Más allá de las estrellas (30 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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Consiguió cargar su pistola sólo hasta la mitad de su capacidad, pero tendría que conformarse con eso.

Cuando hubo terminado, arrojó el revólver inservible del espo lejos de sí y se reunió con el wookiee. Ambos disparaban sin orden ni concierto a fin de despistar el contraataque y desde luego sabían cómo engañar a sus contrincantes. Ningún miembro del grupo de la Autoridad parecía deseoso de emular el heroísmo del mayor.

De pronto, el fuego cesó en el rellano superior. Los defensores también interrumpieron sus disparos, temiendo alguna treta. Han pensó por un momento que si Hirken tenía aunque sólo fuera una granada de percusión... pero no; en ese caso ya la habría usado.

Una apagada voz siseante le llamó.

—¡Solo! ¡El Vicepresidente Ejecutivo Hirken desea hablar contigo!

Han se apoyó despreocupadamente contra la pared.

—Dile que baje, Uul-Rha-Shan —respondió sin asomarse—. Qué demonios, baja tú mismo, serpiente senil, y hablaré gustoso contigo.

Entonces se escuchó la voz de Hirken, una voz de experimentado vendedor.

—Te hablaremos desde donde estamos, gracias. Acabo de descubrir exactamente lo que has hecho.

Han pensó para sus adentros que ojalá él mismo lo hubiera sabido, antes de empezar.

—¡Quiero hacer un trato! —siguió diciendo Hirken—. Cualquiera que sea tu plan para escapar de aquí, quiero que me lleves contigo. Y a mis acompañantes también, naturalmente.

Naturalmente. Han no vaciló ni un instante.

—Trato hecho. Arrojad las armas aquí abajo y bajad de uno en uno con las manos en...

—¡Hablo en serio, Solo! —le interrumpió Hirken, arrebatándole la oportunidad de decirle dónde debía poner las manos—. ¡Podemos mantenerte tan ocupado aquí arriba que no tendrás oportunidad de escapar tú mismo! Y el Confín de las Estrellas ha llegado al punto máximo de su arco; hemos podido comprobarlo a través de la cúpula. Pronto será demasiado tarde para todos. ¿Qué me dices?

—¡Ni hablar, Hirken!

Han no sabía con certeza si Hirken intentaba engañarle al decirle que la torre había llegado al punto máximo del arco, pero no tenía manera de comprobarlo a menos que se asomara por una de las ventanillas, cosa poco aconsejable vista la escasez de trajes espaciales.

—Hirken ha dado en el clavo en un detalle —susurró Han—. Tal vez consigan retenernos aquí si dejamos que sean ellos quienes dicten las normas del juego.

Los demás bajaron sigilosamente tras él hasta el rellano siguiente, el último antes de llegar a la planta de almacenamiento. Doblaron rápidamente la esquina y tomaron posiciones, manteniéndose a la espera.

Ahora le tocaba sudar al Vicepresidente Ejecutivo. Los ruidos que llegaban hasta los oídos de Han parecían indicar que la mayoría de los prisioneros seguían en los bloques de almacenamiento, sin saber muy bien qué debían hacer. Han confiaba que no se les ocurriría subir en un momento de pánico.

Tenía la pistola levantada a punto de disparar, pues sabía que una cabeza inquisidora se asomaría más pronto o más tarde por la esquina que acababan de abandonar, pero era imposible vaticinar exactamente cuándo ocurriría eso.

Una cabeza apareció finalmente en la esquina, la de Uul-Rha-Shan, levantada a gran altura; el reptil debía de haberse subido a la espalda o los hombros de otra persona. En una fugaz aparición, se asomó, estudió la distribución de los resistentes y volvió a esconderse con sorprendente rapidez. El tardío disparo de Han sólo consiguió descascarar otro trocito de pared; la velocidad de movimientos del pistolero reptiliano dejó asombrado al piloto.

—Conque esto es lo que buscas, Solo —dijo la voz hipnótica de Uul-Rha-Shan—. ¿Voy a tener que perseguirte planta tras planta? Haz un trato con nosotros; lo único que queremos es vivir.

Han soltó una carcajada: «claro, los únicos que no queréis que vivan son todos tos demás».

Más abajo se escuchó un rumor de pisadas de botas sobre la escalera. Doc reapareció resollante. Se dejó caer junto a Han con la alarma dibujada en la cara. Han le indicó con la mano que hablara bajito para que no pudieran escucharle desde arriba.

—¡Solo, han llegado los espos! Han atracado su nave de asalto junto a la compuerta inferior y están desembarcando una fuerza de choque. Se han unido a los hombres de la Autoridad que se habían escondido de nosotros ahí abajo. Nos han obligado a abandonar las plantas de máquinas; muchos han caído y hemos tenido que replegarnos. Más hombres han muerto en las escaleras antes de que consiguiéramos organizar una retaguardia, pero ahora los espos están subiendo un cañón pesado, arrastrándolo por las escaleras. Ahora sí que estamos perdidos!

Una riada de prisioneros ya había empezado a subir frenéticamente la escalera, huyendo hacia el único refugio que les quedaba, los bloques de almacenamiento.

