Read Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun (15 page)

BOOK: Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun
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—Una noticia perturbadora —comentó Trewan.

—Ya lo creo, y debemos tomar precauciones. Si el Smaadra se comporta como esperamos, de inmediato empezaremos a construir seis navíos más. Además espero presionar a Casmir, tanto diplomática corno militarmente, pero sin ningún optimismo. Aun así, el esfuerzo no puede perjudicarnos. Con este fin, y cuanto antes, el Smaadra viajará con una delegación, primero a Dahaut, Blaloc y Pomperol, luego a Godelia y finalmente a Ulflandia del Sur. Famet comandará la nave; Aillas y Trewan, vosotros seréis sus ayudantes. Este viaje no está destinado a mejorar vuestra salud, ni a vuestra satisfacción personal, ni a halagar vuestra vanidad, sino a mejorar vuestra educación. Tú, Trewan, estás en línea di recta para el trono. Necesitarás aprender mucho sobre la guerra naval, diplomacia y los estilos de vida de las Islas Elder. Lo mismo vale para Aillas, quien debe justificar su rango y sus privilegios sirviendo a Troicmet.

—Señor, haré todo lo posible —dijo Aillas.

—¡Yo también, desde luego! —declaró Trewan. Granice asintió.

—Muy bien. No esperaba menos de vosotros. Recordad bien que durante este viaje estáis bajo el mando de Famet. Escuchadle y aprovechad su sabiduría. El no necesitará vuestros consejos, así que callad vuestras opiniones y teorías a menos que os las requiera específicamente. De hecho, en este viaje, olvidad que sois príncipes y actuad como cadetes sin destreza ni experiencia, pero ansiosos de aprender. ¿Ha quedado claro? ¿Trewan?

—Obedeceré, desde luego —dijo Trewan con hosquedad—. Pero tenía la impresión…

—Cambia esa impresión. ¿Qué dices tú, Aillas? Aillas no pudo contener una sonrisa.

—Entiendo perfectamente, majestad. Haré lo posible por aprender.

—Excelente. Ahora echad un vistazo al barco, los dos, mientras yo converso con Famet.

9

Al alba, el aire estaba frío y en calma; el cielo mostraba los colores del cidro, la perla y el damasco, que se reflejaban en el mar. La negra nave Smaadra salió del estuario del Tumbling impulsada por sus remos. A una milla de la costa se levantaron los remos. Se izaron las vergas, se desplegaron las velas y se ajustaron a las traversas. Con el amanecer vino la brisa; la nave se deslizó rápida y serenamente hacia el este, y pronto Troicinet fue una sombra en el horizonte.

Aillas, cansado de la compañía de Trewan, fue a proa, pero Trewan le siguió y aprovechó la ocasión para explicarle el funcionamiento de las catapultas. Aillas escuchó con cortés distanciamiento; la exasperación y la impaciencia eran inútiles con Trewan.

—Esencialmente, sólo se trata de dos monstruosas ballestas —dijo Trewan con la voz de quien explica detalles interesantes a un niño respetuoso—. Su alcance funcional es de doscientos metros, aunque la precisión se dificulta en una nave en movimiento. El miembro extensible está laminado de acero, fresno y carpe, ensamblados y pegados con un método hábil y secreto. Los instrumentos arrojan arpones, piedras o bolas de fuego, y son muy eficaces. Con el tiempo, y me encargaré de eso personalmente, si es preciso, desplegaremos una armada de cien naves como ésta, equipadas con diez catapultas más grandes y pesadas. También habrá naves de aprovisionamiento, y una nave insignia para el almirante, con instalaciones adecuadas. No me agradan mucho mis actuales aposentos. Es un lugar absurdamente pequeño para alguien de mi rango. —Trewan se refería al cubículo que ocupaba junto a la cabina de popa. Aillas ocupaba un sitio similar enfrente, y Famet disfrutaba de la relativamente cómoda cabina de popa.

