Entonces fue cuando se echó a llorar.
La decepción
Aunque se decida con ilusión y amor compartir un hogar o iniciar un proyecto de familia, la convivencia es un proceso de adaptación mutua, en el que poco a poco se avanza en el conocimiento personal más íntimo. Nos vamos
descubriendo
en áreas que antes, como es lógico, estaban ocultas, mostrando hábitos y valores que son muy difíciles de advertir hasta que no se convive día a día. Avanzar con éxito en ese proceso para construir una relación que nos haga felices no depende sólo del cariño y de las ganas, sino de buenas dosis de empatía, reconocimiento y flexibilidad.
Cambios de escenario
Pasar del noviazgo a la convivencia, o pasar de ser dos a ser tres, es un cambio rotundo para las parejas que a menudo se relativiza. Aunque seamos los mismos, la relación es distinta, ya que desde ese momento se impone otro contexto de reglas.
En los primeros días de una convivencia, por ejemplo, la euforia de la ilusión (si naturalmente la convivencia es deseada) determina que nuestra atención se ponga en todas las ventajas del cambio, aunque las cajas sin abrir apenas dejen espacio o haya que compartir una pequeña mesa. Pero poco a poco, cuando la novedad va dejando de serlo, la atención vuelve a estar el uno en el otro. Por primera vez podemos observar cada día a nuestra pareja comportándose como le es habitual hacerlo en su hogar. Todavía falta un tiempo (en cada pareja es distinto) para pasar a la fase de
nuestro hogar
.
Vivir el día a día tiene poco que ver con encontrarse en los tiempos de «ocio» (y luego cada uno vuelve a su casa con sus hábitos de comportamiento). No sólo podemos descubrir que tenemos
ritmos
muy diferentes, sino que también lo son los hábitos de higiene, de alimentación, orden u organización, a lo que hay que añadir una clave: que lo que es importante para uno a veces no lo es tanto para el otro. Otros valores, normas y reglas rigen nuestros universos, y conciliarlos es todo un reto.
Cuando se decide tener un hijo, pasa algo parecido: afrontamos una situación nueva de gran responsabilidad, en la que se generan muchas emociones positivas pero también grandes preocupaciones, sobre todo a medida que avanza el embarazo o cuando se llega a casa con el bebé. Es muy importante conocer entonces cómo lo experimenta cada miembro de la pareja desde su perspectiva, deseos y necesidades. Lo que es importante para uno no tiene tanto valor para el otro. Es preciso transitar de
mi
bebé a
nuestro
bebé, pasando antes necesariamente por
nuestro
embarazo. Es decir, que para tener éxito en un proyecto común es necesario construirlo juntos, por lo que se hace imprescindible el diálogo, la escucha atenta y la empatía.
Descubrir que tenemos hábitos distintos o que nos mueven valores diferentes no tiene por qué ser frustrante, sino todo lo contrario. Puede ser un placer, porque implica conocer más a la persona que se ama, e incluso una oportunidad para hacer cambios en uno mismo, escuchando y observando a nuestra pareja. Pero para que ese conocimiento sea grato es preciso tener una actitud
activa
. Es preciso «trabajarse» la nueva relación que se avecina hasta lograr componer un escenario en el que ambos nos reconozcamos felizmente. La sensibilidad mutua y la comunicación son claves de esta tarea que no tiene límite, ya que la vida de pareja evoluciona y requiere de un proceso de reorganización continuo.
Marga y Luis ya llevan un tiempo de convivencia, de adaptación mutua, y han decidido cambiar de nuevo de escenario: tener un hijo. Necesitan, por tanto, reconocerse de nuevo y apoyarse mutuamente. Si no lo hacen, puede invadirles la decepción ante la frustración de percibir que el otro no es la persona que esperábamos que fuera en este nuevo escenario.
La decepción de Marga
Marga llega a su casa y se siente decepcionada al no encontrar las flores que simbolizan el premio por su «esfuerzo». Puede parecer una reacción exagerada o exigente, pero hay que considerar que acaba de dar a luz y es fácil ser muy sensible a los detalles. Los cambios tan radicales que se producen a nivel hormonal, el cansancio y el impacto psicológico que produce el nacimiento de un hijo, la hacen sentir muy vulnerable. Además, arrastra una desilusión desde el comienzo del embarazo: la falta de reconocimiento y de empatía por parte de Luis.