—Los espos llevan trajes espaciales ahí abajo —dijo Doc—. ¿Qué ocurrirá si dejan escapar el aire?

Han advirtió repentinamente que todos a su alrededor estaban pendientes de él, esperando que les diera una solución, y pensó, ¿Quién, yo? Yo sólo soy el chofer de esta evasión, ¿recuerdan?

—No sé qué decirte, Doc —dijo moviendo la cabeza—. Consíguete algún arma; les tocaremos una última serenata.

La voz de Hirken tronó triunfante en lo alto de la escalera.

—¡Solo! ¡Mis hombres acaban de comunicarse conmigo a través del intercomunicador! ¡Ríndete ahora o te abandonaré aquí!

Como para ratificar esta amenaza, se percibió la oscilación de un cañón pesado en algún punto del Confín de las Estrellas.

—En fin, todavía tienen que atravesar nuestras filas —masculló Han por lo bajo.

Cogió a Doc por la camisa, luego recordó que Hirken estaba lejos y le habló en voz baja y tajante.

—No te preocupes por el aire; los espos no pueden dejarlo escapar a menos que quieran matar también a su Vicepresidente Ejecutivo. Por eso atracaron en la compuerta inferior y no en la de la planta de detención; sabían que de ese modo tenían muchas más posibilidades de entrar sin necesidad de quemar y perforar la torre. Mándame todos los hombres que puedas aquí arriba, todos los que estén dispuestos a subir. Nos apoderaremos de Hirken, aunque nos cueste caro, y le utilizaremos como rehén.

Han recordó la resistencia que los hombres de la Autoridad podían organizar en la estrecha escalera y comprendió que las bajas serían terribles. Doc también lo entendió así y cuando se retiró tenía, por primera vez, el aspecto de un fatigado anciano, y así era como finalmente se sentía.

—No os detengáis por ningún motivo —estaba instruyendo Han a los demás—. Si alguno cae, que otro coja su arma, pero nadie debe detenerse.

Su mirada se posó sobre Chewbacca. El wookiee apartó los labios descubriendo sus colmillos curvos, arrugó la negra nariz y profirió un salvaje y pasmoso alarido mientras echaba atrás su velluda cabeza, el gesto wookiee para desafiar la muerte. Después esbozó una ancha sonrisa y le lanzó un gruñido sordo a Han. El piloto le sonrió torciendo el gesto. Su amistad era lo suficientemente estrecha para no requerir mayores efusiones.

XI

Nuevos prisioneros habían ido llegando al rellano, pero iban desarmados. Han repitió las instrucciones sobre las armas de los caídos y la orden de no detenerse. El corazón le latía desenfrenadamente cada vez que pensaba en la concentración que alcanzarían los rayos de energía en el hueco de la escalera. Adiós, Hogar para Espacionautas Retirados.

Se incorporó hasta quedar casi en cuclillas y los demás le imitaron.

—Chewie y yo iremos delante y organizaremos una cobertura para los demás. A las tres; una, dos... —ya estaba a punto de doblar la esquina.

Una pequeña figura peluda saltó sobre los que avanzaban detrás del piloto y fue a aterrizar sobre sus hombros, agarrándose a su cuello. Su elástica cola onduló para enroscarse en torno a la muñeca del sorprendido Chewbacca.

Han se tambaleó, perdiendo todo su valor.

—¿Qué diablos voladores...? —Entonces identificó a su atacante—. ¡Pakka!

El cachorro saltó ágilmente de los hombros de Han y empezó a dar inquietos brincos mientras le tiraba de la pierna. Por un instante, Han dudó de todo.

—Pero, Pakka, ¿no os habíais ido? Quiero decir... ¿dónde está Atuarre? Maldita sea, criatura, ¿cómo has llegado hasta aquí?

Entonces recordó que el cachorro no podía responderle.

—¡Solo, ven aquí! —estaba gritando Doc desde abajo.

—Esperadme tranquilos un momento; no ataquéis y tampoco cedáis terreno a menos que sea absolutamente necesario —le dijo Han a Chewbacca.

Luego se abrió paso a empujones entre sus tropas y bajó corriendo la escalera, arrastrando al ligero Pakka. Cuando hubo cruzado la puerta de emergencia que comunicaba con los bloques de almacenamiento, se detuvo de golpe.

—¡Atuarre!

La trianii estaba allí rodeada por Doc y los demás prisioneros.

—¡Capitán Solo!

Atuarre le estrechó fuertemente las manos y las palabras se le enredaron en la boca, tropezándose unas con otras en su precipitación por explicárselo todo. Había conducido el
Halcón Milenario
hasta la torre y había atracado junto a la compuerta de descarga de mercancías, justamente allí, junto a la planta de almacenamiento. La nave de asalto de la Espo estaba amarrada en el lado contrario de la torre.

—No creo que me hayan detectado; los flujos de energía del Confín de las Estrellas han distorsionado totalmente los sensores. He tenido que atracar guiándome por simples métodos visuales de localización.