—Tal vez Famet acceda a cambiar de lugar contigo, si se lo pides de un modo razonable —dijo Aillas con seriedad.

Trewan escupió sobre la borda. El humor de Aillas le resultaba un poco hiriente a veces, y el resto del día no dijo nada más.

Al caer el sol los vientos amainaron. Famet, Trewan y Aillas cenaron en una mesa en la cubierta de popa, bajo el alto farol de bronce. Mientras bebía vino tinto, Famet se volvió más locuaz.

—Pues bien —preguntó, casi expansivamente—, ¿cómo va el viaje? Trewan no vaciló en presentar sus quejas mientras Aillas escuchaba boquiabierto. ¿Cómo podía Trewan ser tan insensible?

—Bastante bien, o eso supongo —dijo Trewan—. Las cosas pueden mejorar.

—¿De veras? —preguntó Famet sin demasiado interés—. ¿Y cómo?

—Ante todo, mi cuarto es intolerablemente sofocante. El diseñador del buque pudo haberlo hecho mejor. Añadiendo tres o cuatro metros de eslora, habría logrado dos cómodas cabinas en vez de una y, dicho sea de paso, un par de retretes dignos.

—Es verdad —dijo Famet, pestañeando mientras bebía—. Y con diez metros más, habríamos podido traer criados, barberos y concubinas. ¿Qué más te inquieta?

Trewan, absorto en sus quejas, no captó la ironía de la observación.

—Los tripulantes son demasiado informales. Visten como quieren, carecen de elegancia. No saben nada del protocolo. No toman en cuenta mi rango… Hoy, mientras inspeccionaba la nave, me dijeron que me hiciera a un lado porque estorbaba… como si fuera un escudero.

A Famet no se le movió un músculo de la cara. Meditó sus palabras y repuso:

—En el mar, así como en el campo de batalla, el respeto no se obtiene automáticamente. Se debe ganar. Serás juzgado por tu competencia y no por tu cuna. Es una condición que me satisface. Descubrirás que el marinero servil, tanto como el soldado excesivamente respetuoso, no es el que quieres tener al lado en medio de una batalla o de una tormenta.

Un poco ofuscado, Trewan insistió.

—Aun así, la deferencia adecuada es importante. De lo contrario, se pierde todo orden y autoridad, y viviríamos como animales salvajes.

—Esta es una tripulación selecta. La encontrarás realmente ordenada cuando llegue el momento del orden. —Famet se irguió en la silla—. Tal vez debería decir algo sobre nuestra misión. El propósito manifiesto es el de negociar varios tratados ventajosos. Tanto el rey Granice como yo nos sorprenderíamos si lo consiguiéramos. Trataremos con personas de jerarquía superior a la nuestra, de variada disposición, y todas ellas terca mente aferradas a sus propias concepciones. El rey Deuel de Pomperol es un apasionado ornitólogo, el rey Milo de Blaloc bebe una copa de aquavit por la mañana antes de levantarse. La corte de Avallen bulle con intrigas eróticas, y el principal efebo del rey Audry ejerce mayor influencia que el general Ermice Propyrogeros. Nuestra política, pues, es flexible.

»Como mínimo, esperamos obtener un cortés interés y una percepción de nuestro poder.

Trewan frunció el ceño y apretó los labios.

—¿Por qué contentarse con lo mínimo? Preferiría algo más cercano a lo máximo. Sugiero que diseñemos una estrategia más acorde con estos términos.

Famet irguió la cabeza, sonrió fríamente y bebió más vino. Bajó la copa con fuerza.

—El rey Granice y yo hemos establecido la táctica y la estrategia y nos atendremos a estos procedimientos.

—Desde luego. Aun así, dos mentes son mejores que una —dijo Trewan, como si Aillas no estuviera presente—, y obviamente hay un margen para variaciones.

