—Sea como fuere — replicó Próspero con algo de frialdad—, en Atenea preferimos la poesía a las ecuaciones. Y he venido a honrar su viaje en un lenguaje que resonará en la imaginación durante milenios.
—¿Así que usted piensa que está mejor cualificado para contar la Inmersión que los participantes? —dijo Sachio, quien se presentaba como una lechuza posada en el interior de la cabeza de una jaula de hierro forjado, con forma de carnoso y llena de estorninos.
—Soy narratólogo.
—¿Tiene algún tipo de formación especializada?
Próspero asintió orgulloso.
—Aunque en realidad, es una vocación. Cuando los antiguos carnosos se reunían alrededor del fuego, era yo quien contaba historias hasta bien entrada la noche sobre cómo los dioses luchaban entre ellos y sobre cómo hasta los guerreros mortales eran elevados al cielo para crear las constelaciones.
—Y yo era el que estaba sentado enfrente —respondió Timón con cara de póquer—, y le decía que su perorata no era más que un montón de tonterías.
Gisela estaba a punto de girarse hacia él para reprenderle por romper su promesa, cuando se dio cuenta de que le había hablado sólo a ella, encaminando los datos por fuera del entorno. Le dedicó una mirada venenosa.
La lechuza que era Sachio parpadeó perpleja.
—Pero para usted la Inmersión es algo incomprensible. ¿Cómo puede estar capacitado para explicársela a los demás?
Próspero negó con la cabeza.
—He venido para crear enigmas, no explicaciones. He venido para darle al relato de vuestro descenso una forma que perdurará mucho después de que vuestras bibliotecas se hayan convertido en polvo.
—¿Cómo va a darle forma? —Cuando quería, Vikram era tan anatómicamente perfecto como un bosquejo de Da Vinci, pero carecía de los signos que delataban a una simulación fisiológica: no había sudor, ni piel muerta, ni pelos caídos—. ¿Quiere decir... cambiando las cosas?
—Para extraer la esencia mítica, los meros detalles tienen que estar al servicio de una verdad más profunda.
—Creo que eso era un sí —dijo Timón.
Vikram se encogió de hombros amistosamente.
—¿Y qué es lo que cambiará exactamente? —Abrió los brazos y los extendió para abarcar a sus compañeros de equipo—. Si nos va a mejorar, no nos diga cómo.
—Para empezar —Próspero dijo con cautela—, cinco es un número que dice poco. Siete tal vez, o doce.
—Ufff. —Vikram sonrió—. Sólo extras enigmáticos; no se va a cargar a nadie.
—Y el nombre de su nave...
—¿Cartan Null? ¿Qué tiene de malo? Cartan fue un gran matemático carnoso que clarificó el significado y las consecuencias del trabajo de Einstein. «Nuil» porque la nave está construida con geodésicas nulas: las trayectorias que siguen los rayos de luz.
—Para la posteridad —declaró Próspero—, sonará mejor como «la Ciudad Fugaz»; sólo la esencia, sin la carga de vuestras desafortunadas palabras.
—Esta polis se llama así por Élie Cartan —dijo Tiet fríamente—. Y su clon en el interior de Chandrasekhar seguirá honrando a Élie Cartan. Si no está dispuesto a respetarlo, más le valdría volverse a Atenea ahora mismo, porque ninguno de los presentes va a cooperar con usted lo más mínimo.
Próspero miró al resto de los presentes, posiblemente buscando alguna muestra de desacuerdo. Gisela tenía sensaciones encontradas; las paparruchas mitopoéticas de Próspero no sobrevivirían a la verdad en las bibliotecas, daba igual lo que se inventara, así que en cierto sentido poco importaba lo que dijeran. Pero era obvio que si no le paraban los pies en algún momento su presencia se haría insoportable enseguida.
—Muy bien. Cartan Null —dijo—. Además de un artista también soy artesano; puedo trabajar con arcilla impura.
Mientras la reunión se disolvía, Timón se llevó a Gisela a un rincón. Antes de que pudiera empezar a quejarse, le dijo:
—Si crees que no puedes ni pensar en cómo vas aguantar tres días más, imagina lo que es para Cordelia.
Timón negó con la cabeza.
—Mantendré mi palabra. Pero ahora que he visto a lo que se enfrenta... Sinceramente, no creo que vaya a conseguirlo. Si se ha pasado toda la vida envuelta en propaganda sobre la edad de oro de los carnosos, ¿cómo esperas que pueda ver más allá? Una polis como Atenea forma una superficie memética cerrada: junta a unos cuantos Prósperos en el mismo sitio y ya no hay escapatoria.
Gisela le miró frunciendo el ceño.
—Ahora está aquí, ¿no? No intentes decirme que sólo porque fue creada en Atenea tiene que quedarse allí para siempre. Las cosas no son tan simples. Hasta los agujeros negros emiten radiación de Hawking.
—La radiación de Hawking no contiene ninguna información. Es ruido térmico; no te puedes escapar con ella.
Timón movió dos dedos siguiendo una línea diagonal imaginaria, el gesto para «QED».
