de la tarde, así que se había pasado trece horas durmiendo sin parar, y ahora iba casi trotando con el traje de chaqueta blanco. Y después de darle otro beso, se fue hacia dentro.

Los huéspedes ya empezaban a recorrer el edificio.

—Bienvenidos. Espero que paséis en Badis unas horas maravillosas. —Vivianne les daba la mano, sonreía y repetía la bienvenida una y otra vez. Allí los aguardaba como una elfa, con un vestido blanco que le llegaba por los tobillos y la frondosa melena recogida en una larga trenza.

Cuando ya habían entrado prácticamente todos y se quedaron solos un momento, la sonrisa dio paso a la seriedad. Se volvió a su hermano.

—Entre nosotros no hay secretos, ¿verdad? —dijo en voz baja. Le dolía de tanto como deseaba que Anders le respondiera como ella quería, de tanto como deseaba poder creerlo. Pero Anders apartó la vista.

Vivianne se estaba preparando para preguntar otra vez, pero uno de los rezagados entró en ese momento, y ella lo recibió con la mejor de sus sonrisas. Por dentro se sentía fría como el hielo.

-¿Y
qué ha ido a hacer allí tu mujer? —preguntó Petra.

Patrik pisaba el acelerador tanto como podía mientras se dirigían a Fjällbacka. Les explicó en qué trabajaba Erica y que, por entretenerse, había estado investigando sobre la isla de Gråskär.

—Supongo que iba a enseñarle a Annie lo que había averiguado.

—No hay razón para sospechar que esté en peligro —dijo Konrad para tranquilizarlo, desde el asiento trasero.

—Ya, ya lo sé —dijo Patrik, cuyo instinto le decía que debía llegar a Gråskär cuanto antes. Había llamado a Salvamento Marítimo para avisar a Peter, que estaría esperándolos con el barco cuando llegaran.

—Yo sigo pensando en cuál será el móvil —dijo Konrad.

—Pues con un poco de suerte, no tardaremos en averiguarlo, si es que Patrik está en lo cierto —dijo Petra, que seguía sin estar del todo convencida.

—O sea, según dices, hay un testigo que asegura que Mats Sverin llegó en el coche con una mujer la noche que lo mataron. Pero ¿hasta qué punto es fiable ese testigo? —Konrad asomaba la cabeza todo lo que podía por entre los dos asientos delanteros. Al otro lado de las ventanillas discurría el paisaje rural a una velocidad sobrecogedora, pero ni Petra ni Konrad parecían preocupados por ello.

Patrik meditó un instante sobre cuánto debía contarles. A decir verdad, el bueno de Grip no era el testigo más fiable del mundo. Por ejemplo, aseguraba que era el gato quien había visto a la mujer. Eso fue lo primero que se le vino a la cabeza a Patrik en cuanto supo que las balas coincidían. En el informe de Martin decía que el gato estaba en la ventana y que bufó al ver el coche, y unas líneas más abajo: «A
Marilyn
no le gustan las mujeres. Ruge nada más verlas». Martin no pensó en ello, ni tampoco Patrik, cuando leyó el informe. Pero junto con el resto de la información, fue suficiente para enviar a Martin a que hablara otra vez con Grip. En esta ocasión, logró sonsacarle al hombre que vio a una mujer salir del coche que se detuvo delante del edificio la noche del viernes. Tras cierta vacilación, confirmó además que se trataba del coche de Sverin. Por desgracia, Grip seguía insistiendo en que había sido el gato quien había presenciado la escena, y Patrik decidió omitir ese detalle por el momento.

—Es un testigo fiable —dijo, con la esperanza de que se contentaran con esa respuesta. Lo más importante en aquellos momentos era llegar adonde estaba Erica y hablar con Annie; lo demás podía esperar. Por otro lado, estaba el bote. Según el tipo al que había consultado Gösta, no solo era posible sino incluso probable que el bote de Sverin hubiese arribado desde Gråskär a la cala donde lo encontraron.

Patrik había empezado a imaginar el posible curso de los acontecimientos. Mats fue a ver a Annie y, por alguna razón, ella lo acompañó en el bote a Fjällbacka. Subieron al apartamento de Mats, donde ella le disparó. Mats se sentía seguro en su compañía y no dudó en darle la espalda. Después, ella volvió al puerto, cogió el bote de la familia Sverin hasta Gråskär y lo dejó allí a la deriva, hasta que encalló donde luego lo encontraron. Claro como el agua. Aparte de que seguía sin tener ni idea de por qué habría matado Annie a Mats y, seguramente, también a su marido. ¿Y por qué se fueron de Gråskär para ir a Fjällbacka en plena noche? ¿Tendría algo que ver con la cocaína? ¿Estaría Mats involucrado en algún negocio con el marido de Annie? Y la huella de la bolsa, aún sin identificar, ¿sería de ella?