—Cuando las circunstancias lo permitan, consultaré con el príncipe Aillas y contigo. El rey Granice planeó esto para vuestra educación. Estaréis presentes en ciertas conversaciones, en cuyo caso escucharéis, pero no hablaréis a menos que yo lo indique. ¿Está claro, príncipe Aillas?

—Absolutamente señor.

—¿Príncipe Trewan?

Trewan hizo una brusca reverencia, cuyo efecto intentó atemperar de inmediato con un gesto suave.

—Desde luego, señor. Estamos a tus órdenes. No expondré mis puntos de vista personales. De todas formas, espero que me mantengas informado acerca de las negociaciones y compromisos, pues al final seré yo quien deba enfrentarme a las consecuencias.

Famet reaccionó con una fría sonrisa.

—En ese aspecto, príncipe Trewan, haré lo posible por complacerte.

—En tal caso —declaró Trewan—, no hay más que decir.

A media mañana apareció un islote a babor. A un cuarto de milla, aflojaron las velas y la nave perdió velocidad. Aillas se acercó al contramaestre, que estaba junto a la borda.

—¿Por qué nos detenemos?

—Allá está Mlia, la isla de los tritones. Mira con atención: a veces se los ve en las rocas bajas, e incluso en la playa.

Subieron una balsa de madera al puente de carga y la llenaron con jarras de miel, paquetes de pasas y damascos secos; pusieron la balsa en el mar y la dejaron a la deriva. Mirando las claras aguas Aillas vio el centelleo de sombras pálidas, una cara alzada con una melena flotando detrás. Era una cara rara y angosta con límpidos ojos negros, nariz larga y delgada, y un gesto salvaje, ávido, eufórico o alegre: en el mundo de Aillas no había preceptos para aprehender esa expresión.

Por unos minutos, el Smaadra flotó casi inmóvil en el agua. La balsa navegó despacio al principio, luego cobró impulso y avanzó cabeceando hacia la isla.

—¿Y si fuéramos a la isla con estos regalos? —le preguntó Aillas al contramaestre.

—Quién sabe. Si uno se atreviera a llegar allá sin tales regalos, sin duda encontraría infortunio. Es sabio ser cortés con las gentes del mar. Después de todo, el océano les pertenece. Bien, es hora de ponerse en marcha. ¡Vosotros! ¡Desplegad las velas! ¡A ver ese timón! ¡A surcar la espuma!

Pasaron los días; tocaron tierra varias veces, y zarparon otras tantas. Luego Aillas recordaría los episodios del viaje como una confusión de sonidos, voces y músicas; caras y formas; cascos, armaduras, sombreros y atuendos, hedores, perfumes y aires; personalidades y posturas; puertos, muelles, fondeaderos y radas. Hubo recepciones, audiencias, banquetes y bailes.

Aillas no pudo calibrar el efecto de sus visitas. Pensaba que causaban buena impresión: la integridad y fortaleza de Famet eran inconfundibles, y Trewan en general contenía la lengua.

Los reyes eran siempre evasivos, y se resistían a comprometerse. El ebrio Milo de Blaloc estaba tan sobrio como para decir:

—¡Allá se yerguen los altos fuertes de Lyonesse, donde la armada troicina no ejerce ninguna influencia!

—Es nuestra esperanza, mi señor, que como aliados reduzcamos la amenaza de esos fuertes.

El rey Milo respondió con un gesto melancólico y se llevó un pichel de aquavit a la boca.

El loco rey Deuel de Pomperol mostró igual indecisión. Para obtener una audiencia, la delegación troicina viajó hasta Alcantade, el palacio de verano, a través de una tierra agradable y próspera. Los habitantes de Pomperol, lejos de quejarse de las obsesiones del monarca, disfrutaban de sus extravagancias; sus delirios no sólo eran tolerados sino alentados.