El tratamiento de fertilidad engorroso y lleno de efectos secundarios, los pinchazos, el cambio de alimentación, los controles de salud, las caminatas, la preparación al parto sin compañía, los noventa días metida en la cama, aguantando las ganas de ir al baño para moverse lo menos posible... han supuesto un calvario para ella. Sin embargo, parece que Luis no lo advierte, él está centrado en el futuro, aunque se trate de un futuro bastante lejano, porque fantasea con la imagen de su hijo y hasta le compra un traje de futbolista para jugar con él cuando ya camine. Y luego un tutú de ballet cuando se entera de que es una niña. Marga se siente triste y enfadada. Triste porque se encuentra perdida, sin apoyo, al no ser reconocida en sus sentimientos más íntimos. Enfadada con Luis porque no le brinda la atención que necesita y no sintoniza con ella. Él parece feliz y ella, sin embargo, no lo es. Están viviendo una experiencia muy importante pero de forma separada porque no se comunican lo que de verdad piensan y sienten.
Objetivos diferentes
Da la impresión de que gran parte de su rencor hacia Luis se deba al sentimiento de esfuerzo baldío y no correspondido. Siente que se ha estado sacrificando por él y no recibe ninguna recompensa a cambio. Pero eso ocurre porque Marga se ha hecho cargo de un objetivo que no era el suyo: «Había aceptado embarcarse en la aventura maternal con todas sus consecuencias, y lo había hecho por él».
Peligroso. La experiencia maternal no es una «aventura», como ha podido comprobar, es una fuerte responsabilidad, algo que implicará una gran inversión de su energía y atención. Sin lugar a dudas, es una decisión trascendente que afectará a toda la vida. Por este motivo es clave desearlo, convertirlo en un objetivo personal principal, no secundario; es decir, ser madre es algo que no puede realizarse para hacer feliz a otro, ni mucho menos para demostrar lo buena mujer que se es. Pero es relativamente frecuente encontrar esta circunstancia en las parejas: buscar a través del embarazo o del nacimiento de un hijo una unión o afecto de la pareja, un reconocimiento o valoración. Cuando esto no se consigue, después de haberse «sacrificado», la frustración es terrible.
Los miedos
Marga tiene mucho miedo al parto. Es comprensible, pues se trata de un momento importante y con cierto riesgo, sobre todo en el caso de un embarazo delicado como el suyo. Este miedo está presente en menor o mayor medida en todas las mujeres, pero también es cierto que el embarazo es una experiencia que prepara progresivamente a la mujer a ese momento, incluyendo una buena dosis de tranquilizantes naturales (hormonas), sobre todo en el último período, que ayudan a la mujer a afrontar con valentía y optimismo el parto. Pero el miedo es libre y para muchas el embarazo es una etapa de fuerte ansiedad en la que la atención está centrada en todo lo malo que puede suceder.
El miedo nos paraliza, nos prepara para evitar la fuente de temor. Sin embargo, el parto es inevitable, todo conduce a ello; y mucho más si te lo recuerdan sistemáticamente como hace Luis cuando cuenta los días que faltan para el mismo. Así que, cuando no hay más remedio que afrontar el miedo, es preciso gestionarlo. En un caso así es importantísimo:
1. Reconocerlo y sentirse con derecho a sentirlo, no importa en qué grado.
2. Nombrarlo y expresarlo: «Tengo miedo». Aunque nos dé la impresión de que al reconocerlo y decirlo en voz alta se pueda hacer más grande, es sólo una impresión. En realidad, es el comienzo del autocontrol
.
3. Buscar apoyo, protección. Por ejemplo, que Luis le acompañe a las clases o esté presente en el parto es una forma de hacerlo. Pero también lo es hablarlo con otras mujeres embarazadas, escuchar sus historias y modos de afrontar la situación.
4. Desarrollar estrategias y recursos para afrontarlo, por ejemplo, practicar técnicas de relajación y evaluar de la forma más realista posible la situación
.
Marga lo muestra en pocas ocasiones y cuando lo hace no lo nombra: sólo dice que es importante para ella que Luis esté en el parto. Es interesante observar, de hecho, que no hayan hablado del tema hasta muy tarde: es una señal del temor a tratar ese asunto. Al no expresar el sentimiento de miedo, la necesidad de empatía se convierte en ansia. Marga canaliza el temor a través de la rabia hacia el otro, centrada en el deseo de imponerle como castigo, como estímulo de culpabilidad y grito clemente de empatía, todo su sufrimiento:
En su fuero interno quería hacer partícipe a Luis del sufrimiento extremo del instante final. Que se enterase de lo que era exactamente traer al mundo a un ser vivo. Que compartiese, al menos como testigo, aquellos momentos de dolor. Que viese lo que era, lo que ella estaba haciendo por él, para que no se le olvidase nunca.
Éste es un modo típico de gestionar el miedo: a través de la rabia para enfrentarse al enemigo. Pero en este caso, el enemigo no es Luis, ése es el problema.