Patrik pisó más el acelerador. Ya iban cortando el aire mientras cruzaban Fjällbacka, y aminoró un poco la velocidad cuando estuvo a punto de atropellar a un anciano que cruzaba la calle junto a la plaza de Ingrid Bergman.

Aparcó en el puerto, junto al barco de Salvamento Marítimo y salió como un rayo del coche. Comprobó con alivio que Peter los aguardaba con el motor en marcha. Konrad y Petra lo siguieron medio corriendo y todos subieron a bordo.

—No te preocupes —repitió Konrad—. Por el momento solo son indicios, y no hay razón para pensar que tu mujer pudiera estar en peligro, aunque tu hipótesis resulte ser cierta.

Patrik iba agarrado a la borda del barco, que salió del puerto a más velocidad de la permitida.

—Tú no conoces a Erica. Tiene la capacidad de meter la nariz en todo, y hasta la gente que no tiene nada que ocultar piensa que hace demasiadas preguntas. Es muy insistente, por así decirlo.

—Vaya, parece que es de las mías —dijo Petra, contemplando fascinada el archipiélago por el que navegaban.

—Además, no contesta al móvil —añadió Patrik.

Recorrieron en silencio el resto del trayecto. Vieron el faro a lo lejos y Patrik sintió que se le retorcía el estómago de preocupación a medida que se aproximaban a la isla. No podía dejar de pensar en el otro nombre de Gråskär, que la gente la llamaba la Isla de los Espíritus. Y en el porqué del nombre.

Peter fue reduciendo la velocidad y atracó en el embarcadero, junto al barco de Erica y Patrik. No veían a nadie moviéndose por la isla. Ni vivos ni muertos.

T
odo saldría bien. Ella y Sam estaban juntos. Y los muertos cuidaban de ellos.

Annie canturreaba en el agua con Sam en brazos. Una nana que le cantaba siempre cuando era pequeño, para que se durmiera. Lo tenía tumbado en los brazos, relajado, y era muy ligero, dado que el agua le ayudaba a sujetarlo. Le salpicaron unas gotas en la cara y Annie se las secó enseguida con cuidado. A Sam no le gustaba que le salpicara el agua en los ojos. Pero en cuanto mejorase le enseñaría a nadar. Ya era lo bastante grande como para aprender a nadar y a montar en bicicleta, y pronto empezarían a caérsele los dientes de leche. Y tendría un hueco graciosísimo que indicaría que estaba a punto de dejar atrás la infancia.

Fredrik siempre se mostró impaciente con él y le exigía demasiado. Decía que ella lo mimaba y que quería que siempre fuera pequeño. Estaba equivocado. Lo que más deseaba en el mundo era ver crecer a Sam, pero debía poder desarrollarse a su ritmo.

Luego quiso quitárselo. Con tono de superioridad, le dijo que Sam estaría mejor con otra madre. El recuerdo de aquellas palabras se le imponía, y empezó a tararear más fuerte para ahuyentarlo. Pero aquellas palabras terribles le llegaron al alma y vencieron el canto. La otra sería mejor, eso le dijo. Ella iba a ser la nueva madre de Sam, y los tres se irían a Italia. Annie dejaría de ser mamá. Desaparecería.

Tenía tal cara de satisfacción que Annie no dudó un instante de que estuviera hablando en serio. Cómo lo odiaba. Empezó a crecerle dentro la ira, en lo más hondo y por todo el cuerpo, sin que pudiera detenerla. Fredrik tuvo su merecido. Ya no podía hacerles más daño. Annie vio sus ojos helados, la sangre.

Ahora, Sam y ella vivirían en paz en la isla. Le miró la cara. Tenía los ojos cerrados. Nadie podría arrebatárselo. Nadie.

P
atrik le pidió a Peter que esperase en el barco y bajó a tierra con Konrad y Petra. En la mesa de la cabaña abierta se veían los restos del café, y cuando pasaron cerca, unas gaviotas se asustaron y levantaron el vuelo del plato de bollos.

—Estarán dentro. —Petra estaba alerta.

—Vamos —dijo Patrik impaciente, pero Konrad lo agarró del brazo.

—Con calma.

Patrik comprendió que tenía razón y empezó a caminar despacio hacia la casita, aunque si por él hubiera sido, habría ido corriendo. Llegaron a la puerta y llamaron. Nadie fue a abrirles, de modo que Petra se acercó y llamó más fuerte.