La locura del rey Deuel era inofensiva; sentía una gran afición por las aves, y se complacía en fantasías absurdas, algunas de las cuales podía convertir en realidad gracias a su poder. Bautizaba a sus ministros con títulos tales como Jilguero, Becardón, Frailecico, Tanagra. Sus duques eran Chorlito, Golondrina de Cresta Negra, Ruiseñor. Sus edictos prohibían comer huevos, considerado como un «delito cruel y asesino, sujeto a atroz y severo castigo».

Alcantade, el palacio de verano, se había aparecido al rey Deuel en un sueño. Al despertar llamó a sus arquitectos y ordenó que concretaran su visión. Previsiblemente, Alcantade era una estructura insólita, pero no obstante encantadora: ligera, frágil, pintada de alegres colores y con altos techos en variables niveles.

Al llegar a Alcantade, Famet, Aillas y Trewan descubrieron al rey Deuel descansando a bordo de su barca con cabeza de cisne. Doce muchachas vestidas con plumas blancas la empujaban despacio por el lago.

El rey Deuel, un hombre menudo y cetrino de mediana edad, desembarcó y saludó a los enviados con cordialidad.

—¡Bienvenidos, bienvenidos! Un placer conocer a los ciudadanos de Troicinet, una tierra de la que he oído cosas magníficas. El colimbo de pico ancho anida profusamente en las costas rocosas, y el trepatroncos se sacia de bellotas en vuestros espléndidos robles. Los grandes búhos cornúpetos troicinos son reconocidos por doquier por su majestad. Confieso mi afición por las aves; me deleitan con su gracia y coraje. Pero basta de hablar de mis entusiasmos. ¿Qué os trae a Alcantade?

—Majestad, somos enviados del rey Granice y traemos un importante mensaje. Cuando estés dispuesto, te lo repetiré.

—¿Qué mejor momento que ahora? ¡Camarero, tráenos un refresco! Nos sentaremos a esa mesa. Habla pues.

Famet miró a los cortesanos que se mantenían a prudente distancia.

—Señor, ¿no preferirías oírme en privado?

—¡En absoluto! —declaró el rey Deuel—. En Alcantade no tenemos secretos. Somos como pájaros en un huerto de fruta madura, donde todos trinan su canción más alegre. Habla, Famet.

—Muy bien, majestad. Citaré ciertos acontecimientos que preocupan al rey Granice de Troicinet.

Famet habló mientras el rey Deuel escuchaba atentamente, la cabeza ladeada. Famet terminó su exposición.

—Estos son, majestad, los peligros que nos amenazan a todos en un futuro cercano.

El rey Deuel hizo una mueca.

—¡Peligros, peligros por doquier! Me acucian por todas partes, y rara vez descanso de noche. —El rey Deuel adoptó una voz nasal, moviéndose en la silla mientras hablaba—. A diario oigo gritos lastimeros pidiendo protección. Protegemos toda nuestra frontera norte contra los gatos, armiños y comadrejas empleados por el rey Audry. Los godelianos también son una amenaza, aunque sus nidos están a cien leguas de distancia. Crían y adiestran a sus halcones caníbales, cada uno de los cuales es un traidor a su especie. Al oeste hay una amenaza aún más aterradora, el duque Faude Carfilhiot, que respira aire verde. Al igual que los godelianos, caza con halcones, instigando a un pájaro contra el otro.

—¡Aun así, no debes temer un ataque desde allí! —exclamó Famet con voz tensa—. Tintzin Fyral está mucho más allá del bosque.

El rey Deuel se encogió de hombros.

—Está a un día de vuelo, lo admito. Pero debemos enfrentar la realidad. He llamado cobarde a Carfilhiot, y él no se atrevió a replicar, por miedo a mis poderosas garras. Ahora se oculta en su madriguera planeando las peores maldades.

El príncipe Trewan, ignorando la glacial mirada de Famet intervino vivazmente:

—¿Por qué no unir la fuerza de esas garras a la de aves similares? Nuestra bandada comparte tu opinión sobre Carfilhiot y su aliado el rey Casmir. Juntos podemos responder a sus ataques con fuertes picotazos.

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