—Sólo es una metáfora, idiota —dijo Gisela—, no un isomorfismo. Si no puedes entenderlo, tal vez seas tú el que debería mover su culo hasta Atenea.
Timón hizo como que apartaba la mano de algo que le iba a morder y desapareció.
Gisela se quedó mirando el entorno vacío, enfadada consigo misma por haber perdido los nervios. Al otro lado de la ventana, Chandrasekhar seguía tranquilamente destruyendo el espacio-tiempo, como lo había estado haciendo los últimos seis mil millones de años.
—Y espero que te equivoques —dijo.
Cincuenta horas antes de la Inmersión, Vikram ordenó a las sondas en las órbitas más bajas que empezaran a descargar nanomáquinas por el horizonte de sucesos. Gisela y Cordelia se unieron a él en el entorno de control, una gran sala llena de mapas y aparatos para manipular los equipos esparcidos en el perímetro de Chandrasekhar. Próspero estaba fuera interrogando a Timón, una pesadilla por que la que acababa de pasar Vikram. Hablaba todo el rato de los «deseos edípicos» y el «simbolismo uterino-vaginal», aunque Vikram había informado felizmente a Próspero de que hasta dónde él sabía, en Cartan nadie había mostrado nunca mucho interés por ninguno de los dos órganos. Gisela se preguntó de qué modo concreto habrían creado a Cordelia; las emulaciones serviles del parto carnoso eran algo en lo que ni siquiera podía pensar.
Las nanomáquinas formaban un hilillo de materia, únicamente de unas cuantas toneladas por segundo. Pero en las profundidades del agujero medirían la curvatura a su alrededor —teniendo en cuenta tanto la luz de las estrellas como las señales de las nanomáquinas que venían detrás— y luego modificarían la distribución de su propia masa colectiva de tal modo que dirigirían la geometría futura del agujero más cerca del objetivo. Toda desviación de la caída libre suponía deshacerse de fragmentos moleculares y sacrificar energía química, pero antes de que se destrozaran por completo a sí mismas alumbrarían máquinas fotónicas diseñadas para ejecutar la misma operación a una escala más pequeña.
Era imposible saber si algo de eso iba a funcionar de acuerdo con el plan o no, pero en el entorno había un mapa que mostraba el resultado esperado. Vikram esbozó un par de conjuntos de rayos de luz girando en direcciones opuestas.
—No podemos evitar que el espacio se colapse en dos direcciones y se expanda en la tercera; a no ser que descarguemos tanta materia que se colapse en las tres, lo que sería aún peor. Pero podemos cambiar la dirección de la expansión de forma continua, rotándola noventa grados una y otra vez, compensándolo todo. Eso permite que la luz realice una serie de órbitas completas (cada una dura aproximadamente una centésima parte de lo que duró la anterior) y también significa que hay periodos de contracción en los haces, que compensan los efectos de desenfoque de los periodos de expansión.
Los dos conjuntos de rayos oscilaron entre secciones eficaces circulares y elípticas conforme la curvatura los estiraba y los aplastaba. Cordelia creó una lupa y los siguió al «interior»: hacia adelante en el tiempo, hacia la singularidad.
—Si los periodos orbitales forman una serie geométrica —dijo—, no hay límite para el número de órbitas que se pueden encajar antes de la singularidad. Y la longitud de onda se desplaza al azul proporcionalmente al tamaño de la órbita, con lo que los efectos de difracción nunca dominan. Entones, ¿qué es lo que os impide hacer cálculos infinitos?
—Para empezar —respondió Vikram con cautela—, una vez que los fotones en colisión comiencen a crear pares partícula-antipartícula, habrá un rango de energías para cada especie de partícula en el momento en que se desplace a una velocidad tan por debajo de la velocidad de la luz que los pulsos empiecen a dispersarse. Pensamos que la forma y el periodo que le hemos dado a los pulsos permitirá que se salven todos los datos, pero bastaría con una partícula masiva desconocida para que todo el flujo se convierta en un galimatías sin sentido.
Cordelia levantó la mirada hacia él con una expresión esperanzada.
—¿Y si no hay partículas desconocidas?
Vikram se encogió de hombros.
—En el modelo de Kumar el tiempo está cuantizado, por lo que la frecuencia de los haces no puede seguir aumentando indefinidamente. Y la mayoría de las teorías alternativas también implican que todo el planteamiento acabará fallando, por el motivo que sea. Mi única esperanza es que lo haga tan despacio que nos permita entender por qué, antes de que dejemos de ser capaces de entender nada. —Soltó una carcajada—. ¡No pongas esa cara tan triste! Será como... la muerte de la rama de un árbol. Y puede que por un instante lleguemos a entender algo que jamás habríamos podido vislumbrar desde fuera del agujero.
—¿Pero de qué os servirá? —protestó Cordelia—. No podréis contárselo a nadie.
—Ah, la tecnología y la fama. —Vikram hizo una pedorreta—. Escucha, si mi clon muere y no aprende nada, morirá igualmente feliz sabiendo que yo continúo fuera. Y si aprende todo lo que espero que aprenda... estará demasiado extasiado para seguir viviendo.