Otra forma de controlar el miedo que no siempre es útil es a través de la negación. En este sentido podríamos analizar la actitud de Luis. Los hombres también pueden experimentar miedos variados durante el embarazo (los hombres también sufren, sí, aunque no todos lo demuestren). Entre los miedos más frecuentes están:
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El sentirse excluidos
. El embarazo gira en torno a la mujer y se pueden sentir olvidados, infravalorados, excluidos e incluso celosos.
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No estar a la altura de las nuevas circunstancias
. ¿Podré mantener a mi familia? ¿Seré un buen padre? Son dudas perfectamente normales. Incluso el no poder sentirse tan animado como se debería es fuente de culpabilidad, pero forma parte de todos los ajustes emocionales que es normal realizar.
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Perder la unión y la complicidad de pareja al llegar el hijo
. Los hábitos de pareja cambiarán. Además, la madre estará, sin duda, muy centrada en el bebé, y el hombre perderá unas buenas dosis de atención. El bebé será el centro de la casa.
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La salud de la mujer, del hijo o tener que estar en el parto
. Son incertidumbres, problemas que pueden surgir y ante los cuales el hombre se siente, a veces por primera vez, sin control.
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Perderse
. Es decir, dejar de ser un hombre joven y libre, y tener que asumir la gran responsabilidad de que la vida de uno gire alrededor de la del hijo. Este aspecto está presente en todas las personas cuando van a tener un hijo, incluso en las que lo desean más, como es el caso de Luis.
¿Cuáles son los miedos de Luis? Luis se atreve a manifestar de forma directa su miedo a estar presente en el parto, marearse y ser un obstáculo. Incluso exhibe su valentía y protección planteando a Marga que estará presente si es muy importante para ella, añadiendo otra carga emocional a Marga. Pero no expresa de forma directa ningún otro temor, aunque de su conducta se pueda hipotetizar alguno más. Por ejemplo:
Luis es muy aprensivo. Puede que no hablar de las molestias físicas —del parto con lo que implica, de la salud y del sufrimiento de Marga—, sea una manera de escapar de su propio miedo a los problemas de salud, al dolor. En su fuero interno muchos hombres sienten que deben ser los fuertes, los que apoyan. Quizá mostrarse vulnerable ante Marga le comprometa. Es curioso que todas sus conversaciones hablen del recién nacido, que se «salte» el embarazo y el parto. Aunque cuente los días que faltan, puede ser un modo de «deshacerse» de lo que le angustia o de exponerse simbólicamente a ello.
La perspectiva de unas vacaciones en Fuerteventura haciendo surf o plantearse comprar un descapotable biplaza son ejemplos muy simbólicos del temor de perderse. Son objetivos que enfatizan su deseo de aventura o de libertad. Se trata de una actividad que sólo se puede hacer solo o en pareja, no «incluye» a la familia. Esa falta de perspectiva familiar es precisamente la que desespera por momentos a Marga. La mujer embarazada necesita sentir que su compañero de viaje estará ahí para servirle de base, para resolver problemas y sentirse así segura para seguir adelante y atender a su hijo sin presiones.
Paradójicamente, los miedos de cada uno les impiden contactar y empatizar; en definitiva, definir el problema de relación y resolverlo.
La falta de empatía
Un embarazo es una inversión física y emocional muy importante. Se trata de una etapa muy sensible para la mujer, una fase en la que no sólo necesita cuidados físicos especiales sino también apoyos emocionales. Por eso, el papel de la pareja es crucial, como también puede serlo el papel de la familia. Es muy importante que la mujer sienta que no está sola, que dispone de recursos para poder resolver cualquier problema que surja o bien para atender a su hijo recién nacido en las mejores condiciones posibles.
Luis hace muchos esfuerzos por animar a Marga hablándole del futuro maravilloso que les espera con la niña, y trata de ilusionarla pensando en ella. La mayoría de las personas podemos darnos cuenta de cuándo nuestra pareja se siente mal y, con toda la buena intención del mundo, intentamos motivarla para que vea las cosas de otra manera:«Podrás leer un montón. Y ver películas como una descosida. Casi me das envidia...».
Pero estos intentos pueden ser infructuosos si existen sentimientos que bloquean la receptividad a tal ilusión, como en el caso de Marga. Por eso, antes de motivar a alguien es preciso hablar de lo que está sintiendo el otro, escuchar bien y empatizar. Cuando alguien que se encuentra mal siente que la otra persona se interesa, le pregunta, le escucha, no le juzga (le acepta desde ese sentimiento) y además le expresa las «palabras mágicas»: «Te comprendo, sé lo que sientes, me pongo en tu lugar...», pasa a otro estado emocional y mental.