Han se llevó a Doc y Atuarre a un rincón.

—Jamás podremos meter a toda esta gente en el
Halcón
, aunque aprovechemos hasta el último centímetro cúbico de espacio. ¿Cómo podemos decírselo?

Entonces intervino la trianii.

—¡No sigas, capitán Solo! Escúchame, por favor.

Llevo una estación de enlace del sistema de túneles tubería acoplada al
Halcón
. La conduje hasta la nave y la aseguré con un rayo tractor.

—Los prisioneros sin duda cabrán en las tuberías de los túneles si los extendemos al máximo —empezó a decir Doc.

La voz excitada de Han no le dejó continuar.

—Haremos algo mejor que eso. ¡Atuarre, eres un genio! ¿Pero crees que las tuberías de los túneles serán lo suficientemente largas?

—Yo diría que si.

Doc paseaba una mirada desconcertada del uno al otro.

—¿Qué estáis tramando ahora...? ¡Oh, Comprendo! —Se frotó las manos, con los ojos chispeantes—. Será una experiencia absolutamente innovadora, os lo aseguro.

Uno de los defensores del rellano superior asomó la cabeza por la puerta de emergencia.

—Solo, el Vicepresidente Ejecutivo quiere hablar contigo otra vez.

—Si no le digo algo, advertirá que tenemos algún plan. Haré bajar a Chewie para que os ayude. ¡No os entretengáis!

—¡Capitán Solo, nos quedan escasos minutos!

Han subió las escaleras en cuatro saltos, aunque el esfuerzo le hizo resoplar y jadear y estuvo a punto de hacerle perder el conocimiento. Nos estamos quedando sin aire, pensó. En voz susurrante explicó rápidamente todo lo ocurrido y despachó al wookiee y casi todo el resto del grupo a reunirse con Atuarre y Doc en la planta inferior. Después respondió a la llamada de Hirken.

—Se nos está acabando el tiempo, Solo —gritó el Vicepresidente Ejecutivo—. ¿Te rindes?

—¿Rendirme? —resopló Han, incrédulo—. ¿Qué te propones hacerme, desflorarme?

Lanzó un disparo en torno a la esquina iniciando un intenso e incesante hostigamiento, mientras rogaba por que los que se hallaban abajo consiguieran detener al grupo de asalto de la Espo durante el tiempo necesario.

Noventa segundos más tarde una lucecita oscilante se acercaba a una de las compuertas fuera de servicio de la popa de la nave de asalto de la Autoridad.

Nadie advirtió su presencia, pues, a excepción de un mínimo cuerpo de guardia, toda la dotación de la nave había salido a rescatar al Vicepresidente Ejecutivo, de acuerdo con sus órdenes.

La compuerta se abrió y por ella apareció un wookiee muy entusiasmado, blandiendo en una mano un desintegrador de ancho campo de penetración que había conseguido capturar. Sin embargo, le alegró no haberse visto obligado a malgastar tiempo y energía perforando puertas cerradas. Trabó la compuerta exterior dejándola abierta. Detrás de él, flotando ingrávidamente en el hueco de la tubería extendida, aparecieron más prisioneros, en guardia con sus armas y sus garras, pinzas, aguijones y ansiosas manos desnudas, prestos para el ataque. Más lejos, en la estación de enlace, otros prisioneros se arremolinaban para subir al
Halcón
, mientras otros seguían aguardando su turno para salir de la torre. El carguero jamás habría podido transportarlos a todos, de modo que era preciso capturar esa nave.

Chewbacca hizo una seña con la mano y se puso en marcha. Los demás le siguieron, posándose otra vez en el suelo a medida que iban entrando en el campo de gravedad artificial de la nave de asalto.

En el puente de mando habían advertido que acababa de abrirse una compuerta. Un tripulante de la Espo acudió a comprobar lo que él creía un fallo mecánico del mecanismo de la compuerta y al doblar una esquina casi quedó sepultado contra el enorme torso velludo del wookiee.

Un culatazo de su desintegrador hizo volar al espo por los aires, para aterrizar convertido en un informe montón de ropas castañas, mientras su casco salía rodando por la cubierta.

Otro espo, que se encontraba al fondo de un pasillo lateral, oyó el ruido y acudió corriendo, intentando desenfundar su pistola. Chewbacca salió de su escondrijo y blandió el enorme cañón de su desintegrador, derribándolo en el acto. Mientras otros prisioneros se apresuraban a recoger las armas de los hombres caídos, Chewbacca siguió avanzando al frente de los demás. Cruzaron las salas de máquinas y los camarotes de la tripulación y pequeños destacamentos se desgajaron del grupo principal para ocupar aquellas zonas. Entretanto, nuevos contingentes de prisioneros iban cruzando continuamente la compuerta de popa, para dejar vía libre de inmediato al numeroso grupo que aún debía llegar.

El wookiee llegó a la escotilla del puente de mando de la nave. Accionó el interruptor que abría la puerta y ésta se deslizó abriéndole paso. El suboficial de guardia tuvo un estúpido momento de vacilación y buscó desmañadamente su pistola mientras decía:

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