Vikram compuso su rostro como la viva imagen de la seriedad exagerada, quitándole hierro a su propia hipérbole, y a Cordelia se le escapó una sonrisa. Gisela había empezado a preguntarse si una lástima morbosa por el destino de los saltadores bastaría para espantarla definitivamente de Cartan.
—Entonces, ¿qué hace que valga la pena? —dijo Cordelia—. ¿Cuál es vuestra máxima aspiración?
Vikram bosquejó un diagrama de Feynman en el aire.
—Si damos por hecho el espacio-tiempo, la simetría rotacional más la mecánica cuántica nos dan un conjunto de reglas para tratar con el espín de una partícula. Penrose le dio la vuelta a esta idea y demostró que el concepto de «el ángulo entre dos direcciones» se puede crear de la nada en una red de líneas de universo, siempre y cuando obedezcan esas reglas de espín. Supongamos que un sistema de partículas con un espín total dado lanza un electrón a otro sistema, y en el proceso el espín del primer sistema decrece. Si conociéramos el ángulo entre los dos vectores de los espines, podríamos calcular la probabilidad de que el segundo espín aumentase en lugar de que disminuyese... pero si el concepto de «ángulo» ni siquiera existe todavía, podemos invertir el proceso y definirlo a partir de la probabilidad obtenida al observar todas las redes en las que el segundo espín ha aumentado.
»Kumar y otros ampliaron esta idea para abarcar simetrías más abstractas. A partir de una lista de reglas sobre lo que constituye una red válida y sobre cómo asignar una fase a cada una de ellas, ahora podemos derivar toda la física conocida. Pero lo que yo quiero saber es si existe una explicación más profunda para esas reglas. ¿Son el espín y los otros números cuánticos realmente elementales, o son producto de algo más fundamental? Y cuando las redes se refuerzan o se cancelan mutuamente dependiendo de la diferencia de fase entre ellas, ¿se trata de algo básico que tenemos que aceptar, o hay una maquinaria oculta bajo las matemáticas?
Timón apareció en el entorno y se llevó a Gisela a un lado.
—He cometido una pequeña infracción y, conociéndote, acabarás enterándote de todos modos. Y esto es una confesión con la esperanza de que me perdones.
—¿Qué has hecho?
Timón la miró nervioso.
—Próspero divagaba sobre cómo la cultura carnosa es la vía hacia todo conocimiento. —Se transformó en una imitación perfecta y repitió las palabras de Próspero con su misma voz—: «La clave de la astronomía reside en el estudio de los grandes astrólogos egipcios y el núcleo de las matemáticas se revela en los rituales de los místicos pitagóricos...»
Gisela se llevó las manos a la cara; a ella misma le hubiese costado contenerse.
—¿Y tú le dijiste...?
—Le dije que si en algún momento de su vida se veía enfundado en un traje espacial, flotando entre las estrellas, debería intentar estornudar en la visera del casco para mejorar la vista.
Gisela se partió de risa. Timón preguntó esperanzado:
—¿Significa eso que estoy perdonado?
—No. ¿Cómo se lo tomó?
—Difícil decirlo. —Timón se encogió de hombros—. No estoy seguro de que sea capaz de captar un insulto. Requeriría imaginar que alguien pueda llegar a pensar que él es menos que esencial para el futuro de la civilización.
—Dos días más —dijo Gisela con tono severo—. Esfuérzate más.
—Esfuérzate tú. Ahora te toca a ti.
—¿Qué?
—Próspero quiere verte. —Timón sonrió congratulándose con malicia—. Es hora de que te extraigan tu propia «esencia mítica».
Gisela miró a Cordelia, que hablaba animadamente con Vikram. Atenea y Próspero la habían asfixiado; sólo lejos de ambos podía ser ella misma. La decisión de emigrar era sólo suya, pero Gisela nunca se perdonaría si hacía algo que echase a perder la oportunidad.
—Pórtate bien —dijo Timón.
El equipo de la Inmersión había decidido no dar ningún tipo de despedida a los clones. Sus instantáneas ralentizadas se incorporarían al plano de la Cartan Null sin llegar a ejecutarse fuera de Chandrasekhar. Cuando Gisela se lo contó a Próspero, éste se sintió horrorizado, pero casi al momento se volvió a animar; ahora tenía aún más margen para inventarse alguna despedida ritual para los viajeros sin que la verdad se entrometiera.
Con todo, el equipo al completo se reunió en el entorno de control, junto con Próspero, Cordelia y unos cuantos amigos. Gisela se separó del grupo de gente mientras Vikram daba la cuenta atrás. Al llegar a «diez» le dio instrucciones a su exoser para que la clonase. Al llegar a «nueve» envió la instantánea a la dirección (transmitida por un icono) para el archivo de la Cartan Null. El archivo era un conjunto estilizado de haces de luz contrarrotantes que flotaba en medio del entorno. Cuando la etiqueta llegó de vuelta confirmando la transacción, sintió que había perdido algo. La Inmersión ya no formaba parte de su futuro lineal, aunque pensara en el clon como una parte de su yo ampliado.