—¿Hola? —gritó.

Seguía sin oírse nada allí dentro. Patrik presionó el picaporte y la puerta se abrió fácilmente. Dio un paso al frente, pero estuvo a punto de pisar a Konrad y a Petra cuando el olor le dio en la cara.

—Jooder —dijo, llevándose la mano a la nariz y la boca. Tragaba saliva una y otra vez para no vomitar.

—Jooder —repitió Konrad a su espalda, con cara de estar combatiendo las arcadas. Tan solo Petra parecía impasible, y Patrik la miró asombrado.

—Un olfato pésimo —dijo.

Patrik no siguió preguntando. Entró en la casa y vio enseguida el cuerpo en el suelo.

—¿Erica? —Llegó corriendo a su lado y se arrodilló. Con el corazón en un puño, empezó a moverla, y ella se retorció y lanzó un gemido.

Patrik repitió el nombre varias veces y Erica se volvió despacio hacia él, mostrando la herida que tenía en la sien. Ella se llevó la mano a la fuente del dolor y abrió los ojos de par en par al verse los dedos llenos de sangre.

—¿Patrik? Annie, ha… —Sollozó y Patrik le acarició la mejilla.

—¿Cómo está? —preguntó Petra.

Patrik la tranquilizó con un gesto y ella y Konrad subieron para ver qué había en el piso de arriba.

—Aquí no parece que haya nadie —dijo Petra cuando volvieron abajo—. ¿Has mirado ahí dentro? —Señaló la puerta junto a la que yacía Erica.

Patrik negó con la cabeza y Petra los rodeó con cuidado y abrió.

—Mierda, mirad. —Los llamó a los dos, pero Patrik no se movió y fue Konrad quien siguió a su colega.

—¿Qué es? —Veía la puerta medio abierta, que le ocultaba parte de la habitación.

—¿Qué es lo que huele? ¿Viene de aquí? —Konrad se tapaba la boca y la nariz.

—¿Un cadáver? —Por un instante, pensó que era Annie, pero luego se le ocurrió una idea que lo hizo palidecer—. ¿El niño? —susurró.

Petra salió de la habitación.

—No lo sé. Ahora mismo no hay nadie en la cama, pero está llena de mierda y apesta que no veas, hasta yo lo huelo.

Konrad asintió.

—Lo más probable es que sea el niño. Vosotros visteis a Annie hace algo más de una semana, y me atrevería a decir que este cadáver tiene más tiempo.

Erica trataba de incorporarse con mucha dificultad y Patrik le ayudaba sujetándola por los hombros.

—Tenemos que encontrarlos. —Miró a su mujer—. ¿Qué ha pasado?

—Estábamos en el faro. Noté el olor en la ropa de Annie y empecé a sospechar. Así que me colé aquí para comprobarlo. Me habrá dado un golpe en la cabeza… —Se le apagó la voz.

Patrik miró a Konrad y a Petra.

—¿Qué os había dicho? Siempre tiene que andar metiendo la nariz… —Lo dijo sonriendo, pero estaba preocupado.

—¿No has visto al niño? —Petra se había agachado a su lado.

Erica negó con una mueca de dolor.

—No, ni siquiera me dio tiempo de abrir la puerta. Pero tenéis que encontrarlos —dijo, repitiendo las palabras de Patrik—. Yo estoy bien, buscad a Annie y a Sam.

—Vamos a llevarla al barco —dijo Patrik.

Hizo caso omiso de las protestas de Erica y entre los tres la llevaron al embarcadero y la metieron en el barco, con Peter.

—¿Seguro que estás bien? —A Patrik le costaba dejarla allí, viendo lo pálida que estaba y la herida ensangrentada en la frente.

Ella lo espantó con un gesto de la mano.

—Vamos, vete, te estoy diciendo que no me pasa nada.

Patrik se fue, aunque en contra de su voluntad.

—¿Adónde habrán ido?

—Estarán en la otra orilla de la isla —dijo Petra.

—Sí, el barco sigue aquí —constató Konrad.

Empezaron a caminar por las rocas. La isla parecía tan desierta como cuando atracaron en ella, y salvo el chapoteo de las olas y los chillidos de las gaviotas, no se oía el menor ruido.

—Puede que estén en el faro. —Patrik levantó la vista con los ojos entornados para distinguir la torre.

—Puede, aunque creo que será mejor que inspeccionemos la isla primero —dijo Petra. Pero se hizo sombra con la mano para mirar también hacia las ventanas más altas del faro. Tampoco ella vio que nada se moviera allí.

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